Chapter 6: Diario de una noble pirata.
Mi nombre es Myre. Son las primeras palabras que escribo sobre este trozo de pergamino en blanco que tanto he ansiado conseguir. No se trata de un simple capricho. La tinta de la pluma blanca con que escribo se encargará de recrear mi vida perdida. La vida que creen que he olvidado. El pergamino la guardará con un silencio absoluto, como si de un secreto se tratase. Yo seré la única en introducirme en el papel para hablarme y escucharme a mí misma, lo que necesito con severa urgencia. Ordenar mi vida…escribiéndola. Quizá sea el único modo de ver las cosas con algo de optimismo o, por el contrario, ver una maldición en cada letra y cada punto.
Llevo mucho tiempo perdida por estos lugares. No se trata que no sepa dónde estoy. Es algo más profundo. Soy consciente del lugar, pero no soy capaz de encontrarme en el. Seis años han pasado desde mi llegada al pequeño puerto de Port Royal. Una localidad poblada por la aristocracia, llena de dinero que ciega hasta el más inteligente. Les ciega…son murciélagos perdidos en la oscuridad de la noche de una cueva sin salida. Solo saben ver lo que quieren ver y luchan desesperadamente contra lo que les impide verlo. Seis años llevo aquí y me he acabado acostumbrando a la vida tranquila. Por lo menos, intento disimular que lo he conseguido. Así he acabado hablando con un lenguaje barroco, lleno de adornos y finas puntillas, como sus vestidos, como todo lo que rodea su vida. La sencillez no está bien vista, según lo que he aprendido. Ahora ya soy capaz de componer sencillos versos y melodramáticas canciones. Nunca les he puesto música, eso no es lo mío. Tengo un oído sumamente desastroso que se contrarresta con la facilidad con que las palabras brotan de mi alma. Escribir y perderme en mi escritura. Es lo único que agradezco haber aprendido. La libertad de escribir es lo único que me libera, además del relajante sonido de las olas y el olor a sal marina. Sin embargo, ahora intentaré ir al grano. Contaré mi historia por orden, aunque con sumo detalle. Me ha costado estos seis años descubrir toda la verdad…
El día que zarpé con mi padre de Tortuga yo era la persona más feliz del mundo. Recuerdo el sol saliendo a través del mar, intentando escapar de él. Yo me despedía de Diana, mi mejor amiga. Ella lloraba desconsoladamente, diciendo que me iba a echar de menos, que me cuidase, que disfrutase, que le contase todo con detalle a mi regreso… Lo que con más gracia recuerdo fue el momento en el que Tomm pasó por su lado. Ella lo agarró y el chico se asustó. "¡Cuídala, no permitas que le pase nada!" dijo gritando con ansia. Él rió como siempre solía hacer, "Creo que el único problema que va a tener Myre voy a ser yo". Diana lo miró perpleja. "¡No pienso separarme de ella ni un solo segundo!" fue la respuesta de Tomm al ver su cara. Diana se liberó en ese momento de una presión invisible que se registró en forma de suspiro. Los tres nos reímos.
Tomm era el chico más guapo de Tortuga, el más listo, el más atento… Lo amaba. Llevábamos saliendo un par de meses pero mi padre lo invitó a navegar, consciente del peligro que dos enamorados en un barco podían desencadenar. Sin embargo, confiaba en mí tanto como en su instinto y me quería más que a él mismo. Sabía que yo era prudente y él también, por lo que no le importó realizar semejante acción. Lo que no pudo evitar fueron los besos desenfrenados en la bodega del Galeon, su barco. Tampoco pudo evitar que hiciésemos cosas aún más profundas, de las que él no se enteró. Creo que nunca pensó que las hormonas pudiesen más que mi ordenada mente y mi razón. Por suerte, nunca quedé embarazada, por lo que él siguió confiando en mí como siempre lo había hecho. Todo era perfecto hasta que la absoluta perfección se rompió.
Una mañana, un barco de la marina inglesa se acercó al nuestro. Los oficiales abordaron el Galeón bajo las órdenes de James Bohertad, un tipo despreciable, sucio y ruin. Mi padre nunca se esperó aquello. No navegábamos bajo ninguna bandera pirata ni había causado ningún estrago con el barco que llevábamos. Sin embargo, le buscaban a él. Me atrevo a pensar que era el dueño de una importante compañía de contrabando, pero es algo que no tengo muy seguro. Nunca me lo confesó. Ese día no había tabaco en las bodegas, nada sospechoso. Pero allí estaban ellos. Con sus trajes rimbombantes y sus fusiles bañados de plata. A punta de pistola, nos obligaron a subir a cada uno de nosotros a cubierta. Yo me mantenía fielmente agarrada de Tomm, que no me soltaba. Mi padre comenzó a hablar con James. No me llegaba el sonido y nunca aprendí a leer los labios. Lo único que sé es que de repente el oficial quitó el seguro a su arma y disparó a Rick, el mejor amigo de mi padre. Yo volví la vista hacia atrás, era la primera persona que veía morir, muerta a causa de un disparo… Tomm apretó con más fuerza y fui capaz de volver a mirar. Sin embargo, uno de esos hombres me agarró de mí y tiró con tanta fuerza que el brazo me dolió durante días. Tomm se vio obligado a soltarme cuando el mismo hombre le amenazó con dispararle en el codo, dejándole sin un miembro. Él se negó y le dijo que disparase. Yo no era tan egoísta como para querer esperar tal acción de él. Me iban a llevar de todas maneras… Le miré y él comprendió lo que yo le decía. Me soltó y vi como sus ojos se empañaban.
Yo fui conducida a una mohosa habitación mientras James asesinaba a mi padre de la misma forma que había matado a Rick, por lo que he podido averiguar. La tripulación se rebeló y en la cubierta se libró una intensa batalla. Yo me encontraba con el hombre que me había guiado. "No te preocupes preciosa, yo puedo consolarte de forma que olvides todos tus males…". Sabía perfectamente a lo que se refería. Con cara de asco contesté, "¿Soy yo la que necesita consuelo o vos, perdido en un barco donde la única mujer que hay es la vela del palo mayor? Entiendo su necesidad pero conozco un sitio donde podría…" No pude decir nada más. Recibí un duro golpe que me hizo perder el sentido de mí misma por unos instantes. Cuando regresé, me estaba violando con fiereza. Notaba como me dolía que estuviese dentro de mí, cosa que jamás me había ocurrido con Tomm. Lo único que pude escuchar antes de volver a recaer fueron las palabras "¡Retirada, retirada!" emitidas por la gente del barco de la Santa Bárbara, donde yo navegaría hasta Port Royal. Excepto Rick y mi padre, todos pudieron escapar.
La travesía fue bastante tranquila. Jeremy no me volvió a poner una mano encima. Conseguí hacerme con un puñal bastante afilado y amenacé con castrarle si lo hacía. Al principio, se rió, pero cuando lancé el arma contra una diana, acertando en el blanco, no se arriesgó. Yo no salía de mi habitación nada más que para comer y asomarme al mar por la noche, cuando nadie me veía. No tengo nada que destacar de esta trágica travesía, tan solo mi desolación y mis pocas ganas de vivir.
Cuando arribé a Port Royal, me condujeron hacia la casa del gobernador. No quería ir y, en el barco, bailaba mi puñal al aire para que no me metieran en aquel pijo coche de caballos. Otra vez a la fuerza hicieron conmigo lo que quisieron. Me metieron en el coche e hicieron callar mis gritos con una bofetada bien dada. Cuando llegamos al palacete de ese señor, dos mujeres me esperaban a la puerta. Gerema, la criada, y Elisabeth, mi querida prima. La costumbre me ha vencido y he acabado llamándola con ese calificativo familiar. Yo, sin embargo, sé que mi única familia son los "detestables piratas" (como dice mi tío) y el mar. Mi cariño hacia ella aumentó cuando desapareció de este pueblo y yo pude escurrirme a los archivos para averiguar todo lo que aquí escribo… Y más aún cuando regresó con una idea totalmente distinta de los piratas tras vivir una emocionante aventura en La Perla junto a Jack Sparrow y Will Turner, su hombre amado. Me contó todo con sumo detalle, sin olvidarse de nada. Y yo recobré cierta esperanza de volver a mi verdadero hogar. …
Un ruido sordo llenó la estancia. El gobernador se encontraba con su hija en una imponente biblioteca, llena de libros de todos los tiempos. La luz del sol alumbraba la estancia con cariño. Entraba a través de la ventana que se encontraba abierta. Una ventana pulida con fina madera de pino, todavía con olor vegetal. Las estanterías de libros estaban fabricadas de la misma madera y con el mismo material. Rozaban el suelo y el techo. Una escalera permitía subir a los estantes más altos. En el suelo se dibujaba una circunferencia con dos espadas cruzadas en el centro, adornos realizados con oro de las minas Trenkare. Había también un escritorio donde se encontraban sentados padre e hija, uno enfrente del otro. Un pequeño trozo de pergamino había sido estrellado contra la mesa, acompañado de la mano del gobernador. Elisabeth cerró los ojos para no ver la expresión que su padre tendría.
-No deberías haber contado tal historia a tu prima…
-Bien sabéis que no es mi prima padre.
-Llegó aquí y la educamos. La alejamos de esos detestables piratas. La alejamos del peligro. ¡Y así nos lo agradece!
-La alejasteis de su vida. De la vida que tenía. Le arrebatasteis a su padre, le arrebatasteis su libertad.
-Hablas como uno de ellos, Elisabeth.
-Solo digo la verdad.
-La única verdad es que, con esto, tu compromiso peligra. No dejas de darme disgustos. Unos piratas te raptaron y los proteges¡a ellos!
-Son también piratas los que me ayudaron a escapar.
-¡Son piratas, Elisabeth!-gritó exasperado su padre, acercándose a la ventana-¡Piratas al fin y al cabo¡Saqueadores, ladrones, mentirosos, asesinos…!
-¿Qué tiene que ver mi compromiso con Will en esto?-interrumpió la chica.
-Disgustos…-dijo suspirando su padre-te permitiste engañarnos, haciéndonos creer que te casarías con el comodoro Norrington. Todo con el único propósito de rescatar a ese herrero…
-¡Tiene nombre, padre!
-¡Te pido por favor que no me interrumpas!
Elisabeth hizo intención de rebatir a su padre, pero se resignó y permaneció callada. Su padre continuó.
-Cuando teníamos al criminal de Sparrow en la horca, colaboraste en su huída…Disgustos. Me planteo si el matrimonio con el señor Turner te haría algún bien. Voy a cancelar toda la celebración, hasta que demuestres cierta madurez en el asunto.
-¿Os parece maduro prohibirme casarme con el hombre al que amo?
-No tengo nada más que decir.
Elisabeth se levantó de la silla donde había permanecido sentada y salió de la estancia murmurando una serie de palabras que solo ella fue capaz de oír.
(En un sitio muy lejano, bastante más tarde…)
Jack había decidido, por fin, bajar al comedor para poder llevarse un bocado a la boca. Había barajado la posibilidad de mandar a que le llevasen la comida a su camarote con la excusa de tener mucho trabajo. Sin embargo, se dio cuenta de que eso sería una infantil tontería por su parte y bajó con decisión al comedor, donde le esperaba el resto de la tripulación. Cuando entró a la estancia, la furia se había esfumado y volvía a portar su habitual ironía, lo que desconcertó a Myre. Esperaba que estuviese todavía enfadado por lo que ella había conseguido: dejarle con las ganas. El único que notó su desconcierto fue Jack Sparrow. Se sintió conforme con lo que había conseguido. Ella no había ganado del todo la guerra. El capitán se sentó con cara una cara de felicidad que se transformó en preocupación.
-¿Qué le ocurre capitán?-preguntó Guibs con curiosidad.
-¿Dónde está el ron?- fue la respuesta del capitán.
-En las bodegas, tal como usted mandó, señor-informó Guibs.
-¡Y qué hace en las bodegas, que corra por la mesa!
Todos vitorearon su decisión. Todos, excepto Myre. Ella seguía perpleja. Sus miradas se cruzaron y una llamarada de fuego se prendió en los dos cuerpos. No obstante, ninguno hizo ningún gesto que lo delatase. Cuando Myre miró a la mesa, Ana María se encontraba llenando la copa de la chica.
-Para que te pongas fuerte, te veo muy ausente hoy-dijo mientras probaba la bebida- ¡Está exquisito!
Myre respondió con una carcajada y brindó con Ana María, la que rió también. Muchos de los que estaban allí se pusieron enseguida a cantar y a bailar, aunque el efecto del alcohol todavía no había llegado a sus venas. Jack simplemente bebía y observaba. Myre charlaba animadamente con Ana. Pronto todo se convirtió en una fiesta. Kevin, uno de los marineros más apuestos del barco sacó a Ana a bailar, la que aceptó con gusto. Myre sonreía mientras los observaba. Bebió un poco más de ron. Cuando volvió a mirar a la chica, estaba besándose con el chico con el que bailaba. Sabía que Ana estaba enamorada de él. Algunos soltaron aullidos de lobo ante aquella escena y siguieron bailando. Jack se había quedado dormido sobre la mesa. Myre se comenzó a sentir mal y desapareció de aquel lugar, refugiándose en la cubierta. Notaba el aire que le acariciaba la cara. Notaba el olor a mar… Le gustaba aquello. Sin embargo, una sensación de nostalgia la invadió. Las lágrimas comenzaron a navegar por su cara. Intentaba parar, pero no podía. Muchas imágenes comenzaron a aparecer en su mente. Su madre gritando que no se la llevasen, Rick muerto, Tomm, su padre sonriéndole….Se quedó sentada en la madera húmeda, regada por su desconsolado llanto.
En la fiesta, todos se divertían. Jack se encontraba medio despierto y medio dormido. Pensando en besos. Besos y besos. Quería otro beso de Myre. Otro y otro más. Jugar con su pelo y su camisa, como hacía el viento. Se rió solo, solamente influido por el alcohol del ron y sus pensamientos. Alguien arrebató la botella que tenía entre sus manos.
-¡Ehhhh, eshoo eshh mio, caballertro!-alcanzó a decir antes de volverse a dormir.
Pasaron unas cuantas horas. La fiesta parecía no acabar. Nadie se había percatado de la ausencia de Myre. Solamente necesitaban el ron, la música y el baile. Las risas se forjaban solas en sus bocas. Jack despertó y dio cuenta de donde estaba. Miró a sus marineros y sin querer, comenzó a buscar a Myre con la mirada. No la encontró. Se levantó bruscamente y casi se cae. Aún no se habían esfumado todos los efectos de la bebida. Le dolía mucho la cabeza. Hizo intención de preguntar a alguien si sabían dónde estaba Myre, pero al ver como reían sin parar, su juicio decidió que sería imposible sacar nada en claro. Así pues, comenzó a buscarla por el barco. Lo recorrió dando tumbos. La buscó en todos los camarotes, incluido el del capitán. Ni rastro de ella. Finalmente, decidió subir a cubierta, con la esperanza de encontrarla allí y, de paso, tomar un poco el aire. Así fue. La encontró sentada en la proa. Agazapada en un rincón. Las lágrimas seguían desbordándose de sus ojos y mantenía sus rodillas presionadas contra su pecho con ayuda de las manos. De vez en cuando emitía pequeños temblores. En un principio Jack no supo como reaccionar. El ron no lo dejaba pensar aún con claridad. Una idea comenzó a labrarse en su mente y decidió que algo espantoso debía haberle ocurrido. Tendría que ganarse su confianza para que se lo contase. Pero ahora lo primero era ayudarla a salir de ese trance. Se sentó enfrente de ella y esperó, mirándola a los ojos, nada ocurrió. Pensó en darle una bofetada pero prefirió dejar esa idea como última opción. Con delicadeza, la deshizo de su abrazo consigo misma. Colocó sus piernas encima de las suyas y tomó sus manos, sintiendo otra vez su suavidad. Le secó las lágrimas y se fijó en la hinchazón de sus ojos y sus labios morados. Tocó sus brazos. Estaba helada. La atrajo para sí con la única intención de hacerla entrar en calor. Ella notó un ligero tacto y volvió en sí. Miró a Jack y éste pensó que comenzaría a gritarle y se marcharía altiva. Por el contrario, se abrazó a su cuello con fuerza. Él, sorprendido, comenzó a tocarle el cabello con suavidad.
-Ya pasó, pequeña… Ya pasó- dijo susurrando con cariño.
Ya no brotaban lágrimas de sus ojos. Ella siguió en silencio, silencio que se unió al silencio de la noche estrellada. No había ni una nube en el cielo. Una fresca brisa seguía soplando y agitaba las velas en la oscuridad.
-No me dejes…-alcanzó a decir Myre antes de quedarse profundamente dormida.
Él seguía acariciando su pelo y prestándole el calor de su piel. Pasaron unos minutos así antes de que Jack decidiera llevarla a la cama. Bajo con ella en brazos hacia el camarote. En el comedor seguía la fiesta. Jack alcanzó a oír una botella que se rompía en pedazos, las risas de los marineros y los ronquidos de otros. Llegó al camarote de Myre, la depositó en la cama y la cubrió con una sábana. Se quedó un rato observando lo bella que era, la cara de ángel que tenía mientras dormía. Los labios habían recuperado su color habitual aunque sus ojos se encontraban todavía bastante hinchados. No pudo evitar rozar ligeramente sus labios con los suyos en un beso. Abrió la puerta del camarote y antes de salir pronunció:
-No lo haré…
Espero que les haya gustado... TO BE CONTINUE...
