¡Uola! ¡Cuánto tiempo! (demasiado creo...T.TU). Antes que nada quería pedir perdón: si había alguien interesado en esta historia, seguramente ahora ya no lo estará tanto...Todo es culpa mía por no escribir en tanto tiempo. Siento haberlo dejado todo a medias...pero no me gusta escribir sin inspiración ni ganas...porque luego sale un bodrio U Aunque realmente, no tengo perdón u.uU

Aprovecharé ahora que la inspiración ha vuelto (y rezaré para que no se vaya) y actualizaré un capítulo más. Por algo se empieza...

Espero que os guste!

7. Reflexiones inconclusas

-Uuuuuuff...ya no puedo más...

Kuwabara dejó escapar un largo suspiro mientras se dejaba caer literalmente sobre la hierba del descampado. Realmente no entendía porqué debía cargar con todo el peso del equipaje él solito. Pero algo en la mirada de su hermana le aconsejó que era mejor obedecer sin rechistar.

-¡¿Por qué no cogimos el tren!-replicó, esperanzado, deseando que se les hubiera pasado por alto esa posibilidad, ese medio de transporte tan cómodo y seguro.

-¡¿Tú eres tonto o qué!-le llegó la respuesta apagada de más adelante, en la espesura del bosque donde sus compañeros de viaje se habían internado. -¡¿Es que no ves, querido hermanito, que la situación es grave! ¡Todos deben haber tenido la misma gran idea que tú, y los trenes estarán colapsados! ¡Sólo empeoraríamos nuestra situación yendo a la estación!

Definitivamente Shizuru no estaba de humor...pero eso no era nada nuevo.

-Hmm...¡¿pero cuánto más puede faltar para el templo de la vieja! ¡Te recuerdo que voy cargando con tus maletas también!

El pelirrojo calló en seco, esperando una contestación, un grito...cualquier cosa. Estaba harto de ser el mozo de carga, y su hermana le iba a escuchar. Sin embargo, solamente escuchó el pequeño chispazo y el susurro del gas escapando, y luego la conocida inacabable exhalación de humo tras la primera calada. Shizuru siempre hacía eso cuando quería arrancar de raíz una discusión estúpida.

-¡Calla y camina, bueno para nada!

-¡Será posible!-el más alto del grupo sintió como su sangre hervía. Se levantó de un salto y corrió tanto como pudo para alcanzarles. Sin quererlo estaba haciendo exactamente lo que su hermana quería...

-¡Shizuru, ya estoy harto de tus órdenes!

De la lejanía le llegó la risa estridente y escandalosa de Urameshi. Aquello sólo consiguió ponerlo mucho más furioso.

-¡Maldito Urameshi! ¡Esperadme!

---------------------------------------------------------------------------------------------

Sólo el constante repiqueteo y posterior eco de sus veloces pasos en el suelo húmedo lograba distraerle del ahora insoportable fardo felizmente dormido y acomodado en su espalda. Nunca pensó que alguien al parecer tan ligero, indudablemente ágil, pudiera llegar a convertirse en una carga que le hiciera sudar a mares. En un principio, su conocida e insuperable velocidad no había disminuido demasiado. Aunque tras correr durante casi una hora, su mil veces preparado y entrenado cuerpo ya empezaba a resentirse.

Por lo menos era una gran suerte el no tener que oír los crujidos rechinantes de los descomunales artefactos que intentaban darles caza; ni los rugidos de la multitud, los desesperados gritos, algunos casi infrahumanos de tan agudos. Había conseguido alejarlos a ambos del concurrido centro de la ciudad, y en ese momento corría por una de las carreteras principales de acceso a la metrópolis. Tal y como Kurama había dicho en sus últimos instantes de lucidez: "Cuanto más lejos de la ciudad mejor, porque estoy seguro de que su principal objetivo son las grandes ciudades, infestadas de patéticos ningens que sólo saben emitir ruidos guturales y lloriquear de miedo".

Algo así había dicho. Exceptuando el final, que eso era añadidura de cosecha propia. Qué más daba...Lo único que sabía era que realmente empezaban a dolerle los pies, y que debía descansar o acabaría por arrojar el fardo que tanto le atormentaba, dormido o no.

De repente, frente a él, apareció en forma de vivienda abandonada su salvación. Era un chalet de nuevos ricos, de paredes blanquecinas, de una sola planta, con un exquisito jardín exquisitamente adornado al estilo ningen. No había luz en su interior, y la puerta estaba abierta de par en par. Debieron olvidar cerrarla los antiguos inquilinos en su desenfrenada carrera por huir del inminente peligro. En fin, menos trabajo para él.

Se internó rápidamente en la impenetrable oscuridad del pasadizo de entrada, hasta que encontró un interruptor que iluminó un gran salón de paredes carmín, excesivamente cargado de cuadros de marco dorado, muebles de caoba y alfombras lujosas. Tsk, los ningens y sus caprichosos excesos.

Sin demasiados miramientos, descargó a su acompañante en el mullido sofá que había localizado en un rincón, reservándose para él un confortable sillón de largos brazos al que había echado el ojo al entrar, quizá demasiado blando, como comprobó al ser tragado por la funda verde cobertora. Hmm...malditos ningens y su excesiva comodidad.

Echó un vistazo en derredor para asegurarse de que no había ninguna presencia que hubiera pasado inadvertida. Observó también la lámpara colgante que iluminaba la estancia. Por el momento, los invasores aún estaban lo bastante lejos como para preocuparse. Podía mantenerla encendida. Finalmente, y antes de cerrar los ojos para descansar un poco, aunque sólo se pudiera permitir unos minutos dada su condición de vigilante, clavó sus ojos en la cabeza pelirroja que asomaba débilmente, hundida en el cojín.

Kurama...

¿Es que no iba a despertar nunca? Tenía muchas preguntas atiborrando su cerebro que necesitaban respuesta urgentemente. Por ejemplo: ¿Por qué diablos había reaccionado de esa forma alguien tan dueño de sí mismo como el youko? ¿Realmente había sido su intención dejarse atrapar por los extraterrestres y acabar sus días en esa jaula oxidada? ¿Realmente él, el alegre humano, el orgulloso kitsune, el frío, objetivo y calculador, siempre atento al más mínimo detalle que volviera la situación a su favor...él, que había salido airoso hasta ahora de encrucijadas y peligros mortales, tras superar al peligro más mortal, la misma muerte...había intentado suicidarse? ¿Abandonarlo todo?

Nunca hubiera podido adivinarlo...aún habiendo sido su compañero por tantos años.

No obstante, el no era quién para juzgarle. Él mismo había optado por esa última carta una vez al no encontrar sentido alguno a las demás cartas de la baraja, que se presentaban ante él vacías de contenido y razón. Pero fracasó estrepitosamente , al no contar con segundas voluntades que no eran la suya propia, voluntades más fuertes, indomables y maltratadas que la suya. Voluntades como la de Mukuro. Aunque...

Volviendo a Kurama...el caso era que aún no conocía a ese hombre, por mucho que se hubiera esforzado hasta ahora en encontrar segundos, incluso terceros significados a sus miradas y sus expresiones. Siempre había algo que se le escapaba. Algo atrayente...algo que a sus ojos parecía casi místico, irritante, como todo lo desconocido que escapa a nuestra comprensión, que da vueltas y más vueltas en nuestra cabeza sin encontrar vía de escape alguna. Aquello que nos lleva a horas de reflexión sin sentido, y que acabamos desechando con el argumento de la inutilidad. Y aquello era exactamente lo que debía hacer ahora: desechar las reflexiones.

Otras veces se había planteado esa misma cuestión, y la única explicación que encontraba a ese irritante mal sabor de boca que le causaba el desconocimiento del verdadero personaje que se escondía tras la máscara de Minamino, era la ventaja que éste le llevaba en edad y experiencia. Y si aquella no era la razón (y él sabía perfectamente que no era más que una excusa, porque no quería aceptar, de ninguna de las maneras, su falta de conclusiones claras), debería posponer las divagaciones para otro momento, pues sus ojos no aguantaban más el peso, y acabaron cerrándose, reteniendo en sus pupilas el color rojo sangre del frondoso pelo del chico, delicioso color que tiñó sus habituales sueños de batallas y espadas, de heridas en carne abierta y venganza con hedor a hierro. Sueños maravillosos de infancia desperdiciada y mil veces magullada.

Maldición...¿Por qué su nariz no lograba escapar de ese vomitivo hedor a muerto largo tiempo enterrado ni tan siquiera al cerrar los párpados? ¿Por qué no podía deshacerse de ello? ¿Por qué tenía que volver una y otra vez al mismo punto de partida?

De pronto, encogido en ese sillón verde en el cual se hundía cada vez más, apretando cobardemente las rodillas contra el pecho hasta hacerse daño a sí mismo, cerrando los ojos con fuerza para espantar ese mal invisible que respiraba acompasado en su nuca desde el día en que nació, se sintió más solo y miserable que nunca.