Una
historia surgida en un instante de inspiración y tras regresar
de una semana de vacaciones repleta de buenos e inolvidables momentos
TKM A.
Espero que les guste :D
Gracias por leer
Para siempre
Sintió el frío acero entre sus
manos.
El peso que significaba… y la responsabilidad.
No le
hacia falta bajar la mirada para reconocerla, para ver aquella gema
roja que brillaba en su pomo, en esa profunda oscuridad en la que se
encontraba. Ni le hacia falta pasar sus dedos por el largo y afiliado
filo para sentir las letras impresas que portaba. No hacia falta pues
conocía esa espada perfectamente aunque la última vez
que la viera fuera hace mucho, muchísimo tiempo. Si, puesto
que aquella misma espada había sido quien acabara con el
basilisco, aquella misma espada había pertenecido a uno de los
fundadores de la Escuela de Magia y Hechicería Hogwarts.
Aquella espada había pertenecido a Godric Gryffindor… y, no
tenía ninguna duda, demostraría que su pertenencia a la
casa de los valientes había sido acertada.
En aquella
fatídica hora portaba sobre sus hombros la mayor
responsabilidad que una persona pueda llegar a llevar: la balanza se
inclinaría a un lado u a otro, al bien o al mal, según
lo que hiciera en ese preciso instante. Todo dependía de un
solo gesto, de una sola acción…
Y vio, sin temor alguno,
como dos ojos rojos se acercaban a donde se encontraba.
Vio como
aquel mago sin piedad ni corazón, reducía la distancia
que les separaba.
Vio… y no tuvo miedo: todavía seguía
recordando el leve roce en sus mejillas... en las mismas mejillas por
las que rodaban lágrimas ardientes tras verle caer al suelo,
quería creer que inconsciente pero dentro de su interior, en
lo más profundo de ella, sabía la verdad.
Levantó
la espada, la decisión ya tomada, dispuesta a enfrentarse a lo
que tuviera que suceder…
Sangre…
La Nada…
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- Sólo es un sueño. Sólo un sueño – escuchó decir y después sintió como dos fuertes brazos le rodeaban protectoramente. Se dejó abrazar, con los ojos cerrados, calmándose y recostándose sobre la persona que le quería proteger pues en cualquier parte, en cualquier situación, en cualquier negra oscuridad, reconocería aquella voz. Su corazón aún seguía latiendo fuertemente pero poco a poco se calmaba al sentir los latidos de otro corazón cerca. No, ahora ya no había nada que temer. Sólo había sido un sueño. Sólo un sueño. Sintiéndose más calmada, se dejó querer y se volvió a dormir, pero ahora en sus brazos y sin temor.
Despertó con una sensación amarga en su
interior a la que no encontraba explicación pero tras unos
segundos de desconcierto los recuerdos de aquel sueño, de
aquel terror nocturno, se desvanecieron de su mente y de sus
recuerdos. Sonrió al sentir el tacto suave de las sábanas
y el mullido colchón bajo ella. Si, no había ninguna
duda: estaba en casa, en su casa, en su propia casa. Y aquel día
era el primero de su nueva vida, tras la ceremonia de graduación
que había sucedido sólo unas pocas horas antes…
aunque parecía todo un siglo, toda una vida entera…
Se
incorporó lentamente, queriendo gozar de aquella sensación
de libertad todo el tiempo que fuera posible… y fue entonces cuando
le vio. De la lentitud pasó a la euforia… y a hallarse entre
sus brazos, a sentir su cuerpo junto al suyo.
- Ya veo que lo de
dormir hasta muy tarde no es cosa de familia – dijo él en
tono burlón
- Harry – le respondió ella,
acompañando sus palabras con un leve y juguetón
puñetazo en el pecho, radiante como estaba de felicidad tras
haberle visto en su habitación, apoyado en la puerta.
Él
la apretó un poco más, abrazándola tal y como
había hecho por la noche, estando con ella tras aquel
repentino despertar. Desde entonces, desde que la había visto
dormir de nuevo, ya en calma, se había quedado en la
habitación, observando su plácido y dulce sueño
hasta su despertar.
Ya por fin estaban juntos y nada les
separaría.
Juntos… para siempre…
Los días
pasaban y las semanas se sucedían, una tras otra sin
descanso.
Casi sin darse cuenta ya sentía el lugar como si
hubiese vivido allí toda la vida, a pesar de que era la
primera vez que pisaba esos pasillos, a pesar de que no la había
visto hasta el día de la graduación, cuando llegase
junto a Harry a esa casa, cuando ambos se habían ido a vivir
juntos. Si, una nueva vida que habían empezado juntos.
Y
cada vez que se sentaban frente al fuego, cada vez que se recostaba
junto a su pecho, escuchaba embelesada los recuerdos que él
tenía de la casa, pocos, pero intensos, y no dejaba de tener
una leve tristeza por aquella joven pareja que había muerto en
ese lugar por defender a su único y pequeño hijo. Hijo
que había heredado el lugar e hijo que se había
convertido en un joven responsable. Hijo que había crecido y
en el que ella se apoyaba por las noches, y agradecía con toda
su alma aquel sacrificio pues le había permitido que esa
noche, como todas las noches, como todos los días, estuviese a
su lado, junto a ella. Se sentía inmensamente agradecida por
todo ello.
A veces, eso si, extrañaba su casa, a sus
padres, a sus hermanos, pero tan sólo tenía que girar
un poco la cabeza para encontrar aquella sonrisa que tan loca le
volvía, aquellos ojos que le hipnotizaban, aquella persona que
era ahora parte de su nueva vida. Estaban juntos y aquello era lo que
importaba, sólo eso.
Juntos después de tantas
dificultades.
Juntos después de tantas penalidades y
sufrimientos.
Juntos tras haber sufrido y tras haber llorado, tras
haber estado separados sin poderse ver un tiempo.
Sacudió
la cabeza, alejando esos tristes pensamientos. Ya no importaban. Nada
de eso importaba pues ahora se habían vuelto a juntar y nunca
jamás se separarían.
Estarían juntos para
siempre y aquello era lo que importaba. Sólo eso, y los besos,
los abrazos, el dormir juntos encima del sillón mirando el
fuego crepitar. Sentir sus brazos rodeándole protectoramente.
Sentirle junto a ella. Sentirle a su lado. Sólo eso.
Una
noche, mientras el fuego lentamente se apagaba, mientras fuera la
noche era dueña, las llamas parecieron moverse ligeramente,
como presas de un ligero viento, pero ninguno de los dos durmientes
se dio cuenta, abrazados como estaban, inmersos en aquel plácido
sueño de los inocentes y enamorados. Abrazados como siempre.
La imagen más bella del amor.
Como salidos de la nada, dos
personas les observaban, en sus rostros una honda tristeza y
melancolía. Pero no eran reales, puesto que a través de
ellos se podía observar la pared. Invisibles entes que les
miraban con pesar, como poseedores de un profundo secreto. E igual
que habían llegado se desvanecieron. Nada quedaba de su
inesperada y fugaz visita… nada salvo el fuego apagado de la
habitación y un ligero estremecimiento en los cuerpos dormidos
del que luego no se acordarían al despertar.
Y fue pasando
el tiempo.
Fueron las horas sucediéndose en el reloj: los
días se convirtieron en semanas y las semanas en meses.
Y
todo seguía como el primer día, disfrutando uno del
otro, disfrutando de su mutuo amor y compañía, sin
preocuparse de lo demás…
Sucedió una mañana
de invierno.
Los copos caían lentamente sobre el jardín,
dejando un manto blanco sobre el suelo, coloreando todo aquello con
aquella blancura pura y a la vez llena de color. Era la primera
nevada del año.
Se encontraba mirando por la ventana,
esperándole. Sintiéndose sola y vacía por su
breve ausencia. No hacia mucho que se había ido, que se había
marchado para comprar alimentos y útiles que necesitaban en la
casa. Si se lo hubiera pedido… pero no, sólo le había
dejado una nota que ella había encontrado al levantarse
aquella mañana.
Se sentía tan vacía, tan
sola. Era la primera que no estaban juntos desde que se mudasen a la
casa… en ese momento se dio cuenta de algo, de algo que hasta
entonces, inmensa como estaba en la nube de la felicidad y del amor,
nunca se había dado cuenta: no había visto a nadie
excepto a Harry desde aquella noche. Ni a su familia, ni a sus
amigos. Ni siquiera, recordaba ahora, había visto un periódico
u oído noticia alguna. Sólo él, sólo
ella. Nada más había existido en su universo hasta ese
momento… Una sensación extraña se apoderó de
su interior. Una sensación que no podía ignorar… como
lo había hecho hasta ese mismo instante. Una sensación
de desconcierto y de temor…
Se abrazó a sí misma,
en un vano intento de darse seguridad y apoyo, pero por mucho que lo
intentase, aquella sensación la estaba llenando cada vez más
de un frío helador. Le congelaba. Le impedía respirar.
Temblaba. No podía seguir más de pie. No podía
respirar. No podía sostenerse. No podía…
Cayó
de rodillas.
Le faltaba el aire, el oxigeno no le llegaba a los
pulmones. No podía respirar… y la vista le empezaba a
fallar. Las paredes, antes tan nítidas, se desdibujaban, se
movían… desaparecían. Todo se volvía borroso y
tremendamente inquietante. Y seguía fallándole el aire.
Le costaba respirar. Era como si se ahogase en un océano
inmenso, aunque no existiese agua a su alrededor. No había
aire. No había oxigeno.
Sintió un gran dolor en su
estómago. Le quemaba por dentro.
Bajó una mano hacia
ese lugar… y la retiró rápidamente al tocar líquido
caliente entre sus dedos.
Las paredes desaparecían, todo se
volvía oscuro.
Todo desaparecía.
El aire le
faltaba. La vista le fallaba. El dolor le quemaba por dentro.
Se
sentía morir.
Y, de repente, se vio a sí misma
tumbada en el suelo. Su cuerpo inerte, todavía con el gesto de
aquel que ha luchado hasta el último momento por su vida. Y
vio sus lágrimas congeladas en sus mejillas, su desesperado
intento por aferrarse a la vida… su boca en el último grito
desesperado por llamarle a él. Se miró como si se viera
a otra persona, pero ella misma sabía que aquel cuerpo que
observaba era el suyo propio. Miraba como si no comprendiera que
estaba haciendo allí, en dos sitios a la vez.
El charco de
sangre se agrandaba a cada segundo que pasaba, sin vida ya a la que
aferrarse, sin alma ya de la que depender…
Cerró los ojos
finalmente al comprender claramente que era lo que ocurría.
Cerró los ojos para no ver y para no dejar escapar las
lágrimas que amenazaban por aparecer. Cerró los ojos
para no sufrir…
Y, de repente, sintió dos brazos
rodeándole, protegiéndole.
Como siempre, sin
hablar, sabía a quien pertenecían sin ni siquiera darse
la vuelta.
- Sólo es un sueño. Sólo un sueño
– le dijo él al oído con tanta ternura, con tanto
amor, que en ese instante dos lágrimas se escaparon de sus
prisiones, pero no eran lágrimas de pena, sino de alivio, de
alegría. Con aquella agua salada también se fue el
recuerdo de aquel inquietante sueño.
- No sé que me
ha pasado…
- Shh – le interrumpió él, poniéndole
un dedo sobre los labios para callarle – Estamos a salvo. Nada nos
puede pasar – añadió, levantándose ligeramente
sobre un lado para poder acabar la frase con un beso.
Si, estaban
a salvo. Nada había ocurrido. Tan sólo había
sido un sueño. Ni siquiera había empezado el otoño,
todavía las flores y el verde del verano se veía desde
la ventana de la habitación.
Dio la vuelta en la cama, para
mirarle de frente, y tras observar aquellas dos magnificas esmeraldas
que le miraban con devoto amor, se apoyó en su pecho para
seguir durmiendo. Si, estaban juntos. Nada sucedía. Nada malo
les podía pasar…
- Eres lo mejor que me ha pasado en
mi vida – exclamó Harry agarrándola de la cintura.
Ella sonrió mientras apuntaba a la cocina y murmuraba el
hechizo para que los platos y cubiertos se fregasen solos… ya que
ella no les iba a seguir atendiendo: tenía mejores cosas que
hacer.
Con una sonrisa en la cara, se dio la vuelta y se abrazó
fuertemente a aquel que le había sorprendido.
- Te quiero –
dijo, y para dar más énfasis a sus palabras, le rodeó
con sus brazos y le rozó ligeramente los labios con los
propios.
- Y yo también. Yo te adoro, Ginny – le contestó
él antes de hacer que el inocente beso se convirtiera en uno
lleno de pasión y amor – No sé que haría sin
ti.
- Ni yo.
Y sin que ninguno de los dos se diese cuenta,
abandonaron la cocina, cruzaron la casa… hasta que algo apareció
de repente en su camino y ambos cayeron uno encima del otro riendo al
sentir el mullido relleno del sillón bajo ellos. Pero ni
aquella nueva e inesperada situación les hizo parar de su
arranque de pasión. Hacia tanto tiempo que lo deseaban…
Si
se pudiera utilizar una expresión para lo que sintieron
después sería la de tocar el cielo con los dedos, la de
conocer el profundo y antiguo secreto de la verdadera felicidad, de
viajar hasta el mismo corazón de aquel misterio… y regresar
luego con aquel recuerdo. Si antes habían conocido lo que era
ser una pareja, ahora habían descubierto lo de convertirse en
un único e irrepetible ser.
La noche les encontró
dormidos en el sofá, tumbados uno al lado del otro, con una
ligera sábana por encima… y con los rostros reflejando la
absoluta felicidad.
Y, como una vez sucediera hacia un tiempo, las
pocas llamas que quedaban en el fuego encantado se mecieron como si
un ligero viento hubiese entrado en la habitación, y dos
figuras incorpóreas y casi invisibles aparecieron mirando al
mismo lugar con cara de profunda tristeza… pero a diferencia de la
vez anterior, en esta ocasión si hablaron:
- Eran tan
jóvenes. Tenían tanta vida por vivir – murmuró
una en un tono que hubiera llenado de infinita pena el corazón
de cualquiera que lo hubiera oído. Su acompañante
asintió ligeramente con la cabeza, apoyando aquellas palabras
pronunciadas.
Largo rato permanecieron las dos etéreas
figuras observando el sofá y a sus ocupantes. Largo rato
permanecieron mirando ese lugar con aquella aura de tristeza y de
penar. Largo rato antes de que de nuevo, el fuego finalmente se
apagase y sumiese la habitación en la oscuridad…
Sonrió
mientras levantaba la mirada por encima del vaso y observaba aquel
rostro tan amado. Todavía seguía recordando lo sucedido
el día anterior y, por lo que podía ver en sus ojos
verdes, él tampoco lo había olvidado: creyó
entrever una chispa de picardía en ellos, antes de tener que
bajar el rostro hacia la mesa para que no viera los colores que le
estaban empezando a subir por las mejillas. Había sido todo
tan maravilloso. Tan increíblemente hermoso.
Al volver a
levantar la vista no le vio enfrente de ella… pero no tuvo que
buscarlo mucho rato puesto que en ese mismo segundo sintió un
leve escalofrío en su cuello. Si, allí estaba, junto a
ella. Como siempre. Dejó que recorriera ligeramente su cuello,
disfrutando de aquella sensación, antes de dejar el vaso en la
mesa y volver la cabeza para atrapar aquellos labios que buscaban los
suyos.
El otoño llegó finalmente. Las hojas
cayeron despacio y sin pausa de los árboles, dejando un
paisaje lleno de tonos marrones y ocres. La sensación de vida
que había impregnado las calles dejó paso a un lento
aletargo y sopor. Aunque nada de aquello pareció afectar a la
joven pareja que vivía en esa casa, donde la alegría y
felicidad parecía permanente y duradera…
Pero como todo
tiene un fin, un día el duro otoño encontró la
manera de colarse por debajo de las puertas, de hacer sentir su
presencia, y el viento, casi imperceptible al inicio, entró en
el lugar.
Al principio eran ligeras brisas. Leves
escalofríos.
Pero luego, poco a poco, los hechizos de calor
no surtían efecto en sus cuerpos y sólo encontraban el
calor perdido abrazándose fuertemente frente a la chimenea, en
aquel sofá del que tan buen recuerdo tenían ambos. Mas
no les importaban, nada lo hacia, pues se tenían uno al otro.
Sonreían mientras recordaban anécdotas pasadas,
aventuras vividas y recuerdos de otra época en la que los
estudios era su razón de ser. Si estaban juntos nada les
sucedería.
Cuantas veces habían soñado estar
así en ese tiempo y ahora su sueño se hacia realidad.
Por ello, cuando el sueño vencía, ambos se dejaban
deslizar entre sus brazos con una sonrisa sincera en sus rostros.
Y
casi siempre, desde aquel día ya tan lejano, dos figuras
incorpóreas vigilaban su plácido y placentero sueño,
sintiéndose desdichadas por lo que sabían, sintiendo
que la pena aumentaba cada día, cada hora, cada segundo que
pasaba…
Al final, un día de pleno otoño, el
viento entró con toda su fuerza en la habitación en la
que dormían, despertando a uno de ellos de aquel sueño
en mitad de la noche.
Harry se incorporó ligeramente,
tanteando en un acto reflejo sobre la cama, buscando la sábana
que había caído, la vista, en la oscuridad, no servía
de mucho… pero no la encontró. Sintió el peso de algo
en su pecho y, con una sonrisa en el rostro, bajó la mirada
para observar aquel rostro que tanto amaba. Era tanto el amor que
sentía que no imaginaba su vida sin ella… De súbito
se dio cuenta de algo: la observaba perfectamente. No le hacían
falta las gafas para ver hasta el más mínimo detalle de
aquella querida cara.
Con cuidado para no despertarla, se giró
para buscar las lentes que le habían acompañado toda su
vida.
Tras ponérsela, comprobó que veía
exactamente igual.
Sucedía algo, no sabía que era,
pero algo extraño sucedía con él. Un
presentimiento en su interior.
Una palabra escapó de la
joven dormida. Su nombre.
Intentando que los inquietantes
pensamientos que circulaban por su mente no se pudiesen adivinar, se
volvió a acostar a su lado, y esta vez, más que nunca,
la abrazó con todas las fuerzas que poseía. No quería
perderla. No quería dejar de estar a su lado. Se durmió
inquieto pero a la mañana siguiente, cuando despertó,
nada quedaba de ese temor que le había inquietado por la
noche.
Otoño estaba llegando a su fin. Los árboles
presentaban sus desnudos troncos, y ofrecían la cara más
desdichada al invierno que se avecinaba. Desnudos esperaban las
primeras nieves.
Y junto con aquel cambio de estación, las
visitas invisibles estaban en la casa todas las noches sin excepción.
Observando a la joven pareja. Observando aquel amor adolescente.
Observando aquel sincero y autentico amor, aquella pareja
inseparable.
- Es la hora – susurró con autentica
tristeza una de ellas, la misma que había hablado la vez
anterior, la única que había hablado de las dos. Y, por
primera vez desde entonces, la otra figura habló:
- Nada
permanece para siempre – y sus palabras llenas de pena se
propagaron por las paredes, se deslizaron bajo las puertas, salieron
de la casa, y todas las personas que se encontraban cerca sintieron
en su corazón una honda desdicha.
- Ojalá hubiera
otro modo – murmuró la primera de ellas, deslizándose
despacio hacia la cama donde dormía la joven pareja. A mitad
de camino, ladeó la cabeza y su acompañante pudo ver
pequeños brillos que caían desde sus ojos – Ojalá…
Al
ver la indecisión de ella, la otra presencia se puso a su
lado. También en su rostro se podían observar aquellos
reflejos de profunda tristeza.
- No hay otra manera – dijo,
apoyando una de sus manos en su hombro, en claro gesto de apoyo
silencioso.
Y ambos, sabiendo que no se podía demorar
mucho más, miraron hacia la cama, hacia la joven pareja que
dormía totalmente ajena a lo que sucedía a su
alrededor. A la joven pareja que se encontraba abrazada en clara
imagen de profundo y sincero amor.
Fuera, los copos de la primera
nevada empezaban a caer…
- Harry – pronunció ella
en medio de la oscuridad pero nadie le respondía.
Se
encontraba sola, completamente sola en aquel desconocido y extraño
lugar sin color. Sus manos palparon a su alrededor para encontrar
solo aire. Se sentía incompleta. Le faltaba algo. Le falta
él…
Siguió llamándole y llamándole,
pronunciando su nombre con desesperación y angustia. ¿Dónde
estaba? ¿Dónde se encontraba? Vacía, incompleta.
En medio de una oscuridad sin nombre y sin salida.
Por sus
mejillas empezaron a caer sin descanso lágrimas de desespero.
Sentía aquel agua sobre su cara, saboreaba su sabor amargo en
su boca, sobre sus labios… sobre los labios que él habían
besado tantas veces, demostrándole su amor, demostrándole
su pasión. Se abrazó a sí misma, sintiendo el
frío que le rodeaba cada vez más despiadado a su
alrededor. Le necesitaba, necesitaba su calor. Necesitaba que
estuviese a su lado, junto a ella. Le necesitaba más que el
aire que respiraba…
Y, como si alguien hubiera oído sus
deseos no pronunciados, una figura empezó a dibujarse en la
lejanía. Una figura de una persona que pronunciaba un nombre.
Su nombre.
Todo aquel frío que le había embargado
hasta ese momento desapareció en el momento en el que le vio,
toda aquella sensación de estar incompleta se desvaneció,
pues ya había recuperado la otra mitad de su alma: ya estaba a
su lado y nunca más se separarían.
Empezó a
correr hacia él.
Extendió los brazos para abrazarle,
feliz, alegre por el reencuentro.
Si, ya estaban juntos.
Y él,
él también corría rápidamente hacia ella,
con la misma expresión de felicidad inmensa que se tiene
cuando se ha recuperado lo que se pensaba perdido para siempre.
También él abría los brazos para abrazarla,
para acogerla entre ellos.
La distancia entre los dos se
reducía… y, de repente, ella observó algo. Si, era
él, pero llevaba otra ropa distinta a la última vez.
Llevaba una túnica de gala. Inmensamente elegante… Tuvo un
ligero flash. Aquella misma ropa era la que él había
llevado en la fiesta de su graduación, cuando ella terminase
su último año en el colegio, cuando al fin podrían
vivir su vida juntos sin responsabilidades que atender… había
pasado tanto tiempo de aquello…
Se fijo bien mientras los metros
desaparecían entre ellos.
Si, era la misma. Exactamente la
misma… La misma ropa…
Y, poco a poco, se fueron dibujando
sobre aquella figura amada, manchas rojas. Sangre. Su sangre.
Paró
a unos centímetros de él, y en un segundo recordó
lo sucedido. Lo ocurrido aquella noche.
La alegría por
haber terminado.
Los gritos.
La confusión…
La
sangre.
Y, finalmente…
Él enfrentándose contra
el Señor Oscuro.
Él sufriendo graves heridas.
La
sangre manando de su cuerpo sin descanso.
Sus manos sobre su
rostro, dejando un rastro de sangre.
Su última mirada
antes de enfrentarse contra su destino…
Y su muerte.
Su
muerte a manos del Mal, el mortífero y despiadado rayo verde
impactando en su pecho.
Su cuerpo cayendo al suelo.
Muerto.
Y la risa despiadada de Lord Voldemort al mirar el cuerpo inerte
a sus pies.
Elevó una de sus manos, aunque ya sabía
la respuesta incluso antes de sentir el aire entre sus dedos cuando
la quiso apoyar en su mejilla, antes de tocar aquella figura
incorpórea.
Las lágrimas que caían ahora por
su rostro eran de una honda e infinita tristeza…
- Ginny –
pronunció Harry en medio de la oscuridad pero nadie le
respondía.
Se encontraba solo, completamente solo en aquel
desconocido y extraño lugar sin color. Sus manos palparon a su
alrededor para encontrar solo aire. Se sentía incompleto. Le
faltaba algo. Le falta ella…
La otra mitad de su alma.
Siguió
llamándola y llamándola, pronunciando su nombre con
desesperación y angustia. ¿Dónde estaba? ¿Dónde
se encontraba? Vacío, incompleto. En medio de una oscuridad
sin nombre y sin salida.
Empezó a caminar, sin rumbo fijo,
por el lugar. Empezó a sentirse extraño.
Sin saber
muy bien porqué sus pasos le llevaban en una dirección
determinada.
Seguía llamándola y llamándola,
pronunciando su nombre. Buscándola.
Al final, como si sus
deseos más ocultos se hicieran realidad, una figura empezó
a dibujarse en la lejanía. No hizo falta que escuchara su
nombre siendo pronunciado por ella, pues en cualquier lugar, en
cualquier situación la reconocería.
Empezó a
correr hacia ella.
Extendió sus brazos para abrazarla, al
igual que estaba haciendo ella…
Pero paró cuando ambos
estaban a unos pocos centímetros de tocarse con las
manos.
Llevaba otra ropa. Ella llevaba otra ropa distinta. Le era
extrañamente familiar, conocida. Antes le había visto
vestida de esa manera, con aquel bello vestido que realzaba su rostro
y su cabello rojizo.
Entonces se acordó, rememoró
cuando había sido aquella vez. Si, en la noche de su
graduación, cuando él había vuelto a la escuela
tras haberla acabado el año anterior. Había vuelto para
estar junto a ella, para acompañarla en su graduación,
igual que ella había hecho un año antes. Y, escondido
en su bolsillo, el anillo que pensaba regalarle. Quería
empezar una nueva vida junto a ella, trasladarse a la casa que le
pertenecía y vivir juntos allí desde el día
siguiente a la graduación.
Vio como Ginny levantaba
despacio su mano, dudosa, con una mirada llena de tristeza en sus
ojos llenos de lágrimas. Tristeza… Antes ya había
visto aquella misma expresión de infinita tristeza, de
adiós.
Y recordó aquella noche.
Su mente le
trasladó a esa noche que había pasado de la absoluta
felicidad a la más completa desdicha.
Le rozó
ligeramente la mejilla. Vio como en su rostro se quedaba un leve
rastro de sangre, de su sangre. Gesto de despedida. Gesto de adiós.
En lo más profundo de él sabía que no volvería
a verla. Sus lágrimas luchaban por salir. Se fuerte, no
llores. No dejes que ella vea tu tristeza.
Dio la vuelta, observó
a la muerte cara a cara.
Ojos de esperanza clavándose en
ojos de color de sangre.
Se llevó la mano al pecho, al
anillo que tenía guardado allí.
Aferró con
fuerza la varita y luego… luego todo se desvaneció y
desapareció frente a sus ojos.
Lo siguiente que vio fue el
mismo lugar, pero desde una perspectiva diferente.
Y sólo
con dos protagonista en pie.
Una de ellas con una larga y antigua
espada entre sus manos, la otra con un gesto de desprecio y
superioridad entre sus labios…
Luego…
La Nada…
Regresó
al presente, justo a tiempo para ver como la mano de Ginny llegaba a
su rostro… como le traspasaba. Como los ojos de ella confirmaban
sus más temidos temores. Entonces… si era verdad lo que
había visto, lo que había recordado.
Quiso decir
algo, quiso abrir la boca y pronunciar algo, pero nada llegaba a su
mente… las palabras sobraban. Ambos lo sabían.
Cerró
los ojos con fuerza. No quería enfrentarse a aquella innegable
realidad, y también para evitar que las lágrimas le
traicionaran. No, no quería reconocerlo todavía…
Al
volver a la oscuridad, volvió a aquella noche, a aquella
fatídica y amarga noche.
Volvía a ver las dos
figuras enfrentadas, volvía a ver su cuerpo inerte en el
suelo, una mano en el pecho, en el mismo lugar donde se encontraba el
anillo que nunca tendría dueña…
Abrió los
ojos súbitamente: había visto aquel anillo en sus
manos, en la misma mano que le había atravesado la mejilla.
¿Cómo era eso posible? Nunca se lo había dado…
en realidad. Si era verdad que en la casa lo llevaba, que tras la
graduación se lo había dado, que no había pasado
nada después, que se habían prometido amor eterno y
habían ido a vivir juntos… pero todo aquello había
sido un sueño, un agradable y placentero sueño
¿no?
Llevó una de sus manos al pecho. No, ahí
no estaba ya el anillo. Ese objeto se encontraba en la mano que le
correspondía. Su mirada se desvío hasta ese lugar. Si,
ahí estaba.
Y, entonces, fue cuando, por primera vez,
llegó a ver lo sucedido tras su muerte: vio como Lord
Voldemort moría a manos de una joven muchacha. Vio como la
espada de Godric Gryffindor atravesaba el estómago del que
había sido el mago oscuro más poderoso que jamás
hubiera existido, matándole al instantes, al sentir entre sus
carnes todo el dolor que había causado, al sentir en su
interior el único sentimiento del que carecía. Al
sentir dentro de él el amor más profundo y más
verdadero…
Y también vio como su cuerpo caía al
suelo, ya sin vida… y arrastrando a la muerte también a su
contrincante, tras pronunciar con su último aliento de vida la
maldición asesina.
Cayeron los dos al suelo… y el cuerpo
inerte de la muchacha, por deseo del destino quizás, cayó
junto al cuerpo del joven que había muerto instantes antes que
ella.
Juntos, uno al lado del otro, en la vida… y juntos
también en la muerte.
Levantó su mirada, hasta
encontrarse frente a frente con aquellos dos ojos castaños que
le miraban ahora con comprensión, pues ella también
había visto lo mismo que él. Ambos sabían ahora
que eran seres incorpóreos, por ello no se podían
tocar, por eso sentían un ligero viento cuando intentaron
rozarse en su encuentro en medio de aquella desconocida oscuridad.
Pero… entonces, ¿Qué habían significado
todos los recuerdos que tenían desde esa noche? ¿Cómo
habían podido abrazarse entonces, disfrutar el uno del otro,
conocer la felicidad más absoluta? ¿Cómo era que
tenían vivencias a partir de su muerte? Preguntas y más
preguntas… y una voz surgida de la nada les contestó
inmediatamente:
- Erais demasiado jóvenes. Teníais
una vida por delante para vivir… y a pesar de ello os arriesgasteis
sin pensar en las consecuencias. Disteis vuestras vidas, vuestro
futuro para derrotarlo. Y lo hicisteis, queridos niños.
Vencisteis, pero a un alto precio: vuestro sacrificio.
- Aquello
conmovió profundamente al ser que rige la vida y la muerte, el
destino de cada persona – oyeron decir a otra voz – Hizo algo que
nunca antes había hecho…
- Os dio tiempo. Os dio un poco
de futuro para que disfrutaseis uno del otro antes de pasar
definitivamente al otro lado.
- Todo lo que habéis vivido
desde aquella fatídica noche ha sido real para los dos. Ambos
habéis sido reales para el otro – dijo la voz, y se
adivinaba una pizca de picardía en sus palabras.
- Pero
ahora ha llegado la hora. Seis meses han pasado desde aquella noche y
el tiempo se ha agotado. Las primeras nieves están cayendo y
con ellas vuestro futuro extra – una profunda tristeza se instaló
en los corazones de los dos jóvenes que oían y, sin que
se dieran cuenta, sus manos incorpóreas se juntaron, se
palparon, se sintieron tan reales como habían sido en vida,
tan reales como habían sido en ese tiempo indescriptible y
maravilloso…
Una luz empezó a brillar en medio de la
oscuridad. Al principio débilmente, luego con más
fuerza, con más intensidad se fue haciendo mayor frente a los
ojos de los dos jóvenes. Sus manos seguían unidas.
Juntos se iban a enfrentar a aquello.
Ninguno de los dos dio un
paso… pero la luz estaba cada vez más cerca.
Llegó
un momento en que la intensidad de la luz era tan fuerte que no
podían ver nada más, tan sólo aquello que tenían
enfrente.
Fue en ese instante, en ese momento, cuando ambos
giraron la cabeza para mirar al otro, para observar aquel rostro tan
amado y tan querido por última vez.
No sabían que
sucedería cuando cruzasen la luz, cuando aquella blancura
desconocido les engullese…
Sus labios se juntaron en el mismo
segundo en que la luz les envolvía totalmente.
Pero eso ya
no les importaba… pues estaban juntos.
Juntos para siempre.
Fin
