A mis lectores mil disculpas por el retraso, es que estuve ocupada con el examen de admisión a la universidad y los finales de prepa, ya saben es muy complicado, pero sin más, he aquí otro capítulo más.
Espero les guste y no olviden dejar 'review'. ¡Gracias por hacer realidad un sueño!
El Origen de Wolborg.
Capítulo 2:
Ángel de Hielo.
Cuando despertó se encontró en el interior de una cueva, una muy familiar, cobijada por el calor de una fogata que parecía extinguirse con cada minuto que pasaba. Se incorporó para quedar sentada en el lugar en el que había estado descansando. Miró a su alrededor confundida, intentando recordar lo sucedido; la huida, el claro, la nieve, el joven… pero ahora se encontraba sola en la misma caverna en la que se había refugiado últimamente.
- ¿Acaso todo fue un… sueño?- murmuró para sí misma, su voz retumbando profundo en las paredes rocosas, volviéndola un eco interminable.
De pronto, pisadas se hicieron oír en el frío piso, haciéndola mirar en dirección en que las sombras no habían podido ser vencidas por la débil luz de uno de los cuatro elementos místicos, poco a poco una figura se hizo visible, al igual que una voz se hizo escuchar:
- Ya despertaste.- dijo el intruso, mientras tomaba asiento a un lado suyo, tratando de olvidar el frío con el calor que despedía su pequeña obra maestra. Ninguno de los dos habló, ninguno de los dos hizo un movimiento, sólo disfrutaban de la compañía del otro.
Ella lo miraba detenidamente, por alguna razón, éste joven despertaba en ella una gran fascinación. Intentó adivinar quien era él, de donde provenía, creando una historia, como normalmente hacía al estudiar el comportamiento humano, para él, una muy descabellada.
- Eres un ángel, ¿cierto?
No le había prestado atención hasta ese momento y sin duda, la pregunta lo tomó por sorpresa. Bruscamente se giró en dirección a ella, apoyando las manos en el suelo, acercó su rostro al suyo de manera peligrosa, casi como si intentara besarla.
Con extrañeza, examinó sus movimientos, averiguando que haría, fue cuando una de sus memorias llegó a ella cual raudo relámpago. Hace tiempo vio como dos humanos entrelazaban sus labios en un símbolo de afecto llamado beso, pero no entendió la finalidad de dicha acción.
- No hay signos de fiebre.- pronunció a la vez que tocaba su frente con la de ella. Era lo único que podía hacer, después de todo, lo que preguntó no calificaba de normal, no en alguien que había estado corriendo bajo la nieve, durante la noche y que se había desvanecido frente a un completo desconocido. Se alejó lentamente.
De nuevo, silencio. Sólo se escuchaba el murmullo del viento a través de las hojas de los árboles fuera de la cueva y el continúo crujir de la madera que cedía por completo al calor, volviéndola ceniza.
Cuando no hubo más que sólo brazas de lo que antes fuese llamado fogata, él se levantó y caminó a la entrada, dando un vistazo a su compañera.
- Vamos, será mejor irnos de aquí, puede estar habitada por lobos.
Intentó ponerse de pie sin resultados, pareciera que sus piernas no le respondieran, estaban demasiado cansadas y dolidas como para iniciar otro largo y tortuoso camino que terminaría quien sabe donde. Con desesperación buscó al joven en la boca de la caverna, resistiéndose a dejar las lágrimas fluir.
- Anda, sube, pero seca esas lágrimas.- le escuchó decir en un tono un poco más amable de los que ya había usado. Con una rodilla en el suelo y la otra en el aire, le daba la espalda, esperando así se sujetará de él y poder comenzar el viaje. Sin dudarlo, se sujetó de su cuello, sin ejercer mucha presión, e hizo un gran esfuerzo moviendo sus piernas para apoyarlas en los huecos que los brazos dejaban a los costados.
Dio el primer paso, con lentitud, acostumbrando a su cuerpo al peso extra, en cuento se sintió seguro, inició un a marcha más rápida.
Para ese tiempo, la tormenta de nieve había terminado y el aire ya no soplaba tan frío, claro indicio de la proximidad del amanecer.
Rodeados de árboles que los observaban, amenazándoles con obstruir su paso con las grandes y fuertes raíces que desarrollaron a través de las eras, seguían su travesía sin cruzar palabra, tropezando ligeramente aquí y allá, sumergiéndose en la engañosa profundidad de la nieve de vez en cuando, resistiendo una que otra brisa fría que se resistía a abandonar la madrugada.
- ¿Por qué me llamaste 'ángel'?- le cuestionó, imposibilitado de mantener un minuto más la duda que lo asaltaba.
Con delicadeza levantó la cabeza, ya que ésta estaba descansaba en un hombro, pareciera que despertaba de un apacible sueño.
- Porque lo eres, ¿no es así?- fue su respuesta, y regresó a la posición en que estaba. No dormía en realidad, simplemente escuchaba el latir de su corazón, la tranquilizaba, le daba fortaleza, le transmitía paz.
Viendo que sería imposible obtener otra respuesta de ella, pues la creía dormida, continuó su camino por el casi invisible sendero que los llevaría al lugar que él detestaba más que nada en el mundo, pero no existía otra salida, nunca podría ser libre. Sin embargo, había otra razón más importante, llevarla a un lugar seguro, donde pudieran atenderla, no tenía certeza de cuento tiempo estuvo bajo la nieve y de seguro ya deliraba.
Los minutos transcurrían, los rayos del sol, poco visibles, ya teñían de oro una parte del cielo y en otra, la aurora jugaba creando olas de diversos colores. Ya cansado, se detuvo un momento para descansar. Ella sintió el abrupto detenerse, abrió los ojos lentamente, sin necesidad de ahuyentar el sueño, pues no dormía, sólo quería disfrutar del sonido más bello que nunca antes hubiera escuchado, su corazón.
- ¿Te encuentras bien?- le susurró al oído dulcemente, - Yo ya estoy bien, puedo caminar.- y diciendo esto, sus brazos, que rodeaban el cuello del amable joven, desaparecieron la presión que ejercían, dándole libertad. En pocos segundos sus piernas ya se apoyaban en la nieve, ahora se encontraban algo fortalecidas.
Tardó en recuperar el balance, pero tan pronto lo logró retrocedió unos cuantos pasos para acrecentar un poco la distancia entre ellos y mostrarle que ya podía avanzar por su propia cuenta.
- ¿Por qué no tomamos un pequeño descanso?- sugirió sin darle demasiada importancia, por nada del mundo quería hacerlo sentir mal o algo por el estilo. Se sentó recargando su espalda en uno de los troncos cercanos, mirando al cielo que ya se debatía entre el ocre, el azul pálido y el azul perpetuo de la noche. - ¿A dónde vamos, ángel de hielo?
¿De hielo? ¿Ahora era de hielo? Ésta jovencita comenzaba a despertar curiosidad en él, eran totalmente ajenos y aún así le tenía la suficiente confianza como para no temerle y darle un sobrenombre.
Se acomodó junto a ella, respirando aliviado, sus pernas ya le pedían descanso. Recargó su cabeza en el áspero tronco y cerró los ojos. Tan pronto como lo hizo, ella recostó la cabeza en uno de sus hombros e hizo lo mismo que él. Permitió ese movimiento, e incluso se irguió más para darle mejor soporte.
- A un lugar donde puedan atenderte.- respondió bajando la voz, mostrando de nuevo el vacío de su mirada fría, que ahora se dirigía a ella, justo en el momento en que se preparaba para hablar.
- Ángel de hielo, ¿por qué no tienes alma?
¿Qué no tenía alma? Eso no tenía sentido, claro que poseía una, si no la tuviese no lamentaría cada día de su vida, una existencia atormentada por su pasado, por su presente, sin una esperanza para el futuro, con el único objetivo de seguir órdenes, sin posibilidad de libertad. No sabía en que momento perdió la certeza de tenerla, sólo estaba seguro de algo: olvidar que tenía alma le valió sobrevivir en aquel lugar que llamaba infierno. Pero sí, en algún lugar de su tormentoso ser, conservaba su alma.
- Soy un fantasma, mi alma…- se detuvo un momento, temiendo que las palabras a pronunciar fueran ciertas,- ya casi desaparece.
- Pobre ángel de hielo, no se da cuenta de su belleza ni de su indiferencia, de su frialdad.- súbitamente tomó entre sus manos una de él. Al toque de estas, una gélida sensación recorrió su cuerpo, que muy lejos de incomodarlo, lo reconfortaba.
- ¿Por qué sigues llamándome así?
- Porque eres mi salvador, pero no tienes sentimientos, no muestras emoción.- contestó con tranquilidad inhumana.
Ese juicio le dolió. Hasta ahora se dio cuenta de que incluso aquellos que apenas lo conocían advertían la carencia de expresión que él tanto quería negar.
- Sigamos.
La niña asintió y ambos se pusieron de pie. Comenzaron a andar de nuevo, manos aún entrelazadas, pasos firmes y decididos, acompañados por el suave bullicio de la vida al despuntar del alba y la pronta llegada de la calidez que ofrecían los rayos del sol.
Después de deambular por un rato más, girando aquí, rodeando allá, se encontraron ante una estructura imponente, atemorizante, al menos para ella.
- ¿Qué es éste lugar, ángel de…
- Tala.- le interrumpió secamente mientras apretaba ligeramente la pálida mano que mantenía encerrada en la suya, en busca de la misma sensación reconfortante,- Me llamo Tala, y ésta, ésta es la Abadía.- presionando ligeramente, pensando si ella sería capaz de sobrevivir a ese oscuro lugar, a su inquebrantable maldad. Se sentía culpable de arrastrarla a un destino incierto como el suyo, pero se sentiría mal al no tenerla su lado, pues había mostrado más interés en él que cualquier otra persona y lo más importante, se esforzaba por comprenderlo.
Notando la duda de quien la acompañaba, respondió alegremente mientras sonreía:
- Bien, Tala, puedes llamarme Novae.
Bien, éste fue otro capítulo, puede llegar a ser confuso, pero tarde o temprano se develará la razón de, lo prometo (aunque va a ser más tarde que temprano… ¡Rayos! ¿Dije eso en voz alta?), y una vez más PERDÓN, PERDÓN, PERDÓN, PERDÓN por la tardanza, me siento tan mal por ello que trabajo lo más rápido que puedo en el siguiente capítulo, en dos días o tres máximo estará listo.
Y a todos esos maravillosos lectores que dejan review, MUCHAS GRACIAS, me dan un motivo más para continuar.
