Disclaimer: Todo de Rowling, nada mío.

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Reto: Ninguno. ;P (Vale, sí. Era un reto de Cien Palabras, pero se me alargó, y no tuve ganas de convertirlo en una viñeta o sucesión de ellas, así que lo posteé como reto libre en El Gremio).
Fecha: 2005.06.09.
Spoilers: En Alicia en el país de las maravillas sale una sonrisa sin gato. ;)
Rating: Para niños de once años, y ancianos enamorados de su profesión.
Nota de autor: Ya sé que Peeves es un poltergeist, y no un fantasma, pero he leído fics en que lo ponen como un estudiante de Hogwarts contemporáneo y amigo de Dumbledore y Olivander, muy bromista, y muerto muy joven. En este drabble lo estoy considerando así, aunque ya sé que eso no es canon para nada,pero...

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Bigotes de Chesire

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—¡Guau! —exclamaron a la vez.

Pues a la vez habían sentido el estremecimiento de una sutil caricia interna al paso de la energía que desbordó por la punta de la varita, no en aburridas estrellas y flores, sino en burlonas sonrisas luminosas que se convertían en carcajadas al envolver por un instante al señor Olivander, haciendo resonar por toda la tienda un cascabeleo de risa loca, levemente maligno.

Era algo estupendo.

—¡Bien, muy bien! —Olivander estaba complacido. Muy complacido. Le gustaban especialmente los efectos extraños, y estos en particular tenía casi una vida sin haber vuelto a verlos—. Tenía que ser: Para un guasón otro guasón —exclamó con orgullo.

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Mientras probaban en vano las varitas de la parte delantera del almacen los había estado interrogando, y Molly se había ocupado de dejarle bien claro qué clase de angelicales criaturas eran esos dos. Le habían traído a la memoria a Peeves, su condiscípulo, los cuentos de esa madre harta, y comprendió que se hallaba ante uno de esos casos especiales, muy lúdicos, que no complacen a cualquier varita.

Así que había rebuscado en los archivos y luego había ido a la parte de atrás de la tienda. Las cajas con que volvió se veían viejas y como desgastadas, pero con desgaste de dibujo antiguo. De antigua ilustración.

A decir verdad, se veían como irreales.

—Esta clase de varitas dejé de hacerlas porque era muy raro que funcionaran. Sólo algunas personas con mucha creatividad y fantasía consiguen activarlas —había dicho al tiempo que le entregaba a Fred un palito más bien tosco de madera de vera tallada a mano.

Y la respuesta había sido aquel despliegue de regocijo por toda la tienda.

Hasta la calavera de sobre la puerta se había reído, y eso que la había escogido de guardiana por ser la del hereje más amargo que hubiera quemado la Santa Inquisición en toda su larga historia, la de Savonarola.

—Pero cuando funcionan el efecto es magnífico. Tienen mucha personalidad —agregó con delicia.

Miró a la resignada madre, temiendo encontrarse una expresión de disgusto. Pero hasta Molly sonreía, pese a que momentos antes había estado ya más que enojada por las molestias ocasionadas por sus vástados duplicados, siempre causando problemas.

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—Ahora tú: Prueba ésta —le entregó Olivander al otro gemelo algo que parecía un trozo de reborde decorativo de madera con un lado más redondo que el otro.

No anduvo.

Le dio otro trozo de madera, aún más irregular.

Molly lo estaba mirando raro. Si eso eran varitas ella era una banshee.

—Mmmm... los de la casa torcida no andan —pensó Olivander en voz alta—. Veamos estos...

Pero tampoco; tampoco funcionaron.

Molly miró a sus retoños, entrando en sospechas. Sabía que el que ya tenía varita era muy difícil que encontrara otra. Y sabía que adoraban el juego de intercambiarse y confundir.

—George –empezó a decir la madre, desconfiada, pues los conocía... Fue interrumpida.

—Fred, mamá. Soy Fred.

—Tú tienes la suya.

—No, Molly Weasley. Es la que me dio hace un rato el señor —respondió Fred fastidiado de la eterna desconfianza materna.

—¿Se intercambiaron, verdad, George?

Fred no podía comprender de dónde sacaba su madre aquello, si él en ningún momento había soltado esa varita desde que la esgrimiera por primera vez, con tanto placer. La miró con irritación, estuvo a punto de decirle, "sí, soy George" y quedarse así cambiado para siempre. Pero como ella los atosigaba con esa idea cada dos o tres días era estúpido hacerle demasiado caso.

George, mientras, seguía agitando varitas renuentes a responder a su magia, demasiado jocosa quizás para la mayoría de los núcleos. La última, que era de palisandro y muy fina y pequeña, y que Olivander le había entregado a disgusto, le había reaccionado, sí, pero poco; muy poco.

"No es tu medida, no es tu medida. Esta es para niña" había mascullado Olivander para sí. Pero se la había dado igual, porque era la última que quedaba por probar. Y ahora miraban ambos como aquel delicado instrumento hacía un intento desganado de reirse con el gemelo, que no iba a perder su incorruptible entusiasmo de once años por algo tan tonto como haber probado ya en vano todas las varitas de la tienda.

La delicada y muy bien torneada vírgula de palisandro terminó su función expulsando una ristra de coloridos bulbos que lo mismo podían ser de tulipanes que de ajos, con un suave sonido expirado, que parecía más un bostezo que una carcajada, aunque seguramente pretendía ser lo segundo.

Olivander estaba perplejo. Las había probado todas. O casi.

—¡Os vais a quedar los dos sin varita! —regañó Molly, harta—. Por Merlin, que si seguís con la broma, os dejo a los dos sin varitas. Basta de burlas. ¡Dásela a tu hermano! —y con un papirotazo en la oreja empujó al primer gemelo contra el segundo.

Fred se encogió de hombros, y lo hizo: Intercambió varitas con su hermano.

Olivander no llegó a impedirlo, porque, de inmediato, la varita que había tenido Fred se desbocaba en un jolgorio loco en la mano de George.

Olivander sabía perfectamente que éste chico no era el que había probado antes la varita. Y la reacción de la varita tampoco había sido exactamente la misma. Pero en ambos casos cantaba y bailaba de alegría, no había duda ni engaño posible: Se iría a gusto con cualquiera de los dos.

¡Asombroso!

—Una misma varita nunca escoge a dos magos distintos —dijo, abriendo los ojos en una expresión de desconcierto que lo hacía ver muy vulnerable.

Y muy gracioso. Los gemelos rieron.

Pero no iban a permitir que dijera eso de ellos.

—No somos distintos —expuso George, blandiendo el chisporroteo de cascabeles que salía por la punta de aquel instrumento tan mágico.

—Somos idénticos –completó Fred, sintiendo él también en su brazo el alegre cascabeleo, aunque la varita, más corta y muy delgada, que él agitaba apenas dejaba caer copitos blandos de risitas tontas, y uno que otro guiño que se desvanecía casi antes de haber brotado.

—¿Necesitan varitas hermanas? —preguntó Molly, ya sobrepasada.

—Peor que eso. Necesitan la misma varita —respondió Olivander, felizmente sorprendido.

Molly estuvo a punto de mandarlo a embromar a otra persona, pero comprendio que hablaba en serio.

—¿La misma varita?. ¡Cómo la misma varita!

—Esa otra es hermana, y no reacciona bien —señaló Olivander, sin perder la calma.

—¿Hermana?. ¿Ésta? —interrogó Fred, agitándola, mirándola soltar una que otra pompita de jabón sin ánimo ni vuelo.

—Sí —explicó Olivander—. Tiene un bigote del gato de Chesire, como ésta otra. Pero es de otra madera, otra forma, otro tamaño. Estaba pensada para una bruja, más bien que para un brujo.

—Pero... ¡no pueden usar los dos una misma varita! —reclamó Molly, aunque en el fondo de su afirmación había una pregunta, una esperanza. Estaba preocupada por el costo.

—No, no pueden —confirmó Olivander, sin énfasis. Se lo tomaba con calma. Un problema científico era eso para él, no un problema real. Y hacía tiempo que no enfrentaba uno.

El gemelo que tenía en la mano la varita adecuada para ambos, la agitó otra vez: Quería ver de nuevo las sonrisas de gato sin gato; las sonrisas de gato de Chesire. Mirarlas bien, ahora que sabía lo que eran.

Nuevamente todo rió con ellos a su alrededor.

—¿Por qué hicieron eso, de hacer una para bruja y otro para brujo? —preguntó el otro gemelo.

—Porque dos varitas de bigote de Chesire al mismo tiempo en manos de dos varones... ¡Pobre Albus! —exclamó Olivander. Pero sonreía.

Y pensaba. Observaba. Hacía cálculos.

—¿Qué vamos a hacer? —interrogó Molly, práctica. Y preocupada. Si ya una varita corriente era costosa ¿qué significaría todo este lío, hablando en dinero? (Eso no lo dijo).

—¿No hay otra de bigote de gato de Chesire? —preguntó Fred.

—Pero el gato de Chesire ¿acaso existe de verdad? —preguntó George.

Y ya iban a seguir con el interrogatorio, pero el hombre los paró con un gesto.

—Por eso dije que estas varitas eran especiales y que no hice más porque son muy exigentes y sólo escogen a personas muy particulares. Varitas de personajes de fantasía. ¡Nada más mágico!

—No los infle más de lo que ya están —le advirtió Molly, severa.

—No se preocupe; en cuanto descubran quien tuvo una hermana de ésta se les bajarán los humos.

—¿Cuántas varitas de... —empezó un gemelo

—... bigote de Chesire hay? —terminó el segundo.

—Tantas como bigotes le pudimos quitar... que fueron cuatro, nada más -porque es muy bravo, ese gatito, no se crean-. Una la tuvo Lewis Carroll, y al dueño de la segunda lo conocerán muy pronto —respondió. No les advirtió que a Peeves no le iba a hacer ninguna gracia enterarse de que ellos también tenían varitas de bigotes del gato de Chesire. Demasiado pronto lo descubrirían.

En realidad estaba contento. Cosas así hacían que la vida valiera la pena, le daban interés al día a día. Les sacó las dos varitas de las manos:

—Habrá que copiar ésta utilizando el bigote de ésta —dijo, alzando respectivamente una y otra al mencionarlas—. ¡Quién habría dicho que alguna vez me iba a encontrar en la situación de tener que realizar varitas gemelas! —Por el modo en que lo dijo podría uno pensar que estaba hablando de irse de vacaciones al Caribe, no de un trabajo.

Tenía que copiar exactamente el vástago de vera de la primera varita. No era un trabajo fácil, ni mucho menos. Y colocar el segundo bigote en exactamente la misma posición. Y ajustar las vetas de colores de la vera, para que coincidieran... Bueno¡tanto como eso...!Seguro que eso no era tan importante; no podía serlo, porque en ese caso el problema sería insoluble. ¿Cuál sería el margen de tolerancia para esa exactitud?

Molly se había ido quedando completamente blanca, escuchándolo murmurar sobre las dificultades en voz baja pero aún audible. Pero no llegó a preguntar el precio de aquel servicio especial, pues Olivander, ya de regreso de su concentración en el problema, y con larga experiencia de trato con clientes, se le adelantó:

—Mismo precio, señora, que si llevara estas dos, no se preocupe. Es mi obligación servir adecuadamente al mundo mágico. Usted no va a pagar por mi error al elegir el material y la forma de una varita, por favor. No se preocupe. Estarán listas dentro de tres días. Los espero eeeel... ¿sábado, puede ser? —sonrió. Estaba realmente muy contento.

Pero no tanto como los gemelos.

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