(Her & the sea – CLANN)
Caía el sol en el horizonte, el crepúsculo había traído consigo un vendaval que había obligado a la gente a refugiarse en sus hogares temiendo poner sus vidas en riesgo si permanecían en el mar.
Algún viejo sabio del pueblo se había atrevido a mirar sobre su hombro al abandonar la playa antes de murmurar entre dientes: Poseidón se apiade de nosotros el día en que los Guardianes nos abandonen.
Algún adolescente rebelde había querido desafiar la decisión de sus padres sobre dejar el lugar, al menos por esa tarde, pero a nadie le quedaron ganas de permanecer cuando un rayo solitario acuatizó mar adentro, confirmando que la tormenta era inminente, y lo prudente, volver a casa.
Los viejos del pueblo sabían perfectamente que cuando la tempestad mantenía su distancia con la arena, y el mar embravecía sin subir hasta la playa, eso solo podía significar que más de alguno de ellos estaba furioso.
Pobres incrédulos, pobre generaciones jóvenes, que ignoraban su historia, la historia de su tierra, de sus padres. Pobres madres que habían sido advertidas a tiempo de reivindicar el camino de sus vástagos, y que habían hecho oídos abajo sordos, pobres viudas, pobres padres…
Aunque esa tarde la furia de uno había sido suficiente para vaciar el mar, no se encontraba sólo.
Eran seis en total, tres sirenas y tres tritones, reunidos en el borde entre el arrecife y el océano profundo. Lo contrastante del paisaje podría haber resultado abrumador, sobre todo si sumabas quién estaba de qué lado, porque cuando todos los hermanos levantaron la mirada hacia el tritón que los convocó a esa reunión, ver su aleta de tiburón, ver sus cabellos flotando a su alrededor, ver su tatuaje brillando suavemente como si tuviera luz propia, recortado contra la negrura que proyectaba la inmensidad del océano, sí, la imagen resultaba abrumadora.
—Somos guardianes del arrecife —inició el muchacho mientras mostraba los dientes, afilados y apiñados unos contra otros, una mueca propia de un depredador que podría haber intimidado a cualquier otro, no a la sirena que le seguía de edad, no a su confidente, que le miró con sarcasmo hasta que recompuso su expresión —, y no estamos actuando como tal —concluyó aquel tritón, cruzándose de brazos y sentándose sobre su aleta, inconforme.
—Haruki —llamó ella, Hanako, mientras sus cabellos rojizos se agitaban por su nado hacia el aludido, tomándole el rostro para obligarlo a mirarla —, mañana llega otra ronda de turistas, y no podemos darnos el lujo de ahuyentarlos. No ahora que los guardianes de la playa están tan cerca de conseguir los permisos para convertir la Isla de Coral en zona protegida.
—¡Exacto! ¿Soy el único que lo ve? —exclamó el tritón levantándose y mirando con reproche a su alrededor —Pueden revocar los permisos si no cuidamos la playa.
—También pueden revocarlos si la playa se convierte en una zona de peligro —refutó la pelirroja mientras se cruzaba de brazos —, ¿Ya olvidaste a las Nereidas? Lo perdieron todo.
—Yo digo que los observemos el primer día —había soltado uno de los muchachos, ese cuyo mechón rojo era distintivo propio y de su melliza, Sato —, a veces nos dan sorpresas.
—Como los del campamento de las tortugas —acertó a decir la melliza, Saya, antes de sonreír socarrona y añadir —, aunque nunca nos ganaron un partido.
—No podemos juzgarlos todavía, cada generación es diferente —había dicho la joven sirena que había permanecido en silencio hasta ese momento, Asami, cuyo cabello platinado se meneaba en el agua —podrían ser la diferencia este año.
—Alguien sigue visitando la superficie más de la cuenta —soltó Takeshi, el tritón más joven a manera de burla —. Pero es verdad que las cosas se salen de control con una fiesta o una celebración cualquiera.
—Un juicio —murmuró la pelirroja desviando el rostro hacia la inmensidad del océano profundo.
Por un momento, mientras ella rebasaba a Haruki en dirección a la masa de agua que se volvía más y más oscura con cada segundo que pasaba, pareció que sus escamas emitieron un fulgor platinado. Sus hombros, su rostro incluso parecieron cubrirse de escamas claras que capturaron y reflejaron a la perfección los últimos destellos del sol en el horizonte mientras ella pensaba en su plan.
—Hanako —murmuró el tiburón girando para mirar a su hermana, percatándose de lo silencioso que se había puesto el océano a su alrededor.
—Podríamos hacer un juicio —sugirió ella con voz serena, pero algo ígneo brillando en sus ojos azules —, esta noche, entre los seis —remató mirando al resto de sus hermanos, percatándose de la sensación de solemnidad que los embargaba en ese momento. Incluso los mellizos se habían serenado, y la miraban determinados.
—¿Cantarías para nosotros? —inquirió Sato avanzando medio metro hacia su hermana mientras Saya pasaba saliva con dificultad.
—No —sentenció la aludida sonriendo con aires psicópatas —, lo haremos todos.
Intercambiaron miradas pesadas, gestos solemnes, expresiones de dudas, debates internos, mensajes intercambiados mediante miradas significativas. Como si estuvieran llegando a un acuerdo sin cruzar palabras.
Al final volvieron la mirada hacia Haruki, después de todo, era él quien quería tomar medidas contra los turistas.
—Está bien —aceptó a regañadientes, cruzándose de brazos y desviando el rostro —, no estoy de acuerdo, pero no me voy a oponer a la simple mayoría.
Asami y Hanako soltaron los hombros, intercambiando sonrisas aliviadas de saber que Haruki contendría su ira un poco más, Takeshi bufó divertido, asintiendo una vez, Sato y Saya chocaron palmas con fuerza antes de sonreírle al resto de sus hermanos, y al final Hanako nadó hasta Haruki para besarle la mejilla y murmurarle al oído.
—Si encuentro un alma digna, los dejarás en paz.
—Si no encuentras ninguna, será su ruina.
Ambos hermanos se sonrieron el uno al otro, Haruki mostrando los dientes apiñados de nuevo, ese gesto de depredador que arrancaría escalofríos al más valiente, mientras los ojos azules de ella emitían un fulgor ígneo.
Hanako volvió sobre su andar mientras Haruki encaró la profunda oscuridad del océano, la piel platinada de su aleta reflejaba perfectamente los destellos violetas y rosas que emitían las escamas de su hermana cuando ella sonrió para el resto.
—Hace cien años éramos respetados, éramos reales —murmuró Haruki con voz profunda y aterciopelada, seductor y peligroso al mismo tiempo —, la gente creía en nosotros, no sólo creían en nuestra existencia, sino que confiaban en nosotros para protegerlos y cuidarlos.
—Nos rezaban —soltó Asami divertida mientras Takeshi asentía cruzando los brazos, dándole la razón a su hermana.
—Nos temían —añadió el muchacho antes de mirar a los mellizos.
—Y se la pensaban antes de meterse con el océano —añadió Sato mientras Saya mostraba una sonrisa centelleante.
—Eso se ha olvidado —sentenció Haruki con los hombros tensos, mirando a sus hermanos de reojo antes de sonreír con aires macabros —, pero lo van a recordar.
—Somos los Guardianes del Arrecife —sentenció Hanako dedicando una sonrisa maternal a sus hermanos.
—Haremos que recuerden —prometió Saya asintiendo.
—Haremos que teman de nuevo —musitó Haruki mirando el abismo —, le recordaremos a la humanidad que debe respetar al océano, tienen que entender que no somos iguales —concluyó apretando los puños con tal fuerza que se sangró las palmas —. Tienen que entender que hemos sido pacientes, y que hemos respetado su insensatez.
—Idiotas —murmuró Takeshi, diciendo aquella palabra que Haruki no se había atrevido a publicar.
—¿Los harás arrodillarse? —canturreó Hanako divertida, mirando a su hermano sobre su hombro.
—No —prometió el muchacho encarando a sus hermanos —, pero les recordaré todo aquello que ustedes me han enseñado, les recordaré que debemos vivir en armonía, que debemos respetarnos, que los mitos tienen sustento y que no pueden ignorar el orden natural.
—Por la luna —murmuró Sato poniendo la mano al frente.
—Por la luna —añadio Takeshi divertido, poniendo su mano sobre la de su hermano.
—¡Por la Luna! —gritaron los seis antes de poner sus manos unas sobre otras y levantarlas hacia el firmamento, donde una luna llena brillaba sobre ellos, anunciando el inicio del verano.
Y como un eco perfecto de su grito de guerra, el mar se agitó, una ola rompió contra la orilla, marcando la arena, y dejando claro que esa noche había pasado algo en el fondo del océano.
