EL
DESTINO DE
SHIKON
CAPITULO II
LA PERLA DE SHIKON
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- ¡Ya verás! – Le gritó con furia. En ese momento, el chico pareció clavar sus garras en la herida que le habían hecho, llenándolas de su propia sangre. – ¡Garras de Fuego!
El chico abalanzó con fuerza su mano hacía el frente. De las gotas de su sangre, parecieron surgir un gran número de cuchillas de color rojo, que volaron por el aire directo a la criatura. Las cuchillas lo golpearon de frente, haciéndole varias cortadas consecutivas.
Una vez que se lo había quitado de encima, el chico se elevó de nuevo hacía el cielo, aún teniendo todas las gotas de lluvia sobre si mismo. Igual que como lo hizo con el primero, jaló sus dos garras hacía atrás y luego hacía abajo. Sus manos se cubrieron de un resplandor dorado.
- ¡Garras de Acero!
Con cada garra acabo con uno de los demonios, cortándolos con su técnica para antes de que tocara el suelo. El chico se quedó semiarrodillado en la hierba, aún después de terminar la pelea. La lluvia parecía comenzar a lavar su herida. De pronto, acercó su mano derecha de nuevo hacía su brazo con un gesto de dolor. Luego, a duras penas trató de ponerse de pie.
- "¡Demonios!" – Pensaba el chico. – "¡Esto fue provocado por esas basuras! No puedo seguir así. Necesito hacerme más fuerte… ¡fuerte!… necesito… más poder…"
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La lluvia ya había cesado de caer, pero las nubes aún permanecían en el cielo, como si sólo hubieran tomado un pequeño receso. Las sacerdotisas seguían su camino hacía la aldea de Kykio, esperando llegar antes de que anocheciera. Kaede, que iba al frente, notaba algo de seriedad en las dos jóvenes desde que habían reanudado la marcha.
- Parece que va a volver a llover. – Comentó la niña mientras volteaba hacía el cielo y veía las nubes.
Ambas jóvenes seguían caminando en silencio, sin decirse nada. De pronto, Tsubaki voltea a ver a Kykio de reojo.
- Kykio. – Dijo la joven sin dejar de caminar. – Veo que en tu caso has tomado muy enserio tu destino. – Al escuchar ese comentario, Kykio no pudo evitar voltear a ver a su acompañante. Al mismo tiempo, Kaede las escuchaba. – Para una sacerdotisa es necesario renunciar a su corazón humano. Se dice que de esa manera podrá tener completo orden de su Poder Espiritual. Es por eso que una sacerdotisa no debe de dejarse manipular por cosas como… "El Amor".
- ¿Amor has dicho? – Preguntó extrañada la joven de blanco.
- ¿Nunca has pensado en enamorarte Kykio? – Le preguntó Tsubaki con algo de broma en su palabra. Kykio se quedó muy seria y luego volvió la vista al frente de nuevo. Tsubaki entendió el mensaje. – Ya veo. En ese caso tienes pensado renunciar por completo a dicho sentimiento¿no es así? Si lo haces puede que recibas a cambio un gran poder. Pero también es muy peligroso, porque si subes demasiado en esa dirección, la caída pode ser dolorosa. En otras palabras, si en alguna ocasión llegas a enamorarte de una persona, lo más seguro es que mueras…
Kykio se detuvo de golpe, provocando que las otras dos también lo hicieran. Con su habitual expresión de frialdad, volteó a verla una vez más.
- ¿Es un tipo de amenaza? – Le preguntó con seriedad.
- Por supuesto que no Kykio. – Le contestó Tsubaki riéndose. – Sólo te estoy advirtiendo los peligros del camino que estás tomando. – Tsubaki tomó un mechón de su propio cabello oscuro y comenzó a jugar con él usando sus dedos. – Por eso prefiero quedarme con mis emociones el tiempo que me sea posible.
Kykio se le quedó viendo fijamente. Tsubaki por su parte, la miraba con despreocupación. Después de unos segundos, una escasa sonrisa surge en los labios de la sacerdotisa de blanco, la cual logró sorprender a la otra.
- Por mí no hay problema. – Le contestó mientras comenzaba a caminar de nuevo. – Yo nunca tengo pensado enamorarme de una persona.
La sacerdotisa comenzó a adelantarse y su pequeña hermana la siguió. Tsubaki permaneció unos momentos de pie, observando como ambas caminaban. En su rostro también se dibujo una ligera sonrisa.
- Sí, eso pensé. – Se dijo así misma y comenzó a caminar para alcanzarlas.
Las montañas que rodean el fuerte secreto de los Exterminadores de Monstruos se encontraban muy calladas y tranquilas. El líder de los Exterminadores no se encontraba en la aldea, pero aún así las personas de ese sitio continuaban con su habitual rutina diaria.
Algo cerca de la aldea, la figura sigilosa de una persona se movía por entre los arbustos, como intentando no ser visto por nadie. Quien quiera que sea llegó hasta un punto específico y luego se quedó quieto, mirando al frente. Sus ojos estaban puestos en una cueva que estaba un poco delante de él. Frente a ella, se encontraban dos hombres armados con lanzas; parecían estar vigilándola. El hombre oculto miraba la cueva con una gran impresión en sus ojos.
- "¡Esa es, esa debe de ser la cueva." – Pensaba el hombre sin quitar la mirada. Parecía que había buscado ese sitio desde hace ya mucho tiempo. La ilusión de sus ojos pareció desaparecer al ver a los dos hombres. – "¿Ellos serán los exterminadores?; ¡Demonios, tienen vigilada la cueva. Me será imposible que entre."
- ¿El Jefe Shako aún no ha regresado? – Le preguntó uno de los guardias al otro. La persona oculta en los arbustos estaba en posición para oír claramente lo que hablaban.
- No. – Le contestó el otro. – Hace ya algunos días que salió en busca de esa Sacerdotisa que purifique la Perla de Shikon.
- "¿La Perla de Shikon!" – Pensó sorprendido el hombre oculto al oír ese nombre.
- Fue con un Monje Maestro de la Región Sureste. Creo que era cerca de la Provincia de Musashi, así que puede que no regresé pronto.
En ese momento, ambos oyeron como algo se movía cerca de ellos. Sin embargo, cuando voltearon en dirección a donde venía el ruido, sólo vieron el bosque totalmente tranquilo. Al mismo tiempo, un hombre se movía por entre todo el follaje, alejándose del sitio. Era un hombre joven, de cabello castaño oscuro y mediano, vestido con una armadura de color verde y una espada en su costado. En su rostro había una larga sonrisa gracias a su último descubrimiento.
- "Así que los Tajiya tenían la Perla de Shikon" – Pensaba el hombre mientras se alejaba. – "¿Con qué la Provincia de Musashi, pues entonces tendré que ir hacía haya…"
El sol ya casi se ocultaba tras las montañas cuando Kykio y sus acompañantes llegaron a la aldea de la sacerdotisa y de su pequeña hermana. El cielo estaba de nuevo cubierto por nubes mientras brillaba de anaranjado, por lo que parecía que llovería dentro de poco.
Al llegar a su destino, Tsubaki se sorprendió al ver a todos los aldeanos alineados frente a ellas. Parecía que estaban esperando su regreso con ansias. En el rostro de los hombres, mujeres y niños se veía felicidad al ver de regreso a su querida sacerdotisa Kykio.
- ¡Bienvenida señorita Kykio! – Le dijeron todos los aldeanos acercándose a ella.
En un abrir y cerrar de ojos, la sacerdotisa de blanco fue rodeada por todas las personas que la esperaban. Tsubaki se quedó algo alejada, y sorprendida ante tal muestra de afecto. Ya tenía conocimiento de que Kykio no sólo era respetada por la gente de la región, sino también querida. Por unos segundos Tsubaki no dijo o hizo algo; simplemente miraba a Kykio y a la gente que frente de ella. De pronto, la sacerdotisa de azul sintió la mirada de la pequeña Kaede sobre ella.
- ¿Le sucede algo señorita Tsubaki? – Le pregunto la niña con cierta preocupación.
- No es nada, no te preocupes. – Le contestó ella, adornando de nuevo su rostro con la sonrisa.
Kykio y Tsubaki pasaron al interior de su choza. Ambas se encontraban solas, y alumbradas únicamente por el fuego. La Sacerdotisa de blanco se encontraba calentando algo en la hoguera. Como habían predicho, la lluvia se había soltado de nuevo. Tsubaki estaba sentando en el suelo a lado de la puerta, casi sintiendo las gotas que caían. Kykio estaba sentada frente a ella, pero entre ambas estaba la hoya negra.
- La gente de tu aldea te aprecia mucho Kykio. – Comentó Tsubaki, viendo a la otra a través del vapor blanco que surgía de la hoguera.
- Eso creo. – Contestó ella sin ponerle mucha importancia. La sacerdotisa de blanco se encontraba revisando sus flechas con cuidado mientras esperaba a que su comida se calentara.
- Lo dices como mucho desgano. – Comentó Tsubaki. – A mí me gustaría ser tan popular como tú.
- Creía que en el Templo eras muy respetada. – Kykio seguía ocupada en sus cosas y no le ponía mucha importancia a los comentarios de su compañera. Tsubaki lo notó, pero no le molestaba. Ya estaba acostumbrada a ese tipo de reacciones por parte de ella.
- Sí, eso creo… - La sacerdotisa de cabello negro se limitó a contestar de la misma manera en que ella lo hizo.
¿Hace cuanto que las dos se conocían? Algunos años de seguro, pero no tantos. Además las veces que sus caminos se cruzaban eran pocas. Tsubaki era la aprendiz de uno de los Maestros más grandes del Shintoismo en la región, y todos la consideraban como su sucesora. Kykio en muchas ocasiones acudía a llamados o misiones que le encomendaba el maestro, y de hecho así fue como se conocieron. Era muy arriesgado decir que eran "amigas", ya que el trato entre ellas era realmente singular.
Por unos momentos Tsubaki desvió la mirada a un lado y se concentró en oír la lluvia caer. Se sintió relajada y tranquila, casi arrullada por el silencio.
De pronto, escucha como unos pasos se acercan a la choza. La cortina que se encuentra en el umbral es hecha ligeramente a un lado, y desde el exterior surge el rostro de la pequeña Kaede. Su presencia llama de inmediato la atención de ambas mujeres.
- Hermana, afuera hay unos hombres que te buscan. – Dijo la niña de anaranjado desde la puerta.
- ¿Unos hombres? – Se dijo así misma Kykio algo extrañada.
La noticia de la pequeña Kaede también llamó a la sorpresa de Tsubaki. La sacerdotisa de azul se levantó antes que su compañera, y aprovechó para dar un vistazo rápido hacía el exterior. Sus ojos se abrieron por completo al ver a las personas que aguardaban afuera bajo la lluvia. Eran un grupo de ocho hombres, todos vestidos con atuendos oscuros y portando consigo algunas armas de extraña apariencia. Con esa vestimenta cualquiera los confundiría con los Ninjas, pero no, no eran Ninjas. Tsubaki ya los había visto, era el mismo grupo de hombres que había visto en el Templo aquel día.
Kykio dejó lo que estaba haciendo y se puso de pie. Kaede y Tsubaki se hicieron a un lado para que la sacerdotisa pasara. Sin importarle la lluvia, Kykio salió para hablar con quienes la aguardaban. En cuanto se hizo presente, todos los hombres se inclinaron a excepción de uno, el que se encontraba hasta el frente del grupo. Él era el líder, un hombre vestido de negro como el resto. La única arma que portaba era una espada corta en su costado, mientras que en sus manos traía una manta oscura que rodeaba algo.
En cuanto los pudo ver, la memoria de Kykio comenzó a trabajar. Recordó de inmediato lo que Tsubaki le había contado esa tarde. De seguro eran los hombres que habían ido a ver al maestro. Al verlos no tuvo dudas, se trataba de los Tajiya, de aquellos exterminadores de los que tanto había oído hablar. Sin reflejar el más mínimo temor, la sacerdotisa de blanco caminó hacía ellos. Tsubaki y Kaede observaban todo desde la puerta.
- ¿Es usted la Sacerdotisa Kykio? – Preguntó el hombre al frente del grupo en cuanto pudo.
- Así es. – Afirmó la joven con firmeza.
- Yo soy Shako, el líder de los Tajiya. El Gran Maestro nos aconsejó que viniéramos a verla a usted.
- ¿Con qué propósito?
El hombre no respondió con palabras, pero en cuanto escuchó la pregunta, dio un paso al frente para mostrarle a la joven de blanco lo que traía consigo. Con mucho cuidado descubrió lo que guardaba en esa manta oscura. Antes de poder verlo, Kykio sintió incluso como una onda de aire denso le golpeaba la cara. Era una gran cantidad de energías negativas. Una vez que estuvo al descubierto, posó sus ojos sobre el objeto y de inmediato pareció sorprenderse. Era un objeto redondo y pequeño, como una perla, completamente oscura y radiando una extraña luz. Al verla de frente, la mente de Kykio comenzó a pensar en muchas cosas. Intentó en menos de un segundo el relacionar el objeto redondo y las energías negativas que sentía con algo que ya hubiera visto o escuchado antes, y tuvo éxito.
Mientras esto ocurría, las otras dos aguardaban desde su posición. Kaede se encontraba algo confundida, ya que no tenía idea de que era lo estaba pasando. Sin embargo, la pequeña estaba tan concentrada en su hermana que no se dio cuenta que el semblante de la mujer a su lado se encontraba más blanco que de costumbre. Tsubaki también sintió esas energías, incluso desde su lugar. No lograba ver de qué objeto se trataba, pero no podía creer lo que sentía. ¿Qué clase de objeto traían consigo esos hombres?
Pasaron un par de minutos. De pronto notaron como el hombre le entregaba a Kykio el objeto que traía consigo. Una vez que ella la tuvo en sus manos, el hombre dio algunos pasos hacía atrás y luego se inclinó hacía ella en señal de agradecimiento. El líder se dio la media vuelta y el resto se puso de pie. De un momento a otro, los misteriosos visitantes se habían retirado. Kykio los miró desde su posición algo confundida. En sus manos seguía sosteniendo esa esfera. No pasó mucho antes de que Kaede corriera hacía ella con curiosidad, estuviera lloviendo o no. Kykio la sintió a su lado, pero no la volteó a ver de inmediato.
- ¡Hermana! – Dijo la niña en cuanto estuvo con ella. Kaede miró la perla con extrañes. – ¿Qué es eso?
- Kaede… - Mencionó la joven con seriedad antes de voltear a verla. – Ésta es la Perla de Shikon…
- ¿La Perla de Shikon? – Exclamó sorprenda Kaede, pero no era la única que se había sorprendido por ello. Desde su lugar, Tsubaki también fue capaz de oírla.
- "¿La Perla de Shikon!" – Pensó para si misma la sacerdotisa de cabello negro…
Las tres regresaron al interior de la choza. La lluvia seguía, pero no parecía que fuera a durar por mucho tiempo. La llegada de esos hombres y del objeto que guardaban fue totalmente sorpresiva para todos. Tsubaki y Kykio se sentaron una frente a la otra, teniendo esta última la perla en sus manos. Kaede permanecía a lado de su hermana, admirando la perla que ella traía consigo. Sentía cierta curiosidad, pero al mismo tiempo algo de miedo al verla.
- Los Exterminadores encontraron la Perla en el interior de una criatura hace algunos días. – Contaba Kykio, basada en lo que le habían dicho los Tajiya. Movía la perla hacía el frente para que Tsubaki la pudiera apreciar. – Como puedes ver se encuentra totalmente contaminada por energía maligna. Se ve que estuvo pasando de una criatura a otra y por eso se encuentra realmente contaminada. Los Tajiya fueron con el Maestro para peguntarle sobre una forma de cómo purificarla. Parece que el Maestro considero buena idea que me la dieran a mí.
- ¿El Maestro… fue quién eligió que te la entregarán? – Preguntó confundida la Sacerdotisa de azul.
La Perla de Shikon, ya había oído hablar de ella, una joya creada del alma de una antigua sacerdotisa, y que guardaba en su interior un gran poder, el cual le era entregado al demonio o humano que lo tuviera. Era buscada en el mundo por muchos, y no podía creer que la estuviera viendo en ese momento.
- ¿Y qué es lo que tienes que hacer hermana? – Preguntó Kaede.
- Es una orden directa del Maestro, por lo que de ahora en adelante esta Perla será mi mayor misión. Tengo que encargarme de protegerla y de que sus energías se mantengan en equilibrio. Al mismo tiempo debo evitar que caiga en las manos equivocadas. En otras palabras me convertiré en su guardiana.
Kaede admiró ahora maravillada la joya en las manos de su hermana, y cómo está la miraba con mucha cautela. Notaba algo singular en la reacción de Kykio tras tener ese objeto tan singular en sus manos. Por otra parte, por la cabeza de Tsubaki pasaban otro tipo de cosas. La Perla de Shikon, esa joya de la que tanta había oído. Recordaba haber leído de ella en algunos de los libros del templo. Su Maestro incluso le había hablado algo de ella. La Perla de Shikon, era extraño que ahora la estuviera viendo. Sin embargo, Tsubaki estaba algo perturbada por otros asuntos.
¿Por qué Kykio era la que tenía la Perla? No podía negar que tenía unos grandes poderes¿pero acaso eran mayor a los de ella? Lo peor era que al parecer su propio maestro había sido quién la había elegido. Su maestro, el hombre que más conoce sus habilidades. Ella había sido su mano derecha durante años, su aprendiz leal¿Por qué no le había dado la perla a ella¿Por qué?... Tsubaki no podía evitar preguntárselo una y otra vez.
- Bueno, creo que es hora de que me vaya. – Dijo Tsubaki después de un rato, mientras se ponía de pie. Ya no se sentía para nada cómoda en ese lugar.
- ¿Qué? – Preguntó Kykio al oírla. – Tsubaki, está lloviendo, y además es de noche.
Mientras Kykio le decía eso, la joven de cabello oscuro caminó hacía donde había colocado su lanza. Era cierto, aún llovía y estaba oscuro, pero no podía evitar sentir un gran deseo de salir corriendo de ese lugar.
- No importa, dentro de poco se disipará. – Le contestó la sacerdotisa de azul, volteando a verla con una sonrisa.
Sin esperar una respuesta, tomó su lanza y caminó hacía la puerta. Kykio se puso rápidamente de pie, teniendo la perla aún en sus manos. Kaede por su parte se veía algo confundida ante la reacción de Tsubaki. La sacerdotisa de la lanza salió hacía la lluvia, alejándose con pasos lentos.
- ¿Porqué no te quedas hasta mañana? – Escuchó que le pregunta Kykio desde la puerta. Tsubaki se detuvo bajó la nubes oscuras.
- No quiero ser una molestia. – Le contestó, volviendo a verla con el mismo tiempo de sonrisa. – Deberás, estoy bien.
Kykio sabía que algo estaba mal. Algo había perturbado a Tsubaki y no sabía lo que era. ¿La habrá asustado la perla, no era posible, Tsubaki era una buena sacerdotisa y no se dejaría impresionar por los poderes de esa joya. Posiblemente la presencia de los Exterminadores de Monstruos la había inquietado de alguna manera.
- Kykio, hay algo que tengo que decirte antes de irme. – Oyó que Tsubaki pronunciaba con un tono serio, llamando su atención. La sacerdotisa se giró hacía ella, mirándola fijamente. – La Perla de Shikon es una joya muy cotizada. Si aceptas la responsabilidad de ser su protectora, lo más seguro es que te tengas que enfrentar a gran número de demonios e incluso humanos que deseen poseerla.
- Estoy preparada para eso Tsubaki. – Le contestó Kykio con seguridad.
- Eso lo sé Kykio. Pero además, si quieres tener el poder de purificarla, tendrás que tener tu mente totalmente libre de dudas. Como ya te dije, si tu corazón llega a ser confundido por alguna emoción… - La expresión en los ojos de Tsubaki cambió drásticamente. – No tendrás el poder de purificarla y puede que mueras…
En ese momento, justo en los mismos instantes en los que Tsubaki pronunciaba esas últimas palabras, Kykio notó como un destello rojizo se reflejaba en los ojos de su amiga. Pudo sentir como algo denso le golpeaba el cuerpo, y luego un ligero escalofrío le recorrió la espalda. Su rostro no reflejó nada de eso, al contrario, se quedó tan serio como siempre.
- Ya te dije que eso no me interesa. – Le contestó Kykio, como si nada hubiera pasado. Tsubaki volvió a sonreír.
- Muy bien… Fue un placer verte de nuevo Kykio…
Después de su despedida, Tsubaki se inclinó al frente como señal de respeto y se giró hacía el frente. Con pasos profundos, se internó en las sombras de la noche y en la lluvia que estaba por terminar. Kykio permaneció bajó el escaso techo que se encontraba frente a la puerta de su choza, donde se protegía del agua. Se quedó unos momentos mirando en la dirección en la que su compañera se alejaba. Kykio pensaba en lo que acababa de pasar. No sólo algo había perturbado a Tsubaki hasta el punto de obligarla a irse en la noche y bajo la lluvia, sino que de un momento a otro había ocurrido algo extraño.
- "¿Eso que sentí…?" – Se preguntaba así misma algo confundida. – "¿Tsubaki me echó una maldición acaso? No sabía que practicara ese tipo de cosas¿por qué lo habrá hecho?"
Las maldiciones no eran una práctica que usaran las sacerdotisas como ellas. Ese tipo de maleficios eran usados por gente del lado oculto de su profesión, gente que utilizaba sus poderes por motivos egoístas. Normalmente eran sacerdotisas oscuras pagadas para hacer un maleficio o una maldición a alguien importante. No tenía idea de que Tsubaki practicara ese tipo de cosas. No entendía porque lo había hecho, pero igual no le causaba mucha preocupación.
- Da igual. – Se dijo así misma la girarse de nuevo hacía su choza. – De todas maneras tengo pensado seguir firme en lo que he dicho…
(Días Después)
El horizonte teñía de anaranjado, mientras poco a poco se acercaba el momento del ocaso. Su figura sigilosa se movía lo más rápido que podía por el campo, con algo de desesperación en sus movimientos. Tenía que moverse lo más rápido que podía antes de que oscureciera, ya que esa noche iba a ser diferente a las otras. Era en ese tipo de noches en las que se encontraba más vulnerable…
- "¡Rayos!" – Pensaba el chico de rojo mientras corría. – "Tengo que buscar donde refugiarme esta noche…"
El chico corría en dirección al bosque, para lograr internarse entre los árboles del mismo. De pronto, mientras corría, su nariz percibió un extraño aroma que lo llamo demasiado la atención. En ese momento, a lo lejos, ve como por encima de la copa de los árboles se levanta un fuerte resplandor entre rosado y blanco, seguido de un fuerte estruendo. El chico se detuvo del golpe al mirar tal escena.
- ¿Qué eso! – Se dijo así mismo al tiempo que detenía su paso. El olor que había percibido se había vuelto más fuerte. – ¿Qué este horrible aroma a Sangre?
No muy lejos de ahí, los cuerpos sin vida de los demonios caían al suelo. Su alrededor se sumió de nuevo en el silencio, mientras intentaba volver a tomar un poco de aire. Rodeada por lo cuerpos de sus ultimas exterminaciones, se encontraba la sacerdotisa de nombre "Kykio", empuñando en su mano derecha su largo arco. Sus ropas y rostro se encontraban manchadas tras el combate, y su respiración era algo agitada. No había sido un combate fácil, ya que los oponentes habían sido varios.
Así habían sido varios de sus días desde ya algún tiempo, desde el momento en que decidió tomar el deber de proteger la Perla de Shikon. Desde entonces, Kykio ya se había enfrentado a un gran número de demonios que han ido a este ese lugar tras la cotizada joya. Fuera como fuera, cumplía su deber con gran firmeza, por más cansado o agotador que éste fuera.
Mientras permanecía de pie e inmóvil en ese lugar, el sol poco a poco se ocultaba, y con cada segundo la noche se acercaba. El ser de traje rojo y cabello blanco no había podido evitar ser llamado por ese extraño resplandor o por ese aroma a sangre. El extraño aguardaba sentado en las ramas de uno de los árboles, oculto tras su tronco mientras observaba a la agotada sacerdotisa. Estaba tan concentrada en la extraña que no se daba cuenta de que el sol ya casi se ocultaba por completo.
- "¿Una humana?" – Se preguntó al verla. Nunca había conocido a un ser humano que despidiera tanto poder espiritual de su cuerpo.
De pronto, nota como la mujer lentamente se gira, volteando por encima de su hombre derecho hacía su dirección. Al notar que había sido descubierto, intentó ocultarse. Aún así, logró ver por unos instantes el rostro de esa sacerdotisa. Su piel era blanca y pura, con una expresión dura. Le pareció un rostro muy singular.
Sin embargo, no pudo meditar mucho tiempo en lo que había visto, ya que lo que hace unos minutos era su mayor miedo ahora se hacía realidad. Todo se oscureció de golpe; ni siquiera la luna se encontraba visible para poder alumbrar. El extraño comenzó a sentir como su cuerpo cambiaba.
- "¡Ahora no!" – Pensaba exaltado el chico al ver como las garras de sus manos desaparecían.
Sus manos poco a poco cambiaron hasta tomar la forma de una mano normal. SU cabello blanco cambió de color a un negro oscuro, y sus orejas de perro desaparecieron de su cabeza. De un momento a otro, la apariencia del chico había cambiado a la de un humano común, y no era sólo su apariencia. Eran en las noches de luna nueva en las que perdía todos sus poderes para transformarse en un humano cualquiera. Ese era el precio que tenía que pagar por ser un Hanyou, un ser mitad demonio y mitad humano.
- ¿Qué tanto tienes pensado esconderte ahí? – Escuchó que la voz de la sacerdotisa le hablaba desde su posición. Oír su voz lo exaltó por unos momentos. Se mantenía aún oculto, ya que no quería que lo viera de esa forma.
La mujer tenía sus ojos fríos puestos en el árbol en el que se encontraba. Su rostro y ropas seguían con las marcas de su combate, pero aún lograba pararse con firmeza sin problema. El resplandor de un relámpago se hizo presente. Había estado nublado desde hace algún tiempo, y lo más seguro es que comenzaría a llover en un momento. Por unos cuantos segundos todo se mantuvo en silencio. El ser de rojo seguía oculto en su lugar, y la sacerdotisa miraba en su dirección sin mutarse.
- ¿Tú también vienes en busca de la Perla de Shikon? – Le preguntó Kykio sin rodeos. El chico de rojo pareció no entender la pregunta.
- ¿La Perla de Shikon? – Preguntó confundido desde su rama. – ¿Qué es eso?
El chico no comprendía el porque le había preguntado eso. ¿Qué era esa "Perla de Shikon¿acaso todos esos monstruos a sus pies habían muerto por ir tras ella? Kykio se quedó en silencio al oír su respuesta. De pronto comienza a llover, tal y como se esperaba. La lluvia no los perturba en lo más mínimo. Kykio no siente que le esté mintiendo.
- Si no la conoces, está bien para mí. – Agregó la joven de blanco. – Aún así, si no buscas morir, te sugiero que no te me acerques.
Este último comentario estuvo acompañado de un cierto nivel de "arrogancia", mismo que al chico en el árbol no le agradó del todo.
- "¿Qué se cree?" – Pensó tras oírla.
Kykio se dio la media vuelta con la intención de retirarse. Sin embargo, luego de dar un par de pasos, el cansancio y las heridas del combate parecieron repercutir en su cuerpo. Sin poder evitarlo, sus pies cedieron y cayó al suelo mojado debajo de ella. Después de un segundo pareció cerrar los ojos y quedar inconsciente al parecer. El ser que aguardaba en el mismo lugar lo notó de inmediato. Por simple reflejo saltó de la rama en la que se encontraba para que sus pies tocaran de nuevo el suelo. Su situación actual se hizo evidente para él cuando al saltar no pudo hacerlo con la misma agilidad de siempre, además que sus pies parecieron repercutir algo el golpe.
Pese a todo, corrió hacía donde se encontraba la extraña, poniéndose en cuclillas a su lado. Ya de cerca pudo notar con claridad las ropas que traía puestas. Era evidente que se trataba de una sacerdotisa, lo más seguro es que Sintoísta.
- ¿Una Sacerdotisa? – Se preguntó así mismo tras notarlo.
Ya había visto a algunos sacerdotes y sacerdotisas en su vida, pero nunca a alguna que fuera capaz de acabar con tantos enemigo usando solamente un arco. Esos grandes poderes que había percibido, tampoco eran normales. Esa mujer no era una sacerdotisa común, y eso era más que evidente. Además, miró de cerca su rostro dormido. Su piel era aún más blanca de lo que había percibido la primera vez. Su cabello era oscuro y sujeto con una cola. El agua que caía lavaba las manchas en su rostro, casi como purificándola. El chico se quedó algo asombrado al notarla. Para ser una sacerdotisa que se dedicaba a exterminar monstruos, parecía tener un rostro muy delicado. ¿Quién era en realidad esta mujer?
- ¡Señorita Kykio¡Señorita Kykio! – Escuchó de pronto que unas voces gritaban a lo lejos. Parecían ser varios hombres. Se giró rápidamente hacía los lados y pudo notar como varias flamas se movían por entre los árboles. De seguro venían a buscarla a ella. Rápidamente emprendió el camino, alejándose de ese lugar.
Los aldeanos se encontraban buscando a Kykio, alumbrando su camino con unas cuantas antorchas, protegiendo que el fuego no se apagara por la lluvia. Entre ellos se encontraba Kaede, que igual que el resto gritaba al aire, esperando recibir una respuesta por parte de su hermana. De pronto, tras mirar en todas direcciones, la pequeña logra distinguir una silueta blanca y roja entre los árboles de un lado.
- ¡Hermana! – Gritó al distinguirla. Rápidamente corrió hacía donde la joven yacía en el suelo. Kykio pareció reaccionar al escuchar los gritos de su hermana cerca de ella. – ¡Hermana¿Estás bien?
Kaede se colocó alado de Kykio, ayudándola a levantarse. Una vez despierta, permaneció sentada en el suelo por unos momentos.
- Sí, no te preocupes Kaede. – Le contestó la sacerdotisa una vez que estuvo levantada.
Miró por unos momento hacía atrás, hacía el árbol en el que se encontraba aquel ser. Ya no había nadie en el lugar. Volteó hacía el frente, y casi pudo ver los pasos en el suelo, antes de la lluvia los borrara. Sonrió un poco mientras miraba en la dirección en la que de seguro se había ido. ¿Qué clase de criatura habrá sido?
No muy lejos de ahí, sentado ahora en la rama de otro árbol, el mismo chico de traje rojo se encontraba aguardando a que la lluvia se disipara. Su cabello seguía negro, y sus manos seguían normales. Su apariencia seguiría así hasta el sol volviera a salir. Sin embargo, por primera vez en una noche de luna nueva, el chico pensaba en algo diferente a su estado. Seguía pensando en lo que había pasado, en esa sacerdotisa, en su poder, y también en eso que había mencionado…
- ¿Tú también vienes en busca de la Perla de Shikon? – Le preguntó Kykio sin rodeos. El chico de rojo pareció no entender la pregunta.
- ¿La Perla de Shikon? – Preguntó confundido desde su rama. – ¿Qué es eso?
- Si no la conoces, está bien para mí. – Agregó la joven de blanco. – Aún así, si no buscas morir, te sugiero que no te me acerques…
- ¿Con qué la Perla de Shikon? – Se preguntó así mismo mientras recordaba. De pronto, una sonrisa confiada adorno su rostro, así como una mirada astuta. – Suena interesante...
FIN DEL CAPITULO II
