Franco Milazzo se despertó con un ruido muy conocido para él, el ringtone de su celular.
Lo había dejado en el piso, al costado de la cama, y ahora sonaba sin cesar.
Milazzo tenía un celular bastante viejo, pese a su cómoda posición económica. Esto se debía a su mentalidad conservadora: un teléfono móvil servía para hablar. Punto. Nada más, todo el resto eran agregados innecesarios, que hacían del teléfono un objeto más caro, y más frágil.
Medio dormido todavía, tomó el celular, y miró en la pantalla del teléfono a ver de que número procedía la llamada. Por el código de área era de la zona de Belgrano, pero el número no le era familiar.
Atendió y una voz familiar, esta vez, respondió su nasal "Hola".
Levantesé, Milazzo, se nos va el día. En un rato lo paso a buscar, váyase vistiendo que en unos veinte minutos estoy por ahí. Use la salida trasera de la iglesia, para no molestar a Torchia, está dando la misa –
Bueno. ¿ A dónde vamos ?
A que liquide algunas cosas en Buenos Aires. Después a reclutar al equipo –
Correcto padre, lo espero –
Que dios lo bendiga –
Ante la falta de su guardarropa, Milazzo se puso la ropa que llevaba el día anterior, tomó su celular y salió al pasillo.
Mirando a la derecha pudo ver a Torchia hablando sobre el estrado, bastante lejos de su posición.
Enseguida miró en dirección opuesta y vió una puerta de madera, hacia la que se dirigió.
A diferencia del día anterior, el viento había sido reemplazado por un calor extraño para la época del año en la que se encontraban, si bien la primavera no estaba lejos, todavía estaba el molesto invierno.
Los veranillos le causaban una extraña sensación a Milazzo. Lo ponían automáticamente en estado de alerta. Se sentía raro, como expectante, al acecho de que algo malo sucediese. Era algo extraño, que sentía desde pequeño. Probablemente se debiera al hecho de que – por lo general – un veranillo anticipa una tormeta.
Milazzo caminó a través del jardín lateral de la iglesia observando el cielo, con muy pocas nubes y un sol enorme.
Pasó una pierna por encima del murito de la iglesia y luego la otra. Miró hacia atrás y tuvo la visión de la fachada de la iglesia con las puertas abiertas, dentro, todos escuchaban atentos el sermón del día.
Cuando se disponía a sentarse en el muro, vió el auto de Bonelli bajando por la empinada calle. Se acercó al borde de ésta y le hizo señas al cardenal que freno para levantarlo.
Buenos días Milazzo. ¿ Durmió bien ? ¿ Descansó ? –
Bastante, si –
Me parece bien porque hoy va a tener un día agitado. ¿ Quiere desayunar ? –
No... no, estoy bien –
Bueno, mejor así. Vamos a recoger su auto primero – dijo el cardenal y doblo en una calle cortante.
Las casas comenzaron a agrandarse a medida que avanzaban y a convertirse en edificios, estaban llegando al centro de la ciudad.
Quiero comentarle que como yo le explique algo a usted de los vampiros ayer, otros curas preparados y bien informados del tema, lo están haciendo con el resto de los miembros del equipo. –
¿ Y quienes van a ser estos miembros, padre ? –
Van a ser cinco más. Tres de ellos son de aquí, de Argentina, uno de Uruguay, uno de Chile y finalmente uno residente en Venezuela. Como usted, son todas personas sumamente capaces físicamente y de mentalidad abierta. Solidarios y con afán de ayudar a la gente. Por eso los elegí. Probablemente ya conozca a alguno, de algún torneo de karate. Si bien no todos son luchadores de artes marciales, la mayoría si. Se va a encontrar con ellos esta noche, en la iglesia de Palermo, nuevamente. Luego partirán todos hacia Venezuela, para convencer al último miembro, tarea nada fácil, por cierto. –
Antes de lo pensado, Milazzo se encontró recogiendo su auto del parking. Cuando fue a preguntarle al cardenal que hacer ahora, este le dijo que se subiera en su coche y que el lo seguiría hasta su casa. Allí, arreglarían algunas cosas más.
Luego de unos veinte minutos, estaban ante la residencia de Milazzo: una casa de dos pisos, con techo de tejas, un jardín pequeño y un perro ovejero ladrando como loco en éste.
Milazzo enfiló el auto hacia la entrada y se bajó a abrir el portón para entrarlo. Una vez adentro, le abrió la puerta pequeña al cardenal mientras que con la otra aguantaba al perro del collar para que no se moviera. Este ladraba furiosamente al extraño que lo miraba con expresión tranquila, parecía no provocarle miedo que una fiera de cuatro patas lo triturara.
Zizou , QUIETO ! – gritó Milazzo
Tranquilo, tranquilo, me gustan los animales, suéltelo que no me va a hacer nada –
No padre, no lo conoce, lo va a morder, para eso lo tengo entrenado –
Milazzo, hágame caso – pidió el obispo, con un tono de superación que Milazzo ignoró.
No, no... en serio –
Milazzo arrastró al perro hasta una columna donde lo ató. Cuando tomó la llave para abrir la puerta y dejar pasar al cardenal, descubrió horrorizado como la puerta estaba abierta.
NO !. HIJOS DE PUTA ME ROBARON ! –
Viendo como Milazzo iba a irrumpir en la casa para ver las pertenencias faltantes, el cardenal lo tomo del hombro parando su impulso.
Espere Milazzo, fueron los vampiros. ¿ Tiene sótano ? –
Si... ¿ pero que dice , ¿ porque querría un vampiro robarme algo ? –
Ellos no querían robarle nada: lo querían a usted !. Por eso lo hice pasar la noche en la iglesia, era más seguro. Si bien las cruces no los afectan, les da un temor natural pisar las iglesias, casi todos los curas y monaguillos de la zona saben controlarlos. Ahora, no haga ruido, probablemente haya alguno escondido en el sótano. No sería la primera vez que lo hacen. Se esconden a pasar el día allí para atacar en la noche, si la víctima decide aparecerse. –
El cardenal entró primero y sacó de la gabardina el revólver que usó el día anterior, pero esta vez sacó también un silenciador y se lo ajustó. También tomó una daga de madera muy parecida a la del otro día y se la dio a Milazzo:
Yo bajo primero y lo debilito, usted le entierra la estaca, ¿ entendido ? –
Si... –
Una puerta al lado de la escalera dirigía al sótano, y Bonelli la abrió seguro, sin que Milazzo le dijera nada.
Bajó un escalón muy silenciosamente y tanteó la luz. Arrancada.
Se volteó y le hizo una guiñada a Milazzo asintiendo con la cabeza.
Antes de lo pensado Milazzo se vió a si mismo, con una daga de madera en la mano, detrás de un cardenal armado con un revólver, intentando matar un vampiro. Su propia imagen le arranco una sonrisa que enseguida fue borrada se su rostro al sentir un golpe sordo a sus espaldas.
Cuidado Milazzo ! – gritó Bonelli mientras el implicado volteaba y veía la silueta de una mujer saltando de una pila de cajas tiradas con el pelo recogido y la boca abierta enseñando un par de colmillos espeluznantes.
Si no fuera por los dos disparos del cardenal que hicieron cambiar la trayectoria de la caída del vampiro, Milazzo probablemente hubiera terminado con una mordida en su cuello.
Ahora Milazzo ! Liquídela ! – gritó el cardenal y vió como el luchador de artes marciales se lanzaba hacia delante y le enterraba la estaca en el pecho a la vampiresa, que emitía un chillido ahogado.
Con un rostro de furia en la cara, Milazzo le enterró la daga en el pecho hasta mancharse las manos con la sangre de la criatura.
Finalmente se dejó caer hacia atrás.
Vamos Milazzo, ¡ arriba , tal vez halla más. –
Milazzo se puso de pie y desenterró la estaca. Pronto estaba en su posición defensiva de nuevo.
Tras una exhaustiva revisación del lugar, no hallaron nada más.
Mientras Milazzo hacía el amague de irse, el cardenal lo tomó del hombro.
Hay que asegurarlo –
¿ Como , ¿ Una estaca no basta ? –
Sí, pero hay que asegurarlo, ha habido casos en los que reviven. ¿ Tiene algún hacha ? –
Si, aquí – dijo Milazzo y caminó hacia un rincón del sótano, sacando de debajo de un estante un hacha de dimensiones considerables – tome.
El obispo la tomó, la observó detenidamente y finalmente la alzó sobre su cabeza para luego separarle la cabeza a la mujer que salió disparada para rebotar en la pared y caer a los pies de un intrigado Milazzo.
Hágame el bien y tráigame una bolsa de basura, ¿ sí ? – dijo el padre secándose el sudor de la frente. Notoriamente todo aquello lo cansaba –
Milazzo subió a la cocina y bajó con una bolsa de basura negra que le entregó al obispo, en la cual guardó la cabeza del vampiro.
Subieron los dos y el Bonelli habló nuevamente:
Vaya arriba y empaque todo lo que crea necesario en un bolso, solo uno. Nada de armas, esas ya se las entregaremos nosotros. Dúchese, créame,lo necesita -
Sin articular palabra Milazzo subió y empacó bastante ropa, la mayoría de verano, aunque puso una campera de cuero. También incluyó el libro que estaba leyendo, y otro de repuesto, una novelucha policial. Se duchó y le pareció que se sacaba cincuenta kilos de encima, aquella ducha lo trajo de nuevo a la vida, se sentía exhausto.
Cuando bajó, con ropa más propicia para lo que se le venía encima – una remera polo, vaqueros y championes deportivos -, descubrió al obispo quemando la bolsa de basura en la chimenea.
Dentro de unas horas vendrá alguien de mi confianza a hacerse cargo de su casa. Tenga en cuenta que va a estar en la ruta mucho tiempo. Esta persona se hará cargo de todos los gastos, alimentará a su mascota y se ocupará del mantenimiento. –
¿ Cuanto tiempo voy a estar afuera ? –
Mucho. Varios meses. Dicho sea de paso, Milazzo, tiene que arreglar con alguien para que se haga cargo de la escuela. –
No hay problema, telefoneo a un amigo de confianza que da clases allí –
No le de explicaciones, simplemente dígale que estará afuera, de vacaciones, mucho tiempo, nada más. –
Correcto. –
Por cierto Milazzo, gracias por aceptar –
Milazzo se paró a mitad de camino al teléfono cuando oyó esto y volteó.
Esto me trae una pregunta: Si yo no hubiera aceptado, ¿ que hubiera pasado con el equipo ?
Probablemente alguno de los otros hubiera asumido el liderazgo y hubieran arrancado con uno menos. Créame que cuando alguien se entera de esto, lo primero que quiere es entrar en el negocio. –
Milazzo habló aproximadamente media hora con su amigo dejándole las instrucciones precisas de todo. Le dijo que le depositaría dinero en una cuenta bancaria suficiente para toda su ausencia y le dejaría saber el número de esta esa misma noche. No temía una posible estafa de su amigo, ya que éste era de extrema confianza.
Una vez hecha la llamada se encontró con el obispo en la entrada, esperándolo.
Vámos, es hora de comer algo –
Se dirigieron en el auto del obispo hacia el centro. Apenas partieron Milazzo observó con tristeza su casa, de un día para el otro se enteró que no la vería por varios meses.
En el microcentro, Bonelli estacionó el auto en un espacio libre – bastante difícil de conseguir por cierto – y caminaron un pequeño trecho hasta el bar Malena, nuevamente.
Como verá Milazzo, me encanta este lugar –
El local se encontraba otra vez lleno, pero esta vez de familias pasando un sábado previo a las vacaciones de primavera. Los hombres miraban de reojo la pantalla gigante en la que se emitía el partido de primera hora.
A Milazzo nunca le había gustado el fútbol, como el mismo afirmaba, "no era divertido ver 22 millonarios pateando una pelota".
Ocuparon una mesa contra la ventana, lejos de la pantalla gigante y enseguida vino un mozo conocido del obispo que les tomó la orden.
Durante el almuerzo no hablaron de nada relacionado con los vampiros, solamente de temas intrascendentes: el clima, la gente, el ambiente, política, libros.
Milazzo descubrió que el obispo era sumamente culto también.
El resto de la tarde la pasaron haciendo trámites: le sacaron a Milazzo varias visas, compraron los pasajes a Venezuela, etc.
Entre vuelta y vuelta,el luchador de artes marciales se hizo un rato para hacerle el el depósito a su amigo y lo llamó para darle el número de cuenta.
Aproximadamente a las seis de la tarde (en esa época del año era ya noche), rumbearon de nuevo hacia Palermo, la hora del encuentro estaba llegando.
Llegaron a la iglesia, y se encontraron con el padre Torchia, hablando con otro cura y un hombre moreno, con barba desprolija, el pelo corto, una musculosa blanca y pantalones camuflados, y una gran masa muscular.
Buenas noches !. – dijo el obispo luego de persignarse – Veo que no todos llegamos al mismo tiempo. –
Buenas noches Francisco, un gusto como siempre... – dijo el otro cura presente y le besó la mano.
En la tonada de este se notaba un acento extraño, que Milazzo, pudo reconocer prestando atención como chilenp.
Milazzo... – dijo el obispo volteándose para atraerlo hacia el círculo que ahora se formaba – Le presento al padre Chagán, cura en la ciudad de Curicó, Chile. Como verá, el señor que allí se encuentra, es otro miembro del equipo. Su nombre es Marcos Risueña.
Milazzo le dio la mano al padre y también a Carlos Risueña, que se limitó a mirar con cara hosca al recién llegado.
Risueña, Milazzo, no es uno de los luchadores. Como te darás cuenta a la brevedad, el fue formado en la calle, con las reglas más salvajes de la sociedad –
El implicado se puso en pie y habló con una voz ronca y fuerte:
Lo que quiere decir el obispo, es que fui de prisión en prisión, de puente en puente, de ciudad en ciudad. Les advertí de mi pasado como múltiple pecador... y parece que no les importó –
Todos asintieron a la acotación del moreno.
Se sentaron y entre incómodos silencios y aluviones de charla, vieron la puerta abrirse, y la silueta de cuatro hombres en la puerta.
Uno (el cura, obviamente), era gordo, calvo y llevaba una sotana marrón.
El que se situaba a su derecha, era un viejo conocido de Milazzo: Salvador Santalla, excelente luchador de artes marciales, por más que su físico (de contextura delgada), con poco vello y poco pelo, no lo pareciera.
A la derecha de este, a su vez, se encontraba un rubio de ojos azules, perfectamente confundible con un escandinavo, muy bien vestido y con un pecho cuadrado que denotaba horas y horas de gimnasio. Este último se rascaba el dorso de la muñeca mientras miraba hacia arriba, parecía indiferente a la situación.
El último, pero no menos importante (al contrario), era el mismísimo Javier Artagabeitia, campeón nacional de karate una vez, y campeón americano en dos ocasiones. Gran amigo de Milazzo, y otro excelente peleador.
Artagabeitia, era de tez morena clara, ojos marrones y llevaba un pelo enrulado, atado en una coleta que le llegaba por debajo de los pulmones.
Con las siluetas recortadas en la noche, parados en el umbral de la iglesia sin animarse a pasar o articular palabra, la situación se torno digna de un celuloide.
Eran cazadores de vampiros, que iban a viajar a Venezuela a reclutar a un hombre desconocido para ellos.
Luego de las presentaciones y saludos de rigor (en la que se descubrió que el hombre rubio de ojos azules se llamaba Armando Salziega), vieron como entraba el último integrante del equipo.
Al lado de un cura, vestido con ropa de hacer deporte y con expresión de pocos amigos en la cara, el uruguayo – si las cuentan no le fallaban a Milazzo – se encontraba ya dentro de la iglesia junto a su tutor.
El hombre superaba en varios centímetros al cura a su lado, pero éste lo superaba en varios años (casi el doble, se podía decir sin exagerar).
El grandulón se presento como Walter Aabatecola, jugador de rugby profesional (y por el físico no cabía ninguna duda de que esto era totalmente cierto).
El equipo estaba listo: 6 cazavampiros listos para recorrer las profundidades de un continente entero en busca de las criaturas de la noche.
