Sociedades Ciegas 4:

Hardtown era un pequeño barrio en la ciudad de Londres. La gente de aquel barrio era de una manera "poco urbana", pero la mayoría de sus habitantes eran brujos en secreto. El pueblito contaba con una plaza central al estilo Grecia, con casas, edificios públicos, etc., torno a ella, y un pequeño río que cruzaba de un extremo a otro con un puente destartalado. Bajo aquel puente, una muy pequeña comunidad de Gitanos había dejado todas sus pertenencias, ya que la autoridad los buscaba desde hacía varios años. Una mujer de aspecto pobre y maltratado, con más de 3 niños sujetando sus piernas pedía en la carretera. Unos jóvenes reían y cantaban a la noche, con una borrachera sin final hasta la mañana. Varios animales de alcantarilla corrían por la vereda. Pero todo era común a los ojos de aquella sociedad.

Una ventana estaba abierta, y dejaba oír el llanto de una madre. Su única hija había escapado, no le quedaban esperanzas y solo se preguntaba porque. No creía volver a ser feliz, no contaba con nadie, su esposo había muerto y, en la soledad de su casa, los recuerdos la atormentaban hasta la desesperación. Sobre un piano gastado un portarretratos mostraba una niña de doce años, con pelo rebelde negro más allá debajo de los hombros, con largas pestañas y ojos negros. Su piel pálida y su cuello largo, le daban un aire de niña pequeña, pero su alma superaba la de cualquier adulto responsable. La mujer tomó la fotografía en sus torpes manos. La observó mientras las lágrimas bajaban de sus ojos.

-Lope... Lope... ¿Por qué te fuiste? –

Se reprochó a si misma. Se retó, se enojó pero no pudo saciar sus penas. Su hijita, su pequeña Penélope se había marchado... Y no lo podía remediar. Hacía años que no la veía. Ahora debía tener unos veintidós años. Hacía 8 se había ido, sin nada más que su ropa.

Pero debía olvidar. Debía ser fuerte y despegar de su vida las imágenes del pasado. La crueldad del mundo la cegó y por varios años, hasta se enojó con su hija y con su marido por dejarla sola. No entendía el significado de la vida. No quería vivir. No quería nada más. Solo quería llegar al cielo. Y no volver jamás. Total... Nada ni nadie la esperaba. Pero antes de irse, había varias preguntas que hacerle al mundo. Sabía que no le serían respondidas. Pero era su destino.

Llevó sus viejos y cansados pies a su alcoba. Recostó su viejo y cansado cuerpo en la cama, y cerró sus viejos y cansados ojos. Y expiró...

Millas y millas más lejos Penélope, Hermione, Draco, Harry, Luna, Los señores Granger, y los Weasley, cenaban en paz. Pero de repente, la joven Gitana cerró los ojos, y se quedó callada. Todos la miraron. Y ella solo dijo:

-Mi madre acaba de morir.

El comentario cayó tan sorpresivamente, que todos la miraron confundidos.

-Penny, ¿Estas segura de lo que dices...?- Hermione la tomó de la mano compasivamente. Su amiga la miró furtivamente.- Bueno... quiero decir, no tienes ninguna prueba.

-Lo se, pero estoy segura. Lo siento en mi interior. Mi madre acaba de fallecer.- tal era su confianza, que le creyeron. Pero no supieron que decirle. La chica estaba más pálida de lo normal, y sus ojos negros mostraban firmeza. Observo que todos la miraban preocupadamente, y les sonrió.- Tranquilos. No hay de que preocuparse. Mi madre y yo no estábamos muy relacionadas. Solo que ella estaba vieja ya. Su tiempo ha llegado a su fin esta noche.

La conversación dio un giro extraordinario, y se pusieron a comentar los resultados de los últimos partidos de Quidditch de la temporada. La cena acabó a eso de medianoche, y todos se fueron con los estómagos llenos, y abrumados de cansancio a sus habitaciones, a dormir.

Hermione y Penélope compartieron una. Se sentaron frente a la ventana, y cada una tomó su cuaderno. La primera escribió un poema. Y la segunda le contó muchas cosas a su diario aquella noche. Cuando terminó, hacía varias horas que Hermione dormía placidamente.

A la mañana siguiente, se despertaron y bajaron a desayunar. Los padres de Hermione ya se habían ido, al igual que el señor Weasley, que fue al ministerio a trabajar. Los 6 jóvenes fueron al lago y pasaron la tarde allí. Cuando comenzó a oscurecer, volvieron a la casa, y ayudaron a la Sra.Weasley a cocinar la cena. Cerca de las 7 PM, Arthur apareció en el comedor. Su expresión era de inconfundible preocupación.

-Arthur, querido... ¿Sucede algo?- preguntó Molly.

-Hoy pasé por el departamento de Aurores. Escuché que están buscando a Penélope por los alrededores de nuestro hogar. ¡Molly, querida! ¡La encontrarán si no nos movemos...! Debemos irnos. A donde sea. Evacuaremos esta misma noche.

-Señor Weasley, creo que es inútil que todos nos vayamos. Me parece que es mejor que solo Penélope y yo nos fuéramos... – dijo Hermione. Pero Draco la miró.

-No irás sin mí. Yo también iré.- agregó rodeándola con un brazo.

-¡Hey! Nosotros también queremos ir... – dijo Ron. Pero la madre lo desautorizó.

-No. Tú, Harry y Ginny se quedan conmigo aquí. Y Luna tampoco debería ir. Es muy peligroso que sean tantos.

-Molly tiene razón. Vayan preparándose. Deben partir.

Y fue así, que los tres juntaron algunas cosas necesarias y partieron en la oscuridad de la noche, caminando, sin utilizar la magia. Desapareciendo de ese paisaje campestre... Mientras la luna brillaba en el firmamento.