Ranma 1/2 no me pertenece. Este fanfic está escrito por mero entretenimiento.

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—Cero—

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Capítulo 3: El contrato

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No respiraba.

No respiraba. Su corazón no latía. Su piel estaba fría.

Estaba muerta. Había muerto y era culpa suya.

Ella había muerto por él.

Ranma sostenía su cadáver, no pesaba nada, era ligero como el aire, como la espuma del mar. Estaba helada, la sangre que antes llenaba de color sus mejillas se había estancado y congelado.

Dios, ¿qué había hecho?

No era verdad, todo era mentira. Era un sueño, una pesadilla.

—¡Despierta! ¡Háblame! ¡Abre los ojos! ¡Mírame, Akane!

Todo se volvió negro a su alrededor, todo menos ella cuya piel blanquecina resplandecía.

El pánico atenazó su frágil razón mientras el cuerpo de Akane se descomponía en copos de luz, escapando entre sus dedos hasta volverse etéreo, como si ella no hubiera existido jamás.

Gritó sin voz, su pecho se hinchó pero no emitió sonido alguno. Lloraba sin lágrimas, asfixiándose a cada nuevo grito. Atrapado en la oscuridad.

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Ranma despertó de golpe, intentando respirar. Lo hizo de forma tan brusca que parecía que sus pulmones llevaran siglos sin aire.

Sentía las bocanadas ásperas en su garganta, el sudor empapando sus cabellos. Miró alrededor, aún atrapado entre sueños, aún sintiendo el horrible dolor.

Seguían en el avión, aún faltaban algunos minutos para tomar tierra y la tripulación comenzaba a advertir sobre la conveniencia de abrochar los cinturones.

Desorientado, sus ojos espídicos la encontraron junto a él, mirando con tranquilidad una de esas anodinas revistas sobre compras duty free.

Ella le devolvió la mirada con curiosidad.

—¿Ocurre algo? —preguntó con una calma que el artista marcial estaba lejísimos de sentir.

Cogió aire y negó torpe, intentando concentrarse en cualquier cosa, la que fuera.

Se sentía frenético, se disculpó con un murmullo y con pasos vacilantes consiguió llegar al aseo, donde se encerró y tras abrir el grifo del diminuto lavabo procedió a echarse agua en la cara, intentando recuperar la serenidad.

Hacía años que se habían terminado las pesadillas. Hacía demasiado tiempo que no pensaba en aquello. ¿Quizás su presencia había despertado recuerdos olvidados?

Había cosas en su pasado que dolían demasiado, y no sabía si estaba listo para afrontarlas. Su propia imagen le devolvió la mirada dándose cuenta que, de una forma u otra, debía hacerlo. Él había prendido la mecha de aquel montón de dinamita, y si la quería a su lado indudablemente tendrían que hablar de todos sus fantasmas.

Aunque de momento resultaba mucho más fácil pasar sobre esos temas de puntillas.

Ranma regresó a su asiento si no más calmado, al menos más entero. El viaje no se prolongó mucho más, el avión tomó tierra y Akane lanzó un hondo suspiro, obviamente mucho menos acostumbrada que él a los vuelos internacionales. Mucho más recuperado, Ranma se permitió observarla disimuladamente, como si fuera el autor de una travesura, sin poder evitar que de nuevo le invadiera la euforia.

Ella estaba allí, con él. Estaba bien. Debía olvidar el pasado y comenzar a disfrutar el presente. El tiempo sanaría sus viejas heridas aún más rápido con su bendita presencia.

Inocentemente, comenzó a pensar dónde podrían cenar, porque a partir de ahora estarían juntos todo el día. Tendría cientos, ¡No! Tendría miles de oportunidades con ella, de cerrar aquel abismo que parecía haberse abierto con los años entre los dos.

Sí, era mucho mejor concentrarse en esos pensamientos.

—Deja que te ayude —dijo cuando el avión se hubo detenido, tomando su maleta de mano. Akane se lo agradeció con un ligerísimo asentimiento y ambos caminaron en silencio hasta alcanzar el exterior.

Hacía calor, la chica pareció sorprendida por el sofocante y repentino clima, Ranma se encontraba mucho más preparado y se retiró la chaqueta, quedando sólo con una camiseta.

—Esto es básicamente tropical —dijo él mientras continuaba caminando hacia la zona de taxis. —Supongo que querrás cambiarte antes de ponerte al día —aventuró, y Akane a su lado volvió a asentir.

—Te lo agradecería.

—Vamos al hotel y nos reunimos en dos horas en recepción. Shôichiro te dejó un montón de papelajos que no entiendo y... —rebuscó en su chaqueta y sacó un teléfono móvil de alta gama—...este es el tuyo, antes de que protestes no es un regalo. Es una herramienta de trabajo.

Ella lo miró estupefacta, sabiendo que el dichoso aparato costaba lo mismo que su sueldo de un mes.

—V-vale, gracias —contestó cohibida.

Cuando llegaron a uno de los mejores hoteles de la ciudad, ella le miró con aún más sorpresa que cuando sacó el carísimo teléfono del bolsillo de la chaqueta.

Dieron sus datos en recepción y cada uno se dirigió a su habitación con su maleta de viaje. Aún tensos y cansados por el vuelo se dispusieron a descansar antes de comenzar la que sería, sin duda, una ardua batalla de negociaciones.

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...

Esperó impacientemente en la recepción del hotel. Tenía hambre y además, estaba de los nervios. Sentía el sudor acumulándose en la palma de sus manos, increíblemente incómodo por la situación que él mismo había creado.

Aún le costaba creer que lo hubiera conseguido. Caminó por la recepción hasta que una de las puertas del ascensor que daba acceso a las habitaciones se abrió, y de ella surgió la mujer que esperaba. Akane caminaba tranquila, con un vestido blanco ligero que le rozaba las rodillas.

Ranma no reprimió un suspiro, no supo bien si de alivio o admiración. Sus ojos se encontraron y bastó un gesto para que ella le acompañara hacia uno de los rincones de la gran sala. Sobre sus cabezas se adivinaba un espléndido techo lleno de lámparas de cristal, bajo el cual habían acomodados varias agrupaciones de sillones.

—¿Ya tienes el contrato? —preguntó él intentando alcanzar un punto neutral en la conversación. Ella cabeceó tendiendole un buen montón de papeles que llevaba en un bonito portafolios.

Ranma los tomó y ojeó al vuelo. Sabía que iba a aceptar todas sus condiciones incluso antes de que ella las pronunciara. Demonios, estaba tan loco por ella que le firmaría hasta un cheque en blanco, o un contrato donándole sus órganos. Se hizo el interesante sin fijarse demasiado en los detalles, porque el caso es que no le interesaban. En su cabeza sólo estaba el hecho innegable de que ella estaba allí con él, y que pensaba llevarla a cenar.

—¿Tienes un bolígrafo? —preguntó dejando el montón de papeles sobre la mesa baja.

Akane pestañeó sorprendida.

—¿Te parece bien?

El chico se encogió de hombros haciendo ver lo poco que le importaba el dichoso contrato, ella buscó en su bolso y le tendió una bonita pluma de funda nacarada.

—Wow, qué sofisticada… — Se sorprendió él comenzando a firmar los documentos.

—¿No te parezco lo suficientemente sofisticada como para tener una pluma? —dijo ella, suspicaz.

El chico se quedó quieto, como un cervatillo delante de los faros de un todoterreno. Tragó saliva a sabiendas que pisaba sobre hielo quebradizo, en el pasado no le hubiera importado lo más mínimo responder de forma ácida, pero ahora la situación era muy diferente.

Estaba intentando cambiar las cosas.

—No quería decir eso —Se disculpó pobremente y giró la pluma sobre su mano, dándole una vuelta entre su pulgar y su dedo índice, como una veleta ante demasiado viento. Firmó con una grafía limpia y sencilla, seguramente aprendida a base de cerrar muchos contratos en el extranjero.

—Ni siquiera es mía —admitió apenada—. Es de Nabiki, dijo que me daría suerte en mis negocios.

—Quizás tenga razón, acabamos de firmar un buen contrato.

—No lo has leído —apuntó entrecerrando los ojos. Ranma se encogió de hombros más que dispuesto a dar todo el tema de los papeles por finalizado.

—¿Vamos a comer? —propuso levantándose del cómodo sillón. Akane arrugó las cejas y pestañeó.

—De eso nada, ya desayunaste en el avión. Vamos a entrenar.

—¿Ah? —preguntó tan sorprendido como si le acabaran de tirar un cubo de agua helada.

—Ya me has oído. No pienso ser tan blanda como tu anterior representante. Vamos al gimnasio más cercano de tus patrocinadores, te pesaremos y repasaremos las tablas de ejercicios. También tenemos que pedir nueva equipación y cumplir los contratos publicitarios. Hay un millón de cosas por hacer, y eso por no hablar del mundial asiático. Te recuerdo que hiciste el ridículo frente al vietnamita en las preliminares del mes pasado, así que o importante ahora es practicar tus ejercicios de suelo.

Ranma fue a decir algo pero cerró la boca de inmediato. Durante años parecía haber olvidado lo terrible que era Akane Tendô y lo muy en serio que se tomaba las artes marciales. Al parecer no estaba tan desconectada cómo pensaba. De hecho estaba sorprendentemente bien informada.

—Pero… tengo hambre… —dijo con la boca pequeña, como si acabara de ser amonestado por un superior furioso.

—Entonces compraremos fruta poco calórica de camino. No puedes permitirte subir de peso, ¿has visto a los competidores de peso medio? Son montañas de músculos, te harían papilla en segundos.

—Oye tú… —dijo alzando una ceja, claramente ofendido—. Podría con ellos perfectamente, las artes marciales no son cuestión de músculos —Quiso dejar claro, como si ella hubiera insinuado algo imposible. Akane le miró entrecerrando los ojos.

—No, pero a más peso menos velocidad y más fuerza de ataque. El buen luchador se mantiene equilibrado dentro de su estructura anatómica. Si subes tres kilos no ganarás ni a las cartas.

—Tengo músculos —recalcó, pues al parecer que ella lo dudara le estaba suponiendo una afrenta mortal.

—Eres un luchador de complexión delgada, rápido en el aire, débil en el suelo y con pegada fuerte, superior en un 78% a los rivales de tu categoría. No te pienses que no he estudiado a mi cliente.

El hecho de que se refiriera a él como cliente fue la gota que colmó el vaso, se metió las manos en los bolsillos del pantalón y le dirigió una mirada enfurruñada, ¿cómo se atrevía?

—Ya veo que no pierdes el tiempo...

—Me tomo muy en serio mi trabajo.

—Shô nunca me decía ese tipo de cosas, no creo que haya nada de eso entre sus papeles —añadió suspicaz, la chica enrojeció y se aclaró la garganta.

—¿Nos vamos de una vez?

Salieron juntos del hotel y pidieron un taxi. Por el camino Akane se entretuvo en guardar el contrato en la gruesa carpeta que llevaba y sacó un cuaderno con tapas negras en el que se podía leer a la perfección en letras grandes y marcadas: "Instrucciones para la nueva niñera". Ranma apretó los dientes sintiéndose humillado, desde luego las cosas no estaban saliendo según sus planes. Nunca pretendió tener controlada a la muchacha, conocía demasiado bien su terquedad, pero lo que no esperaba es que ella le controlara a él. Y de qué manera.

Akane parecía haber asumido los mandos de su vida a una velocidad pasmosa. Tanto que daba miedo.

Tal y como prometió, pararon en un pequeño supermercado local, la chica se apañó por gestos y con un inglés muy primario para ordenar un par de plátanos y manzanas. Salió con una bolsa de papel y le tendió al artista marcial su espartano almuerzo.

Ranma la miró resentido. Se sentía tan profundamente ofendido que estaba deseando llegar al maldito gimnasio y liarse a golpes. Aún así sentía su espíritu en paz. La visión de Akane con aquel ligero vestido blanco, sonriéndole mientras le fastidiaba era tan radiante que no se atrevía a sentirse mal del todo. Gran parte de su fachada era producto de una interpretación eficazmente ejecutada.

Cuando entraron al gimnasio salieron a recibirle un par de muchachos jóvenes, de buen porte y musculados, le saludaron con reverencia y Ranma les devolvió un gesto amable.
El artista marcial era patrocinado por una muy famosa marca de ropa deportiva en toda Asia, así como una marca de refrescos energéticos. Era famoso allá donde fuera, y muy bien recibido por deportistas y admiradores en la mayoría de gimnasios. Desde luego no le faltaría el dinero, siempre y cuando siguiese en lo más alto de los podios.

Akane le siguió hacia el interior de la zona de entrenamiento, donde una decena de personas se dispersaban en una sala grande, con tatamis suaves realizados en tela plástica y un inconfundible olor a sudor. Algunos pegaban a los sacos, otros tantos practicaban patadas, y en el medio un par de luchadores se medían con los puños en un ring cuadrado.

La chica suspiró entendiendo que aquel era su lugar, por encima de toda duda, ella pertenecía a ese sitio. Y sin embargo se sintió inadecuada al verse con aquel corto vestido, nada práctico para el deporte. En seguida todos los ojos se fijaron en ella mientras seguía a Ranma dando grandes zancadas.

El chico le dirigió unas parcas palabras indicando que la esperara allí mientras él se dirigía a los vestuarios.

Akane se cruzó de brazos e hizo lo indicado, esperar mientras dirigía tímidos saludos a los chicos que con descaro se dedicaban a pasar delante de ella y a parlotear en chino. Con desgana pensó que los hombres no cambiaban en ningún país. Revisó rápidamente su nuevo terminal y terminó de configurar cuentas de correo y nuevos contactos. Llevar la vida de un deportista internacional iba a resultar de todo menos sencillo, y menos si hablaban de Ranma Saotome. Lo cierto es que ella tampoco estaba muy segura de lo que estaba haciendo, pero de lo que no le cabía duda era que lo mejor era empezar con energía y dejando claro que ahora estaba al mando. Y le gustaba.

Finalmente el artista marcial salió del vestuario, descalzo y ataviado con uno de los pantalones cortos reglamentarios. Llevaba también una ajustada camiseta deportiva que dejaba muy poco a la imaginación. Las manos protegidas con guantes cortos y sin dedos y su perfecta trenza bien atada. En su cara solo se atisbaba la determinación de sus ojos azules.

La chica tragó saliva y tuvo que acordarse de respirar.

—Bien pues, empecemos por la báscula —propuso, y él asintió en un silencio malhumorado.

Ambos miraron expectantes la cifras cuando el deportista subió al aparato, de hecho la mitad de los presentes habían detenido su actividad para prestar atención a los recién llegados.

Ranma sonrió con chulería, Akane torció el gesto.

—Estás unos gramos por encima de lo habitual.

—¿Cómo sabes tú cuál es mi peso habitual?

—Ya te he dicho que tengo que estar bien informada de mi cliente, lo sé todo de tí.

El chico parpadeó.

—¿Todo? —preguntó alzando una ceja, en contestación ella señaló su cuaderno de "niñera".

—Lo imprescindible.

—Pienso robarte ese cuaderno.

—Me da que Shôichiro era un poco blando contigo, o le tenías harto.

—Lo segundo —se encogió de hombros—. En todo caso sigo en mi peso, así que después del entreno me merezco un buen plato de carne.

—De eso nada, has estado bebiendo demasiado. El alcohol tiene demasiados azúcares vacíos, por no hablar del daño que puede hacer en el hígado. Estás a dieta depurativa hasta que yo lo encuentre conveniente, y deberías perder al menos 300 gramos.

—Será broma… —dijo él viendo lo que le venía encima.

—Ya te he dicho que nunca bromeo con las artes marciales.

La comitiva de curiosos había aumentado, aunque la mayoría no entendía nada del intercambio dialéctico que estaba teniendo lugar. Ranma se bajó de la báscula y fue derecho hacia el cuadrilátero. Le hizo una breve inclinación de cabeza a uno de los chicos que hacían de sparring con guantes y cuerpo acolchado, y este corrió a ocupar su posición. Akane también se acercó con su cuaderno bien apretado bajo el brazo y el teléfono en la mano.

Una cosa era ver exhibiciones, comprar revistas o repasar la prensa online. Otra muy diferente contemplarlo en directo. Se forzó a adquirir una pose que trataba de manifestar interesada indiferencia, pero pronto se quedó absorta por la precisión de sus movimientos, por la rigidez de sus brazos y piernas cuando ejecutaba un golpe, por la completa concentración en su semblante. Akane lo analizaba todo, cada postura, cada paso, intentando encontrar huecos, hacerlo aún mejor.

Alrededor del ring comenzó a concentrarse demasiado público. Ya no sólo los que se encontraban en aquella sala, si no que hasta paseantes y gente de la calle parecía haber sido atraída hacia el lugar por la expectación levantada. Al fin y al cabo no todos los días se veía a uno de los mejores luchadores asiáticos practicando.

La chica gruñó al pensar que todo el revuelo montado podía ir en su contra, distrayéndolo del entrenamiento. Estaba dispuesta a ir a hablar con el dueño del local cuando Ranma añadió aún más madera a la hoguera, retirándose su camiseta ajustada con un ágil movimiento.

Su cuerpo quedó a completa disposición de todos aquellos ojos, desatando comentarios de admiración e incluso varios suspiros entre el público. La mirada del chico la buscó con regocijo, y Akane le devolvió una mueca incrédula.

—Será engreído… —murmuró, sin poder dejar de observar la perfección de aquel cuerpo atlético y bien entrenado, con los músculos esculpidos en roca viva. Sí, tenía músculos, no hacía falta que se los enseñara de forma tan dramática. La chica no pudo evitar una media sonrisa al pensar que a su manera seguía siendo muy inmaduro. Eso le proporcionó una extraña sensación de calidez, la paz que solo se encuentra al regresar al hogar después de demasiado tiempo fuera.

El sparring duró algo menos de una hora tras la cual ambos contendientes estaban agotados y la nube de curiosos se había disgregado, aburridos por una práctica de lo más anodina. Akane sin embargo seguía mirando de forma minuciosa, tomándose aquello muy en serio. En cuanto el chico bajó del ring le tendió una toalla.

—Tienes unos golpes directos muy efectivos, pero como te he comentado estás descuidando las inmovilizaciones, quiero que comencemos a trabajar eso en las siguientes semanas. Te buscaré a alguien con quien practicar.

—Llevo practicando solo toda la vida, me las apañaré —contestó distraído, pasándose la toalla por el cabello mojado.

—En este caso eso no sirve, esa manía tuya de hacerlo todo por tu cuenta sin pedir ayuda es tu peor defecto.

—Me ha ido bien hasta ahora —dijo de corrido, comenzando a cansarse de las imposiciones de la chica.

—Tú lo has dicho, hasta ahora. Pero las artes marciales evolucionan todo el tiempo. No puedes esperar que lo que te valía hace dos años sea igual. Tus rivales aprenden y mejoran, tú tienes que adelantarte a ellos. En eso consiste ser el mejor.

—Para ser una profesora de jardín de infancia te veo muy metida en esto. No me digas que todo lo has sacado de ese cuaderno porque no me lo creo. ¿Cuánto tiempo llevas pendiente de mi carrera? —dijo parándose a escasos centímetros de ella, se regocijó en la forma en la que Akane intentaba por todos los medios evitar cualquier tipo de contacto físico, y más con su torso al desnudo. Estaba claro que se sentía incómoda.

—Siempre me han gustado las artes marciales, incluso antes de conocernos. Que aparezcas en casi todas las publicaciones no es culpa mía.

—Ya... —esbozó una sonrisa de suficiencia, como si con esa excusa barata lo hubiera entendido todo.

—No te lo tengas tan creído y date una ducha, tenemos mucho trabajo —terminó platándose firme y saliendo a toda prisa del gimnasio. Ranma la vio irse, deleitándose con su redondo trasero y sus desnudas piernas bajo aquella corta falda. Claro que media docena de luchadores parecían haber tenido la misma idea.

—¿Qué miráis? —inquirió en un chino tosco, perdiendo de golpe todo su buen humor.

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—¿Sabes? No me extraña nada que Shôichiro estuviera tan harto, aquí hay trabajo para varias personas —dijo Akane comprobando sus emails en el teléfono y apuntando un par de datos en una agenda.

Ranma la miró fastidiado, era cierto. Se estaba convirtiendo a pasos agigantados en una especie de niñera mandona y poco flexible.

—Nunca dije que fuera fácil —respondió él, acomodándose en la parte de atrás del taxi que acababan de parar.

—¿Dónde le conociste? —preguntó ella repasando algunas de sus notas y entrecerrando los ojos—. Era ordenado pero vaya letra más mala...

—Se me acercó en una de mis primeras competiciones, acababa de terminar sus estudios y quería comenzar a representar artistas. Lo hizo bien, sobre todo al principio.

—¿Y confiaste en él sin más? —dijo ella levantando la mirada de sus papeles y prestándole atención.

—Al principio no, pero era más sencillo que ocuparme yo de todo —Se encogió de hombros—. Llevaba un par de años queriendo dejarlo, pero no encontraba un sustituto adecuado.

—¿Y por qué pensaste en mí? —preguntó ella como quién no quiere la cosa, pero era evidente que llevaba tiempo intentando formular esa pregunta. Ranma se recostó en el asiento.

—¿No tienes hambre?

—Estás cambiando de tema. ¿Por qué pensaste en mí después de tantos años? ¿Qué te hizo recordar que seguía existiendo? —insistió ella.

—No es como si hubiera pensado en ti de pronto... —contestó esquivo, ahora el que se encontraba incómodo era él. Akane supo que debía parar en aquel instante, pues no parecía ni mucho menos dispuesto a tener esa conversación.

Llegaron al hotel cuando comenzaba a anochecer, había sido un día agotador para ambos.

—Creo que me iré a dormir —anunció ella, y a su lado el chico de la trenza suspiró resignado.

—Yo iré a comer algo, hay un par de restaurantes pequeños por aquí donde preparan unos fideos buenísimos —dijo intentando tentarla, pero Akane sacudió su graciosa melenita oscura en una rotunda negación.

—Tienes que tomar vitaminas y proteínas sin grasas. Pediré que te suban algo adecuado a tu habitación.

—Oye, te recuerdo que soy un hombre adulto. Puedo salir cuando quiera.

—Obvio. Pero según nuestro contrato te comprometes a seguir mis indicaciones, entendiendo que se deben a un bien mayor.

—No creo haber firmado eso —respondió dubitativo, pero Akane se encogió de hombros tendiendole la misma copia del contrato que llevaba desde la mañana.

—Claro que lo hiciste —hinchó el pecho pagada de sí misma, y el chico se la arrebató furioso—. Léelo con calma, yo también tengo deberes para hoy. Mañana tengo que presentarme en la sede de tus patrocinadores y cerrar un nuevo acuerdo, así que me retiro ya. Buenas noches, Ranma. —Y se alejó del chico despidiéndose con un ligero aleteo con la mano, de forma tan presuntuosa que el artista marcial a punto estuvo de romper el montón de papeles por la mitad.

¿Pero qué demonios se había creído? Él había sido lo suficientemente iluso como para invitarla a comer (más o menos) hasta dos veces, y ella no solo se había permitido ignorarlo, si no que además ahora le daba las órdenes. Se hizo la silenciosa promesa de hacerle pagar con creces la ofensa, y de momento empezaría por buscar el local con el ramen de cerdo más decadente de la ciudad.

Mientras, Akane lanzó un profundo y sincero suspiro cuando se cerraron las puertas del ascensor. Sonrió sin tapujos, se sentía eufórica. Si ese idiota arrogante se había pensado siquiera por un momento que iba a hacer y deshacer a su antojo estaba muy equivocado. Ella había aceptado aquel trato, pero estaba dispuesta a dictar las reglas de aquel nuevo juego. Al fin y al cabo era él quien había vuelto a buscarla, y Akane Tendô se había propuesto demostrar que su espíritu de combate estaba más fuerte que nunca.

No, ella nunca había sido una chica fácil, igual que él jamás había sido un tipo amable. Sintió como aquella lucha de egos acababa de empezar, y no pensaba perder.

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¡Buen martes!

A menos de veinte minutos de que acabe el día (al menos en España), me dispongo a actualizar este pequeño fic.

No miento si digo que, de todos los capítulos que he escrito, este es sin duda el que menos me gusta. Es insulso, es soso, es corto. Es un medio para un fin. Lo lamento mucho, debería haber formado parte del anterior pero lo siento más natural de forma individual. Disculpadme si os cree altas expectativas y os encontrais decepcionadas ante una negociacion que se salda en dos párrafos, o Ranma y Akane discutiendo por dos plátanos. Lamentable, lo sé. Lo compensaré en el siguiente, palabra de escritora de fanfics.

Y ahora a por los agradecimientos, a vosotras, mis lectoras. El mundo es un lugar un poco más luminoso cada vez que me llega una nueva review. Veo que algunas sois bien observadoras, buenas chicas, vamos a pasarlo bien. Adoro leeros y que me conteis vuestras teorias, creo que algunas ya me conocéis demasiado y soy incapaz de sorprenderos, no obstante me encantaría poder manteneros interesadas.

Agradezco también a Lucita-chan y a Sakurasaotome, quienes me animan mucho a escribir y consiguen hacerme reír todos los días.

Nos leemos pronto. Besos.

LUM.