Comienza el viaje 1

Valentina había tenido la oportunidad de asearse un poco en un arroyo cercano cuyas aguas frías y cristalinas arrastraron un poco la suciedad y el cansancio que la desafortunada hobbit llevaba consigo.

Hildi le había entregado un trocito de jabón algo ya desgastado por el uso y una camisa limpia que el mediano siempre llevaba entre sus pertenencias para viajar.

Valentina se lo agradeció, sus ropas estaban manchadas y rasgadas en algunos sitios. Mientras intentaba limpiar su propia camisa y reordenar sus alborotados rizos negros, la mediana pensó en lo lejos que se encontraba de Bree, no sabía exactamente donde se hallaban las Quebradas del Sur, pero sin duda alguna, estaban lejos de cualquier sitio conocido para ella. También recordó a su pobre padre, lo último que supiera de él es que estaba en el salón del Poni Pisador, ahora, seguro que la buscaba desesperado por todo Bree y, conociéndolo bien, abría puesto a toda la población en alerta para buscarla.

Nada podía hacer ella por avisarle y decirle que se encontraba sana y salva con dos desconocidos que, al menos, parecían tener buen corazón.

Cuando volvió al pequeño campamento que Hildi y Grimgi tenían montado, encontró que la cena estaba preparada, el enano troceaba el conejo asado y Hildi apartaba en unos cuencos un caldo bien caliente.

Valentina sentía como sus vacías tripas se retorcían produciendo un sonoro crujido, Hildi y Grimgi levantaron al unísono la cabeza mirándola divertidos, ella les devolvió una sonrisita vergonzosa, en verdad las tripas hicieron un ruido que pareció sonar en todo los alrededores; Valentina no recordaba exactamente cuanto tiempo había pasado desde que la arrancaron de la cama de la posada y despertara junto a aquellos extraños compañeros, lo que si recordaba era el maltrato de aquel hombre y las interminables horas metida en un apestoso saco. El dunlendino la trataba sin miramientos, le daba poca comida: pan rancio, cebolla, un queso durísimo y escasa agua.

La hobbit tendió sobre unas ramas su camisa que la había lavado un poco y se dirigió hacia la fogata, Hildi se levantó y le ofreció uno de los humeantes cuencos de sopa:

-Tómalo despacio, está caliente, te he arreglado un poco tu capa – dijo entregándosela doblada – encontré esto en los bolsillos interiores… - un cuadernillo y lápices asomaban de la mano derecha de Hildi, Valentina recordó de pronto su diario de viaje, lo llevaba siempre con ella, abrió los ojos algo asustada, ¿habría Hildi leído el diario, deseaba que aquel hobbit extraño en sus costumbres hubiera perdido la curiosidad innata de todos los hobbits por descubrir cosas secretas de los demás.

El enano dio un bocado a su trozo de conejo y tomó un sorbo de sopa, algunas gotas del caldo cayeron sobre su tupida barba entrelazada:

-Tienes una bonita letra…, ¿quién es Frodo?

-¡Has leído mi diario! – gritó Valentina algo ofendida, el enano dejó de masticar, pensó un poco y dijo:

-Bueno…, sólo el primer párrafo hasta…, "amo tanto a Frodo" – estas últimas palabras las dijo en un tono meloso y con cierta vocecilla afeminada.

Hildi intervino inmediatamente, con el ceño fruncido miró a su amigo que seguía sorbiendo ruidosamente:

-Grimgi, los diarios no se curiosean, son pensamientos privados…

-¡Ja,¡Pelopaja, yo te he visto ojearlo también.

-Sólo comprobaba que las hojas no estuvieran rotas o dobladas… - dijo Hildi intentando quitarle importancia.

Miró a Valentina, pero está parecía hacer caso omiso de la discusión, estaba sentada cerca del fuego, se había colocado la capa y bebía la sopa que le venía muy bien a su estómago, comía un poco de conejo asado y unas pocas bayas que Hildi y Grimgi habían estado recogiendo durante toda la tarde.

Hildi la observaba, parecía triste y tan pensativa, todavía no le había dicho qué le había ocurrido realmente, pero se imaginó que debió ser terrible; se acercó a su amigo y comenzó a hablar con él mientras comía:

-¿Para qué crees tú que el tipo aquel querría a una hobbit – dijo en susurro.

-Sólo se me ocurre… - respondió acariciándose sus barbas de pelo encrespado y de un castaño oscuro, el enano amaba sus largas barbas que cuidaba con esmero y llevaba siempre trenzadas y adornadas con unos anillos plateados, se sentía verdaderamente orgulloso de lucirlas espesas - …que quizás quisiera venderla a alguien como criada.

-¡Eso es terrible, quién podría querer a una joven hobbit… tan… desvalida –susurró indignado, Grimgi le miró de reojo:

-¿Y qué me dices de aquel jinete siniestro que nos preguntó por la Comarca y si conocíamos a Bolsón, ¿desde cuándo los hobbits sois tan estimados? – le respondió el enano con sorna.

Hildi meditó las palabras de su amigo, mientras no le quitaba ojo a la silenciosa Valentina. Era cierto que sin poder evitarlo, había curioseado en el diario, y que al parecer Valentina se sentía atraída por un tal Frodo y que debía tener algún tipo de compromiso con él, pero aquello no le importaba, ahora Valentina estaba lejos de la Comarca, desamparada de Frodo y sin ningún contacto posible con él. Hildi sonrió e hizo una leve afirmación con la cabeza, la hobbit era bastante apetecible y él sabía consolar muy bien, sabía ser dulce y amable y si hacía falta la protegería con valentía.

Grimgi observaba a su amigo, miraba a la hobbit y volvía la vista a Hildi, le dio un buen codazo y el mediano rubio se sobresaltó devolviéndole a su amigo el codazo.

-Recógete las babas – le dijo Grimgi – y piensa dónde la vamos a dejar, la hobbit no viene con nosotros en busca del tesoro.