Capítulo 3. Comienza el viaje.

Valentina Tallabuena se sentía confusa, extraña, totalmente desorientada; no recordaba absolutamente nada de nada, ni siquiera estaba segura de quién era o dónde se encontraba. Pero de lo que sí estaba muy segura era del terrible dolor de cabeza que, como un martillo tronador en brazo de un poderoso herrero enano, golpeaba su maltratado cerebro, provocándole, incluso, nauseas cada vez que el martillo imaginario golpeaba y golpeaba.

Intentó abrir los ojos, pero todo parecía imposible, cualquier esfuerzo físico hacia que el persistente herrero enano golpeara con más fuerza.

Se sentía débil y conforme salía de la tranquila y casi cálida inconsciencia en la que se veía envuelta, todo su maltrecho cuerpo hobbit la inundaba con dolores, desde los pies hasta la cabeza. Realizó un nuevo esfuerzo por abrir los ojos, pero los párpados se negaban a obedecer, así que desistió.

sin embargo, Valentina deseaba saber que le había sucedido. Sus recuerdos estaban llenos de lagunas y neblinas espesas y oscuras.

Recordaba a su dulce madre trabajando en la cocina, olía a deliciosos bollitos de mantequilla recién hechos y podía oír el trino de los pajarillos en el exterior. Ahora sólo oía un murmullo ininteligible y lejano, como si fuera un eco difuso. Parecían voces pero no estaba segura. Creyó ver algo, pero realmente no vería nada, seguía con los ojos muy cerrados. La hobbit se dio cuenta que estaba tumbada boca arriba, como si durmiera placidamente en su linda y mullida cama, pero notaba cosas duras y algo puntiagudas en la espalda y el muslo izquierdo, dedujo sorprendida que se hallaba en suelo rocoso, quizás en el campo, lejos de alguna población, apartada de cualquier punto civilizado…

Valentina sintió un pánico repentino que hizo que su corazón latiera con frenesí, el martillo golpeaba con una velocidad endiablada en su cabeza, pero el miedo que sintió hizo que, de un respingo rápido, se incorpora y abriera los ojos. Al principio, la visión era difusa, desenfocada, pero sus grandes ojos oscuros se recuperaron y captaron algo que la horrorizó.

El enano existía, estaba delante de ella, cercano a una fogata y sostenía algo en la mano que, Valentina creyó era un martillo negro y enorme.

Lanzó un grito de espanto. El enano la miró sorprendido, no se había percatado de que la hobbit se encontraba en el mundo de los conscientes. Se quedó quieto paralizado, contemplando a la hobbit gritando. Grimgi bajó su brazo derecho despacio, sostenía un hacha corta y en la mano izquierda, un gordo conejo que preparaba para la cena, se disponía decapitar el conejo, pues el enano le repugnaba las cabezas de conejos, cuando un grito le alertó. era la median que se había despertado e incorporado. su aspecto era lamentable, Grimgi deseó que no todas las hobbits tuvieran esa imagen. La mediana tenia los rizos enmarañados y llenos de hojas secas, tierra, agujas de pino, ramitas; un enorme y oscuro chichón asomaba prominentemente sobre la ceja derecha, deformándole la cara. Estaba pálida y unas moradas ojeras acentuaban aún más esa palidez.

Al oír los gritos salí con rapidez de entre las rocas cercanas alguien que se aproximó corriendo.

-¡Tranquila, tranquila! –decía la nueva persona que apareció en escena.

Pero Valentina viendo quién se acercaba no supo como reaccionar. Hasta ella llegó un joven hobbit, era alto, más de los normal, tenía el pelo rubio y parecía pálido como si no le diera mucho el sol. Su amplía sonrisa dejaba al descubierto unos dientes blancos y sus enormes ojos azules le recordó, por un momento, a los de Frodo.

-No te pongas nerviosa, estás entre amigos…, este es Grimgi… -el enano le interrumpió malhumorado.

-Soy Grimgi, hijo de Grumgi, hijo de Gramgi…

-Abrevia, que la lista es larga –dijo con impaciencia el hobbit, pues había oído en muchas ocasiones el recital genealógico del enano, que solía utilizar cada vez que era presentado.

Grimgi le miró con rabia mientras gruñía entre dientes.

-… del pueblo de Durín.

-Todo un personaje, ¿eh? –dijo el mediano muy bajito para que sólo Valentina pudiera oírle.

-Yo soy Hildibrand Montearbolado, pero puedes llamarme Hildi.

-¡Pelopaja! –gruñó el enano ensartando el conejo y poniéndolo a asar sobre le fuego.

Hildibrand no le hizo caso, siguió hablando con la hobbit mientras le quitaba cositas del pelo.

-Quizás no hayas oído hablar de mi familia, hace mucho que abandonaron la Comarca y se trasladaron más allá de las Colinas de las Torres.

Valentina seguía mirando a Hildi, no sabía como reaccionar, ante ella había un hobbit extraño que tenía por compañero un enano, pero ¿qué hacia ella allí, intentó articular alguna palabra pero su garganta estaba seca y áspera, notó que tenía una tremenda sed.

Hildi advirtió esto y rápidamente buscó la cantimplora, se la ofreció a Valentina que bebió con avidez. Pasado un instante la hobbit consiguió hablar.

-¿Dónde estoy, quiénes sois vosotros? –su voz sonó asustada, temblorosa y algo ronca.

-Estoamos lejos de tu hogar, nos encontramos cerca de las Quebrada del Sur y nosotros te salvamos del jinete dulendino de la Mano Blanca.

¡El jinete! Valentina recordó de golpe todo lo que le había sucedido en los últimos días, todo recuerdo llegó de algún recóndito rincón de su cabeza abriéndose paso hasta su memoria, produciéndole un desasosiego que la hizo llorar.

-¿Y porqué llora ahora? –Gritó el enano sin entender nada –no tiene heridas ni huesos rotos, ¡no la soporto!

-¡Vamos, vamos, no te pasará nada con nosotros, ese tipo no volverá, dinos cómo te llamas, por favor…

Hildibrand tenía la voz suave y acarició los rizos enmarañados de Valentina intentando calmarla.

-¡Al dulendino le falta un par de cosas que no volverá a recupera nunca! –se jactó Grimgi mientras agitaba sus hachas cruzándolas, tenía una potente risa y su voz gutural de fuerte acento, arrastraba las erres sonoramente.

-Me…llamo…Valentina –dijo entre sollozos- y… quiero irme a casa…