Disclaimer: D. Gray-man no me pertenece.


Autonomía de la voluntad*

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Salieron a media mañana. No tan temprano como cuando estaban detrás de alguna pista y no había tiempo que perder, pero sí que había cosas por hacer, así que apenas estuvieron descansados y aseados, ambos ya estaban en la calle principal de ese pueblo al oriente del mapa.

Como siempre, el mercado era el punto de partida en lo que estuvieran a punto de hacer; como punto neurálgico de la confluencia de rumores e informaciones, a Lenalee no le sorprendió que caminaran con tranquilidad por la avenida principal. Tampoco que se detuvieran de vez en cuando en algún puesto a ver lo que el vendedor ofrecía sobre su alfombra como si fuese alguna rareza invaluable en vez de la chuchería que realmente era.

Pero sí le sorprendió cuando Lavi sugirió que desayunaran sentados bajo la sombra de un árbol lo que había comprado para comer y que extrañamente no consistía en frutos secos y pan del que les sobrara, sino en bollos dulces cuya temperatura era prueba irrefutable de su extrema frescura.

−¡Están deliciosos, Lavi!− gimió ella de placer mientras saboreaba el relleno cremoso de su pastel−, debieron haberte costado un ojo de la cara.

−¿Oh?− sonrió él, haciendo una cara graciosa, claramente aludiendo al parche que le cubría el ojo derecho.

−Mou, sabes a lo que me refiero− se defendió la chica, largándose a reír, logrando que Lavi también la siguiera.

−No te preocupes por eso; fueron un obsequio.

−¿Ah, sí?− preguntó ella con jocosa sospecha.

−Sí, ya sabes: soy la debilidad de las ancianas− respondió con soltura.

Lenalee volvió a reír ante la idea. Eso no era cierto en absoluto. Lavi, con su apariencia rebelde y su actitud descarada, causaba espanto entre las ancianas de donde fuera que estuvieran. Era Allen quien, más bien, tenía ese don; lo vio desenvolverse impecablemente con la gente mayor la mañana que compraron víveres juntos antes de salir al mar. El pelirrojo, por otro lado, solía caerles bien a ancianos pescadores, marineros corpulentos y algún pillo vagabundo.

Para total desdicha del suya.

El paseo siguió luego de haber comido y el día pasó suavemente mientras miraban chucherías, alguno que otro libro e incluso algunas prendas. De hecho, Lavi se mostró muy entusiasmado en que comprara algún vestido o túnica nueva para que usara mientras estuvieran allí, y sin importar cuántas veces ella le dijo que era innecesario, él insistió con pequeños comentarios tan sutiles como persistentes durante gran parte de su recorrido, halagándola o haciéndola reír en el proceso, hasta que logró una resignada aceptación por puro cansancio.

−Pero aún no− condicionó Lenalee entonces, bajando a un muy entusiasta Lavi de las nubes−: solo cuando vea algo que de verdad me guste.

−Trato hecho− acordó él, dándole la mano para sellar el acuerdo−. Definitivamente eres buena negociando.

−Me enseñaste bien. ¿Cuál es el apuro por un vestido nuevo, de cualquier modo?− preguntó echándose una mirada rápida−, ¿no me veo tan harapienta, o sí?

−Por supuesto que no, Lenalee− se apresuró a contestar lo más jovial que pudo, anticipando una pregunta capciosa−. ¿No es comprar ropa nueva algo que les gusta a las chicas? Pensé que te haría feliz tener cosas bonitas.

−Ya te había dicho que no soy una chica como las otras, Lavi− le dijo a modo de reprimenda, pero que poco efecto tuvo porque él no quitó la sonrisa de su rostro−. No necesito cosas nuevas para ser feliz.

−De acuerdo, de acuerdo. Pero ya no puedes retractarte; hicimos un trato. De cualquier forma, pasémoslo bien: es nuestro día libre.

Efectivamente, Lenalee no podía recordar con exactitud cuándo fue que salieron a pasear solo porque sí y no porque estuvieran siguiendo alguna pista o comprando provisiones. Tampoco podía enfadarse porque quisiera comprarle algo lindo, si la intención tras eso era verla feliz. El rubor se cuajó sobre sus mejillas ante la idea.

No veía el problema en darle en el gusto.

Lo bueno fue que tampoco tuvo que esforzarse tanto; había cosas muy bonitas colgadas en perchas que formaban intrincadas galerías improvisadas con andamios y telas, sobre todo ese sencillo color violeta que vio a la pasada, así que se detuvo a mirarlo de cerca.

−Tiene buen gusto en tela, señorita− habló de pronto un joven que salió de entremedio de una percha donde había visto varios tapados de colores cálidos.

Lenalee se sorprendió de verlo aparecer sin previo aviso, ahogando una exclamación y llamando la atención de Lavi, quien había seguido andando sin darse cuenta de que ella se rezagó.

−Oh, Lenalee, ¿encontraste algo que te gustara?

−Uhm…

−La señorita puso sus ojos en este de aquí. Muy buena elección, en mi opinión, combina con sus ojos. Apuesto a que le quedará como un guante− respondió por ella el locatario, un joven de baja estatura con pintas de extranjero, que parloteaba con emoción sobre la prenda en que la chica osó posar su atención.

−Tiene razón, ¿por qué no te lo pruebas?− le propuso el pelirrojo con una postura relajada, señal inequívoca de que no tenía ningún inconveniente en perder un poco el tiempo.

−Pero yo, uhm…

−Sí, sí, anda, Sin compromisos, pero te aseguro que no te arrepentirás− le instó el joven, guiándola hasta detrás de un biombo que fungía como cambiador.

−¡Ah, no tardo!− avisó ella desde el otro lado con un tono avergonzado.

−Tranquila, tómate tu tiempo.

La voz de Lavi sonó amortiguada desde el otro lado del biombo de madera y papel que, desde su perspectiva, era totalmente transparente. Se ruborizó hasta la base del cuello de solo pensar en que él podría verla a través de la pantalla, y hundió la cara en la tela del vestido cuando se preguntó qué pensaría de ella si lo hiciera. Lavi nunca había intentado pasarse de listo con ella, de todas las infinitas oportunidades que había tenido para eso, ni una sola mirada indiscreta o una mano dos palmos a más debajo de lo debido había tenido lugar, por lo que Lenalee ya estaba clara sobre que su relación se mantendría puramente platónica. Pero desde donde ella lo veía, tener dieciséis años y pasársela acompañada de un joven guapo y amable era excusa suficiente para dejar volar libremente su imaginación de vez en cuando.

Tras un suspiro, comenzó a sacarse la ropa necesaria para probarse el vestido sin obstáculos, conservando los delgados pantalones claros que ya tenía puestos, lo que acabó siendo un acierto, considerando la abertura de la falda que iba de la cadera hasta el dobladillo. Vio su reflejo en la superficie del latón pulido que fungía de espejo en el probador y no pudo no estar de acuerdo con el chico que la atendió; no se arrepintió de su elección.

La imagen de ella misma en el espejo le enseñó a una chica que nunca había visto antes. Tanto la imagen física como la interna eran la de otra persona distinta de la que se bajó del barco hace dos años y pico y comenzó a viajar por el mundo. Se encontró sonriéndole a esa chica, conforme.

La voz de Lavi aún se oía, murmurando una conversación aparentemente casual con el locatario. Lo más seguro era que le estuviese preguntando por algunas direcciones. Pero de lo que fuera que estuviesen hablando entonces, se interrumpieron en cuanto ella abrió el biombo, dejándose ver con su nueva tenida y su anterior túnica colgada del brazo.

−¿Qué opinas?− preguntó ella tímidamente, nerviosa ante el pasmoso mutismo de los otros dos.

El más bajo fue el primero en reaccionar, saltando en su sitio como un niño emocionado. Incluso creyó ver estrellas a través de los cristales de sus gafas.

−¿Que qué opino? Te ves maravillosa, señorita, ¿no es así, señor?− le bandejeó la pregunta al pelirrojo, quien se mantuvo quieto, con su ojo descubierto bien abierto , y la expresión de asombro reflejada en todo su joven rostro.

−¿Lavi?

−Oh, lo siento− pareció espabilar el pelirrojo, rascándose la nariz con el dorso de su mano−. Hermosa, sin duda.

Lenalee sintió su cara arder.

−¿Es lo suficientemente bueno, entonces?− preguntó él, aludiendo al trato que hicieron. Lenalee asintió−. Andando, entonces.

−¿Eh, qué? Pero, Lavi…

−No se preocupe, señorita, su novio ya pagó− fue la amable respuesta del chico−. Disfruten su día.

Y con eso, comenzó a atender a otra gente y a ordenar su mercancía, sin inmutarse en lo más mínimo por la implicancia de su comentario. No obstante, para Lenalee no fue tan fácil. La sola insinuación de que él y ella… ellos, pudieran ser novios le parecía completamente surrealista, como la pintura de un artista. Y al parecer, así era como el resto de la gente les veía mientras paseaba por el mercado lado a lado, y más aún ahora que ella vestía ropa linda, en lugar de su capa raída y remendada. Su corazón, de pronto, demasiado agradecida por haber aceptado –a regañadientes, sí- la oferta de Lavi.

−Lenalee, por aquí− le llamó el susodicho, a un lado del camino, frente a la entrada de un comedor que se veía muy limpio y bueno desde afuera−. ¿Tienes hambre?

Automáticamente, su estómago gruñó suavemente. Había pasado un muy buen rato desde que desayunaron e hicieron muchas cosas en el tiempo intermedio, así que su estómago comenzaba a quejarse un poco.

−Andas como en las nubes, Lenalee− le comentó el con una sonrisa apenas estuvieron sentados. Lavi movió y empujó la silla para ella antes de sentarse en el lugar de enfrente. Sus rodillas se tocaran bajo la mesa.

−Lo siento.

−Para nada. Me gusta que estás distraída de vez en cuando; siempre estás pendiente de todo− Lavi apoyó su mentón en el codo de su mano derecha, y Lenalee se encogió ante la intensidad de su mirada risueña.

Un plato de comida caliente fue colocada frente a cada uno de ellos casi sin que se dieran cuenta; ¡ni siquiera podía recordar cuándo fue la última vez que comió algo tan delicioso! No que ss estofados de campamento fueran realmente malos, pero no era en absoluto comparable. Además, olía fantástico, al punto que se le abrió de forma casi violenta. La echó una mirada de soslayo al hombre frente a ella, quien sonreía tan cálida como felizmente.

Las rodillas le quemaron bajo la mesa por su contacto.

Al terminar de comer, continuaron su paseo por el mercado. A esa hora había varias atracciones infantiles, como un sujeto vestido de payado que hacía gracias o morisquetas junto a un perro, o el anciano que soplaba burbujas al aire, luego de sumergir una especie de boquilla circular en un recipiente con agua jabonosa, creando un juego de luces bastante bonito y fascinante. Más allá, se detuvieron detrás de un grupo de gente de gente sentada en el suelo viendo un espectáculo de marionetas. La historia iba sobre un joven que intentaba cruzar un cañón junto a su compañera enferma, mientras superan las dificultades que una polizona les va poniendo en el camino.

Lenalee rio cuando, al parecer, el héroe cayó al piso por perder el equilibrio mientras montaba su martillo mágico que se había expandido para transportarlo, debido al boicot de la polizona.

−¡Pff! Pero qué idiota− rio al lado suyo Lavi, hallando graciosísima la desgracia del héroe, que se veía demasiado distraído y burlón como para ser un modelo a seguir para los niños.

Ella largó a reír con ganas entonces, y como un niño que trata de lucirse de lucirse, continuó bromeando acerca del mal protagonista cuando la obra ya se había acabado y el personaje en cuestión había salvado a su amiga, logrando sacarla del cañón.

La tarde ya comenzaba a caer, tiñendo el cielo de colores, y el aire, a helar, cuando Lenalee pensó que ya era hora de comenzar a volver a la pasada.

−Me lo he pasado muy bien, Lavi. Muchas gracias− le sonrió ella, deteniéndose a una orilla del camino para no obstaculizar a nadie.

−No tienes nada porqué agradecerme, Lenalee, lo sabes de sobra− le responde el pelirrojo, aun metro de ella. Luego se acerca y le pasa la mano por el hombro hasta llegar a su pequeña mano−. Estoy feliz de que lo hayas disfrutado.

Entonces Lavi sonrió. Como si eso fuese justamente lo que esperaba oír.

−Eso no es necesariamente cierto, ¿sabes? Ven, hay un último lugar al que debemos ir− y con eso, cerró su mano en torno a la suya y la arrastró con firmeza y gentileza en el sentido en que iban avanzando antes de parar.

Las calles ya no estaban tan llenas como durante el día, así que fue mucho más fácil caminar al ritmo al que iban sin chocar con nadie en el trayecto. Las argollas rozaban contra los tobillos de la chica aún ocultas bajo la tela de sus pantalones por los pasos veloces que tuvo que dar para alcanzar las zancadas de las piernas de Lavi. Entonces doblaron en una esquina, una en donde ya no andaba tanta gente, y a medida que avanzaban, el público disminuía más y más.

−¿Lavi?− preguntó ella sin cautela en su voz, cuando ya no veían a nadie más a su alrededor. No es como si temiera estar sola con él en un callejón oscuro después de todo. Pero sí le causaba una inmensa curiosidad saber a dónde estaban yendo−, ¿a dónde vamos?

−Ya verás− fue la escueta respuesta que obtuvo, la sonrisa se oía claramente en su tono.

Afortunadamente, no tuvo que esperar mucho más. Dieron vuelta una última esquina y se detuvieron justo en frente a una herrería que parecía no tener mucha clientela.

−¿Qué hacemos aquí?

−Ten paciencia− le indicó justo antes de entrar.

Por dentro, el taller definitivamente no se veía tan mal como por fuera. Sí, todo estaba desordenado y tosco como lo estaría cualquier herrería en horario de funcionamiento, pero si uno miraba con atención, todas y cada una de las superficies estaba limpia; no había una sola mota de polvo ni aquí ni allá, e incluso podía ver cómo relucían algunas de las terminaciones de metal de algunos de los muebles de lo pulidas que estaban.

−Oh, tenemos visitas− canturreó un anciano de pelo largo y amables facciones que venía entrando al taller por una puerta lateral. Lenalee no pudo evitar reparar en que se refirió a ellos como "visitantes" y no como "clientes"−. ¿Qué puedo hacer por ustedes, jovencitos?

−Me dijeron que usted puede ayudarnos con algo− le dijo Lavi con cierta cautela, sus ojos caídos fijos en el semblante del anciano.

La chica se preguntó qué sería ese algo…

−Veamos, pues, si realmente puedo ayudarles− sonrió cálidamente. Si el herrero estaba o no entendiendo el mensaje críptico del viajero, ellos no lo advirtieron.

Lavi le indicó a Lenalee que se sentara, guiándola con la mano que aún tenía entre las suyas. Ella hizo caso, y en el instante en que lo hizo, las argollas en sus tobillos tintinearon, llamando la atención de los presentes en un gesto tan sutil como desesperado. El rubor cubrió su rostro, y ahora más que nunca, odió haber perdido su largo cabello; aunque estaba en pleno proceso de crecimiento, no era lo suficientemente largo como para ocultarla del mundo, como pudo haber hecho un par de años (¡o incluso, un mes!) atrás.

Desde su lugar, vio cómo el anciano se inclinaba y miraba las piezas con atención, no pudiendo no sentirse cohibida ante el escrutinio, aunque no fuera directamente a ella.

Entonces, el anciano alzó la mirada, cálida, paternal, comprensiva, primero a ella y luego al pelirrojo; quien aguardaba en asfixiante silencio por una respuesta favorable.

−Yo, uhm… ¡tengo el título de dominio!− se adelantó a decir Lavi, nervioso, sintiéndose interpelado por alguna razón−. Yo solo…

−Lo sé, Júnior− le interrumpió entonces, haciendo que éste diera un respingo de la impresión−: no te ves como si fueras del tipo de personas que secuestran niñas.

Un aluvión de emociones y pensamientos se le vinieron encima a Lenalee, quien fue incapaz de procesarlas todas. Para empezar, la acababan de llamar "niña", y no "cosa" o "esclava", aun cuando este hombre sabía perfectamente que lo era. Para él era una persona como cualquier otra. Las lágrimas quisieron perlar sus largas pestañas negras. Por otra parte, Lavi le estaba quitando los grilletes. No que pensara que él la veía de esa forma; es decir, desde el primer día él quiso que se sintiera como un ser autónomo y no un bien semoviente*. Ahora su liberación simbólica se estaba volviendo material.

−Estaré feliz de ayudarles− acabó por decir el anciano.

Había otras cosas que daban vueltas en su cabeza, pero entre sus propias emociones a flor de piel y la certeza de que, a su lado, Lavi se frotaba la cara para prevenir las lágrimas, no estaba realmente en condiciones de prestarles atención.

Kevin Yeagar, herrero de ocupación y maestro por vocación, utilizó una herramienta que parecía un alicate de punta brillante para cortar las argollas de sus tobillos. Le hizo demasiado sentido que se usara el diamante para cortarlas, ya que era un material difícil de encontrar y de costear, lo que hacía imposible que los esclavos pudieran liberarse a sí mismos sin mutilarse en el proceso, lo que solo hacía la fuga aún más obvia. También se preguntó por qué un humilde herrero como éste tendría una herramienta que servía principalmente para liberar esclavos.

Y, por supuesto, entendió por qué Lavi no lo había hecho él mismo antes.

El alicate hizo un sonido similar al de los critales rotos al separar las argollas, y éstas fueron puestas en sus manos al finalizar. Desde esta perspectiva, se veían tan pequeñas y delicadas… casi no podía creer que esto fuera lo que la mantuvo encadenada tanto tiempo. Que ésta fuera la razón por la que Lavi y ella se encontraron para empezar…

La realización la golpeó entonces. Cuando se volteó rápidamente a mirarlo, Lavi la miraba de vuelta con sus ojos verdes, semi ocultos por el pelo y su parche, caídos en los extremos, tan verdes, como si no hubiera nada más que decir. Como si ya no hicieran falta las palabras.

Y algo de todo eso le causó una angustia dolorosa.

−Lavi, qué…

−Ahora eres libre, Lenalee− le interrumpió él, acercándose a ella y poniendo sus grandes manos sobre las de ella, sintiendo el frío tacto de las argollas contra sus palmas−. Ahora puedes hacer lo que tú quieras.

Su voz sonó como un susurro, como un mensaje lejano. Como quien abre la jaula de su canario plenamente consciente de que en realidad es un halcón y que no volverá jamás.

La desesperación se apoderó de ella. No. La sensación de ganancia y pérdida fue aterradora y satisfactoria al mismo tiempo. En un arrebato por seguir sus instintos primarios, envalentonada por la idea de hacer lo que quisiera y de aferrarse con todas sus fuerzas a lo que ama, Lenalee le llevó ambas manos a los lados de la cara con una suavidad etérea, y antes de que alguno pudiera hacer algo más, sus labios se posaron sobre los de él con la delicadeza de una mariposa.

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*La autonomía de la voluntad se refiere a la suprema capacidad de los individuos de regular sus propias relaciones personales, morales y privadas.

*Los bienes semovientes son aquellas cosas que pueden trasladarse de un lugar a otro, por sí mismas. Un ejemplo de ellos con los animales.

Ha sido un largo tiempo sin actualizar. Pero también han sido un par de meses difíciles, llenos de trabajo (¡la adultación definitivamente es una pésima experiencia: no lo recomiendo!). La buena noticia es que el fic ya está terminado, así que solo falta terminar de publicarlo.

Espero que haya sido de su agrado, y me gustaría mucho que me dijeran qué les pareció.