Capítulo 1
En las afueras de Tokio se alzaba una escena digna de las películas de acción tan manidas y típicas de la cinematografía hollywoodense: agujeros de balas, coches destrozados por persecuciones a vida o muerte, cercos policiales y un importante número de furgones policiales que acogían a los criminales más buscados por la policía japonesa, en estrecha colaboración con el FBI y la Interpol. Las luces de los coches de policía aportaba un ambiente de nerviosismo y el escenario de una lucha encarnizada no era muy tranquilizador, sin embargo, todos los implicados comenzaban a respirar y se felicitaban unos a otros por el éxito de la complicadísima operación.
Shinichi y Heiji bajaban las escaleras con cierta tranquilidad, sabiéndose parte importante en la captura y disolución de la Organización de negro; aunque trataban de mantener la calma y no ser un obstáculo añadido al trabajo de los grupos forenses y policiales, no podían lucir en sus caras una enorme sonrisa: no había sido fácil, pero habían conseguido tal hazaña saliendo prácticamente ilesos y, aunque después de casi dos años de búsqueda frenética, lo habían conseguido. Debido al cansancio, el chico de Tokio se apoyó en la pared, intentando recuperarse un poco.
— Kudo-kun, ¿estás bien?
— Sí, son muchas emociones, estoy... —suspiró— agotado...
— Lo entiendo.
— ¿Quieres que te ayude?
— No, no, estoy bien. —Dijo incorporándose para continuar el trayecto hacia la salida.
— ¿Qué vas a hacer ahora?
— ¿A las 4 de la mañana de un martes? —Rió el de Tokio.
— Idiota…
— Creo que deberíamos descansar. —Continuó ignorando su pregunta. — La prensa llegará dentro de poco para hablar de todo esto en las noticias de la mañana, si queremos irnos, tendrá que ser ya.
— Tienes razón. Y yo que quería volver hoy a Osaka… —Suspiró fastidiado, sabiendo que tendría que dar muchas explicaciones a su madre y a Kazuha sobre por qué había llegado a casa dos días más tarde de lo que dijo al principio.
— Quédate en mi casa, ya solucionarás lo demás más tarde, deberías descansar.
— Sí, es cierto.
— Buen trabajo, chicos. —Les dijo una voz muy conocida.
— Los tíos del FBI. —Dijo Heiji en voz alta mientras se acercaban a ellos.
— Ha sido un caso difícil. —Reflexionó Jodie. — No puedo creer que todo se haya acabado.
— Veo que has recuperado tu cuerpo. —Apuntó Akai.
— No hace mucho tiempo, la verdad. De hecho, solo vosotros me habéis visto. La muestra del veneno que conseguisteis lo ha hecho posible.
— Miyano-san es realmente buena. —Opinó Jodie. — ¿Ella también ha recuperado su cuerpo?
— No, aún no. —Respondió el chico. — Y, sinceramente, no creo que lo haga. Se siente cómoda en su cuerpo de niña, creo que ha decidido volver a crecer y hacer que su vida tome otro rumbo.
— Ya veo… —Ambos notaron que la mujer miraba de reojo a su compañero y todos supieron que no había sido un encuentro casual. — Nosotros nos iremos pronto, tenemos asuntos de los que encargarnos, pero queríamos pasar a despedirnos antes.
— No sé si os va a gustar, pero fuera hay gente esperándoos. —Soltó sin andarse con medias tintas el hombre.
— Te dije que vendrían periodistas. —Dijo Shinchi mirando a Heiji cansado.
— No. No es eso.
— ¿Uhm?
— Al parecer, cierto policía de la estación metropolitana de Tokio fue llamado como refuerzo. —Dijo Jodie.
— Mouri te está esperando fuera, con varias personas. La chica también está.
— ¿Cómo?
Heiji miró a su amigo con preocupación. ¿Por qué demonios no había mantenido la boca cerrada el inspector Megure? Shinichi suspiró. Eso complicaba mucho las cosas. Ran no iba a estar nada contenta y tendría apenas 5 minutos para pensar qué decir y cómo disculparse en medio de una oleada de policías entrando y saliendo del edificio, requisando material, organizando la búsqueda y escoltando a los miembros de la organización que aún quedaban en el edificio.
— Creíamos que era mejor que te lo dijéramos nosotros a que te llevaras la sorpresa.
— Os agradezco el detalle. —Dijo con un hilo de voz que impactó terriblemente en los tres conocidos del chico.
— Nosotros nos retiramos ya.
— Gracias por toda vuestra ayuda. Habría sido impensable hacer esto sin vosotros. —Les agradeció Hattori en el nombre de su amigo. — Buen viaje de vuelta.
Los del FBI se miraron y asintieron comprendiendo perfectamente la situación. Con unas pocas palabras, se despidieron. Heiji apartó del flujo de gente a su amigo.
— Oye, tranquilo.
— Es el peor escenario posible.
— Lo es, pero, escucha…
— No es el momento. Y-yo no sé qué decirle ahora. ¿C-cómo voy a explicarle…?
— No tienes que hacerlo ahora. —Le dijo Heiji. —Simplemente dile que necesitas hablar con ella, dile que vaya mañana a tu casa, tendrás tiempo para prepararte.
Shinichi clavó sus ojos azules en los de su amigo. Tenía razón. En ese encuentro se aseguraría de decirle que había vuelto para quedarse, para retomar su relación de pareja, que quería estar con ella y que tenía mucho que explicarle.
— Sí, vamos.
Los jóvenes detectives se abrían paso como podían a la vez que agradecían los cumplidos de los policías japoneses hasta que vieron la salida principal y las luces rojas y azules de los coches patrulla. Era la hora de la verdad. Como apoyo, el de Osaka le dio unas palmaditas de apoyo en la espalda a su enemigo más idolatrado.
Al otro lado de la puerta, Ran luchaba contra los nervios y su impulso de ir corriendo a buscar a su amigo de la infancia, y sabía que Kazuha se encontraba en la misma situación que ella, por lo que agradeció infinitamente que Sonoko estuviera allí con ellas, protegiéndolas del frío de la noche y de los nervios incansables. Aunque la llamada decisiva la había recibido su padre, quien estaba en las inmediaciones del edificio, más allá del cordón policial instalado en el perímetro, sentía que la habían avisado a ella de que Shinichi estaba de nuevo en Japón, de nuevo sin avisarla. Estaba furiosa pero ansiaba verlo. Miró a Kazuha sabiendo que pasaba por lo mismo. Desde el lunes a primera hora, la chica no había parado de buscar a su amigo de forma incansable y hasta aquella llamada a las 12 de la noche recibida en la agencia de detectives Mouri no había entendido por qué Hattori-san y su padre no habían hecho nada por encontrarlo. Ahora lo entendía.
—¡Kudo-kun! —Exclamó Megure contento por ver al detective nuevamente, aunque su acompañante no reaccionó demasiado bien.
— Ya tuvo que salir…
— Hola, inspector Megure. Gracias por su colaboración en esta investigación, ha sido muy importante. No sabe el alcance que ha tenido este caso en nuestras vidas.
La chica de ojos azules se dio la vuelta al escuchar su nombre por primera vez y pudo verle con claridad. Sonoko fue distraída por la silueta de un escarabajo amarillo que se aproximaba prudencialmente a la escena y, contenta, alzó el brazo saludando efusivamente.
— ¡Shinichi! — Gritó Ran, haciéndose escuchar sobre el barullo de la escena.
Él se disculpó con el inspector y se dirigió hacia ella, notando que sus ojos se llenaban de lágrimas. Heiji no tuvo una buena sensación y miró serio a Kazuha, haciendo que todos los reproches que se agolpaban en su cabeza desaparecieran.
— ¡Tonta! —Le dijo con su habitual sonrisa despreocupada. — ¿Por qué lloras?
Sin saber qué más hacer, corrió hacia él y lo abrazó fuerte, intentando comprobar que aquello no era un sueño, que él estaba ahí de nuevo con ella. Shinichi no quiso evitar abrazarla, sin reparar en que Haibara había llegado a la escena justo para el reencuentro.
— ¿Cuándo has vuelto? —Preguntó ella separándose un momento para mirarlo. — ¿Cuándo te vas? ¿Por qué no me has avisado?
— Ran, escucha…
— ¿Cómo has estado? ¿Por qué no me has llamado en estos últimos meses? ¡Estaba tan preocupada…!
— Estoy bien, tranquila. —Dijo volviendo a abrazarla. —Ya ha pasado todo, te lo prometo.
El penúltimo grupo de detenidos salió esposado hacia un furgón policial y Shinchi sintió una presencia que lo dejó totalmente helado. Inconscientemente, giró la cabeza y se encontró a escasos metros con la mirada de Gin. Tragó duro.
— Volveremos a encontrarnos, Kudo Shinichi… No… Edogawa Conan. —Le dijo con una sonrisa malévola. — Y te juro que tú vas a caer conmigo.
Shinichi palideció al instante. Ran sintió que el corazón se le rompía en mil pedazos al escuchar aquellas palabras.
— ¿Qué?
