Disclaimer: Como siempre, todo de Rowling, nada mío.
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Reto: Ninguno. O sí: En CienPalabras pusieron como reto "Shakespeare" y yo estaba sin conexión. Cuando recuperé la conexión, la semana del reto había pasado, pero la idea me seguía en la cabeza. Y como ya no era para CienPalabras lo escribí en más de mil.
Spoilers HBP: Dos. Pero pequeños, y ambos en el párrafo final (las últimas tres líneas).
Fecha: 2005.08.20
Nota de
autor: Quien no conozca Hamlet se quedará en la luna,
supongo. Lo siento.
(O quizás se le despierten las ganas
de conocerlo, je).
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Hasta el apuntador
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—¡Cómo!. ¿Una rata? Por un ducado la mato —gritó, un poco exageradamente, Sirius, mientras Amelia Bones, sentada sobre la supuesta cama, se retorcía las manos entre ayes de angustia, y Peter. ¡por fin!. lograba contener el chillido de terror al sentir la presión de la espada contra su barriga a través de la cortina.
Lo había conseguido por fin. A la veinteava la vencida.
Pero no del todo.
—Y ahora te mueres, Peter. ¿recuerdas? —reclamó el profesor. Y el cuarto merodeador, con un gemido agónico muy ensayado, se dejó caer detrás de la cortina.
—¡Ah! Me han matado.
Había sido el primer ensayo de la escena que salía, pudiera decirse que, bien. De ahí en adelante mejoraron a marchas aceleradas.
Y el estreno había sido un éxito.
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Remus estaba tan abstraído que no notó que Sirius se le había acercado por la espalda, viniendo de la cocina.
—¿Ésa es la escena de la cortina?
Remus asintió, calladamente. Se las pasó.
De haberlo escuchado llegar quizás las habría escondido.
Quizás no.
Las fotos.
Sirius se sentó a su lado.
—¡Qué instinto para calar a las personas tenía el profesor Fritz! —comentó Remus, con fingida indiferencia.
Hacía tiempo que deseaba y temía conversar sobre esto.
—Tú no podrías ser más Horacio ni a propósito —respondió Sirius, sonriendo maliciosamente—, ni había en todo Hogwarts más noble, leal y digno Laertes que James.
—De acuerdo. No lo habría podido decir mejor —sonrío Remus.
—¡Pero yo de indeciso y retorcido nunca he tenido un pelo!. ¡Qué conste! —advirtió entonces un Sirius muy serio. Convencido.
—Pero de príncipe, consentido y pasional... toda la cabellera —se burló Remus.
Hizo una pausa, enfrentando la fiera mirada de reconvención que lo asaeteaba. Y lo halagó:
—Además, lo hiciste muy bien.
—Talento histriónico natural —era una respuesta practicamente de piloto automático, tratándose del retoño torcido de los Blacks.
Que luego abrió la bocota para soltar:
—Eso fue a los demás, que tuvo que darles los papeles más exactos a sus personalidades, para que la obra quedara bien. Pero... ¡a mí!. A mí podía haberme dado cualquier papel.
—Te dio el protagónico, y ¿te vas a quejar?
—No es eso. Sólo digo que a mí no me caló. Como tú dices.
—¿No? —Remus sonrió con más tristeza que picardía—. Yo solía acordarme de esas cuatro noches, más todos los ensayos, matando a Peter, fingiendo confundirlo con una rata... clavándole una espada a través de una cortina.
—¡Justo! Fue a Peter al que descubrió de cuerpo entero: Cobarde, traidor... ¡una rata!. ¡Justamente una rata! Y al servicio del más poderoso, por supuesto. Era el único papel que podía hacer bien. Lo recuerdo halagando al rey...
—...servil, tembloroso y obsecuente, decía Fritz. Le encantaba su desempeño —recordó Remus, con agria sonrisa.
—¿Y no te mueres de asco?
—Ahora —respondió Remus.
—¿Y entonces? Porque te juro que yo lo mataba con tanto gusto cada vez, que era como si... —una vacilación le cerró la boca.
—¿Qué? —presionó Remus.
—Remus... ¿no debimos haber adivinado lo que Peter escondía...?
Remus no respondió.
No por un rato.
Luego sentenció:
—No. Por cierto que no. Éramos amigos. Uno piensa lo mejor, no lo peor. No habríamos sido verdaderos amigos si hubiéramos dejado...
—¿Lo mejor?
—Que era tan buen actor como tú, que tampoco te pareces a ningún príncipe de Dinamarca —lo picaba con gusto.
—¡Yo!. ¡Yo, era buen actor! —exclamó Sirius, tal como Remus esperaba—. Él era... —y se desinfló—. Pero tienes razón. Yo tampoco quise ni pude desconfiar de él. Aunque era un Polonio demasiado bueno. Demasiado natural.
—La cobardía no es razón para desconfiar de un amigo —acotó Remus— y él era sobre todo cobarde. Y eso ya lo sabíamos, además.
—Y una rata. Eso también lo sabíamos —disparó Sirius a bocajarro.
—Bueno, por eso a todos nos hacía tanta gracia cada vez esa escena, porque imaginábamos a Peter...
—...en su auténtica forma —interrumpió Sirius con rudeza—. Nadie soporta doce años viviendo como una rata si no es una verdadera rata.
—Sí, yo también lo creo. Pero en aquel momento...
—...nadie podía desconfiar del bueno de Peter —su sarcasmo ya no podía herir a nadie. Tal vez a él mismo.
—Y sin embargo, sí, tienes razón, debimos haber desconfiado. Yo, al menos, lo encontraba muy inquietante. Ver a Peter dándote la razón animadamente en todo lo que dijeras, contradicción tras contradicción... hacía sentir que... ¿quién sabe?. ¿Acaso no sería igual de falso cuando...?
—No, Remus: Tú tienes la razón. No se desconfía de un amigo.
Remus no dijo nada, recordando que ellos. ¡ellos!. ambos habían desconfiado uno del otro. Eso sí era una dolorosa espina.
Pero Sirius agregó:
—Y sin embargo... ¡lo mataba con gusto! Con tanto o más gusto que el personaje. No te puedes imaginar el placer con que lo mataba.
Era difícil saber si lo decía con satisfacción o pesadumbre.
—Por eso después de los ensayos eras especialmente amable con él —afirmó Remus, comprensivo.
—Y el recuerdo de los ensayos de esa escena... No sé. No era exactamente un recuerdo feliz, feliz. Era agridulce, más bien. Sin embargo atraía furiosamente a los dementores. ¿sabes? Solía imaginar lo estupendo que habría sido que un día alguien hubiera equivocado el hechizo que volvía inofensiva la espada...
—No te lo habrías perdonado nunca, Sirius.
—Supongo que no. —Se lo pensó un momento. Para volver de inmediato al dolor de siempre—. Pero tampoco me he perdonado...
—Basta, Sirius. Si cometimos errores ya los hemos pagado. Especialmente tú. Tú, Sirius. —Hizo una pausa. Larga. Trémula—. Si es que hasta en eso, Sirius, hasta en eso te iba el papel: Tú pasando por un loco feroz y peligroso durante tantos años... ¡siendo el más cuerdo de Dinamarca!
Sirius soltó una risa relativamente alegre.
—Pero no: El más cuerdo siempre será Horacio —corrigió.
—Pero los Horacios no cuentan, Sirius. Los Horacios nunca han contado. Sólo estamos en las obras para poder contar después la historia.
—Después de que muere hasta el apuntador —completó Sirius, con una cierta maligna solemnidad. Con cierta crueldad hacia sí mismo, y hacia su amigo. (A veces se nos hace imprescindible restregarnos las heridas, aunque duelan).
Remus se estremeció.
—Casi casi —concedió, mohino—. Pero ¡no! —saltó—. ¡Toco madera!
Sirius lo miró divertido. ¿El racionalísimo Remus tocando madera?
Remus tomó un tono un poquitillo más impostado y profesoral de la cuenta (él, que como profesor había sonado siempre tan natural, Sirius no necesitaba que nadie se lo dijera para estar seguro de eso), para agregar:
—Es una guerra, Sirius. No una tragedia isabelina.
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Pero seguro que lo que tocó en esa ocasión no era madera de verdad. O quizás tenía patas. Pues Hamlet, Gertrudis y el fantasma habían muerto dentro de los dos años siguientes a esa conversación.
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