Capitulo III

Una nueva motivación en mi corazón

Abrí de nuevo los ojos.

Pude ver que la espada enfrente de mi cuello se había desvanecido, tampoco estaba Boris sujetándome, ya el peligro había pasado.

-¿Estás bien?

-Sí estoy bien, gracias por salvarme Yoh.

-No, yo no te he salvado, a quién debes agradecer es a él-señaló a un shaman que poseía un revólver.

-¡Luchist!-corrí para darle un abrazo

-Akane…llegué justo a tiempo, me da gusto que estén a salvo-dijo él apartándose para no ser estrechado.

-Gracias por salvarnos¡eres muy amable!

-No fue nada.

-¿Eres amigo de Akane?-quiso saber el joven shaman.

-Así es¿tú eres el afamado Yoh Asakura cierto?

-No sé si afamado, pero sí, mi nombre es Yoh Asakura-respondió sonriente.

Luchist rió un poco y después permaneció en silencio absoluto. Una sombra oscureció de pronto su rostro adornado con una extrañísima sonrisa.

-Perfecto, Yoh Asakura, tú serás mi oponente en una pelea. ¡Vamos haz la posesión¡Acabaré contigo, estoy ansioso de luchar contra el shaman que no pudo derrotar Boris.

Me quedé ahogada con las recién dichas palabras del shaman ¿no era acaso mi amigo?

Fui capturada por un brazo aún más fuerte que el de Boris y de nuevo amenazada por un arma mortal; ésta vez, un revólver.

De inmediato Luchist convocó a su gran espíritu cuyo nombre era Lucifer. Era un gran espíritu, de tremendas proporciones, su cuerpo era parecido a un robot y de su espalda se desplegaban dos grandes alas de plumas. En su mano portaba un martillo metálico que utilizaba para acabar con sus víctimas.

No obstante, había una jaula detrás de sí que el gran ángel caído custodiaba. En su interior alcancé a ver otro espíritu prisionero en forma de ave que aleteaba desesperado por liberarse.

-¿Ves aquel espíritu?- me preguntó el malvado refiriéndose a la jaula- se llama Cygnus. Este pequeño pertenece a la clase sagrada, con él te unirás a Hao y haremos… ¡un mundo de puros shamanes!

-¡NUNCA¡Suéltame, suéltame!- grité tratando de liberarme al igual que el ave trataba de salir de su prisión.

-Lo siento, eso es imposible, primero debo acabar con él.

-¡Yoh!-chillé

Pero el chico se veía exhausto; jadeaba y el sudor le escurría por toda la cara. Su respiración era pesada y cortada. El poder espiritual que antes resplandecía como fuego alrededor de su espada estaba casi extinto, tan sólo había algunos ligeros vestigios de un halo azul.

-Estúpido Boris, ha arruinado todo el plan, por ningún motivo debemos permitir que nada le pasa a Akane. No obstante, ha perdido la vida por su imprudencia.

La expresión de Yoh se crispó de inmediato, la mirada que le dirigió a Luchist fue de profundo aturdimiento.

-¿Él era tu amigo… y lo mataste?

-¡Ja! –Rió el shaman- deberías agradecérmelo, de no haberlo hecho tu amiga estaría muerta-entonces el malvado comenzó a analizar al chico- tu parecido con el Señor Hao es sorprendente, es evidente que eres un Asakura, mas tu vida ha llegado a su fin. ¡MUERE!

Todo pasó como en cámara lenta:

Luchist dirigió el cañón de su revólver al corazón de Yoh y soltó el gatillo.

Un disparo, más atronador de lo normal, me ensordeció y venido de la nada un chillido de ave, acompañado de una luz resplandeciente me cegó.

Todo se volvió blanco…

Abrí lentamente los ojos, todo era borroso, apenas podía ver con claridad mis manos.

Distinguí a Yoh tirado en el suelo, inerte y pálido. A nuestro alrededor una multitud se amotinaba.

Me encontraba en el suelo completamente inmóvil y paralizada. Traté de mover mis piernas o mis brazos, pero no respondieron, eran tan pesados como plomo.

Después escuché una voz que aclamaba desesperadamente:

-¡Amo Yoh¡AMO YOH!

-¡Llamen a una ambulancia por favor!-gritó alguien- ¡estos niños están heridos!

Finalmente todo se volvió blanco y perdí el conocimiento.

Una dulce voz podía oír desde lejos. Me llamaba insistentemente, pronunciaba mi nombre con vehemencia.

Me sentía ligera como una pluma, me encontraba sentada, no, no estaba sentada, estaba flotando en la inmensidad del infinito que era negro, aún más negro que el cielo nocturno.

Alrededor sólo vacío y nada más.

-¿Habré muerto?-pensé para mis adentros.

-Akane-llamó una voz casi celestial- abre los ojos.

Al hacerlo un hermoso rostro de mujer me miraba con ternura; sus ojos su boca y sus facciones eran casi angelicales.

Su mano me detenía con suavidad la espalda y con la otra acariciaba mis rodillas mas o menos lastimadas.

Nos rodeaba ahora un bello cielo de noche estampado de estrellas como aquellas que admiraba alguien… ¿pero quién, ya no lo recordaba.

Mi atención se había fijado en ella, cuya presencia me brindaba calidez.

Su voz suave y su mirada pacífica me hacía sentir segura.

Sólo existía una persona que me hacía sentir de esa manera, alguien bondadoso, cuya sola voz tenía el poder de calmarme cuando estaba furiosa o triste, alguien cuya palabra significaba sabiduría.

Esa persona sólo podía ser…

-¿Mamá?- pregunté.

-Akane-dijo ella dándome un abrazo

-¡Mamá, te he extrañado tanto… ¡y al fin puedo verte¡Mamá! Mamá!-las lágrimas me nublaban la vista, me sentía débil, y la voz me temblaba un poco, pero mis brazos la estrecharon con fuerza.

-Akane, me da gusto que estés bien. ¡Mira lo grande que estás ahora! Ya no eres mi pequeña niña, te has convertido en toda una señorita, te pareces mucho a mí cuando tenía tu edad.

-Mamá, te he enviado muchas cartas-dije ignorando lo anterior-¿porqué ya no me contestas?

- Yo espero que no estés enfadada conmigo por no haberte respondido pero- se detuvo al momento en que una lágrima surcaba su rostro- temo que nunca pude escribirte porque estoy enferma.

-¿Enferma¿Cómo enferma, si yo te veo muy bien…

-Yo… no estoy bien, en este momento mi cuerpo se encuentra en el hospital, porque…

Tengo cáncer

-¿Quieres decir que has muerto?

-No, aún no, sigo luchando por vivir, es por eso que utilicé mis últimas fuerzas para estar aquí contigo y verte otra vez.

-No mamá¡no te despidas¡aún te queda mucho vivir!

-Akane, he venido aquí para decirte algo muy importante-dijo ella secando una lágrima de mi mejilla-sé bien que estos días han transcurrido cargados de terribles experiencias para ti, pero debes escucharme bien. El último deseo de tu padre (y el mío también) es que te conviertas en un shaman y participes en el Torneo de los shamanes. Ya verás mi niña, que todo saldrá bien- me estrechó una vez más y continuó-tu espíritu acompañante se llama Cygnus, ella siempre estará contigo al igual que yo y te hará compañía cuando tú lo desees.

-Mamá, yo no quiero hacerlo, yo quiero quedarme aquí contigo no quiero volver.

-Mi niña-dijo mi mamá con los ojos bañados en lágrimas- tú debes volver, debes crecer y vivir. Ya verás que todo estará bien.

-Yo no quiero separarme de ti

De pronto todo comenzó a tornarse borroso y la voz de mi madre comenzó a alejarse.

Extendí los brazos una vez más para abrazarla pero ya no había nada. Volví a intentarlo de nuevo y esta vez lo había logrado¡había calor en mis brazos nuevamente!

-¡Mamá¡No te vallas¡no quiero que te alejes de mi!- grité desesperadamente

Sin embargo, aquel calor no era el mismo de antes, aquel cuerpo que sostenía era más parecido al de un hombre que al de una mujer.

-Disculpe, señorita, temo que está abrazando a la persona equivocada-dijo una voz grave y seria.

Me aparté y reconocí el aspecto de un médico que vestía una bata blanca.

Me encontraba en una camilla dentro de un hospital, cuyas luces me deslumbraron una vez que recobre el sentido.

-Perdone doctor, creo que estaba soñando.

-No te preocupes, me da gusto que hallas recobrado la energía pues ha llegado la hora de comer.

Más mi estómago no se sentía preparado como para recibir alimento y rechacé todo alimento que se me fue ofrecido.

Después del transcurso de algunas horas, mi conciencia fue plantándose más y más en la realidad, hasta que me vino la inquietud por saber qué es lo que me había sucedido momentos antes de estar en el hospital.

Los recuerdos venían como flechazos: cortos y rápidos, pero dolorosos.

Recordé a un hombre que atacaba a un muchacho con una espada, recordé a un espíritu grande e imponente que salvaguardaba una jaula. Recordé un resplandor y el sonido de un disparo, que fue interrumpido por el chillido de un ave. Recordé al mismo muchacho de la espada, pero ésta vez desarmado y tendido en el suelo…inerte y pálido.

-¡Yoh! Doctor¿Qué le sucedió a Yoh?

-¿Te refieres al niño con el que venías, pues él no corrió con tanta suerte, necesitará mucho tiempo para recuperarse.

-¿Pero está bien?

-Sí, lo está sólo que aún no ha recobrado el conocimiento-advirtió el doctor.

La tarde transcurrió tranquila y rápida.

No había sufrido daños graves a diferencia de Yoh, así que no sufrí demasiado.

Me paré y miré por la ventana para admirar el cielo, un pasatiempo que se me había vuelto costumbre para pensar mejor las cosas. Y en efecto, ese día tenía mucho en que pensar.

Me quedé embelesada por la belleza de los matices azulados del firmamento. Algunos eran tan intensos que me recordaban a los ojos de mi madre. De pronto sentí una profunda melancolía al pensar esto. Su enfermedad avanzaba día a día, sus fuerzas se agotaban, su lucha estaba terminando. Al menos tenía la certeza de que mis padres, ambos fuertes, ambos míos, nunca se rendían ante nada y agotaban sus últimas fuerzas para seguir luchando.

Pero había un objetivo, un deseo que sería el último que mi madre me destinaría: convertirme en shaman.

De un momento a otro el cielo comenzó a oscurecerse y cientos de gotas cayeron violentamente al suelo; había empezado a llover. En mi mente también llovía, llovía miedo e inseguridad.

Ya no podía ver el azul de los ojos de mi madre, ni tampoco los rayos del sol que me daban calor al igual que sus brazos. Solamente estaba yo sola entre nubes grises y oscuras que provocaban una tormenta de miedos y angustia.

No me sentía fuerte, quería huir. No quería ser shaman porque no quería ser como Luchist o Boris. No quería pelear porque aborrecía la violencia y temía perder. Temía hablar con espíritus, seres de algún lugar fuera de éste mundo. No me atrevía a empuñar una espada como lo hacía Yoh. Era peligroso. No quería salir de aquel hospital. Tan sólo quería esconderme bajo las sábanas de mi cama hasta que ésta tormenta terminara.

Súbitamente un débil rayo de sol que se escondía tras dos nubes, salió de su escondite temeroso, seguido de una pregunta que me hice a mi misma:

-Pero entonces¿de dónde sacó las fuerzas mi madre para no rendirse aún sabiendo que tiene una enfermedad incurable¿o de dónde sacó el valor mi padre para convertirse en un shaman?-

-Tal vez, había alguna motivación muy escondida en el fondo de sus corazones para luchar, un deseo, algo- pensé.

Entonces lo entendí.

La única razón que tuvo mi madre de utilizar sus últimas fuerzas para seguir viviendo fue… para hablar conmigo, para verme una vez más. Y el único motivo que tuvo mi padre para convertirse en un shaman fue para protegerme en aquel incendio, y salvar mi vida.

-¿Será posible que de ésta manera me convenciera¿será posible que el miedo que siento desaparezca al encontrar ese sueño, esa motivación¿Será posible?.

Entonces, esa era mi misión y al encontrarla sería capaz de levantarme hasta en los momentos más difíciles, cuando me encontrara rodeada de peligro y lloviera en mi interior, mi sueño tendría el poder de cubrirme de ella. Sólo así cumpliría con el último deseo de mis padres.

El cielo brillaba otra vez.

El sol había vuelto a resplandecer aunque ésta vez con más fuerza.

Mi cuarto se había inundado de aquella luz renovadora y cálida haciendo desaparecer todo vestigio de sombra y miedo: Había dejado de llover.

"Cuando parece que lloverá para siempre, y la tormenta es muy intensa es porque está a minutos de que de nuevo salga el sol".