¡Buenas!
Muchas gracias a todos y todas por leer este fic y en especial a las personas que han dejado sus magníficos comentarios, mil gracias miles (las contestaciones, en unos días las pongo ;D)
Sé que dije que en un par de semanas pondría el segundo capitulo pero ya saben, las cosas se pueden complicar y hay que poner un poco de prioridades, por desgracia, este fic se quedó un poco atrás en la lista :p
Pero no preocuparse, que ya estoy aquí con el segundo capítulo y esta vez si, creo que se podrá reconocer al protagonista (algo que en el primero era un poco complicadillo... hasta su capitulo de la segunda parte no se sabrá quien es en realidad si todavía no lo han averiguado :P) La única condición para leer este segundo capitulo es la de haber leído el quinto libro, algo que creo que todo hemos hecho ¿no?
Ahora si, un besico y a leer.
¡Espero que disfruten!
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Cadenas invisibles
Existe un tipo de cadena que la mayoría de gente desconoce que existe. Pero es aquella cadena que más fuerte y despiadadamente aprieta y condena. La que te ata a lo que no quieres. La que te obliga a hacer cosas que no deseas. La que empieza con un caricia oculta, tras la que se esconde un puñal de hielo… que no ves hasta que es demasiado tarde, hasta que las cadenas ya te tienen prisionero por y para siempre. Cadenas invisibles que aparecen una vez que ya no puedes liberarte. Cadenas que te atan a una vida sin sentido de la que quieres liberarte y no puedes. Hierros que buscan sin cesar tu carne, clavándose más fuerte y despiadadamente cuanto más te esfuerces por liberarte.
Cadenas invisibles que te arrastran a una existencia que nunca deseaste.
El espejo le devolvió la visión de aquella inexpresiva máscara blanca. Aquella máscara que portaba, que le señalaba, que le condenaba. Aquella máscara que, en esos instantes y siempre, desde que recordase tenerla en sus manos, odiaba. Nunca hasta entonces se había dado cuenta de lo que significaba, y ahora ya era demasiado tarde para dar marcha atrás. Estaba condenado.
¿Cuando había empezado todo realmente?
Ni él mismo lo sabía
… O no quería saberlo.
Recordar, que amarga agonía.
Recordar aquello que marcaría su vida para siempre.
Recordar su caída, su descenso, su rendición a la oscuridad.
Creciendo rodeado de ella, de la aparentemente nada inofensiva oscuridad.
¿Cómo recordar aquello que marcó su vida?
¿Cómo hacerlo sin sentir las marcas de las cadenas invisibles en sus brazos?
El espejo le devolvió la visión de una inexpresiva máscara blanca.
Cantos de sirenas…
… trampas del mar
… hermosas melodías
… para atrapar
Ahora, cuando estaba llegando al cenit de su juventud, cuando la razón pedía paso y echaba a un lado a la infancia y sus fantasías y la realidad le rodeaba con una maraña de verjas espinosas rodeando los sueños nunca cumplidos. Ahora era cuando se daba cuenta de todos sus errores, los voluntarios, los obligados y los exigidos. Ahora era cuando se daba cuenta de que aquella mascara inexpresiva ocultaba una sonrisa de satisfacción y superioridad como ninguna otra cara podría mostrar.
Pero… entonces no lo sabía.
Entonces era muy inocente.
Entonces… entonces se fiaba de sus seres más queridos.
¡Qué equivocados!
Una equivocación que a él le estaba costando su existencia, encerrado y encadenado a aquella máscara, a aquellos votos que diera por creerle, por buscar aquel alivio que nunca llegaba… y nunca llegaría.
Recordar.
Ahora lo único que no quería era recordar.
Recordar su caída, recordar su descenso.
Y sentía que la máscara quemaba en sus manos, manos llenas de sangre, rodeadas por cadenas invisibles que le ataban a la oscuridad más profunda y despiadada.
Querer escapar.
Querer huir
Remar más lejos
Buscar aquella isla
… donde poder cambiar
Mas las sirenas, crueles, malvadas
Siguen recordándole que las cadenas
… no se pueden romper ni él cambiar
Un niño.
Un niño pequeño que llora, que se esconde, que quiere escapar.
Un niño que se muerde los labios para no chillar.
Un niño, en un rincón, mirando todo sin poderlo cambiar.
Gruesas lágrimas que corren por sus mejillas mientras calla, mientras mira, mientras sufre.
Agazapado, en una esquina, no puede huir, sólo observar.
Los golpes siguen y siguen, y seguirán hasta que él esté contento.
Y, entonces, cuando la amenaza se canse, cuando piense que es suficiente por ese día, cuando decida dejar a su presa indefensa y salga de la habitación, entonces es cuando el niño se levantará de su esquina. Entonces será cuando arrope entre sus rodillas la cabeza malherida de su madre. Entonces será cuando le limpiará la sangre y la consolará en silencio.
- Pequeño, no llores – le dirá ella y él no le hará caso, seguirá llorando. Llora porque sufre. Llora porque no sabe hacer otra cosa. Es pequeño, muy pequeño todavía, pero comprende ya la ira y la furia, comprende las palizas y comprende el sufrimiento. Lo comprende porque lo ha visto.
Y, al cabo de un rato, cuando su madre recupere las suficientes fuerzas para levantarse, le limpiará las lágrimas, le sonreirá con aquella sonrisa cansada y vacía de alegría, y de la mano le llevará a su habitación, le meterá en la cama y le arropará con un cariño especial.
- Mamá – le dirá entonces el niño con su pequeña lengua de trapo – algún día viajaremos a Venecia
Y la madre sonreirá. Y le acariciará su negro cabello, puesto que ese era su sueño, era antes de convertirse en aquel pájaro que no podía volar, de sufrir aquella tortura día si y día también a mano de aquel monstruo que se escondía en el joven del que se había enamorado y casado. Al menos, en medio de todo aquel sufrimiento, algo bueno había surgido, y era aquel niño que empezaba a sumergirse en el reino de la evasión de la realidad. Aquel niño que era su hijo, su única razón para soportar aquellas palizas. Si él se satisfacía con ella no tocaría al niño. Si, sufriría por él, le salvaría.
- Si, algún día viajaremos a Venecia. Cuando todo acabe. Tú y yo. Solos los dos – suspirará antes de salir de la habitación en penumbra donde ha dejado a su hijo dormido – Cuando todo acabe.
Y sigue callando
Y sigue sufriendo en silencio.
Por él, por su hijo.
Pero aquella ínfima alegría que se podía permitir en ese particular infierno pronto llegaría a su fin. El monstruo necesitaba cada vez más su ración de violencia y, un día, tras dejar inconsciente a la fuerte y resistente madre, volverá la vista y encontraría al niño. Y ese sería el inicio de su fin.
¿Recuerdas?
Te prometieron gloria
Te prometieron tus sueños
Te prometieron la salvación
… pero pronto averiguaste que todo tenía un precio
Pobre náufrago, que se dejó arrastrar por los cantos de las sirenas del mar
Manos rojas.
Manchadas de sangre.
Levanta la vista y observa de nuevo su origen.
Pero no siente alegría.
No siente alivio.
No siente nada.
Querría hacerlo, querría sentir algo, pero lo único que siente dentro de él es vacío.
Le mira una y otra vez y sólo ve algo inerte, algo que ha dejado de moverse.
No ve al monstruo, no ve a su padre. No ve nada, sólo un cuerpo, una mirada perdida, una vida sesgada.
Observa y calla.
Como hiciera hace años cuando la inocencia todavía era parte de él.
Ahora ya no.
Ya no existe aquel niño que soñaba.
Ya no existe.
Ahora se ha convertido en alguien cuyas manos están manchadas.
Ahora se ha convertido en asesino.
Y, como entonces cuando era niño, se agachará, cogerá la cabeza de ese cuerpo y la mecerá en sus rodillas, pero esta vez no se abrirán los ojos, no volverá de la inconsciencia a la dura realidad… porque esta vez ya la línea ha sido traspasada para siempre.
Y volverán las lágrimas a deslizarse por sus mejillas.
Lágrimas que hace años que no salían.
Lágrimas por aquel que le producía las suyas hace años.
Lágrimas porque sabe que nunca se perdonará lo que ha hecho aunque se lo mereciera.
Tan sólo es un joven que hace muy poco ha dejado de ser niño, pero ya con una terrible carga.
Escucha su nombre en la lejanía de la realidad, dicho con dulzura, un veneno disfrazado de miel.
Sabe que es ella… y sabe que le ha utilizado vilmente para vengarse.
Al fin y al cabo, era su padre, sangre de su sangre.
Aunque fuera un monstruo, aunque fuera como fuera… era, en el fondo, su padre.
Pobre náufrago, pobre náufrago
Creíste encontrar una salida
Creíste estar salvado
Más todo fue un engaño
Para atraparte más profundamente
Ay, los cantos de las sirenas son crueles y despiadados
Deposita con cuidado su cabeza en el suelo, de nuevo en medio del charco de sangre. Sangre por doquier. Ella se ha vengado por todo el sufrimiento causado durante todos esos años… pero lo peor ha sido el final: ver la muerte cara a cara y reconocerla. Saber que, tras aquella inexpresiva máscara blanca, se escondía su hijo.
El joven, convertido en asesino, se levanta, se quita la máscara blanca que porta por primera vez y se limpia las lágrimas de su rostro, dejando un rastro de sangre en él. De ese día en adelante sentirá esa sensación siempre, la sensación de la sangre quemándole en las manos, quemándole en el rostro. Aunque se lave, aunque se despelleje intentando borrar cualquier vestigio, ya la sangre y la culpabilidad se han clavado en su interior.
Y se promete no volver a matar, no volver a quitar otra vida… pero será algo que no podrá cumplir.
Náufrago, pobre náufrago
Caíste al mar demasiado pronto
… y el mar no devuelve a sus victimas.
Ahora, tras años de aquello, todavía siente las manos llenas de roja culpa. Y siente todos sus sueños destruidos: la persona que le arrastró a esa vida, que le encadenó a esa existencia, ya no está. Y no siente su pérdida. No siente dolor, no siente nada. Como desde ese día no siente nada. Se ha convertido en una persona malhumorada y huraña, carente de ilusiones, carente de seguir.
Pero sigue: una fuerza oculta le impide escapar y huir al lugar del no regreso.
Quizás sabe que la vida le dará otra oportunidad, quizás sabe que todo puede cambiar… pero de momento, sufre y calla.
Mira, sufre y calla como aquel niño que fue un día y que no va a volver.
Sufre y calla en silencio las ataduras de unas cadenas invisibles alrededor de su cuerpo.
Sufre y calla.
Sufre y calla… hasta que encuentre una razón por la que alzar la voz y hablar… y actuar.
Náufrago, náufrago…
Perdido en el inmenso océano de la vida
…errante y sin rumbo
… ¿podrá encontrar una salida?
… ¿podrá encontrar una salvación?
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Hasta el próximo capitulo :)
Gracias por leer
