Vaya...o.oU Ahora que lo releo...Me salió un poco demasiado dramático el capítulo anterior. La verdad es que no medí mucho mis palabras porque mi madre estaba a punto de desheredarme si no me iba a dormir de una puñetera vez ñ.ñU...
Bien...vamos allá. Supongo que ahora vendrá lo "bueno"... Algo de yaoi quizá (aunque me asusta el hecho de que cada vez me entusiasma menos T.T). Aunque quizá será mejor que lo deje para el próximo, y os hago esperar un poco más (muajaja...). Bueno, capítulo ocho pues...a ver si sacamos algo en limpio de una vez u.u
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-No...otra vez no...
El habitual escalofrío lo envolvió por completo cuando las mismas manos largas, tersas y frías, tan bien conocidas tras tantos largos años de convivir con ellas, lo sostenían a un paso del negro abismo que se abría a sus pies. Su pequeño cuerpo envuelto en conjuros era insensible al invierno exterior, pero no al contacto helado del espíritu de hielo.
Como las otras veces, sacó la manita fuera de los inacabables pliegues decorados con tinta fresca, a sabiendas de lo que por derecho debía recibir, y por destino debía perder y reencontrar. Esperó resignado, manteniendo su mirada fija en las joyas relucientes que se deslizaban por las pálidas mejillas de nácar. No se molestaba en escuchar las sentidas y susurrantes palabras que esos labios carnosos vomitaban sobre él, como un discurso eficazmente preparado y estudiado al detalle. Ya se las sabía de memoria. Sólo esperaba acabar con todo esto.
Pero su perla de lágrima nunca llegó, ni con ella el pliegue en las comisuras de la boca envenenada que simulaba ser una sonrisa triste y afectada. Para su sorpresa, el frío en su torso, por donde la mujer lo levantaba con delicadeza, desapareció. Caería al vacío sin obtener su tesoro. Nunca antes le había sucedido esto. No tenía sentido. Esos no eran sus recuerdos.
Comenzó a sentir la inmensa corriente helada de aire que atravesaba los deditos de su palma extendida al exterior a una velocidad vertiginosa, y el vértigo paralizante que le obligaba a cerrar fuertemente los ojos y a esperar el inevitable choque.
Nunca llegó. Otro par de manos, largas y turbadoras, extrañamente tibias, se posaron en su sien y sus orejas, y se clavaron en su pelo con nerviosismo, tanteando con torpeza sus rasgos. El contacto lo llevó a la tierra de nuevo. Las tinieblas de la habitación lo confundieron, y aún más esa sombra inclinada sobre él. El verde moteado de histeria en esos ojos lo obligó a levantarse precipitadamente, para deshacerse de la presión de esos alfileres que se clavaban sin piedad en su piel.
Kurama se arrodilló frente a él, recostándose en la estructura del sillón. Un sudor frío recorría la frente del kitsune mientras la humedad en sus ojos capturaba la tenue luz blanca de luna arrancada del exterior. Entre balbuceos, Hiei pudo entender que le pedía que escuchara atentamente. El pelirrojo enmudeció y fijó su atención en la puerta. No comprendía que ocurría, hasta que su oído empezó a acostumbrarse al sepulcral silencio de la noche. Sólo entonces pudo advertir el chirrido lejano de los engranajes y las vibraciones al caminar de aquellos gigantes. Se trasladaban a la siguiente ciudad.
-Mierda...
-Tenemos que salir de aquí. Rápido, escondámonos. ¡Vamos, Hiei!-el youko se levantó precipitadamente y corrió hacia la entrada principal. Él siguió sus pasos, aturdido por el extraño comportamiento impetuoso y negligente de su compañero. Manteniendo su cara de póquer, atravesó el pasillo con calma.
Las luciérnagas zumbaban despreocupadamente en el jardín, entre fragancias dulces de mil flores vistosas. Por vez primera, el zorro desentonaba estrepitosamente: caminando a grandes trancos de aquí para allá, buscando algo, husmeando el aire, y al mismo tiempo pendiente de la sinuosa carretera, de los golpes sordos y los constantes fogonazos de luz ahora tan próximos.
-¡Por aquí, Hiei!-la voz de Kurama resonó apagada entre el follaje de unos arbustos a la izquierda del camino de arena, despertándole de su ensimismamiento. Saltó ágilmente por encima de ellos, encontrando al chico agachado de espaldas a él, manipulando algún objeto que no alcanzaba a ver. El fino murmullo de fricción deslizándose y el imperceptible "clic" metálico del mecanismo le indicaron que el pelirrojo usaba sus plantas para deshacerse del impedimento que representaba la cerradura. El problema debía ser una pequeña puerta oculta entre la maleza.
Las luces no tardarían en descubrirlos; si sus sentidos no le engañaban, se encontraban en la última curva del camino, y seguían avanzando. Volteó a observar el paisaje: ni un solo árbol, choza o grieta del terreno en que esconderse, sólo campos verdes hasta donde alcanzaba la vista. Y más allá, las montañas, propiedad de Genkai. Su destino.
Pero ya no había tiempo para huir. Sin más dilación entró, cerrando las puertas de madera a sus espaldas. Con un poco de suerte, esos seres no serían buenos rastreadores y no encontrarían la entrada. Con un poco de suerte se limitarían a demoler la vivienda sin investigar los alrededores. Bufó agobiado por el repentino calor y el hedor a moho y polvo que inundaba el refugio. A juzgar por la falta de ventilación, nadie había entrado allí en años. Las paredes estaban excavadas en roca viva, había pequeños respiraderos en el techo, y una recámara repleta de estanterías donde almacenaban cajas de cartón garabateadas con la palabra "frágil" en rojo oscuro. Los ningens debieron construirlo para estar seguros en caso de guerra.
-Paranoicos...-Otro más de sus inútiles caprichos.
-Traficantes...-le corrigió el zorro con un hilo de voz, palpando con detenimiento los surcos e imperfecciones de la piedra hasta encontrar lo que buscaba: bisagras...y un asimiento hundido y tallado con disimulo. El pelirrojo tiró de él, y la puerta en la falsa pared se abrió con estrépito. Inmediatamente, Kurama volteó hacia la entrada, con miedo en sus facciones. Su respiración entrecortada fue el único sonido que se elevó por encima del silencio de la estancia. Hiei clavó sus ojos en la puerta. No, no era el único sonido presente. Había algo más: un constante gorjeo animal, y un arrastrar de algo pesado, cada vez más nítidos y cercanos. Y precisamente venían del exterior, del jardín.
Sin pensar ni un segundo corrió hacia el kitsune petrificado y tiró de él bruscamente hacia el pasadizo, la vía de escape de los contrabandistas. Cerró la puerta y la bloqueó con su propio cuerpo, quedando en completa oscuridad. Aguardó, apretando su oído contra el muro, esperando oír esos extraños ruidos guturales de nuevo, acercándose del otro lado.
Nada. La respiración de Kurama era lo único que vibraba, perforando el ambiente rítmicamente. No disminuía el ritmo, e incluso lo incrementaba a cada minuto, como al borde de un ataque de nervios. Hiei se impacientaba, y empezaba a temer que los descubrieran. El gorjeo no se había repetido...pero ese intenso silencio inquietante, de cristal a punto de romperse en mil pedazos, no contribuía a relajarlo. Ni a él ni al pelirrojo.
Buscó a tientas la cabeza del chico recostado contra el suelo, y cuando sintió el cabello sedoso entre los dedos, se inclinó hacia delante para cubrir sus labios, y así amortiguar su miedo latente. El youko se sorprendió, pero no se quejó, y pareció tranquilizarse un poco. No le gustaba el contacto, ni acercarse tanto a alguien, pero no convenía que los descubrieran.
Volvió a su posición de guardia, sin soltar al pelirrojo. En apariencia todo continuaba igual. Aunque ahora se intuía el repiqueteo del agua en las cañerías, y agua a presión escapando, como un murmullo lejano, incesante. No había reparado en esto antes. O quizá antes no estaba allí. Como tampoco estaba allí aquel olor a tierra mojada con que el aire viciado se renovaba, al extremo opuesto del túnel. Sus sentidos se estaban agudizando. Tanto que ahora podía percibir, sin esforzarse siquiera, la tercera respiración, grotesca y pesada, que acompañaba las suyas en el anonimato, esperando.
De pronto, algo tibio y húmedo se deslizó entre la palma de la mano que tapaba la boca del kitsune. Alarmado, se apresuró a cubrir con ambas manos boca y nariz, reprimiendo el lamento que amenazaba escapar de la garganta contraída. ¡No podían permitirse esa debilidad! Cualquier fallo señalaría con bengalas su posición. Tal vez, en esos momentos, lo único que tuviera sentido en su mente fuera aquella frase que se repetía una y otra vez, buscando una respuesta, no importaba la que fuese: "¿Por qué me haces esto kurama?"
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Jeje...lo dejaremos aki n.nU. Y ahora... ¡reviews! non
Rockergirl-sk: ¡Tienes toda la razón! Años sin escribir nada T-T Y luego se amuerma todo el cuerpo y con él la inspiración u.u Pero de pronto tuve ganas de continuar donde lo había dejado, y además ya tenía la continuación en la cabeza n.n Me alegro de que te gustara el final...intenté recrearme en el pasado de Hiei ñ.ñU Espero que no te canses de esperar actualización u.u Ciertamente soy una vaga sin remedio... ¡Pero esta historia no quedará sin un final! ò.ó
Shunforever: Me encanta martirizar a Hiei n.nU Supongo que voy a molestarlo hasta el final con situaciones comprometidas para él y para Kurama non Espero que te haya gustado el capítulo. Me esforzaré más en el próximo. n.n
Gare: Me encanta que te entusiasme y siento demorarme tanto XD La historia es larga, sip, pero se lee en un pis pas n.n Yo quedé enganchada a esa película (y a Tom n.n), y tras leer el libro decidí escribir este fic. ¡Espero que te guste el capi!
