Wenas a todos! Aquí sigue otro capítulo de esta historia jiji... ¿Qué decir? La tarde que escribí esto estaba inspirada y weno, por lo menos espero que les guste y que lo disfruten, que esa es la principal razón x la que escribo. Muxas gracias a todos los q m animan a seguir escribiendo con sus reviews xq la verdad es q ayudan muchísimo. Un beso!


Capítulo 5: Almas encontradas.

El mar bailaba y lograba que el barco bailase con él. Perfecta era la complicidad que existía entre ellos. Las olas hacían cosquillas al casco, lo que permitía que se deslizase con suma facilidad. Y el barco navegaba seguro de sí mismo. El viento, otro amante de La Perla, no dejaba de rozar sus velas, agitándolas, meciéndolas. Las condiciones climáticas hacían que el barco avanzase a un ritmo constante y perfecto. Jack era el amante preferido de La Perla y conseguía que se meciese con el viento y con el agua. Cuando el ferviente capitán ponía sus fuertes manos al timón, conseguía que viento, agua salada, barco y capitán se hiciesen uno solo. El sol parecía alimentar esa pasión en aquella templada tarde. Regaba sus rayos por toda la cubierta, las velas y el mar. Sobre las tranquilas aguas lograba dibujar un camino tembloroso que La Perla recorría segura. Un camino teñido de rojo por los mágicos rayos del sol. Atardecía. El astro desaparecería por el horizonte en menos de una hora, dejando que la luna se divirtiese creando sombras fantasmagóricas en cada rincón. Dejando que fuese ella la que siguiese alimentando la pasión del capitán al timón.

Myre se encontraba sentada en la proa. Dejaba que el viento la acariciase y despeinase su cabello. Llevaba puesta una blusa que le habían prestado. Le quedaba un poco grande y el viento conseguía introducirse por su escote y abrírsela. Ella respondía a este juego con una sonrisa y llevándose una de sus delicadas manos al pecho, de manera que nada mostrase. En ese momento el alma de Myre no estaba allí. Deseaba el mar, el olor a sal, navegar, el sol que calentaba su piel, el viento que jugaba con ella. Todo lo quería y se fundía con ello, al igual que Jack. Sus almas debieron rozarse mientras jugaban en el aire o mientras ayudaban al sol a colorear el agua. Debieron rozarse porque en el instante en el que el sol desapareció, volvieron a la realidad y sus miradas se cruzaron. Ya lo habían hecho otras veces pero en aquella ocasión ambos entendían a la perfección lo que habían experimentado. Sonrieron en complicidad. Sus almas siguieron caminos dispares y ambos volvieron a fundirse en aquel paisaje digno de la tranquilidad, ahora bañado con luz de plata.

El frío de la noche hizo que Myre se viese obligada a despedirse de todo aquello. Echó un vistazo a toda la cubierta del barco. Se encontraba a solas con Jack. Un extraño calor la alimentó desde el vientre y se expandió por todo su cuerpo. Cuando la abandonó volvió a sentir el viento helado en la cara y decidió bajar a su camarote para después reunirse con el resto de la tripulación. Cuando iba a bandonar la cubierta una cálida voz la llamó.

-Myre, ven aquí un momento- dijo.

La chica supuso que debía ser Jack, puesto que allí no había nadie más. La misma sensación de calor volvió a recorrerla y esta vez se transformó en unos latidos que retumbaban en su pecho con rapidez. Conocía perfectamente lo que le ocurría y por eso no se asustó ni se sintió confundida. Sin embargo, no pudo resistir la tentación de responder apresuradamente.

-¿Si, capitán?- consiguió articular.

-Acércate, quiero mostrarte algo.

La desconfianza de Myre venció al enamoramiento que sentía por su capitán y no pudo más que quedarse quieta donde se encontraba. Jack la buscó con la mirada y sonrió. Le encantaba que quisiese mantener las distancias. Hacía tiempo que él deseaba tocar su piel tostada, revolverse en su pelo ondulado, perderse en su mirada, acariciar sus labios con los suyos, enseñarla a navegar con él… Empezaría por esto último, ya que era el objetivo que tenía más posibilidades de ver cumplido en aquel instante. Tendría que ir poco a poco, acostumbrarla a su presencia, a su tacto. Cualquiera de las otras tentaciones, que alimentaban sus fantasías de pirata, realizadas sin cuidado, se hubiesen llevado un tortazo bien merecido. La paciencia era algo que había aprendido hacía mucho tiempo. "El tiempo enseña a ser paciente con él", solía pensar.

-Ven, querida. He notado como te gusta estar aquí. Te gusta sentir el viento, el mar, el barco firme bajo tus pies…¿No te gustaría sentir también la fina madera del timón bajo tus dedos?

Era una propuesta tentadora…

-Claro, que si me equivoco y he juzgado mal tus continuos paseos por la cubierta y tus largos ratos sentada en la proa… Puedes bajar abajo y dejarme solo con el mar, el viento y mi barco- dijo con reticencia Jack.

El efecto que Jack quería que causasen aquellas últimas palabras fue el deseado. Por una parte, Myre se sentiría elogiada al notar que alguien se había fijado en ella. Por otra, no pensaba dejar escapar aquella oportunidad, con la que tanto había soñado. No solo se trataba de manejar el timón, sino de manejar el timón con Jack muy cerca. Ese pensamiento conseguía excitarla. Claro que él nunca pensó que la chica tuviese esos deseos… con él. Tampoco pensó que otra de sus tentaciones podría verse cumplida aquella noche. Aún así, en aquel instante ocurrió lo que tenía que ocurrir o mejor, lo que Jack esperaba que ocurriese. Myre vaciló y acabó echando a andar hasta donde el se encontraba. Le miró a los ojos y creyó derretirse. Él seguía con sus manos apoyadas en el timón. En un gesto rápido, agarró a la chica y la colocó delante suya. Agarró sus manos, dulcemente suaves a su tacto y las colocó en el timón. Sin despegar las suyas de las de ella fueron dirigiendo el barco al compás del viento… Llevaban un rato así, cuando él rompió el silencio de la noche.

-No lo haces tan mal…- le susurró al oído.

-Sería mejor si mi maestro dejase que fuese yo la única que manejase el barco. Cuatro manos al timón son demasiadas- replicó Myre con ironía.

Ella había notado como su tacto y sus palabras a su oído la iban consumiendo. Su intención había sido alejar a aquel hombre de ella. No quería arrepentirse de hacer algo que no quería hacer…"Qué tontería" pensó después, precisamente lo que quiero que pase es lo que no debería pasar. "Debería haberme callado la boca", siguió pensando la chica mientras se enfadaba consigo misma. Sin embargo, no sabía como iba a responder el capitán. Jack no esperaba aquella descortés respuesta pero un pensamiento cruzó volando su mente, como un rápido pajarillo aletea en la madrugada.

-Como gustes…- volvió a susurrar

Cuando acabó de pronunciar la última palabra acercó sus labios al cuello de ella, sin ni siquiera rozarlo. Ella sintió su respiración y le temblaron las manos en una fracción de segundo. Sin embargo, él lo notó y sonrió. Sonrisa que no percibió ella. En ese momento, sus manos se separaron con delicadeza de las de su aprendiz para seguir recorriendo su cuerpo. Recorrió sus brazos hasta los hombros y continuó con un suave y ligero descenso, abarcando parte de su espalda y sus curvas. Recorrió su cintura y se quedó anclado en sus caderas. Ella no había podido resistir el impulso de cerrar los ojos. Sus manos intentaban aferrarse con fuerza al timón para intentar aparentar indiferencia y seguridad. No obstante, una idea surcó su mente. Soltó el timón y se giró en una media vuelta para quedar cara a cara con su capitán. Sorprendido, él había soltado sus manos de las caderas de ella pero no tardaron mucho en regresar porque fue la chica las que las volvió a colocar en el mismo lugar. Sus ojos se cruzaron y mantuvieron una guerra de miradas durante un largo espacio de tiempo. Tal y como esperaba Myre, el viento volvió a jugar con su camisa, al igual que lo había echo aquella tarde. Jack no pudo evitar desviar su mirada y fue en aquel momento de debilidad cuando ella se lanzó a sus labios. Ambos se dejaron llevar. Jack dejó las manos donde las tenía y ella comenzó a subir por su pecho y a anclarse en su cuello, para continuar descendiendo por su espalda. Myre no era precisamente una chica sin experiencia. Largos minutos estuvieron jugando. Jack pudo acariciar sus labios con los suyos y jugar con su lengua. Una batalla que no acababa. Una batalla lenta y gustosa que conseguía que el ritmo de su respiración se agitase y los latidos de su corazón se acelerasen. En un segundo, él abandonó su boca para bajar en descenso hacia su cuello, donde posó sus labios, su lengua, su saliva… y pudo captar su olor a sal marina. Abandonó la cintura de su chica para subir a su cadera y volvió a besar su boca. Llevado por el instinto intentó tocar sus pechos, a lo que ella respondió con un rápido movimiento para que no lo hiciese. Aún así, siguió besándole durante mucho rato, hasta que se separó de él. Jack volvió a intentar besarla y, sin embargo, ella le volvió la cara. Jack mostró su desconcierto y alcanzó a emitir una ligera sonrisa, pensando que el pudor se había adueñado de ella.

-Querida, no te tienes que arrepentir de nada… Es normal que en un barco, solos en la cubierta, la luz de la luna y las estrellas… es un paraje romántico¿no crees?- dijo Jack con cierta ironía.

-Yo no me arrepiento de nada y… coincido contigo en que este lugar en romántico… Y ese morbo de que la tripulación nos pueda descubrir aquí arriba también es especial¿no crees?- rebatió Myre con la misma ironía.

El silencio selló los labios de Jack, que intentó permanecer tranquilo, aunque veía que a situación se le empezaba a escapar de las manos.

-Entonces…- habló con picardía- no solo te gusta el mar, el viento y las velas que ondean al viento… Ahora también quieres jugar con el capitán.

Myre sonrió con malicia.

-Creía que eso era lo que quería usted hacer conmigo, capitán.

La chica dio media vuelta y comenzó el camino para llegar a su camarote. Se había dado cuenta de lo que Jack quería realmente y no pensaba dejarle ganar. Así fue como la idea de dejar a Jack caliente, en la fría cubierta se forjó en su mente. Ella la llevó a cabo con sobresaliente. El capitán no alcanzaba a entender lo que había ocurrido. Ninguna mujer, ninguna chica, se le había resistido de esa manera antes. Se dio cuenta que con los besos había olvidado de marcar el rumbo del barco. Se había desviado un poco. Mientras lo corregía, no paraba de pensar en qué había echo mal. La idea de que una mujer conociese perfectamente sus intenciones le atemorizó. Pero eso era imposible, estaba desvariando. Su furia comenzó a crecer y le echó la culpa a su aprendiz. Por tener esa piel, por tener ese pelo juguetón, esa mirada, esas curvas que invitaban a pasear por ellas… Como podía una mujer haberle echo aquello cuando él lo único que quería era… cuando lo único que quería era… aprovecharse de su debilidad… La teoría de que la chica conocía sus intenciones se manifestó con más fuerza. En realidad, ella había echo lo que pensaba hacer él y esa idea consiguió hacerle enfadar… ¿Cómo se atrevía una mujer, UNA MUJER, a hacerle aquellas cosas a un hombre? Lo que no sabía Jack es que aún le quedaban muchas cosas que aprender con esa muchacha.


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