Disclaimer: Como siempre, todo de Rowling, nada mío.

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Reto: Este texto intenta responder a la vez a dos retos: Al oficial de la semana, poción multijugos. Pero también a uno extraoficial, surgido en un comentario de alguien en otro post. Lo pondré al final, porque delante funcionaría como un spoiler.

Fecha: 2005.07.12

Nota de autor: Larguísimo, y, por si fuera poco, viene con prólogo y epílogo. Y quizás un poco denso. Pero es que el reto extraoficial se las traía. ;)

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De princesas y guisantes.

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Con su habitual parsimonia Dobby se dirigía a la torre de Gryffindor, haciendo un circuito de apariciones, cada una a un lugar estratégico bien previsto, para no ser visto, ni caerle encima a alguien por accidente. Más lento que aparecerse de una vez, sí, pero más seguro; y Dobby no tenía prisa: El sucio y el desorden esperan, y además, por el camino aprovechaba para pensar en guisantes. En guisantes y princesas.

Iba solo, esta vez, a arreglar la torre de Gryffindor. Ella estaba en Ravenclaw —la torre preferida por los elfos— con tres compañeras que la habían invitado. No se lo reprochaba. Comprendía cuan importante era eso para ella, que la hubieran invitado a trabajar con ellas, y en la torre favorita. Esa aceptación era lo único que podía terminar de curar a Winky, y Dobby lo sabía.

Pero era la primera vez en meses que acudía solo a Gryffindor, y se sentía... raro.

Un poco asustado, sí. ¿Lo cambiaría ella por sus nuevas amigas?. ¡Se moría de sólo pensarlo!

Pero también se sentía raro por otra cosa; porque se acordaba de ella, pero con toda la calma. Era mejor mirarla en la realidad que mirar la imagen en su mente, pero la imagen en su mente no exigía continuas respuestas y reacciones, ni estaba todo el tiempo angustiada. La imagen en su mente se dejaba mirar; la Winky real no.

Y no es que no le gustara que Winky fuera tan melindrosa: Al contrario, lo enloquecía. Tan élfica en sus culpas y temores, pero tan frágil y delicada de sensibilidad. Adorablemente desesperante.

Como la princesa del cuento.

Si un día la hiciera aparecerse en la habitación de Harry Potter, ella lo adivinaría incluso con los ojos vendados y saldría corriendo de allí sin pensar. Él estaba seguro. Harry Potter era su guisante.

De todos modos Dobby no creía que a él pudiera corresponderle casarse con princesa tal. De modo que por el camino suspiraba, un poco asustado y un mucho confundido.

Se sentía muy orgulloso de sus capacidades, sí. Si hasta sabía leer. Pero precisamente por eso mismo no se veía a sí mismo alcanzando una buena posición dentro de la sociedad de los elfos.

Tenía una buena vida, y aún podía llegar a tenerla mejor, pero sólo a expensas de vivir por fuera de su sociedad. Siempre sería el extraño. Se imaginaba convertido en comerciante, por ejemplo, como los amigos de Harry Potter, los del pantano en el segundo piso. Los había escuchado hacer sus planes muchas veces; intrigado y atraído por sus actitudes, solía observarlos y escucharlos. Le gustaba cómo eran. Le gustaban casi tanto como el valiente Harry Potter. Es que también eran valientes. ¡Si hasta se habían atrevido a abandonar Hogwarts!

Dobby no sabía con qué podría comerciar él, pero tenía muchos knuts, cada vez más, y amigos fuera de los elfos; e iniciativa e imaginación. Y podía salir del castillo en sus horas libres, y hasta tenía derecho a hacer adquisiciones en su propio nombre. Seguro que sería muy divertido, y podría hacer muchos amigos entre las personas, y los goblins y los gigantes y tanta otra gente que hay por el mundo, y aprendería muchísimo del mundo y...

Y a Winky no le gustaría.

Y ahí a Dobby se le caían las orejas y daba otro salto de aparición muy suspirado.

Pues nunca jamás un elfo doméstico había sido comerciante. No desde que los elfos tienen recuerdo. Y esa vida no le gustaría a la elfina, por agradable y divertida que fuera: Los elfos no son comerciantes. La soledad y la inseguridad le parecerían a Winky un precio muy alto a pagar.

Para Dobby no. Para Dobby el precio, el único, era perderla a ella.

También se fantaseaba peleando junto a su héroe Harry Potter en la próxima batalla. Dobby no tenía miedo, y la magia de los elfos era muy poderosa, él lo sabía. Sólo tenía que vencer su hábito ancestral de no usarla jamás para lastimar a nadie, esa antigua prohibición, que él sabía que para él ya no contaba, pero que igual la sentía. Varias veces había estado a punto de pedirle al señor Harry Potter que lo ayudara a superar eso, que lo entrenara para aprender a luchar.

Pero eso a Winky tampoco le gustaría.

Y así Dobby de aparición en aparición, y de idea triste en idea alegre en idea loca y nuevamente triste, decidió empezar por la habitación de varones de quinto, para que, si a Winky se le ocurría venir a ayudarlo cuando terminara en Ravenclaw (eran cuatro, irían rápido), ya estuviera hecha, pues ella no entraba a esa habitación salvo que el amo Dumbledore se lo ordenara explícitamente.

—Winky, Winky, Winky... —suspiró al entrar, y se sobresaltó al sentir un topetazo y un "auch..." de alguien que se había asustado al oirlo y se había golpeado la cabeza contra la tapa del baúl de Harry Potter... ¡que estaba revisando!

—¡Winky!

¿Winky en esa habitación y, además, revisando el baúl del señor Harry Potter? Dobby apenas dudó un momento. Alguien se lo habría ordenado, supuso. Lo único en que Dobby pensó al verla allí y después de todo lo que había venido cavilando por el camino fue en... ¡no dejarla ir!

—Winky. ¡Mi princesa! —se le abalanzó como loco, y aprisionándola entre sus brazos hizo lo que nunca antes se había atrevido a hacer. ¡La besó!

Pero la elfina, sorprendida, tal vez asustada, lo empujó con inusitada violencia, haciéndolo trastabillar y caer. Luego escupió asqueada sobre la alfombra y se limpió con la manga, de un modo muy poco femenino, y sobre todo muy poco élfico. Y finalmente se levantó en toda su pequeña estatura y le espetó furiosísima:

—¿Cómo te atreves, pedazo de basura?. ¡Te voy a... a...! —buscaba algo entre sus ropas, algo que no encontraba... y, de pronto, rauda, se lanzó hacia la puerta para salir.

—¡Winky! —exclamó Dobby, alcanzando a retenerla instintivamente por un brazo en el instante mismo en que ella llegaba al umbral. Estaba dolido por su reacción, pero sobre todo asustado.

—¡Perdóname, Winky! —rogó.

—¡Suéltame... asqueroso! —ella tenía alzada la cabeza en un inusual gesto de altanería que él jamás le había visto antes, y que lo terminó de convencer de que él jamás se la merecería.

—No volveré a asustarte así —insistió en implorar perdón—. Sólo quería decirte que volveré a ser un elfo normal, si tú quieres. Lo que sea para que te sientas bien a mi lado y no tengas miedo de vivir conmigo... —Dobby casi lloraba—. ¡Por favor! Aceptaré un amo, Winky, si es lo que quieres... —y entonces le ofreció el máximo sacrificio—: Un amo que no sea el señor Harry Potter, Winky. Pero... ¡quédate conmigo!

Pero ¿por qué Winky trataba de escapar por las escaleras en lugar de desaparecerse?

Y ¿por qué los ojos se le estaban poniendo grises y estaba creciendo y las orejas se le reducían y el cabello se le aclaraba...¿Por qué se estaba pareciendo cada vez más al rubio chiquilín al que él solía leerle el cuento de la princesa y el guisante muchos años atrás, cuando sus padres salían por las noches, dejándolo solo y a su cuidado?

De la sorpresa Dobby soltó el brazo del chico que, además, en su verdadero cuerpo actual era bastante más grande y más fuerte que él.

Pero que, en ese cuerpo y desnudo, no podía salir fácilmente de la torre de Gryffindor. Estaba atrapado.

Dobby sentía más lealtad por Harry Potter que por el hijo de su antiguo amo. Lo enfrentó:

—¡Señor Draco!. ¿Qué hacía usted registrando el baúl del señor Harry Potter? El amo Dumbledore lo sabrá ahora mismo —exclamó con decisión. Y ya iba a desaparecerse para traer a Dumbledore antes de que el chico encontrara la forma de huir, cuando una horrenda carcajada fría lo paralizó en el sitio:

—¡Qué bonito es el amor! —se burlaba Draco de él—. ¡Vaya, vaya, Dobby!. Así que Winky ¿eh?. ¡Gracias por la información!. ¿Así que si mi padre te quiere de regreso en Malfoy Manor sólo tiene que atrapar a Winky?. ¿Así que vendrías detrás de ella como un imbécil, si mi padre la compra o la rapta? A Lucius Malfoy le encantará saberlo, escoria. No creas que te ha olvidado.

Y agregó con sibilina perfidia:

—Si no me ayudas a salir ahora mismo de esta torre o alguien se entera de que estuve aquí...

No hacía falta decir más.

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Epílogo:

—Pero ¿por qué, Dobby?. ¿Por qué?. ¡Golpearte de esta manera! Alguien tiene que limpiar esa habitación aunque esos chicos no lo merezcan. No era para ponerse así, cariño. Yo me fui a Ravenclaw porque... porque ¡me habían invitado! No podía decir que no. Te dejé solo en Gryffindor, pero no porque sea algo malo limpiar ahí, Dobby. Sí, es verdad que no me gusta. Pero no es porque... sea algo malo. Simplemente no me gusta. Pero no es por eso que me fui a Ravenclaw. ¡De verdad! Mírame. Mírame, Dobby. Prométeme que no volverás a castigarte por eso. Lo hacemos por el amo Dumbledore. Él quiere que limpiemos también esa torre, Dobby, mírame. ¿Lo entiendes?

El acento de tristeza de Winky curando sus chichones era un bálsamo maravilloso para el alma de Dobby. Además ¿le había dicho "cariño"?

Tal vez después de todo sí podría ser comerciante.

O guerrero.

Mejor guerrero, puesto que debía estar preparado para defenderla de los Malfoy. De sólo pensar en Lucius le daban ganas de emprenderla de nuevo a cabezazos contra la pared.
"Un guerrero no haría eso", se dijo. Y siguió feliz dejándose curar.

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Prólogo:

—¿Otra vez el del guisante, amo Draco?

¿Para qué preguntaba, si ya sabía la respuesta? Se dispuso a leer.

Aunque decir que él le leía el cuento al niño no era muy ajustado a la verdad. Habría sido más apropiado decir que el amito se lo leía a él, puesto que corregía absolutamente cada palabra que el elfo pronunciaba, con su tonito engolado de chico mimadísimo y marisabidillo.

Aún así, ese rato de lectura nocturna era uno de los poquísimos momentos agradables que tenía Dobby en su vida con los Malfoy.

Hasta esa noche en que el crío, después de leer el cuento, se empeñó en que le pusiera el guisante a él.

—Pero usted no tiene veinte colchones, amo Draco, sino cuarenta —repuso el elfo, preocupado.

—Igual lo sentiré —insistió el niño, terco—. Yo soy mucho más príncipe que los de ningún cuento.

Y así fue: Al día siguiente el grácil mocoso se levantó tan torcido que Dobby estuvo a punto de llevarse una tanda de imperdonables de parte del amo Lucius, que tenía el crucio rápido. Lo salvó la carcajada de la ama Narcisa que acababa de comprender lo que el niño les estaba explicando acerca de un cuento, una princesa y un guisante.

Y cuarenta colchones.

Y que el amo Severus estaba desayunando con ellos y había dicho, como hablando para sí:

—Sugestión —y entonces hasta el amo Lucius pareció entenderlo todo, probablemente porque nadie había pretendido explicárselo.

—Sugestión —dijo él también. Y también sonrió, aunque no llegó a reir.

Y obligó al crío a sentarse derecho aunque se sintiera más torcido que una higuera.

Y el amito Draco, frustradísimo en su deseo de ser reconocido como el príncipe más príncipe de todos los príncipes, quemó esa noche el cuento en la chimenea. Aún faltaban algunos años para que pudiera comprender que había ciertas diferencias, físicas y químicas, pero sobre todo sociales, entre príncipes y princesas.

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Reto extraoficial: Hacer un Dobby/Draco. ;D

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