Disclaimer: Todo de Rowling, nada mío.

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Reto: caricia, rápido, humedad, gemido, placer.
Fecha: 2005.06.27
Spoilers: Los nadies también sueñan.
Nota de autor: ¡Arriba las parejas sin glamour! ;P

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La lealtad y la culpa

El deslizó suavemente un dedo siguiendo el contorno de su rostro, desde la frente hasta la puntiaguda barbillita. Se arriesgó a prolongar el contacto hacia la boca de ella, rozando apenas sus labios, sintiéndola temblar de emoción y de culpabilidad al mismo tiempo, indecisa entre abandonarse a la caricia o rechazarla, a punto de convertir la angustia de estar obrando mal en alguna forma de autocastigo. Él se lo impidió, abrazándola más fuerte, tomando sobre sí toda la responsabilidad.

No pudiendo moverse en el abrazo, ella empezó a relajarse, con el grato acompañamiento del bum, bum, bum del corazón de él, ahora tan cerca. Tan cerca. No podía apartarse, pues él se lo impedía. Todo estaba bien.

Desafortunadamente aquel placer duró poco.

—¡Rápido!. que viene alguien —exclamó él. Cogiéndola por el brazo la arrastró hasta debajo de las escaleras de los varones.

Humedad —olfateó ella, crítica, una vez allí—. Moho —arrugó inconscientemente la naricilla en un gesto que a él lo derretía—. Y... ¿pipí? —lo miró escandalizada.

Él hizo una señal con la barbilla hacia la puerta del baño de la Sala Común, justo al lado.

—Pero ahora no estamos trabajando —aseveró. Y la acercó de nuevo a sí, impidiéndole correr a cerciorarse del estado de limpieza del baño.

—Seguro han orinado en el suelo —cabeceó ella con disgusto.

—Ayer era sábado —justificó él—. Se emborrachan y...

—Hacen una leonera —completó ella, con reproche, sin captar su propio chiste.

Detestaba el lugar que utilizaban para encontrarse a solas. Y odiaba utilizarlo. Se sentía culpable de aprovecharse del aborrecimiento general hacia la torre de Gryffindor.
Porque ella no la aborrecía menos. Quizás era quien más la aborrecía. No sólo el chico de la cicatriz era un malvado, la chica que minaba la torre de gorritos tejidos era la perversidad encarnada.

Y los demás muchachos tampoco les iban atrás, con sus bromas, bombas fétidas, atrapa-dedos, pisadas de lodo y nieve por todas partes, huellas de hollín, tinta o mermelada por las paredes, la ropa sucia tirada por los suelos —como si costara tanto echarla por el conducto de la lavandería—... Los gryffindor eran los pobladores más desordenados, sucios y desgradables del colegio.

El fino oído de él no los había engañado: Escucharon abrirse al retrato. Alguien había entrado.

—¡Es el señor Harry Potter! —identificó él el andar, ilusionado, alegre, deseando salir de su escondite. Saludarlo. La gélida mirada de ella lo detuvo. Se encogió de hombros.

Luego ambos se asomaron, sigilosamente, cada uno por un lado de las escaleras.

—¡Las galletas! —exclamaron a la vez.

De lo más conspicuo, el platito, prueba del delito, al borde de la alfombra frente a la chimenea, donde habían estado ellos sentados, exhibía su inocente contenido —tres galletas (naranja y chocolate) y una más mordida—, justo enfrente de Harry, que, muy próximo al fuego, se calentaba las manos entumecidas de guiar la escoba.

Era tarde para intentar recuperarlo, pero tampoco podían dejarlo allí: Daría que hablar.

Él se arriesgó: Con un 'plop' el platito apareció en las manos de Winky

—No debemos usar magia si no estamos trabajando —recriminó ella, siempre asustadiza.

Pero Harry había alcanzado a verlo. Lo había visto desaparecer.

—¿Dobby? —interrogó al aire.

Dobby se sintió dividido. Su héroe, el señor Harry Potter, el dueño de su lealtad, su verdadero amo, lo llamaba, pero su Winky temblaba a su lado, él sabía con cuanta desconfianza hacia ese mago, al que ambos debían, según ella, el haberse convertido en parias de su sociedad.

Soltó un gemido. La miró con ruego.

—Vuelvo a las cocinas —dijo ella, molesta—. No me busques. —Y desapareció.

Dobby dudó. Una, dos veces. Finalmente, haciendo de tripas corazón, culpable como nunca, la siguió.