Porque hay que escribir cuando una tiene tiempo e inspiración, pero sobre todo INSPIRACIÓN! That #$%#%

Anyway... Les advierto que tal vez (muy probablemente) edite el capi de Kaoru, hay ciertas cosas que me gustaría agregar y/o embellecer porque no me agradaron del todo. En cuanto a este capi he de señalar que será más bien una narrativa, así que no hay que perder detalle.

Por otro lado, quiero dar la bienvenida a AbiTaisho algo llevas de razón al comparar esta historia con un libro, tengo planes para este bebé XD Y tmb a TamashiHimura quien tiene un lugar especial en esta historia =P

BTW: ¿Ya vieron el nuevo trailer de Rurouni Kenshin? ¡IT´S BEAUTIFUL!


"Atemporal"

- JINE UDO -

La cabeza le dolía. Le punzaba como si un millón de agujas se le clavaran al tiempo.

El hombre se sostuvo la cabeza con ambas manos, cayendo de rodillas al suelo, oculto como estaba en aquel bisque. No sé engañaba, sabía que estaba perdiendo su mente, la sentía desbaratarse cada que mataba. Cada vez más y más se hundía en la locura...

-¿Por qué?... ¿Por qué, Momiji? -lamenta entre el dolor.

...

- Shi-no-ippou -

La técnica del miedo congelante.

Una técnica capaz de paralizar forzando el ingreso de energía desde los ojos hacia los del objetivo.

En un principio era considerada una técnica de defensa.

Y un regalo de los dioses para la niña de ojos miel salpicados de verde; quien era capaz de usarlo a su gusto y sin necesidad de entrenar.

Nikaido Momiji.

Había sido entregada al templo, más por miedo que por admiración. Aunque entonces se le había rodeado de regalos y tratado como a una diosa encarnada, la niña sabía detectar el aroma del miedo por debajo de aquellas sonrisas. En todos excepto uno, Udo Jineh.

En el santuario, sin embargo, se le vio como una inversión. Como un talismán encarnado que prepararía a las siguientes generaciones de sacerdotes y sacerdotisas. Kago había sido uno de sus alumnos más prominentes, mas él también había muerto durante el ataque al santuario.

El único que poseía ahora el don era el antiguo Guji.

-Tiene potencial. Quizá debería unirse a nuestras filas.

Los ojos negros del Guji brillaron entonces con odio al escuchar a los hombres del shogun hablar. Por semanas escuchó a los miembros del shinsengumi hacerle propuestas de unirse a sus filas. Tratando de convencerlo incluso, de que de haber formado parte desde un inicio, aquella tragedia se hubiese podido evitar. Ésto sólo sirvió para remover las palabras de Momiji en su propia conciencia.

"Ya estamos en guerra." Le había dicho ella.

Si tan sólo hubiese escuchado...

"Mátalos a todos."

Aunque, por otra parte, todavía le quedaba un mensaje por atender. Todavía tenía una oportunidad de redimirse con su compañera. "Sí", pensó. Y aceptó llevar aquella capa -aunque en secreto-. Los mataría a todos. Aunque...

Ésa no había sido la única orden de Momiji.

Aquel momento justo antes de que la vida se le apagara, la última vez que la sostuvo en sus brazos... Cuando había caído de rodillas para arrastrarse a donde ella yacía. Inmóvil y bañada en su propia sangre.

-¡Momiji! -había gritado.

Incluso al recibir el hechizo había sido incapaz de soltar a su compañera; como si ésta fuese una extensión de sí mismo. El hechizo lo había cegado entonces, pero aún en la oscuridad fue capaz de escuchar las últimas palabras de su amada.

-Salva... a Kaoru... -había rogado su corazón.

Después la vida se le había apagado.

Sí. Todavía tenía algo bueno que hacer antes de apagar las velas de las vidas de los hombres.


...

"¿Todavía lloras?"

...


Había encontrado a la avecilla. Aún cantaba igual que antes, mas seguía presa de la misma jaula. No entendía cómo era que había renunciado a tantas oportunidades que había tenido, pero igualmente él debía ayudarla. Aunque resultaba difícil enfocarse en una sola tarea. Últimamente estaba tan ocupado.

Había tantos, ¡tantos por matar! Y él era solo un hombre, un hombre en una misión pero un hombre al fin. Debía hacer una cosa a la vez; y no ayudaba el que sus presas de pronto fuesen tan molestas. Corrían por todas partes distrayéndolo del camino que debía seguir.

Pero a ratos...

A ratos recordaba una vida distinta. Otro hombre viviendo en su piel. Uno más sincero y contento, satisfecho con el mundo. Casi hasta feliz... Pero no. Momiji no había estado contenta, no del todo al menos. Se había ido amargando con los años, ahora lo sabía. Sabía la testarudez con la que su amiga se había aferrado a una ilusión; un holograma en la forma de una niña de ojos azules. Los mismos ojos que a él le cautivaron el corazón al conocerla.

¿Hace cuánto había sido? El tiempo se había convertido en un concepto confuso que ya no sabía moverse dentro de éste. A veces las escenas que veía no existían ya, y otras parecían querer ocurrir en cuestión de instantes, y sabía que estas últimas él las debía provocar.

Muertes y más muertes.

Debía labrar el camino hacia la liberación de la sacerdotisa de ojos azules. El mundo actual no estaba hecho para que ella pudiese volar, así que debía destruirlo y erigir uno nuevo.


...

"¿Todavía lloras?"

...


Había estado lloviendo. De eso no tenía duda. El frío le calaba los huesos, y su aliento salía en forma de vaho.

-Tienes una avecilla que rescatar. -Habia dicho.

Himura kun había corrido tan pronto le había escuchado. No lo culpaba, él también había corrido entonces, cuando había sido tan joven y tan ingenuo como él. Con el corazón tan lleno de ilusiones que resultaron vanas, al punto en que él mismo dudaba de si el muchacho encontraría un desenlace diferente.

"¡Ah!", se dijo, ahora lo entendía. ¡Ahora lo entendía!

-¿Deberé ayudarle a dar con un enlace diferente, Momiji? -preguntó.

Mas la mujer no respondía. Sus ojos llevaban horas vacíos, no había vida en ellos. ¿Y cómo podría? Había fallecido tras darle aquella última bendición. ¿O había sido maldición? Después de todo disfrutaba matar. El poder que le daba el sostener vidas y en cuestión de segundos apagarlas de un tajo. Pero, ¿no había sido ésa la maldición? ¿No era el castigo el convertirse en lo que más despreciaba?

¿Y por qué importaría ahora?

Miró el cadáver de Momiji, tan maltrecho, perforado no sólo por el filo de dos katanas, sino por la lluvia de balas que habían disparado los ronin.

-Ah, me salvaste la vida otra vez -Dijo con una laconica sonrisa.

La mujer no respondió.

-Guji Sama, ¿Se encuentra bien?

El hombre levantó la mirada. La joven frente a él no era otra que su primera aprendiz.

-Fuu -Dijo reconociendola.

La jovencita sonrió.

-Se nos hace tarde, su excelencia. -Apresuró el paso entonces, pasando de él.

...

El Guji giró a sus espaldas y de pronto la escena había cambiado.

Ya no llovía y era apenas de mañana. El sol se asomaba por entre las nubes, y la neblina del amanecer comenzaba a difuminarse ante el calor del astro amarillo. Seguía siendo invierno, pero la fiesta de año nuevo estaba a días de distancia; se podía descubrir en el ambiente, en los pequeños arreglos que los miembros del templo hacían, y los montones de creyentes que acudían al templo en pos de sus prontas oraciones.

La habitación tenía las puertas descorridas en dirección al jardín del estanque, incluso los gatos estaban ausentes. El Guji y su sacerdotisa mayor, Momiji, se encontraban sentados frente a una pequeña niña de cabellos negros y desconcertantes ojos azules, tan profundos como el océano mismo. El padre y el hermano de ésta se encontraban sentados igualmente, aunque a un sitio por detrás de ella.

-Mi nombre es Kamiya Kaoru, del clan Kamiya -se presentó la pequeña, haciendo una reverencia.

Aunque vestía humilde, se notaba que era la hija de un daimyo, la única princesa del clan además. Jine recordó lo curiosa que resultaba la pequeña, con su piel blanca como la nieve, y esos ojos azules... Toda ella se veía etérea, totalmente fuera de este mundo.

-Estoy aquí porque deseo convertirme en sacerdotisa -completó, volviendo a erguirse.

Su padre -el líder del clan- había mandado la carta por adelantado, por lo que todos en el santuario estaban enterados de la condición de la pequeña; sin embargo, era la responsabilidad del Guji el comprobar que lo dicho en la carta era cierto.

-Aunque no es raro recibir devotos creyentes, sí lo es el recibir uno tan joven -señaló sonriente. -Dime pequeña, ¿no crees que te arrepentirás?

-No. -Contestó con firmeza al instante, remarcando su sentir en esa sencilla palabra.

-Tanta certeza -rió Momiji.

La niña arrugó el gesto, consciente de que no la estaban tomando en serio.

-Es que, yo tengo que estar aquí -remarcó, elevando la voz sin querer.

Momiji le dedicó una mirada al Guji, y éste comprendió lo que su compañera sugería.

-Para poder aceptarte, debes demonstrar tener un don. Atisbos al menos de que has sido tocada por un kami(dios) -Explicó.

La pequeña Kaoru se sobresaltó un instante, después del cual giró la vista a sus espaldas para mirar a su padre. Éste asintió con una sonrisa solemne. La morena volvió la mirada al frente entonces.

-Tengo visiones... -Confesó con voz suave, sus manos se apretaban la una a la otra en su regazo. -Vi la muerte de mi propia madre meses antes de que ocurriera; antes incluso de que enfermara.

No era un acto entonces, había pensado el Guji al mirar la emoción sincera de la pequeña. Aún así, no era suficiente para aceptarla tan pronto.

-¿Has visto algo más? -Inquirió.

Kaoru se removió incómoda, casi preocupada de tener que responder, mas al final acabó por asentir.

-Hay un niño rojo -Dijo-. Shinta... Nada más. -Terminó, apretando los labios como si debiese guardar el secreto.

Tanto Momiji como él parpadearon en confusión. El Guji lo sopesó un largo momento.

-Deberás buscarlo entonces -Concluyó al fin.

La pequeña niña le miró con los ojos grandes, grandes. De pronto parecía que se había ganado el cariño de ésta con aquella sencilla encomienda.

Y quizá había sido así.


-Atacaremos la siguiente residencia.

Udo Jine sale de sus recuerdos tras escuchar aquella orden. Hace meses que es parte del grupo del Shinsengumi -aunque clandestinamente- y se dedica a perseguir a los que se oponen al régimen del shogun.

"Si tan sólo supieran." Se dice una parte de sí mismo aún conciente dentro de su mente.

Todo ha sido un acto.

Y él es sólo un personaje secundario, se dice. Momiji fue clara en cuál debía de ser su papel. Pero Kaoru se encontraba de momento lejos, secluida y custodiada por incansables hombres. Hombres que no deseaba matar, sencillamente porque estaban al servicio de la miko de ojos azules, y ésta parecía realmente valorar las vidas de éstos.

"Si tan sólo Himura hubiese dejado algo para mí." Lamenta.

Él deseaba hacerse cargo de aquellos culpables. Pero tras su última intervención para ayudar a Himura, su maltrecho cuerpo se había rendido ante el cansancio. Apenas y había tenido tiempo suficiente para alejarse sin ser visto, llevando todavía consigo el destrozado cuerpo de Momiji

-Nos han informado de que ahí se cosechan traidores al régimen -continuó el samurai a cargo de aquella división. Jine no recordaba su nombre, no le veía importancia a recordar el nombre de un muerto.

-Únicamente atacaremos a los samurai -continuó éste-, daremos a la familia la oportunidad de redimirse.

"Ah" Se dijo, recordando de pronto dónde se encontraba. A las afueras de Mito, donde iban a apagar las vidas de un pequeño grupo que se creían revolucionarios. Tan insignificantes que el gobierno mismo no consideraba el darles una muerte honorable. "Bien", se dijo Jine. "Habrá que demostrar lo peligroso de mandar a un perro sin correa." Sonrió.

Asintió hacia el general de aquella división -cuyo nombre seguiría sin conocer- tocando el borde de su sombrero, y dispersándose con el resto del grupo en dirección a la aldea donde se encontraban los rebeldes.

La adrenalina corrió por sus venas, la espada que llevaba en mano parecía vibrar junto con su propia excitación.

"Mátalos a todos" Había dicho Momiji. Y él iba a hacer justamente eso.

...

-Udo, ¿pero qué has hecho?

Había sido una verdadera carnicería, celebró el exsacerdote.

Especialmente el momento en el que había terminado volteando su espada hacia sus supuestos aliados, y comenzado a matarlos uno a uno. Todavía podía dibujar sus rostros llenos de desconcierto y terror. Cobardes. Todos habían sido unos cobardes.

-Todos merecían morir. -Contestó, sonriendo de medio lado.

El grupo frente a él miraba con horror los cuerpos destrozados y las casas de la pequeña aldea ardiendo en las llamas. Ni un solo sobreviviente. Hombres, Mujeres, niños, jóvenes y ancianos por igual, enemigo y amigo... todos muertos.

-Ésas fueron tus órdenes, ¿no? -Rió, poniéndose de pie.

Las manos de los oficiales volaron a sus katanas, sin entender que el hombre no les hablaba a ellos, sino al fantasma de la mujer que lo había condenado a ser un asesino. Ésta le sonrió con gentileza.

Su corazón saltó.

"Bien" Se dijo. "Mi espada todavía tiene sed de sangre."

Y se lanzó en contra de los hombres que quedaban.

...

Tras aquella masacre, la cólera que invadió al pueblo japonés se triplicó. Malentendiendo lo sucedido, toda la provincia decidió levantarse en contra del Shogun.

...

Casi como si el cielo se pusiese en contra suya, había comenzado a llover en ése instante también, tras haber acabado con todos. La lluvia le escurrió por el rostro y por un breve instante pareció que lloraba. Una pequeña ventana al alma del hombre que había sido, y que aún quedaba dentro de sí mismo.

Un hombre condenado a labrar su propio camino al mismo infierno.

Luego, una voz diferente lo llamó.

...

-¡Lo encontré! -Decía, mientras corría con prisa hacia él.

Jine volteó hacia la voz y a tiempo estuvo de ver a la pequeña que deseaba convertirse en miko corriendo hacia él. Sonreía extasiada y el listón de su pelo se mecía con cada brinco que daba.

-¡Encontré a Shinta! -Exclamó, deteniéndose al fin por delante de él-. Shinta existe, es un aprendiz de samurai.

El Guji le devolvió la sonrisa. No habían pasado ni dos días, y la pequeña ya había completado su encomienda; sin duda los mismos dioses la habían mandado.

-¿Ah sí? -Inquirió. -Ven, y cuéntamelo todo -le invitó tomándole la mano.

-¡Hai! -Asintió ella, siguiéndolo hacia la sala privada de su habitación, la misma que daba al estanque.

Kaoru había estado extraviada durante la ceremonia de año nuevo, había dicho haber seguido a tres jóvenes en lo profundo del bosque; pero se había guardado el encuentro con Shinta para el Guji. El asistente administrativo había dicho haberla encontrado sola, pero todos sabían que los dioses se ocultaban cuando no querían ser vistos, y aún más los fantasmas.

La pequeña le contó sobre su encuentro, sobre las anécdotas que las hermanas de éste le habían compartido.

-¿Dijiste que era un aprendiz de samurai?

-Un(sí). Llevaba una katana(espada) atada al hakama.

El Guji lo sopesó. Quedaba claro lo que Kamisama esperaba de él, aquella unión debía hacerse y él debía concertarla. Sus ojos se habían abierto tras su entrega al santuario, no podía servir a nadie más que a los dioses.

-¿Hiciste una conexión? -Preguntó.

La niña parpadeó confusa, dejando de comer el mochi entonces. Tras considerarlo un instante, respondió.

-Le di mi nombre. -Dijo.

El Guji soltó una risilla, conmovido.

-Me temo que no será suficiente.

Kaoru hizo un puchero.

-¿No pasé la prueba?

El Guji sonrió.

-Por el contrario, lo hiciste.

El hombre sintió ganas de estallar en carcajadas al ver la expresión aún más confusa de ella.

-¿Entonces?

El viento sopló entonces, levantano hojas secas y polvo en un pequeño remolino.

-Solo significa que volverás a verlo. -Sentenció.

Jine recordaba todavía, el día que Kaoru había regresado al santuario con un joven aprendiz de samurai acompañándola. Y al levantar la mirada hacia el jardín, de pronto éste se había transformado en la entrada al santuario, con el Tori imponente en la distancia. Mientras el Guji y la niña seguían sentados a la habitación conversando.

Jine recordó que había estado fuera junto con Momiji en peregrinación, por lo que no se había enterado sino hasta días después de la llegada del muchacho. Aquella tarde, había decidido adelantarse a Momiji, y comenzar con las preparaciones de las festividades cercanas. La fiesta de la megami(diosa) Inari era la principal.

Tenía poco menos de una hora de haber llegado al santuario cuando había escuchado a la entonces aprendiz de miko llegar. Aquella tarde también llovía.

"Y la próxima vez que lo veas..." Continuó el sacerdote.

-¡Kenshin! -Había llamado Kaoru, la niña de once años, a su compañero. -Date prisa o terminarás todo empapado.

El exsacerdote miró en sus recuerdos la figura del joven aprendiz de samurai ataviado con costales de arroz; recordando lo sorprendido que se había sentido al descubrir que había razón en llamar "niño rojo" al Shinta que Kaoru describía.

-Voy tan rápido como puedo Kaoru dono -contestó el joven pelirrojo, y luego añadió entre dientes -considerando todo lo que llevo cargando.

"Asegúrate de sellar su destino con el tuyo." Concluyó el sacerdote.

La escena de la aprendiz de miko y el aprendiz de samurai se desdibujó entonces, y únicamente quedó el primer recuerdo.

-Hai(sí) -Asintió Kaoru.

Jine parpadeó, mirando de nueva cuenta a la pequeña Kaoru.

-No lo dejaré ir. -Sonrió.

Y el Guji rió con ella.


Grandes lágrimas resbalaban por las mejillas del hombre.

Sus lamentos podían escucharse en lo profundo del bosque, convenientemente alejado de la zona del santuario.

Noches y noches llevaba sufriendo el deterioro de su mente. Incontables sueños y pesadillas que lo movían entre una realidad y otra. Y por los pequeños instantes en que despertaba, tan sólo lo recibía la evidencia de su decadencia. Los montones de cuerpos inertes apilados frente a él, y las imborrables manchas de sangre tiñendo su persona; principalmente sus manos.

El hombre siguió llorando, sin saber cuándo volvería a perder el control de sí mismo.

¿Por qué Momiji le había hecho esto?

¿Tanto le odiaba?

¿Por qué?

¿En qué momento su amor se había convertido en resentimiento y amargura? ¿No era suficiente el tener que vivir sin ella?

-Te di mi vida... -Sollozó ahogado en lágrimas. -¿Por qué no fue suficiente?


Un nuevo recuerdo lo asalta.

La figura de su compañera... aquella que espiaba frecuentemente. A la que amaba a la distancia incluso cuando estaban cerca, uno al lado del otro. La había visto sonreír entonces, una sonrisa diferente de las anteriores.

-Te gusta -declaró él, sirviendo el té.

Momiji negó con la cabeza, aunque sonreía. ¿Y no era eso una novedad?

-Me causa admiración. -Dijo al fin, aceptando el té que él le ofreció. -Y supongo que también algo de envidia.

-¿Cómo es eso?

-Desearía tener su fe y su fortaleza. -Confesó. Sus ojos se perdieron lejos del té que tenía en sus manos, lejos de aquella sala en la que estaban sentados. Lejos del santuario en el que se encontraban. Luego volvió en sí. -Deberías ponerla a cargo de Yumi dono. Ya va siendo hora de que tenga una aprendiz.

Él siguió analizándola.

-Pensé que serías tú quien la tomaría. -Tentó. Él la entendía mejor que nadie, se había sacrificado por ella después de todo, y sabía lo que siempre acongojaría a la joven mujer.

-Con mis constantes viajes a Edo, sería un desperdicio. Yumi dono es más cercana a su edad que Kaede dono o yo. -Explicó ella. -Tengo el presentimiento de que será la hermana perfecta.

Quizá debió haber hablado entonces, se reprendía aún. Quizá debió hablado sobre el problema que estaba ahí tomando el té con ellos. Pero había sido cobarde, se recordó. Les había tomado tanto conseguir esa paz que no concebía tentar su suerte.

Incluso si con su silencio la hería a ella y a sí mismo también.

...

Así que había seguido sus instrucciones, y había llamado a la pequeña apenas un día después de la charla que tuviera con ella. La joven esta vez había sido acompañada únicamente por su padre a la sala de ceremonias. Tras las debidas presentaciones y reverencias, Momiji postró la caja con las ropas y accesorios ceremoniales de un aprendiz del santuario.

-Éstas serán tus ropas ahora. -Le dijo la mujer. El Giji permanecía sentado al lado de ella, y ambos le hacían frente tanto a la joven como al padre de ésta. -Deberás renunciar a cualquier adorno.

Kaoru, que había estado embelesada mirando las ropas y deseosa de tocarlas, se sobresaltó al escuchar lo último. Su mano voló por inercia hacia su cabello, a donde descansaba el listón azul hecho moño.

-¿Debo hacerlo? -Cuestionó insegura.

Momiji le sonrió con algo de pena.

-Si deseas convertirte en sacerdotisa...

La niña agachó la mirada.

-Pero aún falta mucho para éso, por ahora seré sólo una aprendiz, ¿no puedo usarlo mientras tanto?

Ambos adultos suspiraron, se dedicaron una mirada antes de volver a dirigirse a la niña.

-Ya decía yo que era muy pronto -dijo el Guji comprensivo.

Kaoru le miró confundida.

-Quizá debas volver a casa -Completó Momiji-. Viendo que aún no estás lista para...

Sus palabras sin embargo se cortaron, al ver a la pequeña deshacer el listón de su cabello, dejándolo caer sobre sus hombros cual cascada. Doblando con cuidado el listón azul, lo devolvió a su padre con una reverencia. Luego volteó hacia la caja de donde tomó el listón blanco; con éste se ató el cabello en una coleta baja, como dictaba el protocolo.

-Discúlpe mi impernitencia. -Dijo en cuento terminó, volviendo a inclinarse. -Estoy lista ahora.

Jine recordó la admiración y el orgullo que había sentido entonces por la pequeña de ojos azules. El padre se veía igualmente orgulloso aunque triste. Sin embargo, recordó también que al mirar a Momiji únicamente pudo vislumbrar desconcierto. Y no en una buena manera.

Momiji se había visto en verdad descorazonada.

...

Si tan sólo lo hubiese entendido.


La sexta división del shinsengumi se reunió entonces.

-Llevamos una purga tras otra.

Es un nuevo día, o mejor dicho una nueva noche, dado que el sol estaba oculto y la luna regía sobre el firmamento. Una noche más de batallas, muerte y decadencia. Jine sentía que hasta el asesino se hartaba de vez en cuando.

-De seguir así, no pasará mucho antes de que el pueblo mismo de Kioto se levante contra nosotros -resaltó el que estaba al mando entonces.

Alguien más que Jine no recordaba, sólo sabía que no era el capitán de la división; y que el grupo que entonces ahí se reunía eran apenas seguidores. Lo cual estaba bien, pues servía a sus propósitos de seguir pareciendo invisible e insignificante.

Un veneno que de a poco va surtiendo efecto.

-Todo es culpa de los extremistas -se quejó un hombre a su lado.

Kaoru se encontraba en Edo entonces, junto con Yumi -quien sería quien la presentaría ante el emperador- a punto de recibir su título y encaminarse a lo último de su peregrinación. Y durante su ausencia, más divisiones se habían generado dentro de las filas del shogún.

-Te olvidas también de los traidores.

Jine rió, incapaz de contenerse, él era uno de ellos después de todo.

-Udo -le habló el que estaba al frente-. Esto también va por ti. Debes poner un límite a tus ansías de asesino.

Jine le miró a detalle, su sonrisa se desvaneció y en su lugar quedó una expresión aburrida.

-¿Nivelar la balanza, quieres decir? -Cuestionó.

-Si así quieres verlo. -Le contestó su superior. -No podemos permitirnos el que nos vean siempre como los agresores, aunque en nuestro favor de causa, nos pone en mala vista ante los ojos de la gente común.

Jine asintió.

-Entiendo.

...

Honestamente, debieron haber visto venir la masacre que siguió, se dijo.

...

Los hombres -hasta entonces sus compañeros- corrían intentando alejarse de la espada de él.

"¡Detente!" "¡Está loco!" Gritaban.

Y tenían razón.

En su cabeza únicamente reverberaban las palabras de la antigua sacerdotisa.

"Mátalos a todos"

Jine rió y siguió riendo mucho después de acabar con todos.


No supo en qué momento había perdido la conciencia. Ni cómo era que viajaba de un recuerdo a otro de atrás adelante sin llevar un verdadero orden. De momento sólo era esclavo de revivir las escenas que su fragmentada mente quisiese mostrarle.

-Guji sama -escuchó una voz llamarle, joven y melodiosa. Recordaba de quién se trataba.

Yumi.

La joven le miraba con preocupación. Ambos se encontraban en la que había sido la habitación de Momiji, aquello le lastimaba al hombre sobremanera, todo lo cuanto veían sus ojos era una espina que le laceraba las heridas de su corazón.

-¿Por qué me trajiste aquí? -Cuestionó.

Yumi tuvo a bien verse contrita.

-¿Realmente necesita mi respuesta? -Le dijo.

El Guji sintió ganas de llorar. Tenía que alejarse de Yumi cuanto antes.

-Soy peligroso ahora, Momiji...

-Lo sé. -Le cortó ella, deteniéndolo en su intento por levantarse del futón.

Su mirada se clavó en la de ella.

-Por supuesto. -Concluyó al fin, relajándose. Se permitió descansar y atenderse por la miko. -¿Huirán juntos entonces? -Cuestionó, quedaba claro que se refería a Kaoru y a Kenshin. Mas Yumi agachó la cabeza con pena, siguió atendiéndolo pero no le dirigió la mirada. Él lo entendió. -No. -Dijo decepcionado. -No... ésa niña es tan necia como una vieja cabra... ¿Himura kun?

Yumi suspiró, luego se inclinó en una reverencia hasta el suelo.

-La protegerá esta noche. Por lo que pido su apoyo.

"Si recibiera un yen por cada paralelismo..." Pensó para sí. -Al final... sí requirió de la protección de su propio samurai.

Yumi se irguió y le miró sin entender.

-¿Guji sama?

Mas ¿cómo podía explicarse ahora? Se dijo. Todo había terminado siendo un desastre.

-¿Qué le has hecho a Himura? -Preguntó en su lugar.

-Nada que él mismo no desee hacer -Aseguró la miko.

Jine afiló la mirada.

-¿Aún hay tiempo entonces?

El corazón de Yumi saltó en alarma.

-¿Lo detendrá? -Cuestionó preocupada, elevando la voz.

Siendo honestos, lo ideal sería detenerlo. Dejar que las cosas sigan su curso de acuerdo al protocolo y permitir el que Kaoru ascienda como dicta la religión. Mas éso sería en contra de la orden de su excompañera.

"Mátalos a todos." Había ordenado ella. Y dadas las circunstancias, mejor sería que fuese Himura quien les hiciese frente.

-No. -Contestó. Yumi suspiró en alivio. -Aunque quisiera, no puedo. -Confesó él. Pues lo ataba otro deber. -Pero quizá pueda ayudar desde otro frente.

La joven por delante de él lo entendió al instante, y asintió en respuesta.

-Lo ayudaré en lo que necesite -Prometió.

...

El Guji -Jine- se llevó la mano izquierda al rostro, sosteniendo la cabeza por la frente. Un dolor le acongojó entonces. Quizá fuera el poder de la maldición surtiendo efecto, quiza fueran sus propias heridas, quizá fuera el designio del mismo kamisama de cobrar penitencia por los pecados que cometería.

Fuera uno u otro, su mente comenzó a fragmentarse para luego desbaratarse, justo ahí. Justo ése día.

Lamentó no haber escuchado a Momiji antes. En cierta forma, él era el propio causante de aquella tragedia. Había jurado amarla y protegerla, pero en algún punto se había perdido entre su promesa al santuario y su juramento a ella. Había pensado que con compartir el mismo espacio, la misma vida, sería suficiente. Había sido un tonto.

...

No había sido Momiji quien se había fijado en los paralelismos. No había sido ella en sí misma quien había notado la historia entre los dos niños. No. Había sido él quien lo había descubierto. Había sido él, él y nadie más, quien la había hecho mirar en esa dirección y apreciar la belleza de aquel raro encuentro.

-Escuché que le permitiste a un ronin integrarse al santuario -Le había reclamado Momiji tan pronto había vuelto al santuario.

Kaede se había adelantado a recibirla, y en medio de la conversación había terminado por revelar la situación de la aprendiz de ojos azules y su nuevo guardián de cabellos rojos.

-Di las cosas como deseas decirlas, Momiji -Había sido su respuesta, sin despegar la vista de su trabajo.

Momiji se cruzó de brazos molesta, se sentó frente a él.

-Un ronin viviendo en la misma habitación que una aprendiz de miko, una vidente además. ¿¡Qué pensabas?!

El Guji apenas y parpadeó.

-La petición vino de la misma Kaoru dono, estoy seguro de que Yumi dono te lo dijo también.

-Esto es muy arriesgado e imprudente, ¡además de impropio! -le cortó ella, golpeando la mesa con ambas manos, palmas extendidas, evitando el que él siguiese ignorándola.

El sacerdote arrugó el gesto, irritado.

-Himura kun es el niño rojo que las visiones de Kaoru dono le han pedido buscar.

Ella parpadeó y se vio sorprendida.

-¿No estarás diciendo?

-Momiji... -Suspiró con cansancio. -Sólo obsérvala. Es feliz ahora ¿No era éso lo que querías? -Instó. -Sea cual sea la participación de Himura kun en todo esto, debemos tener fe en que son los designios del mismo kamisama.

La miko se recompuso, volviendo a sentarse como era propio.

-¿Qué dijo ella exactamente?

Las palabras de Kaoru reverberaron en su mente entonces.

"Encontré a Shinta." Había dicho contenta. "Y esta vez estableceré la conexión."

-Dijo que como elegida de kamisama, debía tener su propio samurai a su servicio -Contestó.

-¿Y le crees?

Había tenido qué. Se recordó. Kaoru le había mostrado, a su manera, atisbos -pedazos realmente- de escenas que ocurrirían en el futuro. Y cuando él había consultado con las tablas, éstas le habían mostrado los mismo mensajes una y otra vez.

...

"Tienes una avecilla que rescatar."

"Salva a Kaoru."

...

-Le creo. -Contestó al fin. -Pero ruego que se equivoque.

Tristemente no había sido así. E igual que todas y cada una de sus visiones, aquellas también se volvieron realidad. Por una vez, fue capaz de comprender el por qué todos en el santuario, deseaban salvar a la miko de ojos azules.

Especialmente el niño rojo.

Himura Kenshin era un joven ingenuo y de sentimientos inocentes. Era demasiado amable para ser un espadachín, independientemente de su habilidad con su espada y sus rápidos reflejos; el joven necesitaba desconectarse de sí mismo y tocar con una zona más visceral para poder atacar como un asesino debía hacerlo. Si llegaba a la guerra como estaba, su conciencia no tardaría en dividirse. Dos conciencias se enfrentarían constantemente por dominio y, de seguir peleando sin algo o alguien a quien proteger, que lo mantuviese conectado con su parte humana, el asesino terminaría por dominar.

Así que quizá, estaba bien en cierta forma el que su camino se cruzara con el de Kaoru. La joven se había ido convirtiendo de a poco en esa pieza que a él le hacía falta. Incluso con su primer enfrentamiento y separación, ambos niños habían permanecido conectados al otro. Su reencuentro, salvo quizá por los primeros instantes, no dejaba evidencia de que habían estado separados. Y lo único que había cambiado quizá, era la añoranza con la que se veían el uno al otro.

El contacto entre ellos era mucho más natural y constante. Pequeños roces casi imperceptibles, miradas que al cruzarse detonaban sonrisas. Así fue como había encontrado a Himura entonces: mirando a Kaoru desde el jardín, mientras ésta practicaba la danza de Kagura.

-Te gusta -le dijo tan pronto lo alcanzó, incapaz de resistirse.

Himura casi se muere del susto.

-¡Guji sama! -Exclamó, mejillas arreboladas.

El aludido carraspeó antes de volver la atención hacia la joven, el muchacho le imitó.

-Perdona mi rudeza. No es mi intención ponerte incómodo -Le dijo.

Luego, al notar el silencio del joven, le dedicó una mirada significativa. Himura volvió a enrojecer, esta vez incluso con más fuerza.

-Es mi amiga. -Contestó abochornado.

Guji suspiró.

-Siempre lo será. -Declaró, sin dejar pasar por alto el gesto de molestia que cruzó el rostro del chico. Casi imperceptible, pero ahí igualmente. -¿Eso te molesta?

El pelirrojo se removió incómodo.

-No. -Dijo al instante, luego se arrepintió, tras recordarse con quién estaba. -Sí... -Confesó, y volvió a arrepentirse, porque ni siquiera él estaba seguro de lo que sentía. -¿A veces? -Dijo, antes de quejarse de nuevo y volverse a excusar. -Perdóneme, no soy yo mismo.

El hombre pudo haber reído, pero aquello no le causaba gracia sino añoranza.

-Por el contrario lo eres. -Observó.

Himura le miró confundido.

-¿Guji sama?

La mirada del hombre se perdió en la escena dentro del dojo, donde Kaoru practicaba la danza con ayuda de Momiji, Kaede y Yumi. Sus ojos se clavaron en los de la mayor.

-No eres el único, ¿sabes? -Le dijo al fin, tras un breve silencio. -Ni tampoco eres el primero ni serás el último que se enamora de alguien a quien no puede alcanzar.

Mutismo.

Himura se giró de frente al dojo. Sus ojos se perdieron igualmente en admirar a la dueña de sus afectos. Faltaban menos de dos semanas para el Kuchiyose.

-¿Qué debe hacer uno en esta situación? -Preguntó el muchacho con tristeza.

-Las dejamos ir. -Contestó al instante. Consciente del momento en el que el corazón del joven había sido herido. -Las dejamos libres, para que puedan brillar y crecer como deben.

Entonces él había estado inseguro de los motivos de Momiji. Sabía de lo que ésta última y las otras sacerdotisas planeaban, sabía incluso de las propias maquinaciones del hermano de Kaoru, Koishijiro; pero entonces había estado indeciso, y su razón había ganado aquella lucha.

Ahora deseaba haberle dicho algo diferente a Himura. Haberlo invitado, incluso, a aceptar alguna de las propuestas del hermano de la miko.

-Si tan sólo... -Lamentaba.


Por eso entendió que en cierta forma había sido su culpa el que Himura fuese incapaz de expresar sus deseos. De revelar lo que sentía con las palabras correctas.

-¡Yo quería ir contigo! -Había llorado Kaoru.

Tan destrozada ante la realidad de su mundo, ante el peso de su propia decisión. Jine hubiese querido intervenir entonces, convencerlos de las razones por las que debían de correr. Pero incluso él ignoraba si la felicidad realmente estaba en la huida. En su lugar él había elegido quedarse, proteger el sueño que había pensado era de Momiji.

Inmaduros y tontos los dos, habían cedido ante los deseos que creían del otro. Y aunque al final sus sueños se habían frustrado, no podía negar que había habido felicidad en aquella vida. Momentos que no cambiaría por nada. Enseñanzas que de otro modo no hubiese podido aprender. Y, estaba seguro, el camino de Kaoru en el santuario aún tenía pasajes para ella que no encontraría en ningún otro lugar. Y si Himura estaba destinado a ir a la guerra, quizá sería mejor para ambos el que permanecieran con un amor imposible...

-Kaoru dono... -Había dicho Himura, tan pronto las lágrimas de la joven habían comenzado a ceder. -Lo sé... -Dijo, sin ser consciente de que él también estaba llorando.

Jine les había dejado entonces, saliendo a encontrarse con Yumi, quien seguía haciendo guardia mientras el resto de sus sacerdotes se llevaban al Maekkai que había derrotado Himura instantes atrás.

-Asi que, cometemos el mismo error. -Declaró Jine, tras salir del atrio. -No. Por el contrario. Ustedes son mucho más auténticos. -Concluyó, luego elevó su rostro al cielo. -Momiji... Tengo que dejarlo ir.

...

Cuando el último miembro fue puesto en custodia. Jine se acercó a Yumi. Ya era de madrugada y Kaoru no tardaría en despertar en el atrio para descubrir la ausencia de su compañero. Había visto lo que Himura había hecho y vislumbrado el quiebre del espíritu del mismo, no quedaba ya más por hacer.

-Tienes que irte. Le dijo el hombre. -Tan pronto Kaoru dono reciba el reconocimiento por parte de su alteza el emperador, tendrás que irte del santuario.

La joven le miró desconcertada. En realidad ella ya debía de saberlo, pero escucharlo de frente sin duda había sido un duro golpe. El santuario era su hogar.

-¿No hay otra forma? -Aventuró.

Él negó con la cabeza.

-Desearía que la hubiera. -Le dijo.

Yumi asintió, limpiándose con la manga del kimono las lágrimas. -Una vez se aleje Guji sama, no podré mantener la maldición a raya -le advirtió.

-Soy consciente de eso -le dijo comprensivo, en sus ojos también había tristeza-, pero prefiero una muerte rápida.

Si de igual forma acabaría por perder la cordura, deseaba que aquello se diese rápido, para que no tuviese que lacerarse con los actos que estaba por cometer. Deseaba no tener que ser consciente del descontrol de sí mismo.

-¿A dónde irá ahora? En su estado, no puede cuidar de ella.

-Puedo y lo haré. -Refutó. No planeaba alejarse de la joven de ojos azules, no todavía al menos. -Pero descuida, mantendré mi mente ahogada en otros deberes.

Yumi asintió.

-¿Qué hay de Himura Kun? -Preguntó preocupada.

Él arrugó el gesto.

Sintió un escalofrío al recordar la manera en la que éste había asesinado y el quiebre en su psique que había seguido después.

-Está perdido. -Declaró, para pesar de la miko. -Por ahora.

Quizá después, se dijo, pero no todavía.


Había estado convencido, se dijo. Por fin había dejado de llorar y su determinación se notaba en cada uno de sus actos. La sacerdotisa estaba lista.

Jine se removió sobresaltado de pronto. Olía a sangre en el aire y sabía que un nuevo grupo había salido a buscarlo.

"Patéticos", pensó, "todos son patéticos."

Volvió a sus cavilaciones.

Había estado convencido de que Kaoru se quedaría con Himura tras su segundo reencuentro. Luego de haber abandonado Mito, de haberse incluso cruzado con el maestro de Himura, Seijuro Hiko; Jine había estado convencido de que Kaoru había elegido correr con Himura. Incluso Hikari la había suplantado.

Pero no.

Al final, tras regresar a la sala de oración. Tras ser recibida por el pueblo de Kioto y proceder la ceremonia a Inari, Kaoru se había instalado de nueva cuenta en el santuario... Lo cual solo podía significar una cosa.

Había aceptado el trato de la casa Kiyosato.

...

Aquél había sido un fastuoso día.

-Te propongo un trato. -Había dicho el chiquillo, Shinji. -Uno que pondrá fin a las dudas del gobierno hacia el santuario.

Jine había sabido entonces lo que el líder del clan había estado por ofrecer, sabía incluso que Kaoru también lo intuía. Llevaba meses cuidándola. Evitando cualquier acercamiento, cuidando el camino a trazar para cuando ella decidiera que era el momento de correr, mas éste no había llegado aún. Era normal, se había dicho, tras el trauma del ataque al santuario, Kaoru debía vivir el luto.

Y aún así.

-Acepta un omiai(compromiso) entre el santuario y el clan Kiyosato -Declaró Shinji.

Kaoru negó con la cabeza antes de responder.

-No puedo. -Declaró. -Me he consagrado al santuario. No puedo. Lo que me pides es un imposible.

Sin mencionar que su corazón era de otro, quiso decir el exguji, mas no podía revelar su presencia aún.

-Han habido emperatrices que fueron sacerdotisas primero -refutó aquel fastidioso chiquillo.

-Y ninguna de ellas sobrevivió. -Le recordó Kaoru.

Una respuesta egoísta.

-Kaoru -Gruñó el líder, y Jine sintió ganas de quebrarle el cuello por la descortesía de mencionar el nombre de la miko como si fuesen cercanos. -Tú y yo sabemos que hay más que nuestras propias vidas en esto. Hacemos el sacrificio por el bien de todos.

-No puedo. -Repitió ella.

-No te estoy preguntando si quieres. -Presionó. -Tienes pocas salidas para mantener a salvo al santuario y a lo que representa. La guerra ya comenzó y no tardará en envolver a Kioto también. Puedes hacer mucho más si tienes el apoyo y no sólo las limosnas de un clan.

Aquello era cierto...

-Tengo el nombre de mi familia -refutó ella, irritada.

-Y no será suficiente. Lo sabes. -Le cortó él.

En el silencio que siguió, Jine supo que tanto él como la misma Kaoru entendían que aquel molesto chiquillo tenía razón.

-Tras tu peregrinación, volveré a presentarte la propuesta. Piénsalo mientras tanto.

Y aún así...

Kaoru se había levantado, tras dedicarle una mirada llena de recelo abandonó la sala.

Él había estado tan seguro de que Kaoru se mantendría en su decisión que no comprendía por qué había cambiado de parecer.


"¿Por qué? ¿Por qué? ¡¿Por qué!?" Se cuestionó.

Se puso de pie. La cabeza todavía le martilleaba pero había más enojo que dolor.

"¿Por qué se había entregado?"

El abandono de Himura solamente podía significar una cosa. Kaoru seguía firme en su devoción hacia el santuario, tanto, que había sin duda aceptado aquél trato político. ¿Pero por qué? De haber sido Momiji...

"No." Se dijo. "¡No!" Se repitió con más fuerza.

-No me obligues a hacer esto Momiji, ¡No me obligues! -Lamentó.

-¡Udo Jine!

El aludido se detuvo. La maldición latió en su pecho, la adrenalina se disparó.

Éste era un mal momento para encontrarlo.

-¡Hemos venido a acabar contigo!

Ah, otro grupo más del shinsengumi. ¡Qué afán el de ellos de mandar cachorros a enfrentar un monstruo!

Desenfundó su katana y se abalanzó en contra del grupo, no dándoles tiempo siquiera a responder.

-No tengo tiempo para ustedes ahora -gruñó, mientras enterraba su espada en otro samurai.

Hubo un par que consiguieron dar pelea, que pudiesen incluso haberlo acabado, más Jine tenía el shin-no-ippo. Tan pronto le miraron cayeron en el hechizo.

Y después fue fácil perforarlos.

Otro grupo llegó entonces.

"Miserables. Todos son iguales." Gruñó en su mente.

Se lanzó sobre el grupo una vez más, mató a dos antes de que recibirse un golpe en el costado.

-¡Atgh! -Gritó en dolor.

El golpe lo mandó a un par de metros de distancia a la izquierda del grupo.

Cuando se recompuso levantó y clavó la mirada en su agresor.

-Himura... -Gruñó.

Kenshin estaba de pie con la espada desenfundada, la sangre que aún quedaba en la hoja, goteó al suelo hasta manchar la hierba.

Jine se irguió enfurecido.

-¿Por qué? -Reclamó. -¡¿Por qué no me dejas matarlos a todos!? -Rugió. -Todos se lo merecen. Todos y cada uno de ellos destruyeron su felicidad.

Himura afiló la mirada, sus ojos tenían un brillo extraño, fiero y peligroso. Más había duda en ellos.

-Eso no me da el derecho de decidir por ella -Contestó el muchacho, sin dejar su postura de defensa.

Jine lo miró con detalle.

-Lo hiciste una vez. -Le recordó.

Oh, sí. Él había estado allí cuando Himura había acabado con los hombres del Shogun, la noche del Kuchiyose de Kaoru.

Himura se estremeció.

-No volveré a cometer el mismo error dos veces -aseguró.

El exguji no pudo evitar echarse a reír para desconcierto de los presentes.

-Así que prefieres entregarla. -Dijo cuando la risa cedió. -¡Qué estúpido! Desperdicias tu vida y la de ella en un absurdo ideal. -Bramó.

Aquello fue como un golpe para el joven samurai, quién sabía lo efímero de su esperanza, la razón por la que luchaba.

-Tal vez. Pero no puedo renunciar ahora.

-Me pregunto si ella opinará lo mismo -le interrumpió el asesino.

Había detectado la presencia de la avecilla, no muy lejos de donde actualmente se encontraban. Ah, así que ella también había ido a buscarlo.

Kenshin, al notar el cambio, extendió su kit.

-Himura -le habló el Guji, y Kenshin fue incapaz de evitar mirarle.

Fue en ese descuido cuando Jine le atacó. El joven samurai se quedó paralizado bajo la técnica favorita de la antigua miko, Momiji.

-Veremos quién llega primero a ella, Himura -se burló el asesino.

Y al instante siguiente salió en busca de la avecilla.

-¡No! ¡Jine!

Jine sabía que Himura sería capaz de liberarse, su kit era lo suficientemente fuerte para romper el hechizo. Más le tomaría un tiempo el hacerlo.

...

Cuando alcanzó a la avecilla, sin embargo, ésta no estaba sola. Rodeada de sus compañeros del maekkai y una cuadrilla del shinsengumi, la miko era inalcanzable. La herida que le había hecho Himura todavía sangraba además.

Sin saberlo, el samurai le había impedido el seguir matando.

-Ven a verme tu sola -le dijo a la miko.

La cual se quedó atrás liberando y probablemente sanando a los que habían caído atrás presa de su hechizo.

...

Por eso le sorprendió el que fuese a buscarlo, tal y como se lo había pedido, pero aún más el que no hubiese ido a cazarlo. No. La joven de ojos azules pretendía ayudarlo, si acaso fuera posible.

Pero entonces...

"Sé que su misión para conmigo era otra." Dijo.

¡Y el infierno en su alma volvió a desatarse...!

La persiguió cómo a una presa.

La atrapó cuando había estado a punto de escapar.

-¡Si la avecilla no quiere ser rescatada, la única forma de salvarla es matándola!

Y casi estuvo a tiempo de matarla.

-¡Kenshin!

Pero entonces ella había llamado a Himura, como si siempre hubiese sabido que estaba ahí. Una parte de su conciencia se removió, aún más cuando dicho samurai se materializó por delante de él y por segunda vez le atacó.

-¡Aaah! -Gritó de dolor.

-Lo siento. Pero no puedo permitirlo. -Habia dicho el muchacho.

Y verlo, sólo le hizo reír con más impetu.


Había perdido su mente entonces. Ahogado en la locura, se dedicó a perseguir a los dos amantes.

El asesino en qué se había convertido reconoció al asesino en el muchacho -Himura-, y se llenó de éxtasis. Era fácil provocarlo, demasiado fácil el hacer enardecer su corazón en frustración y enojo.

Veía su propia lucha en los ojos del joven samurai, la frustración de no poder decidir correctamente cómo avanzar. Y quizá su propia cordura, si era que quedaba realmente algo de ésta, deseaba que le matase.

Sí.

...

Udo Jine deseaba morir.

...

Detuvo una estocada que habría sido perfecta, y sosteniendo el brazo extendido de Himura lo acercó a él para poder susurrarle al oído.

-Estas condenado igual que yo. Ella jamás te eligirá.

Aquello había sido certero.

Himura se había retraído para soltarse y girado en un solo movimiento. Su espada atacó directo al rostro de su enemigo, consiguiendo romperle la nariz en el acto.

Jine se recuperó del golpe, consiguiendo mantenerse de pie, pero Himura había vuelto a atacar y esta vez iba en serio.

"Ah", pensó el Guji y el asesino por igual, "así termina entonces."

-¡NO!

...

El tiempo se ralentizó.

...

-¡No lo mates! -Gritó Kaoru.

...

Y en esa fracción de segundo, Kenshin voltea la katana.

...

El golpe, aunque le hiere bastante, no lo mata.


La sacerdotisa sale corriendo hacia él tan pronto éste cae boca abajo al suelo con un sonoro golpe.

-¡Guji sama!

Kenshin es rápido al detenerla, su mano derecha sangra y un cardenal ha comenzado a formarse en su muñeca.

-¡Kaoru dono!

La joven se detiene, sostenida por el agarre de su compañero en su mano derecha. La mirada que le dedica lo desarma.

-No me lastimará -le segura con voz temblorosa.

Kenshin duda un instante antes de dejarla ir.

La miko llega donde Jine yace, tosiendo mientras intenta recuperar el aliento perdido.

-Guji sama -le habla ella con voz suave, sin saber por dónde sostener al hombre.

De pronto el hombre la agarra de la mano, pero el agarre es débil, demasiado como para considerarse una amenaza. Su espada ha caído lejos de él además.

-Guji sama no hay razón para hacer esto. -le dice, al notar-Por favor...

Los ojos del hombre miran en todas partes y en ninguna a la vez.

-Todavia tengo que matarlos a todos -Dice en voz quebrada.

El corazón de Kaoru se parte ante tal sufrimiento.

-No queda nadie ya... -Le dice con la voz cortada, consiguiendo con ésto el que el finalmente la mire. -Ya ha acabado con todos.

Esta vez es el corazón de Jine el que se parte, se quiebra en mil pedazos. Ni siquiera se había dado cuenta de que había estado llorando durante la pelea.

-Momiji... -Sollozó.

Kaoru llora con él, y se aferra a la mano con la que él la sostiene.

-Creo que ya es suficiente... -Le dice. -Es suficiente -Llora, por fin sabe cómo romper aquel hechizo. -Momiji sama... Ella ...Es suficiente... -Solloza.

Es entonces que Jine es capaz de ver por fin a Momiji. No un recuerdo difuso, ni la imagen triste de su cadáver al morir. Sino la misma Momiji, a través de Kaoru.

Y su sonrisa es triste.

Jine niega con la cabeza.

-Incluso si terminara ahora... -Solloza. -No. Después de todas las vidas que he tomado...

¿Cómo podría borrar tales pecados? ¿Cómo? Era un hombre condenado, no había salvación para él.

Pero Kaoru, inocente Kaoru, no se rinde.

-Aún así... -Insiste, limpiándose las lágrimas. -Aún así, es posible. -Le asegura, la sonrisa que le obsequia es timida. -Mientras esté dispuesto a cambiar. No es tarde.

Por fin, Jine es capaz de ver lo que tanto Momiji cómo Kaede y Yumi habían visto en la joven de ojos azules. El por qué era tan importante el protegerla, el salvarla.

"Tu camino no debe terminar aquí." Piensa dentro de sí. Y toma una decisión entonces.

-Todos lo ayudaremos. -Continua la miko, con sus ojos llenos de esperanza. -Todos en el santuario le recibiremos. Seremos ahora nosotros quienes lo cuiden. Lo protejan.

Jine usa sus últimas fuerzas para ponerse de pie, apoyándose en Kaoru para hacerlo.

Himura salta un instante en alarma, es obvio que no se fia del todo de él, y con justa razón, reflexiona Jine. Más no es él su misión ahora.

Mira de frente a Kaoru y se atreve a acariciarle el rostro. Internamente orgulloso y conmovido de que ella no le rehuya ni le tema, contrario a Himura que se ha puesto tenso por detrás de la joven.

-Tus ojos sin duda, son capaces de mirar lo que el ojo humano no puede -Le dice a la joven, hay el eco del cariño que antaño le tenía, y que aún yace en su corazón.

Kaoru sonríe, un tanto abochornada y confusa.

-¿Cómo no podría ver lo que tengo en frente? -Dice en respuesta a las palabras del Jine. -Guji sama, por años usted nos protegió. Deje que está vez seamos nosotros.

-¿Redención, éso es lo que me propones? -Cuestiona, incapaz de ocultar el atisbo de una sonrisa.

Kaoru asiente.

-Todos tienen derecho a una segunda oportunidad.

Él arruga el gesto. No, se dice, no puedes ser tan ingenua.

-Soy un asesino...

-No por elección. -Le interrumpe con fuerza. Aquello sólo cementa la preocupación del hombre por ella. Pero Kaoru es incapaz de darse cuenta... -Guji sama, el hechizo puede romperse.

"Ah," piensa. "Sin duda eres la hija de tu padre." Jine le sonríe comprensivo. -Esa filosofía, tal vez, algún día como dices, termine salvando más vidas de las que ahora terminen muriendo por ella.

Esto último la confunde, por supuesto.

-¿Guji sama?

Es en ese momento que Jine siente al lobo acercarse...

-Pero quizá, aún para hombres como yo, la redención sea posible.

Himura es el segundo en darse cuenta.

-¡Kaoru!

"Protegela" Le pide como última petición. Jine sabe que Himura ha sido capaz de oírlo. El muchacho alcanzó a alejar a Kaoru a tiempo, abrazándola y alejandola del ataque.

...

La espada se clava en su espalda y le atraviesa el pecho.

...

Kaoru grita

-¡No!

Kenshin la retiene.

-No mires. -Le dice, sin saber si se lo ordena o se lo ruega, mientras la abraza y retiene con un brazo, y con el otro le cubre los ojos .

-No mientras yo esté aquí -declara el capitán de la décima división del shinsengumi, Saito Hajime.

La espada sale con un sonido sordo y el cuerpo de Jine cae de lado sobre el suelo.

-¡Guji sama! ¡Guji sama! -Kaoru sigue gritando su nombre.

Más Kenshin no la suelta.

"Bien." Piensa Jine. "Aferrarte a ella, Himura." Le dice, y pareciera que sonríe.

...

Sus labios pronuncian una última y sola palabra antes de morir.

-Mo...miji...

Finalmente se reuniría con ella.


A/N: Kenshin fue afectado por la técnica de Jine debido a que en esta historia es apenas el adolescente que está por convertirse en asesino, la edad y la inexperiencia le juegan una mala pasada en esta ocasión; y es por eso que tarde en liberarse del encantamiento. Afortunadamente pudo hacerlo antes de que Jine matara a Kaoru... fiu!

El siguiente atemporal...

¿adivinan de quién será? =)