La cruzada de la última DunBroch.
Capítulo XVII.
La familia que estaba en aquel pequeño barco quedaron maravillados con el hielo que Jack creó para subir su pequeño barco hasta estar a la altura del inmenso Inevitable, y quedaron encandilados cuando Elsa hizo una tabla firme y elegante para que pasaran sanos y salvos de una embarcación a otra. Eran dos adultos, un que cubría su cabeza con un turbante blanco que se había vuelto de unos tonos grisáceos con el paso del tiempo, de piel oscura, espesa barba oscura llena de pequeñas trenzas y sonrisa juguetona, el hombre fue el primero en pasar, fingiendo que tenía que hacer equilibrio para pasar correctamente, una vez con los pies en la madera del Inevitable, le tendió una mano a la mujer que había, ella tenía largo y precioso cabello oscuro, un rostro amigable y uno ojos brillantes y bellísimos. Aferrados a su colorida falda, dos niños de piel oscura y rizado cabello avanzaron temerosamente, asomándose de vez en vez para observar inseguros a la gran cantidad de personas que los analizaban y observaban con curiosidad. Con toda la familia en el barco, el hombre se inclinó muchísimo para agradecer antes de presentar a su familia, por un momento, a Hans y a Mérida se les vino a la cabeza los bufones que solían presentarse en sus palacios durante fiestas para entretener a la familia real y su corte.
–Muchas gracias por recibirnos en este magnífico navío –dice manteniendo la reverencia–. Esta es mi esposa Dalia –señala a la mujer que hace una leve reverencia ante la gente que la observa fijamente, es evidente que la mujer es mucho más elegante y tiene mejores modales que su esposo–, y estos son mis niños, la mayor Lian –la niña a penas asoma levemente su rostro– y mi niño menor, Omar –por otro lado, el muchachito les saluda tímidamente con una mano que sacude levemente de lado a otro–. Hemos viajado desde muy…
–¿Y usted? –pregunta la capitana Sarah con algo de brusquedad, sin ser capaz de detenerse antes colocar levemente una de sus manos reposando en el mango de su espada–, ¿a quién me estoy dirigiendo en este momento, señor?
El hombre aprieta sus labios en un línea completamente recta.
–Bueno, ah, yo… yo no tengo nombre –confiesa avergonzado, su mujer parece estar a punto de hablar, pero el hombre logra recomponerse–. Pero aquellos que me conocen me llaman Genio.
–¿Genio? –repite Mérida con una ceja alzada y una mueca en su rostro–, ¿por qué os llaman Genio?
El hombre ríe nerviosamente e intenta ignorar la presencia de la pequeña futura reina. –Oh, bueno, ya sabéis, mis amigos suelen decir eso –ríe tontamente–, que soy un genio, digo.
–Pues habla muy mal para ser un genio –acusa Hiccup con los brazos cruzados para después inclinarse hacia Bruno–, ¿en verdad este tío va a ser parte de nuestra siguiente aventura? Pues menuda chapuza de aventura, ¿eh?
Bruno suelta una risilla baja. –Dale tiempo al tiempo, muchacho, tan solo espera un poco y verás.
–Bueno, señor Genio –empieza a hablar la capitana Sarah con cierto tono molesto cuando usa el supuesto nombre de aquel sujeto desconocido–, ¿por qué rogabais por auxilio?
El hombre reacciona de inmediato. –¡Sí, eso, la ayuda! –exclama señalando a la capitana, la mujer alza una ceja mientras se le marca intensamente una mueca de desagrado en el rostro, no le gustaba esa hiperactividad y su personalidad tan poco seria y firme–. Ha ocurrido una calamidad en nuestro reino, no hemos sabido a quién recurrir así que aceptamos la ayuda de cualquier alma caritativa… aunque bueno, en verdad la idea era ir en búsqueda de un viejo amigo, la cosa es que necesitamos toda la ayuda posible.
Elsa frunce un poco el ceño. –¿Qué ha ocurrido?
–La princesa de nuestro reino –dice la mujer dando unos pasos hacia adelante, colocando una mano en el hombro de su esposo, con la tristeza reflejándose en sus expresivos ojos oscuros–, nuestra querida princesa Jazmine ha sido secuestrada por una banda de rufianes, los cuarenta ladrones, de eso ya hace unas semanas y lo peor de todo este horrible asunto es que ni siquiera sabemos qué piensan hacer con ella.
Un escalofrío recorre el cuerpo de Rapunzel al reconocer aquel apodo. –Los hombres del padre de Aladdín –murmura espantada, pensando que finalmente había descubierto por qué era que esos dos héroes nómadas sentían tanto desprecio por la gente de la monarquía. Seguramente tenía algo que ver con esa tal princesa Jazmine.
A diferencia de lo que los muchachos se esperaban, Genio pega un salto de emoción.
Sonriente pregunta. –¿Conocéis a Aladdín? ¡Es a él a quien buscábamos inicialmente! ¿Sabéis dónde encontrarle?
Mérida frunce el ceño. –¿Por qué pediríais ayuda al hijo del líder de esa banda de ladrones?
Nuevamente, la actitud de aquel hombre cambia de golpe y porrazo.
–¡Aladdín no es en lo absoluto parecido a su padre! –defiende de inmediato–, es un excelente muchacho que se supo hacer a un lado cuando el momento lo indicaba, un muchacho humilde y con gran inteligencia emocional, un diamante en bruto que se ha ido a buscar una mejor vida lejos de un corazón roto.
Hiccup se inclina a susurrarle algo a Elsa. –Yo noté más la parte de bruto que de diamante, no sé qué pensaras tú. –bromea en un tono jocoso que hace que la antigua princesa de Arendelle tuviera que taparse la boca para detener por completo sus risas.
Pero el hombre sigue muy ofendido por la forma en la que esos niños se refieren a su viejo amigo, no puede evitar hacer una mueca y fruncir levemente el ceño. Viéndolo incapaz de mantener la compostura, Dalia decide que es mejor que ella siga su explicación.
–No sabemos exactamente qué clase de enfrentamiento habéis tenido con Aladdín –dice seriamente, dando pasos por delante de su familia–, que lo conozcáis o no lo hagáis no cambia en lo absoluto qué es lo importante aquí, nuestra princesa ha sido secuestrada y necesitamos ayuda para encontrarla, y, bueno –se corta sonriente volteando para apuntar al hielo, el cual, a pesar del terrible calor, no se había derretido en lo absoluto–, parece que sois completamente capaces de ayudarnos.
Los niños, mientras los adultos voltean a ver a la capitana Sarah Sharpe, giran sus cabezas para cuestionar a Mérida con la mirada. La futura reina se cruza de brazos mientras piensa en lo que había dicho el extraño señor Madrigal, que esa gente eran parte de su siguiente aventura, además de que no le parecía correcto en lo absoluto hundirse de hombros e ignorar a una princesa secuestrada por un montón de rufianes.
–¿Y cuál es exactamente su plan para buscarla? –pregunta entonces la princesa de DunBroch, aún con los brazos cruzados y el ceño levemente fruncido, aún insegura si deberían de seguir a ese hombre tan raro o no–. Si no tiene ni idea de siquiera cuáles son las intenciones de esta gente, ¿cómo siquiera empezar a buscarla?
Una sonrisilla traviesa se dibuja lentamente en el rostro del hombre apodado Genio.
–¿Han oído alguna vez de la Cueva de las Maravillas? –pregunta mientras avanza con dramatismo hacia el grupo de niños, gesticulando con las manos–. ¿Habéis oído de la magia que rodea todo el reino de Ágrabah?
Por cómo se estaba moviendo, por la completa atención que le brindaba al grupo de niños y por la sonrisa algo burlona de su esposa, los más jóvenes pudieron saber de inmediato que aquel sujeto era todo un trovador de pieza a cabeza, un amante del espectáculo y de que sus canticos tuvieran toda la atención de cualquier grupo fácil de impresionar que pudiera obtener.
–Para comprender qué ha pasado, para saber cómo proceder y para dar el primer paso hacia la búsqueda de nuestra querida princesa Jazmine, primero he de contaros una increíble historia –los niños ríen levemente al verlo gesticulando sus manos graciosamente, finalmente llegando a estar delante solo de ellos–. La historia de Aladdín y la lámpara mágica.
–¿Lámpara mágica? –repite Rapunzel–. ¿Él tiene una lámpara mágica y prefirió presentarse como el hijo del líder de una banda de ladrones?
Alberto le alza una ceja a Rapunzel. –Tú tienes cabello mágico y preferiste presentarte como la hija de más de cincuenta rufianes.
La rubia se cruzó de brazos. –Era un tema de jerarquía, no podía dejarle presumir ese nombre tan ridículo.
El leve desacuerdo se corta cuando Genio vuelve a pedir algo de atención. –Calma todo el mundo, os repito, una vez escuchéis esta magnífica historia, comprenderéis todo lo que necesitéis entender de la historia de este muchacho –con una señas, el hombre indica que a los niños que se siente y ellos, por seguirle el juego, acatan su petición–. Imagina un lugar. Donde el dátil se da y los nómadas beben té –comienza a cantar de momento a otro, fascinado a los miembros de la realeza y confundiendo a aquellos que no fueron criados en palacios–. Donde oyes hablar lenguas de aquí, de allá –canta señalando de una extremo a otro, llevando la mirada de los más pequeños a las direcciones que él apuntaba–. Es caótico, bueno, ¿y qué? –concluye los primeros versos, hundiéndose en hombros mientras sonreía misteriosamente.
Jacob miró a Dalia con el ceño fruncido por la confusión. –¿Por qué canta? –le pregunta en un susurro, la mujer solo extiende su sonrisa como respuesta.
–Oh, le encanta cantar, siempre le enseña cosas a los niños mediante canciones pegadizas –responde con una sonrisa de tonta enamorada. Mucha gente ya le había comentado que esa costumbre de su esposo era rara de narices, pero a ella le fascinaba tal y cómo era.
–Cuando el sol baje más –sigue entonando, gustoso de la absoluta atención de todos los jóvenes–. Mira bien y verás, una luz que te hechizará –aprovechando el polvo que tenía siempre guardado en sus bolsillos para efectos dramáticos de sus actuaciones, y, a pesar de que intentan que no les caiga el polvo, los niños sueltan risillas maravilladas–. Esa es la señal, el momento especial –continúa con mucha más emoción, consiguiendo miradas llenas de brillo y expectación–. En que Arabia ante ti surgirá.
–¿No se llamaba Ágrabah el lugar? –cuestiona Gunter inclinándose sobre el oído izquierdo de Bruno, quien tiembla al sentirlo tan cerca.
–Si en sus calles estás –continúa Genio, ignorando por completo a los adultos que hablaban entre ellos–. Para en cualquier bazar, y de aromas embriágate –él sacude sus manos para hacer énfasis en sus palabras–. Cada especia olerás. Debes regatear. Ya sea lino, seda o satén –tocó diferentes capas de su ropa, a pesar de que ni una sola era del material que decía–. Melodías que van deleitando el lugar cual calima al rozar tu piel –va dando vueltas alrededor del grupo, tocando la piel de sus propios brazos para darle más gracia a su actuación, logrando que los niños siguieran con sus ojos cada uno de sus movimientos–. En su danza ahora estás –dice mientras se agacha al nivel del grupo–. En un trance sin más, y la noche te atrapará.
Se levanta de golpe, provocando que los niños peguen un respingo seguido por unas cuantas risillas nerviosas.
–Si a Arabia tú vas –entona con fuerza, Gunter le hace la misma pregunta a Bruno solo para molestarlo un poco, disfrutando el ver como temblaba y se encogía allí mismo–. Al cruzar ese umbral tus sueños allí se harán realidad con su magia oriental.
Para sorpresa de los adultos, Dalia también comienza a cantar, sumándose a la danza de su marido. –Si a Arabia tú vas –canta con una voz dulce que encandila a los niños.
–Sentirás su poder –canta sonriente Genio viendo fijamente a su esposa, alzando un brazo para entrelazarlo con su esposa para comenzar a danzar dando vueltas.
–La magia allí está –sigue ella con la misma emoción, manteniendo la mirada en los brillantes ojos emocionados de su esposo–, Su arena te da.
–Más de lo que ves.
Dando vueltas sobre sí misma, Dalia avanza hasta los niños, colocándose justamente frente a Hans. –Hallarás el camino
–Que va a tu destino –continúa Genio, mirando él a Alberto.
Dalia avanza hasta Anna. –Depende de lo que desees.
–Un futuro oscuro –Genio finge una cara aterradora al posarse frente a Elsa, la muchacha se agarra a un brazo de Hiccup.
–O bueno y seguro –canta la mujer colocándose delante de Hiccup.
–Decide qué quieres tener –Genio se detiene justo frente a Mérida, alargándole una mano como si se estuviera ofreciendo a guiarla, la princesa tiene que contenerse un poco para evitar tomar la mano morena que se le ofrece.
Antes de que ninguno de los niños pueda notarlo, Dalia se coloca rápidamente detrás de ellos, tomando una capa fina de su vestido para extenderla con sus brazos como si fueran alas. –En la cueva de las maravillas –dice ya sin un tono musical que para sorpresa de los muchachos no retoma–. Solo uno puede cruzar este umbral –dice con una voz grave–. Uno cuya nobleza radique en su interior. Un diamante en bruto –concluye con la miranda viajando de un muchacho a otro, dándoles un escalofrío a cada uno de los niños. Tadashi rápidamente recuerda lo que había dicho antes Genio para referirse a Aladdín, que él era un diamante en bruto.
–Si a Arabia tú vas –retoma Genio con una voz más profunda, alargando más las notas, Bruno le pega un codazo a Gunter antes de que él siquiera hiciera el amago de hacer el mismo chiste y le explica por debajo que, seguramente, Ágrabah se encuentra en la península arábiga, es decir, Arabia–. Al cruzar ese umbral –con sus brazos, él finge abrir un enorme portón–. Tus sueños allí hará despegar y te asombrarás.
–Si a Arabia tú vas –repite Dalia–. Tendrás que asumir que el desierto es cruel.
–Acepta su ley –dice de repente Genio.
–Para sobrevivir –concluyen la canción ambos juntos, él sujetando con un brazo la cintura de ella, alzando ambos los brazos hasta que terminan sus notas largas.
Respiran entrecortadamente a la par que todos los jóvenes aplaudían contentísimos, incluidos sus hijos a pesar de que estos ya conocían a la perfección la historia del antiguo amigo de su padre.
A pesar de las sonrisas, Jack confiesa.
–Ha estado genial, pero no he entendido que tiene esto que ver con Aladdín.
Genio le quita importancia a su duda con un resoplido gracioso y un movimiento rápido de mano. –No te preocupes, pequeñajo, solo estábamos poniendo el telón de esta preciosa historia, aún os falta mucho por escuchar para comprender todo lo que vivió ese pobre huerfanillo ladronzuelo que solo tuvo un mono como referencia paternal.
–Oh, ¿él también es huérfano? –dice de momento a otro Elsa–, pensé que era del grupo de "padres terribles".
–¿Disculpa? –Dalia se muestra sumamente confundida por el comentario de la jovencita.
Es Tadashi quien responde. –Es solo que entre nosotros nos clasificamos entre los que tuvieron que huir porque tenían padres terribles o por tener padres muertos… Nunca se nos hubiera ocurrido que pudiera haber alguien que encajara a la perfección en ambos grupos. ¿Fue adoptado por ese tal Cassim?
–No, en verdad es su padre –contesta con simpleza Genio–, solo que, en resumidas cuentas, básicamente lo abandonó… fue una situación un poquillo complicada –concluye con una sonrisa un poco nerviosa, que rápidamente se cambia cuando escucha la pregunta que suelta su esposa.
–Un momento –interviene Dalia–, ¿por qué os clasificáis a vosotros mismos de esa manera? –cuestiona con el ceño fruncido por preocupación y confusión.
Es Elsa quien le responde con una ceja alzada. –¿Qué otro motivo tendría un crío para dejar su hogar de una forma tan extrema? Cada uno de nosotros ha huido de sus familias, bueno, en cierto punto Tadashi no pues sus padres saben que se ha pirado y le han dado permiso –aclara en cuanto siente la mirada del asiático contra ella–, pero eso no quita que también encaje en una de las secciones.
A Genio le cuesta unos momentos responder. –Vaya… que grupito más pintoresco y positivo.
–Eh, que positivos somos un buen rato –se defiende rápidamente Anna, cruzándose de brazos–, creemos firmemente que el futuro será mucho mejor porque no creemos que algo pueda ser peor que el pasado.
Hans asiente con simpleza. –Es un tema de descarte en realidad, si ya hemos sufrido tanto hasta ahora lo más lógico es que vengan mejores tiempos, ¿verdad? No puede ser absolutamente todo sufrimiento, tiene que haber algo de balance.
Con los corazones encogidos y la pena invadiéndolos, Dalia y Genio asienten solo para darles algo más de esperanza a esos pobre niños. Los padres de Rapunzel suspiran tranquilizados al notar que ninguno de los nuevos adultos tenían planeado quitarles esa ilusión a sus niños. Bruno se limita a ocultar su mueca, es cierto que se acercaba un buen futuro para esos niños, es cierto que sus vínculos se fortalecerían y formarían preciosas naciones y familias, pero para que todo ello se consiguieran quedaba mucha sangre y lágrimas que derramar, por lo que se agacha un momento para tocar la cubierta, lo único de madera más cercano que tiene, y así desear que no vinieran tantas cosas malas. Gunter le alza una ceja y se aguanta una risa al verlo, Bruno le ignora olímpicamente, no piensa seguirle el tonteo ridículo que ha decidido llevar a cabo, por muy mono que fuera y por esa sonrisilla que le dedicaba, no iba a seguirle el tonteo, tenía demasiadas cosas en las que preocuparse como para fijarse de más en aquel rufián idiota.
–Bueno, ¿cómo llegamos a Ágrabah? –pregunta entonces Mérida–, ¿dónde está exactamente ese reino?
Genio reacciona de inmediato, al igual que la capitana Sarah Sharpe. La mujer llama entonces a ambos adultos del pequeño barco para que estos le indicaran a dónde tenían que apuntar para llegar lo más rápido posible a su reino, antes de avanzar hacia la imponente mujer, Dalia pregunta al grupo de jóvenes si serían tan amables de entretener y vigilar a sus niños mientras ellos daban las indicaciones a la capitana. Encantados, todos los muchachos asienten y reciben con sonrisas a los pequeños Omar y Lian.
Los hijos de Genio y Dalia son muy jóvenes, mucho más incluso que Anna, que era la menor de todo el grupo. Lian, que era la mayor de los hermanos, apenas había cumplido los cinco años hace poco, y su hermanito menor era un año menor que ella. La niña era un poquito más extrovertida que su hermano, pero ambos eran bastante tímidos y se sentían tremendamente incomodos con el contacto físico con desconocidos, cosa que el grupo respeto por completo, manteniendo en todo momento una distancia notoria entre ellos y los pequeños, deteniéndose cada poco tiempo para preguntarles si seguían sintiéndose cómodos.
Elsa y Jack le hacían figurillas de hielo de diferentes animalillos o juguetes con los que se divertían en gran medida, Hans les dio varias instrucciones para montar caballos e incluso los acompañó desde el suelo a darle una vuelta entera al barco a muy baja velocidad porque ellos no querían ir rápido en lo absoluto. Hiccup acercó a Chimuelo hacia ellos, les enseñó a como conectar con él –todo el temita de la mano en el hocico– y los niños se quedaron emocionadísimos al estar cara a cara a la magnífica bestia de verdes y profundos ojos, Anna hizo algo similar, presentándoles al alfa de su manada, asegurándose de que tanto el lobo como los niños se sintieran seguros, es cierto que ninguno, a pesar de haber hecho contacto con Chimuelo, se atrevió a tocarlo por iniciativa propia, pero dejaron escapar de sus labios maravilladas risillas cuando el lobo se restregó cariñosamente contra sus cuerpecitos y les dedicó leves lamidas en las mejillas, a pesar de que Anna se los recomendó, ninguno se limpió todos los pelos que se les habían quedado pegados en la ropa. Mérida y Rapunzel les contaron diferentes historias maravillosas que habían aprendido años atrás, Mérida contó las hazañas de guerra y cacería de su difunto padre, Rapunzel narraba las historias de los pocos libros que había tenido en la torre. Alberto y Tadashi, aprovechando que después de casi dos horas enteras de variado entretenimiento los niños estaban agotados, acomodaron una de las camas de su habitación para que los pequeños hermanos pudieran descansar, Tadashi se acercó a los padres, que seguían dando explicaciones tremendamente especificas a la capitana, para informarles dónde estaban sus hijos, Genio y Dalia les agradecieron tomarse tantas preocupaciones y Tadashi se limitó a sonreírles con orgullo.
Gunter sigue repasando con los dedos la imagen de la visión de Bruno. Cada vez que la movía de un lado a otra, podía ver como a la imagen se le sumaban versiones más adultas del resto de sus niños. Había algo que apretaba su pecho mientras observaba esas imágenes, había pensado e incluso soñado que esos niños encontrarían un hogar en el reino que Mérida recuperaría, pero jamás se había detenido a pensar en profundidad lo que eso significaría por completo.
Sus niños crecerían, esos pequeñajos que habían estado protegiendo por dos años y que seguirían protegiendo por todo el tiempo que hiciera falta llegarían a crecer y convertirse en los mandamases de todo un reino y conociéndolos seguramente no les bastaría con eso. Esos niños tenían tantos planes gigantescos para el futuro, una necesidad moral incontenible de cambiar todo lo que consideraban que era incorrecto e inamisible, habían pasado por tanto y habían visto a otra gente por cosas aún peores que necesitaban arreglar todo lugar que encontraban, no querían que nadie sufriera más, no querían que alguien tuviera que caerse con la misma piedra solo porque ellos siguieron caminando y no se tomaron el tiempo de quitarla del camino. Ellos querían hacer un mundo mejor y Gunter junto con el resto de los rufianes que habían cambiado sus maneras para adoptar a esos nueve pequeños lunáticos sabían a la perfección tendrían que sacrificar gran parte de su vida y su tranquilidad para conseguir todos sus objetivos. Evidentemente ellos estarían allí para apoyarles, evidentemente ellos conseguirían todo lo que se propusieran… pero Gunter tenía algo de miedo en cómo cambiaría todo ello a sus muchachos, cómo acabarían luego de enfrentarse a todos los demonios que arrasaban con la posibilidad de paz y calma del continente, tendrían que encarar diferentes infiernos que actualmente no serían ni tan siquiera capaces de imaginar, tendrían que ser lo suficientemente fuertes para mantenerse cuerdos después de todo lo que verían, tendrían que ser lo suficientemente fuertes como para que el poder no se les subiera a la cabeza.
Bruno se acerca a Gunter con una sonrisa comprensiva y con los brazos tras la espalda. –¿Has caído en cuenta finalmente lo mucho que me necesitáis?
El rufián le dedica una expresión algo aburrida.
–¿Quieres burlarte de mí porque yo lo he hecho antes? –cuestiona con una ceja alzada, apretando levemente sus labios para frenar su sonrisa–, ¿eres así de maduro, profeta?
–Oh, vamos, no lo llamaría burla… –bromea hundiéndose de hombros, bajando su mirada hacia su propia profecía–. Todo saldrá bien con esos niños, te lo puedo asegurar. E incluso si algo pudiera salir mal, no es como si no pudierais estar allí para ayudarles en lo que haga falta.
Las palabras de Bruno son completamente lógicas y deberían de ayudarlo al recordarle aquello que él ya sabía, pero la mirada de Gunter se mantiene fija en el grupito de sus niños, cuestionándose si realmente ellos serían capaces de evitarles todo el posible daño que podría llegarle a causarles las aventuras que tenían por delante. El antiguo rufián tiembla de pieza a cabeza cuando siente una de las manos de Bruno sobre su hombro izquierdo.
–Estarán bien, créeme, yo mismo lo he visto.
Aquella irritante voz provoca que alce su oscura mirada hacia el anaranjado cielo del atardecer. Su amigo frunce el ceño ante el ruido y su seria reacción, sacude la mano para evitar que todas plumas rojas, algunas con toques azules, cayeran sobre él. Aladdín, con el ceño levemente fruncido por una confusión que no se veía a causa de la ropa morada sobre su rostro, alza su brazo derecho para que el ave aterrice en él. Iago sigue emitiendo molestos graznidos contra ambos jóvenes incluso mientras Aladdín toma la carta arrugada que estaba atada a su pata izquierda. Antes de siquiera desenvolverla, el árabe se detiene en seco en cuanto presta atención a las palabras que el molesto loro no deja de repetir.
–¡Jazmine! ¡Jazmine! ¡Princesa Jazmine! –chillaba el loro con la mirada pérdida en diferentes puntos mientras el muchacho de Ágrabah lo observaba fijamente con espanto–. ¡Peligro! ¡Jazmine! ¡Ayuda! ¡Ayuda! ¡Aladdín! ¡Peligro!
Hércules frunce levemente el ceño. –¿Jazmine? –repite confundido acercándose a su tembloroso compañero–, ¿no era esa la princesa de la que te enamoraste? ¿la princesa de tu reino de origen?
Todos esos melancólicos recuerdos regresan a la mente de Aladdín de la mano de la memoria del bello rostro de la única mujer que sería capaz de amar a lo largo de toda su vida. La había amado, y la seguía amando, con todo su ser, con total devoción y siendo completamente consciente de que jamás podría ser suyo y que ella jamás podría ser suya, completamente consciente de que su puesto en la sociedad como rata callejera era la terrible barrera que la alejaba de ella. Ambos lo habían aceptado, ambos se habían alejado con el corazón roto y se habían deseado la mejor de las suertes mientras rogaban poder renacer en una vida donde pudieran estar juntos tal y como querían estarlo en esta vida. Su corazón se alocaba al saber que había sido ella quien había enviado a ese molesto loro en su búsqueda, pero su cuerpo temblaba y sudaba frío al saber que aquel llamado se debía al peligro que Iago advertía con su chirriante voz incansable.
Desdobla finalmente el pergamino, empujando hasta el vacío esa leve irritación que se formaba en su interior por saber que Jazmine lo estaba escribiendo por primera vez en tantos años solamente para pedirle ayuda, ellos mismos se habían dicho que no se escribirían en lo absoluto, ya sea por lo difícil que sería para ellos mantener la comunicación siendo siempre conscientes de que no podían estar juntos de ninguna manera y también por la gran distancia que siempre habría entre ellos y las dificultades que eso supondría a la hora de comunicarse, ellos mismos se habían dicho que tan solo se escribirían en casos graves, cuando dejaran de escuchar del otro en el tiempo suficiente como para preocuparse o por si alguno llegaba a necesitar ayuda de cualquier tipo, habían accedido a esas normas, pero, en el fondo de su corazón, Aladdín siempre quiso romperlas y que Jazmine las rompiera. A pesar de esa pequeña batalla entre sentimientos y razón, al fijarse mejor en la letra el muchacho pudo reconocer, en una leve hojeada, que esa no era la letra de Jazmine en lo absoluto, la suya era delicada y siempre levemente inclinada hacia un lado, pero la que tenía delante era sumamente tosca, había multitud de tachones desagradables a la vista y las letras eran casi completamente rectas. Al darse cuenta de que aquella carta evidentemente no la había mandado Jazmine a pesar de que llegaba con Iago, algo de miedo lo consumió cruelmente desde lo más profundo de su corazón a todo el resto de su cuerpo.
Mi queridísimo hijo, Aladdín,
Soy consciente que pronto se cumplirán tres años desde la última vez que nos comunicamos de cualquier forma posible, pues no hemos hablado cara a cara, no nos hemos enviado cartas y no hemos enviado saludos de ninguna manera posible por mucho que hemos tenido las oportunidades y los recursos para hacerlo, bueno, no sé cómo estarás viviendo, pero yo he tenido la forma de ir a buscarte y decirte un par de cosas, ya me conoces, siempre puedo saber dónde estás, siempre escucho de ti, y siempre consigo encontrarte. He oído por allí que viajas por terrenos otomanos antiguamente gobernados por los ya caídos helenos, que te han visto en una aventura interminable con un orgulloso descendiente de una familia griega de pura cepa, no me han dicho cómo luce ni cuál es su nombre, pero sí que ha llegado a mis oídos su maravillosa particularidad. Una fuerza divina, eso dicen, espero que cuando vuelvas a Ágrabah, imagino que acompañado por él, me desmientas o confirmes tales habladurías.
Seguro que estás impaciente por saber qué hago yo mandándote el lorito de tu amada, te preguntarás por qué ese bichejo molesto y de voz terrible repite y repite entre patéticos lamentos su delicioso nombre, el nombre de la princesa que quisiste desposar pero no te dejaron por normas anticuadas y ridículas.
Sé paciente, tenemos que ponernos al día con muchas cosas, no te atrevas a ignorar alguna sola de mis palabras, sabré si lo haces, muchacho mío, y mucha sangre manchará la solitaria y seca arena de Ágrabah como le hagas ese feo a tu pobre padre que tan solo quiere comunicarse contigo después de tantísimo tiempo, me he sentido muy solo sin ti Aladdín, deberías ser más agradecido pues, a pesar del inmenso dolor que significa para mí que te marcharas tan lejos de nuestro hogar, te permití volar todo lo lejos que quisiste de este tu nido de fechorías, rufianes y ladrones.
Me han dicho que llevas años proclamándote, porque lo eres y tienes derecho a, el hijo del líder de los cuarenta ladrones, el hijo de Cassim, sabiendo a la perfección que a todo el mundo ese terrible nombre le causaría pesadillas durante el resto de sus vidas. Pero, tonto muchacho, lo haz usado mal, pequeño canalla. Has mostrado ese magnifico nombre mientras atacabas a ladrones, borrachos, opresores, agresores, asesinos y hombres de la peor calaña ¡Pero si esa es tu gente, Aladdín! ¡Esa es la gente que sonríe y suspira con alivio cuando escucha mi nombre y el tuyo! ¿Cómo osas a nombrarme mientras devuelves lo que ha sido justamente arrebatado? Aladdín, hijo mío, si piensas seguir presentándote de esa manera tendrás que ser consecuente. No puedes ir de vengador de las victimas mientras usas mi nombre, sé que es el único título que tienes, sé que no eres otra cosa que mi hijo y jamás serás otra cosa, pero, muchacho, sé lógico, búscate otra manera o sigue los pasos marcados por tu… no, marcados por mi sangre, la sangre que tienes en las venas es mía y solo mía porque eres mi hijo y eso jamás se borrará por mucho que la lámpara frotes y por mucho que le ruegues a ese casi dios.
Y es ahí el tema importante, es ahí a dónde quería llegar, hijo, que ya has visto que no puedo evitar irme por las ramas y acabar perdido en los laureles.
Hay otra lámpara mágica, maldito bastardo, hay otro genio de los deseos y tú te lo callaste por tres malditos años, Aladdín. Sé que no hemos hablado, pero no puedes guardarle estos secretos a la única familia con vida que te queda, no puedes ocultarle esta información al hombre con el nombre que utilizas para imponer respeto y temor en tus jueguitos de justicieros.
¿Quieres saber por qué tengo el puto loro de esa furcia de amada que tienes? Ahora te lo digo, no entres en pánico ni cólera.
Tengo a tu princesita, hijito, la tengo sana y salva, no te angusties, mis hombres no le han tocado ni un solo pelo, no han respirado ni cerca suyo, yo tampoco, evidentemente, yo no toco a niñas, no me saben satisfacer las pequeñas, son un aburrimiento. Pero, dejando de lado a esa preciosa niña que hace que mis hombres babeen, ¿sabes qué otra cosa tengo? La cueva de las maravillas a dos palmos de la cara, hijo, eso también tengo.
Pero ¿sabes qué es lo que no tengo? Es algo que no deja de mencionar y mencionar ese tigre cabronazo de arena que ya me tiene un poco hasta los cojones, la verdad, porque no para de repetirlo y de burlarse en mi cara cuando quiero forzar a algún pobre desgraciado a entrar en sus falsas fauces. No tengo al diamante en bruto, Aladdín, no lo tengo y al mismo tiempo es de mi pertenencia absoluta.
Vuelve a Ágrabah, hijo mío, querido Aladdín, consígueme la nueva lámpara dentro de la Cueva de las Maravillas y yo te devolveré a la princesita sana y salva, sin ni un solo rasguño. Si no llegas a Ágrabah en al menos cuatro semanas, dejare que mis chicos se diviertan y te enviaré su cabeza cercenada con su coronita fundida sobre sus negros cabellos.
Te veré pronto,
Cassim.
Aladdín arruga con rabia el pergamino, apretando la maldita carta contra el pecho de Hércules cuando este le pregunta qué estaba pasando y qué era lo que ponía la carta. El heleno, lleno de preocupación y curiosidad, lleva rápidamente su mirada a las palabras con tinta grabadas en el pergamino, luego, con una mueca y el ceño levemente fruncido, alza el rostro hacia su estresado amigo.
–No entiendo tu idioma en escrito, idiota –le recuerda mientras le regresaba la carta, la cual Aladdín aparta de un manotazo–. ¿Puedes decirme que ha pasado por favor? –insiste frustrado, ignorando su preocupación al ver a su camarada tirarse del negro cabello.
–Mi padre –logra decir entre bufidos y jadeos, con leves lágrimas picándole los ojos–, mi padre… él… Jazmine, mi Jazmine… la tiene… la lámpara… tengo que darle la lámpara.
A pesar de que Aladdín en su estado de pánico había combinado un poco su idioma con la lengua en común que ellos usaban para comunicarse correctamente, Hércules consiguió comprender las ideas básicas de lo que intentaba explicar su amigo, la idea que llega a entender era terrible por el simple hecho de conocer cómo era Cassim, líder de la cruel banda de los cuarenta ladrones y padre de Aladdín. Las terribles historias que había llegado a escuchar logran provocarle cierto temblor temeroso y cobardica, pero sabiendo que su mejor y único amigo lo necesitaba decide que no puede permitirse perder los nervios ni la calma. Así que toma aire para tranquilizar el temor principal e intenta repetir lo que cree que está pasando.
–Tú padre ha secuestrado a Jazmine y te está obligando a volver para entregarle la lámpara –Aladdín asiente frenéticamente, Hércules frunce un poco el ceño–, pero… pero ya no hay lámpara, liberaste a Genio, lleva cinco años libre, ¿por qué cree que tienes la lámpara?
La oscura mirada temerosa de Aladdín se clava en los azules ojos de Hércules.
–Todavía queda una –confiesa tembloroso– la lámpara de Jafar está, al igual que antes lo estuvo Genio, en la Cueva de las Maravillas.
Incluso Iago se mantiene tan mudo como un muerto.
–Mierda… –es todo lo que puede soltar Hércules, mientras ve a su amigo tranquilizarse lo máximo posible y empezar a arrancar un trozo no usado del pergamino. Saca de su bolsa rápidamente una pluma y un pequeño bote de tinta. Se acerca a él y le da la vuelta–. ¿Qué haces?
–Le doy mi advertencia –dice apresuradamente, escribiendo mientras usa la espalda de su amigo como soporte–. Le envío mi respuesta al cabronazo de mi padre –agrega una vez termina para luego acercarse a la pata de Iago donde antes estaba la carta que había enviado su padre.
Hércules pregunta qué pone en el pequeño trozo de pergamino con esa caligrafía tan temblorosa e inclinada, Aladdín traduce.
Voy a por ti.
Iago sale volando y, sin perder nada de tiempo, Hércules y Aladdín empacan sus pocas pertenencias, más que nada armas, antes de montarse en la alfombra voladora, partiendo media horas después de lo que lo hizo el antiguo loro de Jafar, antiguo consejero del sultán, actual genio de la lámpara.
Tadashi se inclina hacia Bruno durante la hora de la cena.
–¿Por qué no usamos eso? –cuestiona apuntado con la mirada la copia del libro del príncipe Adam–, llegaríamos de inmediato y justo donde está ella.
Bruno alza una ceja algo indignado.
–¿Mi penosa caída en el mar no te ha advertido en lo absoluto de las fallas que pueden ocurrir al utilizar este libro? ¿No se te ocurre que podría salir mal si utilizamos el libro? –pregunta con sencillez, avergonzando un poco al mayor del grupo de jóvenes, confundiendo levemente a todos aquellos que no conocían al príncipe de Francia.
Mérida, interesada, también se inclina hacia el libro. –¿Cómo funciona? ¿Por qué te fallo a ti? –cuestiona lo último observando levemente acusativa al profeta, dando a entender que creía firmemente que el fallo había provenido del hombre que había acabado estampado contra el mar y desmayado en las profundidades a causa del espanto que Roja provocó en él.
Bruno suspira con algo de pesadez antes de comenzar su rápida explicación del por qué terminó de la manera en la que terminó. –Yo le pedí al libro mágico que me llevara junto a Tadashi Hamada y Alberto Scorfano, debido a que ambos muchachos estaban tan distanciados, el libro intentó colocarme en un punto medio de su distancia, siendo este justamente los últimos centímetros del Inevitable, así que terminé cayendo de barriga justo en el barandal, soltando el libro en el barco por el dolor y cayendo a gran velocidad hacia el mar donde, evidentemente, me encontré con esa enorme cosa que juráis que es completamente inofensiva…
–Hombre, si no cuenta la posibilidad de acabar bañado en babas –murmura divertido Hans, mirando de reojo a una Elsa que no se veía del todo contenta por sus "ingeniosísimas" bromas–, entonces Roja es completamente inofensiva.
–Oh, ni siquiera se tiene que preocupar en serio por ello –bromea Rapunzel mientras la mueca de Elsa se acentuaba más–, usted no es Elsa, no le pasará nada.
Con la mirada ensombrecida y apuñalando con el tenedor su comida, Elsa masculla indignada. –Os voy a congelar las lenguas y a ver si así os seguís riendo.
Los niños se tapan con ambas manos sus bocas y desvían la mirada de la mayor de inmediato. Últimamente, cuando los menores se atrevían a hacer demasiadas tonterías y locuras, Elsa había encontrado solución en sus poderes de hielo o reñidas que duraban horas y horas, esta nueva especialización de Elsa en sus métodos de corrección de comportamiento estaban siendo todo un éxito que mantenía a los niños bien comportados y alejados de locuras demasiado estúpidas, exceptuando a su hermana porque los favoritismos era algo que no se podía evitar, por lo que Tadashi se tenía que hacer cargo de la menor de todo el grupo mientras Elsa siempre se tenía que hacer cargo de Alberto y las pocas travesuras que llegaba a realizar luego del incidente de salirse en la madrugada y no llegar hasta el atardecer sin contárselo a nadie. También se había convertido una experta en frenar las más peligrosas locuras pensadas por su pareja o por lo menos siempre tenía un plan perfecto para ocultar todas las tonterías que llegaba a ser, no vaya a ser que le vuelvan a castigar sin permiso a acercarse a ella, porque ni uno ni el otro pensaban vivir nuevamente por ese condenado castigo de no poder estar juntos.
Bruno toce falsamente para recuperar la atención de los niños.
–En resumen, niños, hasta que no sepamos dónde está la princesa no podremos hacer nada, no sabemos cuál es situación y podríamos ponerla en peligro si simplemente pedimos ser llevados a su lado. Imaginad que está en un acantilado o rodeada por diferentes peligros a los que caería si nos aparecemos de momento a otro. Hemos de ser cuidadosos, niños, no podemos ponerla en peligro.
Los niños asienten en silencio, aceptando la explicación como completamente lógica, llevándose un terrible susto cuando Genio, lleno de emoción, se acerca de golpe con una sonrisa de oreja a oreja y los ojos chispeando de ilusión.
–Decidme, mis estimados señoritos y señoritas –comienza mientras se sienta dramáticamente sobre la mesa, procurando no colocarse sobre ningún plato de comida–, ¿estáis preparados para escuchar más sobre la historia del hijo de Cassim? ¿estáis preparados para escuchar más sobre la historia de Aladdín, quien encontró la lámpara mágica?
Al ver como los niños se apiñaban los unos con los otros, su sonrisa se extendió aún más. Dio un leve zapateo en la madera de la mesa y comenzó su relato.
–En el mercado de Ágrabah –comienza a relatar, sonriendo con empatía al ver la desilusión de los niños al notar que esta vez no sería una canción–, un muchachito de apenas catorce años vaga por aquí y por allá en busca de algo que robar –le da una vuelta a una mano, haciendo aparecer en la palma de su mano un anillo dorado con un símbolo muy distintivo.
Hans pega un respingo y se mira el pulgar, su anillo de familia no está y no tiene ni la más mínima idea de cuándo Genio le arrebató la pieza. El hombre, sonriente, se la devuelve antes de que el niño intentara procesar lo ocurrido, el pequeño príncipe se palmea un bolsillo y suspira tranquilo al notarse la bolsa llena de las joyas que le robó a su familia
–Autoproclamado y señalado como rata callejera, ese tipo de gente que tan solo será extrañada por sus pulgas cuando la muerte le llegue. Ladrón de gran corazón, pues lo poco que llega a obtener, incluso si le costó todo un infierno conseguirlo, no puede evitar compartirlo con aquellos que ve más desfavorecidos. Solo quiere comer, el pobre muchacho, por eso roba y engaña, volviéndose un maestro y un rey en el arte menospreciado de la usurpación y el robo de bienes vitales. Pobre, pero todo un señor.
Mérida se inclina hacia Jack. –Vaya que le tiene cariño –murmura con algo de gracia, sacándole una risilla al menor que tan solo asiente con los labios apretados para evitar escapar risas más fuertes.
–En un día normal, para el jovencito, un día común y corriente, un día como cualquier otro… algo pasa –concluye extendiendo sus brazos por completo frente a los ojos de los jóvenes–. Alguien aparece en su vida de robos y escapes. Una bellísima dama –cuenta, batiendo exageradamente sus pestañas–, una princesa… la princesa. Jazmine –se levanta de golpe en la mesa extendiendo sus brazos hacia el cielo con dramatismo–. Princesa de Ágrabah, hija del sultán, la más bella joven todo el reino, aquella que le robó el corazón al maestro de ladrones. Ella se presenta como una simple y humilde ciudadana –da unos pasos hacia la izquierda–, le habla de sus deseos de libertad. Él –ahora se encamina a la derecha– le cuenta de sus deseos de una vida mejor, de una vida maravillosa como la del palacio, como la del sultán –de pronto, se coloca en medio de ambas posiciones–. Princesa –extiende su brazo izquierdo– y ladrón –extiende su brazo derecho–, se enamoraron aquella tarde en el bazar de Ágrabah –Genio se da unos segundos para una pausa teatral hasta que se arrodilla para dejar de obligar a los niños a alzar la mirada para observarlo–. Ya os imagináis que un amor como aquel no tenía todas las facilidades del mundo para llevarse a cabo.
Rapunzel frunce el ceño. –¿Por qué no? Si se querían en verdad.
Anna niega con la cabeza. –Una princesa debe casarse con alguien de su estatus, alguien de sangre azul o noble.
–¿Sangre azul? –Jack cuestiona inclinando la cabeza, Mérida se vuelve a inclinar hacia su amigo fantasmal, tendiéndole a la vista su brazo y tomando uno de los de Tadashi.
–¿Ves estas líneas de acá? –pregunta tan solo para llamar la atención del niño muerto a la zona adecuada–, son azules, ¿verdad que sí? Lo puedes notar por lo blanca que sigue mi piel a pesar de todo el viaje por el que hemos pasado –Jack asiente mirando fijamente aquello que Mérida apunta–. Esas líneas llevan mi sangre, y por la blancura de mi piel parece azul, de ahí viene la expresión. Mira la de Tadashi –dice, Jack sigue sus indicaciones–, él ha trabajado casi toda su vida en el campo por lo que se ha expuesto más al sol, sus líneas ya no se ven tan azules.
Jack frunce levemente el ceño. –Pero… tu sangre en verdad no es azul, ¿verdad que no?
–No, solo lo parece por las líneas, porque no me he expuesto tanto al sol porque no me hacía falta trabajar.
–La expresión viene ya desde hace varios siglos –añade Anna inclinándose hacia ellos del otro lado de la mesa–, desde España, se normalizó tanto que llegó hasta el resto de los reinos pues los soberanos españoles insistían en que su sangre era azul para separarse de los invasores árabes pues sus pieles siempre son más oscuras a pesar de su estatus.
–Exacto –asiente Genio para volver a la conversación–. Jazmine era una princesa, sangre real o azul, como la llames, sencillamente no podía casarse con una rata callejera, no podía ni tan siquiera mirarlo –con pena exagerada, Genio se desploma delicadamente en la mesa ganándose las risillas del grupito–. Pobre Aladdín, desesperado por la oportunidad de estar con la chica de sus sueños, rendido ante la idea de jamás tenerla entre sus brazos… completamente derrotado… pero de pronto.
Los niños se inclinan hacia él.
–¿De pronto? –repiten casi al mismo tiempo. Genio vuelve a levantarse de golpe, con la expresión de terror exagerada para impartir más terror.
–De pronto aparece nuestro terrible villano, el hombre de ambición incontenible… el segundo puesto del reino, el hombre ansioso por el poder –los niños se mantienen quietos antes el silencio sepulcral del hombre–… Jafar.
–¿Jafar? –repite Alberto alzando una ceja.
–Jafar –insiste Genio–. Gran Visir de Ágrabah, obsesionado con la magia que le aguarda en la Cueva de las Maravillas, ensimismado en encontrar y así poseer lo que el tigre de arena mantiene oculto del resto del mundo en el interior de sus potentes y terribles fauces –con sus dedos flexionados, Genio finge que sus manos son esas fauces que menciona–. La lámpara mágica.
–Solo el diamante en bruto puede conseguirla –murmura Tadashi, recordando lo cantado, llamando por completo la atención de los presentes–. ¿Jafar mandó a Aladdín a conseguir la lámpara para él?
Genio chasquea mientras se acerca a Tadashi.
–¡Exacto! –asegura sonriente–. Alguien es un muchachito muy atento e inteligente –señala encantado mientras acaricia con excesiva ternura el cabello negro del filósofo asiático, logrando risillas algo burlescas del resto de niños y la vergüenza del mayor de todos ellos–. Jafar, sacando ventaja de una situación de necesidad del pobre Aladdín, como el asqueroso imbécil que es…
–A él sí que no le tiene tanto cariño, ¿eh? –murmura ahora Jack inclinándose hacia Mérida, la futura reina sí que se permite dejar escapar una que otra risa.
–Lo convence de infiltrarse en la Cueva de las Maravillas, buscar la lámpara mágica, entregársela y recibir montones y montones de dinero como pago por todo su esfuerzo –explica extendiendo todo su cuerpo lo máximo posible para representar sus afirmaciones–. Y así lo hace, el joven Aladdín entra la Cueva de las Maravillas –Genio avanza por la mesa de madera–, consigue la lámpara mágica –simula sostener un objeto invisible–. ¡PERO!
Los niños pegan un brinco, Genio sonríe ladinamente.
–Pero su compañero animalejo, Abu, ha incumplido la norma más básica de la Cueva de las Maravillas –informa con una voz fúnebre–. Podrás tomar solo la lámpara mágica, si te atreves a tomar cualquier otro tesoro perecerás dentro de la Cueva. El mono toma un rubí enorme que lo llevaba tentando todo el tiempo, Aladdín consigue tomar la lámpara a tiempo, amistándose con una alfombra mágica por el camino para salir volando de la cueva que se está cayendo a pedazos poco a poco.
–Ah, sí, conocimos a la alfombra –comenta Rapunzel a lo que el resto de los niños asiente.
–Huyen de los castigos infernales de la cueva, consiguen arribar junto a Jafar para que este les ayude a salir –una nueva pausa dramática es creada por Genio–. Pero él les traiciona, pide primero la lámpara y aunque Aladdín se la entrega cumpliendo así su parte del trato… lo tira hacia el abismo de lava de la Cueva de las maravillas…
Los menores del grupo sueltan gritillos mudos, Hiccup rueda los ojos mientras Elsa y Mérida se aguantan risillas, Tadashi se fuerza a no imitar las sonrisas algo burlesca del resto de los mayores.
–¿Y luego qué pasó? –pregunta Anna inclinándose desesperada hacia Genio al ver que él se limitaba a disfrutar su pausa dramática–, ¿cómo se salvó?
–La lava se endureció con el tiempo, Aladdín se quedó atrapado dentro de la Cueva de las Maravillas, lamentándose de que aquel terrible hombre se hubieran llevado aquella misteriosa lámpara, lamentándose jamás ser capaz de escapar de aquel terrible destino… pero –la sonrisa se le ensancha aún más en la última frase–. Su amiguito animal, Abu, ladronzuelo como el mismo muchacho, antes de que fueran tirados al abismo, logró escabullirse por el asqueroso cuerpo del hombre, consiguiendo arrebatarle aquel misterioso objeto a tiempo. Fue así, mis muchachos que Aladdín pudo conocer al genio de la lámpara mágica.
Como se quedó un buen rato callado y con cara de estar completamente satisfecho por su maravillosa habilidad para contar historias, los muchachos, algo confundidos y severamente indignados, se miraron entre ellos con duda hasta que Hiccup se adelantó para preguntar.
–¿Y…?
Genio alza una ceja mientras sonríe ladinamente. –¿Y qué?
–¿Y cómo sigue la historia? –completa el niño fantasmal.
Anna asiente rápidamente. –¡Eso! ¿Qué pasó con Jafar? ¿Cómo salió Aladdín de la cueva?
–¿Y Jazmine? –pregunta entonces Rapunzel–, ¿se volvieron a ver o no?
–¿Y cómo conoció a ese heleno? –cuestiona entonces Elsa–, ¿de dónde salió Hércules?
Mérida asiente a la pregunta de Elsa. –¿Cómo es que ahora viaja por Europa?
Pero Genio se limitó a hacer ceñas para llamar a la calma, haciendo que las preguntas de los niños poco a poco se detuvieran.
–Esta es una historia larga, mis curiosillos, vamos a tener que ir de poco a poco, mañana os seguiré contando acerca de Aladdín, la alfombra mágica y su amigo el mono Abu.
Aburrido, Alberto resopla. –¿Por qué tenemos que esperar un día?
–Por el bien del arte –responde con sencillez Genio–. Aunque os voy advirtiendo que del heleno del que me habláis yo no sé mucho, en estos cinco años no me he comunicado mucho que digamos con mi viejo amigo Aladdín, no os puedo explicar en verdad como terminaron conociéndose esos dos.
Tadashi hace una mueca mientras observan al hombre de oscura piel levantándose de la mesa y estirándose un poco.
–Una pregunta más –pide el filósofo aventurero, aun sonriente, Genio se voltea a verlo–. ¿Cómo acabó un hombre de tu edad amistándose con un chaval que en ese entonces tenía solo catorce años?
Haciendo una mueca graciosa y alzando ambas cejas, Genio se cruzó de brazos.
–No me gusta ese tonito ni lo que insinúa susodicho tonito –contesta mientras su mueca se va haciendo cada vez menos divertida, algo de incomodidad empieza a florecer entre los presentes, Bruno piensa intervenir pero Tadashi es más rápido al hundirse en hombros y responder.
–Solo digo que Aladdín era un niño necesitado de una figura paterna y que tenía ya un historial de ser utilizado por gente en una situación de ventaja por su edad.
Genio frunce levemente el ceño. –Mira, te lo pondré así, nos conocimos casi por error y yo me veía obligado a brindarle ayuda con ciertas cosillas, como tú mismo has dicho, él necesitaba una buena figura paternal y mientras pude estar a su lado procure serla… me alejé cuando creí que ya estaría a salvo y en un buen ambiente, cuando tuve la oportunidad de viajar por el mundo y tener la vida que siempre quise porque, como os he dicho, creía firmemente que ya le había brindado toda mi ayuda posible, estaba en un buena situación… para hace tres años se reunió nuevamente con su padre…
–Cassim –murmuró Jack, Genio asintió.
–Digamos que las cosas en ese entonces no fueron bien para Al… para cuando me enteré ya está ensimismado en sus aventuras por Europa y me insistía en que no tenía que hacer nada para ayudarle, que estaba bien y tenía un buen amigo… y fue hace poco que nos enteramos lo que ocurrió con la princesa Jazmine –añade lo último mirando de reojo a su esposa–, sé que debería contárselo, sé que debería saberlo ahora, pero no sé qué podría llegar a pasarle a la princesa si me demoro demasiado buscando a Aladdín en un continente que no conozco en lo absoluto… aparte de que sois peligrosos de narices y eso definitivamente ayudara a salvarle la vida a Jazmine.
Por el último comentario, son sobre todo Elsa y Jack quienes emiten leves risillas.
–Nos gusta más el término: ridículamente poderosos, pero sí, peligrosos también nos vale –bromea Jack con una sonrisa algo petulante que le viajaba de oreja a oreja.
Elsa deja escapar una que otra risilla más antes de dirigirse a Genio. –¿Y cómo se lo contaras cuando todo esto pase? Porque supongo yo que se lo contarás.
–Tendré que ser lo más delicado posible, evidentemente, pero si me lo preguntas aquí y ahora… realmente no tengo ni la más remota idea de cómo contárselo –el hombre se pasa la lengua por los dientes a la par que empieza a juguetear con sus dedos nerviosamente–. Aunque algo me dice que terminará enterándose antes por el padre de la princesa.
–¿Por qué? –cuestiona Alberto.
–Siempre tuvieron una buena relación, el sultán adoraba por completo a Aladdín… realmente nunca entendí cómo es que el muchacho terminó yéndose de Ágrabah para siempre, sé que tuvo que ver con Cassim, ese sujeto hizo la pregunta es ¿qué hizo?
–¿Por qué nunca te contó lo que sucedió? –cuestiona Hiccup alzando una ceja a lo que Genio niega con tristeza.
Luego de un pesado suspiro, el hombre consigue responder. –Oh muchacho, lo que yo daría por saber la respuesta a esa pregunta.
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Que sepáis que he adorado completamente añadir la canción de Noches de Arabia, ha sido una gozada.
Con respecto a las referencias a las secuelas de Aladdín, en verdad me estoy pasando un poco por el arco del triunfo el canon, estoy tomando únicamente las ideas que se presentan porque me parece muchas oportunidades desaprovechadas a causa de los límites de edad que son necesarios para las películas de Disney. Explicaré lo mejor posible mediante la historia, pero si después de todos los capítulos de esta aventura os quedáis con alguna cuestión no dudéis en preguntarme.
