Cap 48: Imperius
Tw: violencia gráfica/gore
"Ningún héroe tiene el poder de escapar de su destino."
III Acto
—¡Harry, necesito un grupo de veinte personas ahora...!
El Patronus en forma de pavo real se paró ante él, y la voz de Astoria, desesperada y alta, comenzó a filtrarse por sus oídos. Le estaba dando una dirección. Harry, medio dormido y medio despierto, la memorizó mientras se vestía. Era de madrugada.
Una vez, de niño, Harry escuchó a tía Petunia hablar sobre una conocida suya que tuvo un accidente de tráfico. Murió, dijo, ha recibido la llamada de la muerte. Dudley, quien estaba a su lado esperando el desayuno que Harry cocinaba, preguntó qué era eso, con la inocencia que un niño posee. Tío Vernon fue quien contestó:
La llamada de la muerte llega en la madrugada, hijo. Nunca te levantes cuando estés durmiendo, o pasan estas cosas. Ella accedió a ir a planes improvisados. Ella contestó.
El consejo no era para él, pero Harry se aferró a este durante años. Nunca nadie lo llamaba, por supuesto, no tenía amigos ni había adultos que se preocuparan por su bienestar o lo invitaran a planes improvisados; sin embargo, las palabras siempre se quedaron en su cabeza.
Jamás hay que contestar el llamado de la muerte.
Cada vez que Harry era despertado en la madrugada, se preguntaba cuánto se demoraría esta en tomar su vida.
Salió corriendo al pasillo cuando el Patronus se desvanecía y empezó a tocar puertas. Kingsley, Hermione, Arthur, Bill y George- los que pudieran ayudar, debían hacerlo. Astoria había sonado lo suficientemente urgida para que se apresuraran.
—¿Qué pasa? —Kingsley preguntó parado en la entrada de su pieza, somnoliento.
—Astoria nos necesita en un orfanato en el lado sur de Londres. Los Mortífagos están allí.
—Mierda.
Harry reunió rápidamente a todos los que irían, que en su mayoría eran soldados bien entrenados. La mitad llegaron durante el secuestro de Rookwood casi un año atrás, y estaban deseosos de luchar y probarse a sí mismos. Harry esperaba que lo lograran.
Luego de comprobar que todos tenían alguna escoba y las máscaras puestas, se marcharon e hicieron el ritual para salir al mundo muggle lo más rápido que pudieron. Kreacher fue quien los Apareció a un lado del orfanato. Harry apretó la escoba que Draco le regaló con fuerza, y juntó valor para mirar al frente.
A causa de un milagro, retuvo el vómito.
El orfanato estaba en llamas. Dentro, los gritos de los pequeños cortaban la noche desgarradoramente y los Mortífagos se encontraban afuera, pateando una cabeza de un lado a otro.
Harry nunca pensó que la crueldad humana fuera un sinsentido: de alguna u otra forma todos nos convertimos en un producto de nuestra crianza, y por lo tanto, las cosas inhumanas que hacemos son otra consecuencia más de aquel ambiente en el que nos desarrollamos. Dentro de ese pensamiento bestial, los actos crueles tienen su propia lógica. Voldemort es de la manera que es, y hace lo que hace, porque cree que es lo correcto, porque piensa que los mestizos y sangre sucias son un desperdicio y menos que un animal con el que experimentar; objetos que puede intercambiar con sus seguidores a cambio de lealtad. Su crueldad tiene un por qué, no es un sinsentido.
Esto, por el contrario, sí lo era.
Los Mortífagos reían, arrojando la cabeza como si se tratara de un balón. Los sesos se repartían por el suelo. Los ojos sobresalían. Harry miraba la escena y no encontraba un por qué, no lo entendía, simplemente no cabía en su mente. Estaban jugando con una cabeza por diversión.
¿No había sido suficiente?
¿Acaso no pensaba detenerse jamás?
Harry dirigió la varita hasta el que tenía más cerca y sintió su magia arremolinarse en la punta de sus dedos. Más que rabia, más que dolor, su cuerpo estaba cansado. Quería acabar con esto. Si tuviera el poder, asesinaría a todos los magos del mundo, incluyendo a los inocentes. Ya era demasiado sufrimiento para una sola vida.
El Mortífago levantó la cabeza justo cuando Harry movió la varita, y sus ojos se encontraron.
Harry partió su cuerpo a la mitad.
Literalmente.
Y la lucha empezó.
Él y Kingsley comandaron instrucciones a un grupo para que ayudaran a Astoria en la parte trasera del orfanato a rescatar a los niños, y luego se dedicaron a pelear contra los Mortífagos. El sueño se había ido completamente, Harry se encontraba despierto y dispuesto a matar. Ni siquiera le importaba si había muggles cerca viendo el espectáculo, era capaz de arrasar con la calle completa.
Tal vez, después de todo, la muerte no lo llamaba a él.
Harry era quien llamaba a la muerte.
—¡Negris Mortem!
El Mortífago qué se dirigía a él cayó a sus pies al instante. Harry estampó el zapato contra su cuello para ahogarlo, y lo observó morir. Normalmente esperaba a que pasara un tiempo antes de usar aquella maldición, esperaba hasta que esta saliera de sus labios sin que lo pensara, de lo contrario, era identificado y perseguido por los Mortífagos. Sin embargo, ahora Harry quería que hicieran eso. Quería que se atrevieran.
La última vez que hubo un ataque de este calibre a un orfanato fue años atrás, y no pudieron salvar a nadie. Harry no iba a permitir que esta vez se salieran con la suya. Terminarían torturando a los infantes si fallaban en rescatarlos. Terminarían en un destino peor que morir en las llamas. Harry recordó lo que Draco le había contado acerca de Eric, sobre la noche que todo cambió. Algo así le sucedería a esos niños.
—¡Avada Kedavra!
Harry esquivó la maldición rodando en el suelo, y luego le cortó la cabeza a la mujer que trató de darle. Esta salió despedida a unos metros más allá, y Seamus, asqueado por lo que vieron cuando llegaron al orfanato, la pateó con bastante fuerza donde los Mortífagos estaban peleando.
—A ver si eso les gusta.
Harry esbozó una sonrisa montándose en su escoba. Iba a observar el panorama desde arriba. Podía ver gente desapareciendo en la parte trasera del orfanato, por lo que suponía que ya se estaban llevando a los niños a la base. Astoria estaba allí con su capucha blanca puesta, junto a cuatro personas más que Harry suponía que también espiaban para la Orden. Hicieron una especie de fortaleza mágica para que los Mortífagos no pasaran, y eso era lo que había evitado que todos los niños fuesen asesinados.
Harry continuó con la batalla justo después de asegurarse que todo estuviera yendo bien. Oía a Kingsley gritar indicaciones pero estaba muy lejos y era incapaz de escucharlas. Harry se movía rápido, en círculos, buscando las amenazas más brutales para hacerse cargo de ellas.
Fue allí que descubrió… que esa situación era diferente a otras.
Se trataba de un grupo reducido de Mortífagos, no podían ser más de veinte y no estaban llegando más como sucedía en otras luchas; tampoco estos parecían inclinados a llamar colegas. Por alguna razón, eso activó las alarmas de su cabeza, aunque era probable que los Mortífagos sólo estuvieran fuera de control porque Voldemort no estaba presente, y bueno, con el Ministerio destruido, se encontraban más desorganizados que nunca, ¿no? Era lógico.
De todas formas, la sensación de incomodidad no desaparecía. La Orden estaba reduciendo los números rivales salvajemente. Llevaban apenas diez minutos allí, y ya quedaban –máximo– catorce Mortífagos en pie. Harry, incluso, vio cómo dos de ellos tomaban sus escobas y desaparecían, haciendo que las oportunidades de ganarles aumentaran.
¿Por qué?
¿Cuál era el punto de atacar el orfanato, entonces?
¿Por diversión?
Voldemort y sus seguidores hacían eso a veces: matar gente por diversión, organizar cazas, torturar. Pero… ¿mientras peleaban una guerra? ¿Por qué se arriesgarían a morir para atormentar niños huérfanos? Tal como el juego con la cabeza humana, el ataque parecía carecer de un punto.
La crueldad humana no es un sinsentido.
Harry volvió abajo. El olor a humo ya estaba llegando a sus pulmones, y el calor en el aire provocaba que se empapara de sudor. Harry mató a otro de los Mortífagos mientras descendía. La Negris Mortem salió de su boca sin mucha meditación.
—Quedan nueve —Percy dijo cuando Harry llegó a su lado—. Creo que esto es lo más rápido que hemos trabajado.
Harry arrugó el entrecejo. Quizás estaba exagerando y aquello no era extraño en absoluto, sólo estaba acostumbrado a que las cosas costaran más. Era cierto que el combate estaba llegando a su fin; hasta el grupo encargado de rescatar a los niños se encontraba apagando el fuego.
—¡Harry!
Harry miró hacia el centro. Dos Mortífagos más cayeron por la varita de Seamus y Fleur. Esta última azotó la cara de otro con su pie. A un lado, Kingsley y Arthur forcejeaban con dos hombres vestidos con capas negras y Harry se acercó a ellos. De cerca notó que en el pecho de ambos brillaban las insignias en forma de gotas: una dorada, otra roja. Un Electis, y un Nobilium.
Harry se agachó para poder verles la cara.
Entonces, sonrió.
A veces la vida te premiaba con sorpresas.
Dolohov y Macnair le devolvieron la mirada.
—¿No es esto sorprendente? —se burló dándole una palmadita a Macnair en la cara—. Oh, cómo han caído los poderosos.
Dolohov escupió a sus pies y Harry se giró para propinarle uno de los puñetazos más fuertes que dio en la vida. Sus nudillos sonaron, y Dolohov escupió sangre. Harry ensanchó su sonrisa.
—¡Cuidado! ¡Atrás!
La voz de Hermione desde el aire lo sacó de su momentánea victoria, y Harry se giró para encontrar a una mujer que corría hacia ellos. Era la única que quedaba en pie y tenía una mirada furiosa; afirmaba una varita en una mano y una daga en la otra. Estaba malherida.
En un inicio, Harry no la reconoció.
Entonces, la ira comenzó a escalar en su persona como si le hubieran echado gasolina.
Maia Snyde.
Harry formó una mueca iracunda, y sintiendo su magia, agitó la varita en su dirección. Apenas pensó en un hechizo. Apenas pensó en nada. Harry veía el rostro de Ginny en Maia, escuchaba su risa y sus 'te amo' y la promesa de un futuro que ella solía susurrarle antes de ir a dormir. Harry veía a todos los que esa hija de puta había torturado y asesinado.
Estaba sola.
Nadie iba a salvarla.
Maia quedó paralizada en su lugar cuando el conjuro impactó, soltando así la varita y la daga. Cayeron al pavimento abruptamente. Decenas de amarras mágicas empezaron a envolverse en su cuerpo y asfixiarla al punto de que su piel se tornó roja. Una ola de satisfacción le recorrió. Harry se acercó a ella, agarrando el cabello para levantarle la cabeza.
—¿Adónde ibas, Maia? —preguntó Harry, sintiendo la adrenalina latir en sus oídos—. ¿Me extrañaste?
Maia tenía una herida en la frente por haber chocado contra el cemento, y su expresión se encontraba inmóvil gracias al hechizo que Harry había conjurado. Su cara demostraba completa sorpresa: sus labios formaban una «O» y sus ojos estaban abiertos el doble de lo usual.
No esperaba ser atrapada.
—Esto va a ser divertido.
Harry la tomó para llevarla con los otros dos prisioneros ya inconscientes, y les hizo una seña a todos los que estaban repartidos por la calle desierta. Por lo que veía, de su lado no había bajas, sólo unos cuantos heridos, y las llamas del orfanato ya estaban prácticamente extinguiéndose. Kingsley dio indicaciones una vez más y Harry se subió a su escoba para ver qué tal iba el rescate del otro lado; había un gran número de niños y adultos llorando en el patio, pero sin miembros de la Orden a la vista. Era hora de marcharse. Lo mejor era dejar a esas personas ahí, cualquier lugar era más seguro para ellos que el mundo mágico.
Harry volvió hasta los prisioneros, esperando que se reunieran, y cuando Arthur dijo que estaba todo listo, se Aparecieron en la montaña para así regresar a la base.
La rabia y la preocupación no lo abandonaban.
Cuando llegaron a campo abierto no había niños a la vista, sólo los miembros de la Orden faltantes- o al menos la mayoría. Harry caminó hasta donde Hermione se encontraba tratando de regular su respiración.
—¿Dónde están los niños?
Hermione saltó al escuchar su voz, pero no miró hacia arriba mientras respondía.
—Los compañeros de Astoria los pusieron a salvo en el mundo muggle. No pueden entrar al nuestro. Bueno- excepto el niño mágico por el que estaban allí, pero él también fue dejado a salvo.
Harry suspiró, y sus ojos buscaron a Astoria. La encontró sentada en una roca, metros lejos de cualquier persona. Harry caminó hacia ella.
Todo había sucedido demasiado rápido, y la sensación de incomodidad aún no se desvanecía. ¿Mataron a más de una docena de Mortífagos sin bajas, lograron apagar el fuego del orfanato, rescataron a los niños, y además de todo secuestraron tres Mortífagos?, ¿todo esto sin haber ideado un plan antes?
Sonaba demasiado bueno.
Demasiado irreal.
—Astoria…
Astoria, al igual que Hermione, saltó cuando Harry habló. Tenía la cabeza abierta encima de la frente y había rastros de sangre cayéndole en la cara. Estaba tiritando. Harry se preguntó qué tan seguido Astoria se enfrentaba a peleas como la de esa noche.
¿Qué hubiera sido de ella si hubiese estado presente la noche del Valle de Godric?
—Estaban allí antes de que… antes de que yo fuera a buscar al niño para salvarlo —dijo ella, aunque Harry no había preguntado—. Me vieron, y me escondí transformándome en serpiente para llamarlos a ustedes. Me- ellos me vieron, Harry. Me vieron.
A Harry le costó unos segundos comprender por qué Astoria se encontraba tan inquieta, pero cuando lo hizo, pudo sentir su interior contraerse. Recordó a los Mortífagos huyendo de la escena. Recordó que no los mataron a todos.
No solamente sabían que Astoria era animaga.
También sabían que era una espía.
—No me despedí… —Astoria continuó, y un sollozo escapó de su boca—. Mierda. Mierda. Mierda. No les dije nada- ellos no- no sabían. No los volveré a ver. ¿Qué les harán? Ya los castigaron por no ser fieles, ¿qué les harán, ahora que saben que yo…?
Astoria fue incapaz de terminar esa frase y se llevó las manos a los ojos, sollozando en ellas. Harry pasó saliva, sin saber qué hacer o decir. Astoria acababa de ser descubierta, por lo que no podía volver atrás. No podía volver a comunicarse con sus padres, no mientras la guerra no acabara.
Había durado bastantes años sumergida en esa mentira.
Harry puso una mano encima de su cabello con cuidado y comenzó a acariciarlo; se embarró de sangre, pero no le importó. Astoria lloraba con cada milímetro de su ser, todo su cuerpo se movía con su pena. A Harry se le partió el corazón. Nunca antes la había visto llorar.
Suspirando, se dijo a sí mismo que apenas llegaran a la base enviaría un Patronus a Theo para que llevara a Draco.
Sin importar si alguien lo veía.
•••
Theo llegó con Draco casi una hora después. Harry le devolvió sus memorias, como de costumbre, y mientras lo veía recuperarse parado a un lado de Astoria, pudo constatar que como Voldemort aún no regresaba de su viaje, no se encontraba encontraba tan deshecho.
Era una buena noticia.
A Harry le urgía acercarse, besarlo, y repetir una y otra vez que había vuelto a él como prometió, pero en ese instante había cosas más importantes. La desesperación de Astoria era una de ellas.
Cuando Draco se recobró de haber recordado más de un año de su vida y se enfocó en Harry, este le hizo una seña en dirección a Astoria. Ella se tomaba los lados de la cabeza con urgencia, respirando hondo, y Draco pareció entender que algo andaba mal.
—Astoria —dijo él—, ¿estás bien-?
La cabeza de Astoria subió al escucharlo, como si acabara de caer en cuenta de que estaba allí. Avanzó un paso y sostuvo las ropas de Draco, mirándolo directamente a los ojos.
—Tienes que asegurarte de que no les pase nada —imploró—. Por favor, Draco. Ellos no tenían nada que ver. Tienes que asegurarte de que no les hagan nada.
—¿A quién?
—A mi familia…
Harry le explicó lo que había pasado, cómo Astoria tuvo que llamarlos en medio de la noche por el orfanato que los Mortífagos se encontraban atacando. El entendimiento se instaló en las facciones de Draco mientras escuchaba. Tomó los hombros de Astoria para calmarla.
—No creo que les hagan algo, Astoria. Tranquila. Respira —dijo suave. Harry estaba acostumbrado a que le hablara así—. Tu hermana es la directora de El Profeta. Tu padre es un Purificador. Tú eras la única que nunca estuvo metida en nada, te considerarán una oveja negra, algo ajeno a ellos. Tranquila, no los relacionarán.
—Pero, ¿y si lo hacen?
Draco apretó los labios.
—Haré lo posible por ayudarlos.
Astoria soltó un sollozo, y Theo decidió que era su momento de intervenir, llevándola dentro para así calmarla. Harry sentía una presión en el pecho al verla tan desesperada, tan asustada de que algo le sucediera a su familia, pero lamentablemente ese sentimiento se veía algo opacado por el logro de esa lucha: los rehenes que habían obtenido.
—Draco-
Harry fue interrumpido por dos manos fuertes sosteniendo los bordes de su ropa y una boca presionándose contra la suya. Harry se inclinó ante el contacto al instante, como un girasol se inclina ante la luz. Un poco de paz entró a su cuerpo y sus pensamientos racionales se apagaron de golpe.
Sí.
Aquí.
El tiempo que sea necesario.
Harry suspiró en el beso, lamiendo el labio inferior de Draco y dejando que él lo mordiera.
Te amo.
—Hola para ti también —dijo Harry con una sonrisa inconsciente cuando se separaron. Draco la besó también. Oh, Dios, lo había extrañado.
—¿Qué es lo que me ibas a decir? —preguntó Draco dando un paso atrás. Cambiaba tanto cuando no lo estaba sosteniendo… ese hombre lejos de Harry parecía imposible de tocar.
Draco le dedicó una mirada extrañada, casi divertida, y eso fue suficiente para traerlo de vuelta a la realidad. En su cabeza se reprodujo la escena de la lucha, las caras de los muertos. Las cosas habían salido tan… bien.
La incomodidad se posó a un lado del sentimiento de victoria como un recordatorio desafortunado.
—Los tenemos —dijo Harry al final, viendo la cara ajena arrugarse en una mueca de confusión.
—¿A quién?
—Dos Electis. Un Nobilium. —Draco se mostró sorprendido ahora, como si no pudiera creerlo... Y es que era difícil, ¿cómo había pasado? Los únicos Nobilium que fueron capaces de secuestrar habían sido capturados con ayuda de Draco. Eran gente extremadamente protegida. Harry tomó aire antes de continuar, disipando todo pensamiento al decir los nombres—: Dolohov, Macnair, y Maia.
Nunca iba a dejar de parecerle curiosa la forma en que Draco podía parecer dos personas distintas en menos de un minuto.
Las emociones abiertas en su cara se cerraron por completo. Su semblante se hizo duro. Su mandíbula se encajó. Parecía haberse hecho imponente y lejano como una estatua.
El nombre de Maia había provocado eso.
—Llévame con ella —dijo él.
Harry obedeció.
La expectación empezó a crecer en su vientre mientras caminaban hombro con hombro. La asesina de Ginny se encontraba allí, a unos metros debajo de ellos, y Harry podía hacerla pagar y vengarla de una buena vez. Kingsley y Hermione se encontraban con Macnair. Arthur y Ron con Dolohov. Se suponía que a Maia la interrogaría Harry junto a Theo, y que Astoria se metería a la mente de los tres, pero eso no iba a suceder, no mientras Astoria no se calmara, así que no haría nada mal llevar a Draco y ver si podían averiguar algo por mientras.
Tenían tiempo.
Draco no pareció querer ir a ver a su padre o a Goyle, simplemente entró al calabozo y cerró la puerta tras de sí. Harry siguió su mirada, y vio el momento exacto en el que sus ojos se posaron en la mujer tras las rejas, completamente inmóvil contra la pared. La celda estaba limpia, y debido a todos los prisioneros que se estaban acumulando en la mansión, estaban comenzando a hacerse escasas. En un futuro tendrían que empezar a juntarlos en una sola celda, o matar a los que ya no les sirvieran.
—Oh, qué sorpresa —dijo Draco deleitado, y la cabeza de Maia, la única parte que podía mover, se levantó de golpe al escucharlo—. De todas las personas, nunca pensé ver a esta perra en estas condiciones.
—Traidor de mier-
Harry agitó la mano y los labios de Maia se sellaron. Nunca se cansaría de eso, de hacer callar a los que creían que tenían el derecho de decir lo que querían. Ver cómo sus caras llenas de altanería se transformaban en ira, era un regalo. Sin embargo, cuando abrió la reja para que pudieran ingresar, Harry pudo detallar que el gesto en la cara de Maia… no era de rabia, sino de miedo.
Draco le provocaba miedo.
La mayoría de los prisioneros Mortífagos solían mostrarse engreídos o enfurecidos cuando eran apresados, cuando eran descubiertos en sus mentiras. También había que admitir que la mayoría que fueron apresados, subestimaban a Draco…
Pero al parecer Maia no, Maia sabía de lo que era capaz. Esta apegó la cabeza a la pared como si eso la fuera a alejar de ellos.
—¿Qué tal estás, Maia?
Draco esbozó una sonrisa, dura y cruel. Harry podía sentir que Maia temía por su vida, y si era honesto, se alegraba. Ojalá llorara e implorara piedad después de todo lo que había hecho.
—Voy a disfrutar esto, ¿lo sabías? —Draco continuó, y Maia bajó la cabeza—. Voy a disfrutarlo. Voy a hacer que ruegues por mi perdón, por lo que me grabaste en la piel. ¿Qué tal te parece esa idea?
Los ojos de Harry se movieron a su torso, comprendiendo a qué se refería, y otra oleada de furia lo atacó. ¿Ella fue la que hizo eso? ¿Ella junto a Voldemort?
Había dañado a las personas que amaba ¿dos veces?
—Está bien. —Draco pasó la lengua por sus dientes delanteros, bañándose del miedo de Maia—. Comencemos.
Harry agitó la mano para deshacer el conjuro de sus labios, y esperó que Maia soltara algún insulto, se puso a un lado de ella para impedirlo con una bofetada. Pero los ojos de Maia estaban fijos en Draco, temerosos. No iba a decir demasiado. No parecía querer decir nada.
—¿Sabes dónde se ha ido tu Señor, Maia? —preguntó Draco sonando aburrido. No habían acordado cómo sería el interrogatorio, pero suponía que Draco estaba acostumbrado a esto, y por esa razón tomaba la palabra.
Su estómago se revolvió ante ese pensamiento.
—¿No es el tuyo también? —replicó Maia con presunta acidez, que habría resultado más convincente si su voz no temblara.
—Responde la pregunta.
—No lo sé.
—¿Cómo? —Draco puso la oreja en su dirección, como si hubiera oído mal.
—No lo sé.
—Oh —murmuró. La sonrisa maliciosa se hizo más grande mientras la apuntaba con la varita—. Qué mal.
Un segundo más tarde, el cuerpo de Maia estaba agitándose entre las cadenas.
El Crucio era visible. Las venas de su frente y de sus brazos se marcaron, y debido a la fricción, la piel de sus muñecas estaba quedando a carne viva. Harry no podía decir que sentía lástima por ella.
—¡No lo sé! —comenzó a gritar Maia—. ¡No lo sé, no lo sé, no lo sé! Hijo de la grandísima pe- ¡Joder!
Draco rio. Harry nunca lo había escuchado reír así. Hizo que los vellos de su nuca se erizaran y que por unos momentos no reconociera que el sonido venía de él. Draco paró la maldición un segundo más tarde, aunque eso no significaba nada, este era el puro comienzo. Se acercó más a Maia cuando esta bajó la cabeza, agachándose para colocarse en su rango de visión.
—Pongámoslo mejor… —Draco dijo, palmeando su cara—. ¿Sabes qué fue a hacer?
Maia no contestó, y Harry la agarró del cabello para que mirara hacia el frente. Ella había hecho lo mismo con Ginny cuando le quitó su ojo, Harry lo recordaba. Lo tenía grabado a fuego en la memoria.
—¿No? —Draco la miró directamente a la cara. Maia soltó un pequeño sollozo—. ¿No se te viene nada a la mente?
Otro Crucio.
Harry dejó caer su cabeza para dejarla agitarse. La escuchó chocar contra la pared, vio la sangre correr por sus muñecas y tobillos, mientras le pedía a Draco que parara.
Eventualmente, Draco cortó la maldición.
—¿No sabes qué es lo que tu Señor está buscando? —volvió a preguntar.
Incluso bajo el miedo, incluso bajo la pérdida de la esperanza, Maia tenía la misma expresión del día que los había traicionado, ocho años atrás. Harry miraba a su cara y sabía que era idéntica, que probablemente en su mente decía: "Bueno, pueden matarme, pero valió la pena. Ginny está muerta, y tú tendrás esas cicatrices de por vida".
De por vida.
Se sintió temblar de la rabia.
—Su ojo —Harry dijo abruptamente, dejando el lado de Maia para ponerse en el de Draco.
—¿Qué?
—Lo último que le hizo a Ginny antes de matarla fue quitarle un ojo —le respondió Harry, cruzándose de brazos—. Seguro no lo extrañará, ¿o sí?
—¿Es eso cierto, Maia?
Si fuera posible, Harry habría jurado que Maia se puso más pálida. Una parte dentro suyo se alegró genuinamente de que así fuera.
—¿Lo hiciste con un hechizo? —Draco continuó hablando, dando un paso más cerca—. No, eso sería demasiado digno, ¿verdad? Lo hiciste a mano.
Maia no respondió, sabía que no le convenía. Sabía que decir cualquier cosa sería peor.
Jodida cobarde.
—Lo hizo con una daga —Harry respondió en su lugar, y la mujer cerró sus ojos.
—¿Con una daga? Bien…
Harry nunca había sido demasiado bueno en las Transformaciones, pero aparentemente Draco sí lo era. Tenía sentido, después de todo, creaba hechizos y maldiciones: debía aprender bien las Transformaciones para que resultaran. Draco atrajo una de las viejas sillas afuera de la celda y apuntó la varita hacia ella, transformándola en un cuchillo.
Harry sintió una punzada en el pecho al pensar que McGonagall habría estado orgullosa.
—¿Qué está haciendo el Señor Tenebroso? —preguntó Draco, llevando la daga hasta el ojo de Maia, lo suficientemente cerca para asustarla pero no para herirla.
—¡El Lord nunca le dice nada a nadie!
—Última oportunidad: ¿qué es lo que sabes acerca de los planes del Señor Tenebroso?
—¡No sé nada!
—Uh. Respuesta incorrecta.
Entonces, y sin un atisbo de piedad, Draco enterró el filo en su ojo.
Incluso Harry saltó cuando la sangre de Maia salpicó la cara de Draco. Le habría gustado avistar en él la misma furia que Harry sentía, o incluso, que fuese notorio su deseo de venganza. Pero no, la expresión de Draco era completamente neutral, como si aquello no fuera nada del otro mundo.
Apenas parpadeaba.
Maia gritó agitándose en las cadenas, mientras Draco enterraba aún más la daga en su ojo. Harry tuvo que apartar la mirada.
Creía que lo disfrutaría más.
Le gustaría que Maia peleara. Sería más fácil.
—¿Qué está haciendo el Lord? —Draco volvió a interrogarla, bajo y resonante, pero oyéndose incluso en medio de los sollozos.
—¡No lo sé!
—El problema es, Maia, que no te creo.
Harry miró justo en el momento que Draco daba un paso atrás.
No retiró la daga. La dejó allí, incrustada en el ojo de Maia mientras ella pedía que se la sacaran. Harry casi pudo jurar que las comisuras de Draco se elevaron ante la escena, pero sólo había sido su imaginación, porque el rostro completo de Draco era un glaciar. No mostraba nada. No parecía tener más sentimientos de los que tendría un arma de metal.
—¿Eso no es suficiente? —Draco preguntó, agitando su varita para que Maia tuviera que mirarlo.
—Basta- no- no sé- no voy a hablar-
—¿Oh?, ¿estás segura?, ¿quieres ver cómo te demuestro lo contrario? —Maia sollozó anticipadamente y Draco enarcó una ceja—. Veritatis Dolorem.
Maia empezó a llorar.
De verdad empezó a llorar.
Harry se quedó muy quieto, sabiendo que dentro, sus órganos estaban siendo perforados, y que por eso la sangre estaba saliendo de su boca a borbotones. Si eso estaba pasando, era porque sí tenía cosas para decir, pero no quería hacerlo. Mentía al decir que no sabía nada.
Sin embargo, en vez de querer que Draco siguiera hasta que ella confesara, Harry deseó que se detuviera.
Quería verla sufrir, sí, pero ver ese sufrimiento ser causado por la mano de Draco era más difícil de lo que había creído.
—¿Aún no vas a hablar? —se burló Draco mientras Maia gritaba y sollozaba—. ¿Esto no es suficiente para ti?
Draco mantuvo la maldición. Maia gritaba que no sabía nada. Harry se dedicó a observarlo a él. Su cabello estaba perfectamente peinado. sus ojos parecían vacíos. Había sangre salpicando su rostro y lucía más alto de lo que en realidad era, enfundado en esa túnica negra hasta el cuello. Harry vio su broche del Nobilium brillar. Draco parecía estar haciendo algo tan cotidiano como comer, lavarse los dientes o dormir.
Draco no sentía nada frente a esta tortura. Harry dudaba que incluso sintiera rabia.
Simplemente, ese sufrimiento… le daba igual.
Casi un año atrás, cuando lo vio abrir una ejecución, tenía esa misma mirada. Harry recordaba haber pensado que Draco era inhumano, que aunque no hubiera matado a nadie, era un asesino. Con el paso del tiempo aquella imagen se había distorsionado hasta el punto en que olvidó que Draco podía verse así. Que Draco inspiraba terror en la gente. El mismo Harry estaba reprimiendo un escalofrío.
—¿No?, ¿todavía nada? —Draco dejó salir un suspiro al ver que la maldición no funcionaba, y se giró a él—. Harry, suéltala.
Harry parpadeó varias veces volviendo al presente. Había estado tan enfrascado en observar a Draco, que olvidó que el punto de todo eso era obtener información. ¿Lo que Draco planeaba hacer a continuación era para vengarse, o para hacerla hablar?
—¿Estás seguro? —preguntó con un pequeño malestar. Draco parecía otra persona.
—No hay forma de que escape.
No era eso a lo que Harry se refería, pero obedeció de todas formas.
Cerró la puerta de la celda, aún sabiendo que era improbable que Maia huyera gracias a lo débil que se encontraba. Con otro movimiento de mano, las cadenas dejaron de afirmarla y ella cayó al suelo con un ruido sordo. Harry no sentía pena, era la situación lo que lo tenía… no sabía- pero no estaba cómodo.
—¿Quieres hablar ya? —Draco preguntó, arrodillándose frente a ella. Harry era incapaz de apartar la mirada.
—Jó… dete…
Por un breve instante se preguntó si una de las razones de Maia para no hablar era por Harry, porque él había matado a Selwyn todos esos años atrás, quien era la razón principal por la que Maia los traicionó. Sin embargo, lo descartó. Los Mortífagos no se amaban más que a sí mismos, simplemente estaba siendo leal a su Señor.
—Tomaré eso como un no. —Draco apuntó la varita a ella. Harry sabía que existían un montón de maldiciones para torturar, así que no se esperó que lo próximo que saliera de sus labios fuera un—: Imperius.
El mundo pareció quedarse bastante quieto después de eso. Maia cayó ante la maldición fácilmente y se quedó inmóvil. Su respiración pesada se calmó, sus gritos cesaron y su llanto se detuvo. Maia simplemente se quedó tendida allí, quizás luchando por liberarse dentro de su cabeza.
Harry se preguntó cómo Draco podía efectuar un Imperius sin que le temblara la voz, sabiendo que su padre perdió la cabeza por uno.
—¿Estás seguro de que no se va a librar? —Harry preguntó, rodeando la celda para poder verlos a ambos. Draco no lo miró mientras respondía.
—No es tan buena bruja como parece, y está demasiado débil para liberarse.
Maia se levantó y retrocedió un paso, seguramente obedeciendo un comando no verbal. Su cara estaba hinchada, amoratada, y la sangre todavía escurría de la daga. Pero al menos, había silencio.
—Dime la verdad sobre tu Amo.
El rostro sereno de Maia se curvó, denotando que estaba luchando contra la maldición. Apretaba los dientes. Harry vio su pecho subir y bajar mientras emitía un chillido, como si le doliera contener la verdad. Draco parecía estar esperando esta reacción.
—Valía la pena intentarlo —dijo, encogiéndose de hombros. Movió la varita—. Toma los grilletes, Maia.
Maia obedeció, tomando las pesadas cadenas reforzadas con magia donde antes había estado apresada. Su mano se envolvió en el inicio, donde iban las muñecas. Harry no sabía qué pretendía Draco, y fuera lo que fuera, tampoco sabía qué pensar.
—Golpéate con eso en la cara. Fuerte.
Y Maia obedeció.
Tomó todo de Harry para no encogerse ante el sonido del fierro chocando contra su nariz, rompiéndola. Detalló la sangre brotar de los orificios, y la herida que apareció en su puente por haber fracturado el hueso. Todavía escurría líquido rojo de la boca, y ahora aún más.
—Dime adónde fue el Señor Tenebroso, Maia.
Ella apretó los labios, luchando. Draco resopló.
Maia volvió a golpearse.
Esta vez, un diente voló lejos de su boca. Harry tuvo que cerrar los ojos.
—Dime qué está buscando el Lord.
Más resistencia de parte de Maia.
Otro golpe.
—Dime qué es lo que tú sabes.
Nada.
Y otro golpe.
La cara de Maia estaba hinchándose. Casi cada porción de esta se encontraba malherida y llena de sangre. Harry trataba de pensar en Ginny, en el orfanato, en las heridas de Draco, pero mientras más miraba a Maia más… humana se le hacía. Menos caricaturesca.
Estaba actuando como un ser humano. Estaba sufriendo y sangrando como un ser humano.
Draco volvió a golpearla.
Bueno, él no, técnicamente. Maia tomó el grillete de hierro y se dio a sí misma. Harry observó con horror cómo ese golpe le destrozó la nariz, al punto de que no era nada más que un trozo de carne aplastado contra la piel.
Lo peor de todo, era que Draco no había parpadeado una sola vez.
—¿Aún no piensas hablar?
Maia no respondió.
Y volvió a estampar la cadena de fierro.
Un pedazo de carne se enganchó a esta como si se tratara de un hilo.
Y luego se dio otro golpe.
Y otro.
Y otro.
Harry apenas reconocía su cara.
—Por- fa- por- —dijo ella casi agonizante. Draco ni se inmutó.
—Responde.
Maia estaba temblando. Lo único que la prevenía de gritar era el Imperius puesto en ella. Harry apostaba que apenas podía ver, que apenas podía respirar o pensar algo más allá del dolor.
Draco movió la varita y Maia levantó el grillete
—Draco —Harry le puso la mano encima del brazo. Draco no le prestó atención, dirigiéndose a Maia.
—¿Qué está buscando?
—Bas… ta… —Maia imploró. Su labio inferior temblaba; tenía miedo de dejar caer el fierro.
—¿Estás pidiendo piedad? —Draco rio. A Harry le habría gustado que se riera de verdad, que aquello le estuviera causando gracia o algo en absoluto. Pero el sonido salió tan seco como el resto de sus palabras—. Responde.
Maia no lo hizo.
Draco la obligó a propinarse otro golpe.
Harry tenía el estómago revuelto. El dolor de Maia había roto el Imperius para salir, haciéndola gritar hasta dañar su garganta. Su ojo también se estaba deformando, se estaba destruyendo. Harry dudaba que volviera a ver después de esto.
Maia escupió otro diente.
—Responde.
Golpe.
—¿Quieres que te mate?
Golpe.
—¿Quieres morirte, hija de puta?
Golpe.
—Draco. —Harry apretó la mano encima de su brazo. Maia estaba al borde de fallecer.
—¿Qué es lo que sabes? —Draco lo ignoró.
—Van a… van a… per- perd- per-
Golpe.
La cara de Maia ni siquiera parecía humana.
—¡Draco! —Harry se puso frente a él a la desesperada. Para ese punto no sólo tenía que ver con lo que estaba provocando en Harry verlo así, sino que Maia no podría darles información si quedaba inconsciente. Si moría.
Draco trató de esquivarlo para así poder enfocarse en ella. Maia se había quedado muy tranquila, emitiendo un sonido sibilante.
El sonido era ella intentando respirar.
—¡Detente! —Harry gritó—. ¡Esto no es quien eres!
—Esto es exactamente quien soy.
Su voz había sonado apenas más fuerte que un susurro, peligrosa.
Harry retrocedió un paso.
Ambos iban a cumplir veintisiete ese año. Lo conocía hacía casi dos décadas. Harry lo vio en sus mejores y en sus peores momentos. Harry lo reencontró y le llamó la atención su cambio; quiso saber por qué la gente lo respetaba y cómo había sucedido después de lo patético que fue durante la adolescencia. Y Harry lo había entendido; entendió qué veían las personas cuando miraban a Draco. Lo respetaba.
Pero nunca antes había sentido miedo al mirarlo.
Harry no era alguien que sintiera miedo. Pocas veces lo sentía, en realidad. No a personas. Nunca le había tenido miedo a personas. En ese instante no le preocupaba que Draco pudiera hacerle algo a él, Harry sabía que no lo haría, y si lo intentaba, podía detenerlo.
Lo que le dio miedo, era que no sabía hasta dónde era capaz de llegar.
A Harry le dio miedo pensar que quizás la oscuridad dentro suyo era más grande de lo que había pensado.
Siempre se había dicho a sí mismo que salvaría a Draco de lo que fuera, de absolutamente todo.
¿Pero qué pasaba, cuando la persona de quien tenía que salvarlo era él mismo?
Se miraron el uno al otro por una infinidad. Harry podría haber apostado que un universo explotó en otra parte de la galaxia mientras Draco y él se observaban. Harry buscó con la mirada algún rastro del hombre que había llorado entre sus brazos, o el que lo había besado cuando llegó… pero en ese momento no estaba.
—Después —le espetó secamente a Draco, dándole la espalda.
Maia estaba en el suelo, y Harry supuso que la Imperius había sido cortada. No se molestó en volver a aprisionarla, estaba demasiado débil. Lo que necesitaba era terminar con eso rápido para que los medimagos la salvaran, porque de verdad parecía a punto de morir, y si eso pasaba, sin importar qué dijera Draco, sabía que nunca se perdonaría a sí mismo.
Harry se arrodilló, decidiendo hacerse cargo él de la interrogación. Quizás eso tuvo que haber hecho desde el principio.
—Podría matarte, ¿sabes? —murmuró lentamente, ignorando la presencia de Draco a sus espaldas—. Tenemos un Nobilium. Tú eres sólo una Electis y sin importar lo grande que te creas, todo lo que él te haya confiado a ti, ya se lo confió a alguien más importante que tú.
Maia no contestó; su rostro daba al suelo. Harry no podía mantener la mirada en su cara hecha añicos sin que quisiera vomitar.
—Así que podría matarte, Maia —continuó—. No lo haría rápido, lo sabes. Haría que cada momento valiera la pena. Que el sufrimiento valiera la pena, por lo que has hecho. Está en tus manos decir lo que sabes, pero te aseguro que él no va a venir a rescatarte.
Draco hacía un buen trabajo, eso Harry lo sabía.
Draco quebraba las mentes de las personas como él pocas veces había visto que alguien pudiera hacer. Se inmiscuía en sus vidas y en sus pensamientos y asesinaba sus esperanzas. Harry recordó haber pensado acerca de él como un asesino de almas. Era una descripción acertada.
Porque Maia, quien Harry creía que no tenía corazón, parecía totalmente destrozada en ese instante.
Suponía que el dolor era demasiado, que todo era demasiado. Lo que fuera, había servido para que traicionara a su Señor.
—La… Mansión… La Mansión Potter… —comenzó a decir casi inteligiblemente. Su voz estaba acompañada de un silbido.
Harry soltó un montón de aire que no sabía que había estado sosteniendo, porque- ¿qué hubiera hecho si Maia se negaba?
¿Qué hubiera hecho Draco?
—El Lord- un objeto- un objeto… de la casa Black-
Maia empezó a hablar tonterías, y Harry supo que era mala señal.
Prácticamente corrió hasta los pisos superiores para buscar un sanador y así salvarla de la muerte.
No era ningún secreto que esta y Harry tenían un acuerdo.
•••
—¿Por qué me estás mirando así?
—Sabes por qué.
Draco estaba apoyado en la pared de las mazmorras cuando Harry volvió de dejar a Maia con los medimagos. Sus brazos estaban cruzados encima del pecho, el cabello peinado hacia atrás, y tenía una expresión cerrada. Dura. A Harry le costaba trabajo acoplar esa imagen de Draco, el cual tenía salpicaduras de sangre en el cuello, con el hombre que susurraba palabras de consuelo contra su oído.
—Casi la mataste —dijo Harry cautelosamente. Draco rodó los ojos.
—Y lo disfruté.
Harry recordó cómo se había visto las dos veces que Draco colapsó entre sus brazos, cuando el peso de lo que había hecho le carcomía la conciencia. Recordó las palabras de Voldemort en el pensadero, y cómo Harry pudo detallar la forma en la que su cara, incluso sin recuerdos, se tornaba nauseabunda ante la idea de parecerse algo a él.
Y ahora estaba allí, diciendo que disfrutaba haber deformado a alguien.
—¿Olvidaste cómo me veo, cuando torturo a las personas? —Draco espetó, haciendo una mueca desagradable—. ¿Cuando dices que las cosas que hago te dan igual, se te olvida que es esto a lo que te refieres?
Harry frunció el ceño. No es que le molestara que hubiera sido Maia, a Harry le daba completamente igual. Lo que le preocupaba era que por un segundo, había temido por Draco. O le había temido a él. Lo que le pasaba, era que lucía demasiado distinto a cómo Harry se había acostumbrado a verlo.
Pero tenía razón.
Esto era lo que Draco hacía cuando estaba lejos de él, y no estuvo completamente consciente de ello antes.
—Me gustó escucharla gritar. Me gustó escucharla llorar y me gustó verla sufrir. Y no me arrepiento, así como no me arrepiento del resto-
Harry negó con brusquedad.
—¿Podrías no…?
—¿No qué?
—¿No fingir conmigo? —Draco se giró a verle. Harry aún no podía dilucidar bien su expresión—. ¿Podrías no pretender que te da igual la gente que has herido?, ¿los inocentes? Porque ambos sabemos que eso no es verdad.
Se observaron unos minutos. Las líneas duras en el rostro de Draco se tensaron y su barbilla se alzó, como si lo que estaba diciendo fuera una tontería.
—¿Qué esperas que diga, Potter? —Harry apretó las manos en los costados ante el apellido—. ¿Quieres que pida disculpas cuando ambos sabemos muy bien que se merece cosas peores? ¿Qué esperas?
La respuesta era simple.
Que las cosas sean más fáciles.
Harry no le dijo eso, desde luego. Draco lo tomaría de mala forma y ya estaba lo suficientemente lejos de él para alejarlo aún más. Una parte de sí pensaba que quizás esa era la idea, eso era lo que Draco quería.
Y tal vez tenía razón.
—¿Quieres que cambie? —continuó este, con su voz rozando en lo cruel—. ¿Quieres que sea mejor persona?
Harry apretó los puños más fuerte, porque, ¿cuándo carajos él le había insinuado algo parecido? Simplemente- simplemente le había sorprendido lo que sucedió, eso era todo. Le molestaba más la actitud que Draco estaba teniendo en ese instante que la que había mostrado allá adentro, la verdad.
—¿De pronto te diste cuenta de que no sabías qué acarreaba decir que te daba igual lo que soy?, ¿lo que he hecho?
Draco se fijó en cómo Harry apretaba las manos, y su magia tuvo que haberse hecho algo más intensa, porque su cara cambió. Harry trató de calmarse, verdaderamente intentó. Su tono indiferente le estaba jodiendo; era como si Draco se estuviera dirigiendo a un compañero en vez de- lo que sea que ellos fueran.
—¿Quieres acabar esto? —preguntó él entonces, con voz distante.
Harry sintió algo frío instalarse debajo de su piel.
—No.
La respuesta fue automática.
No.
Te quiero aquí, conmigo.
Siempre.
Sólo me gustaría que fuera más fácil.
Me gustaría que todo lo que hago no se sienta como una pelea más.
Draco asintió ante su respuesta, aunque su expresión helada no se desvaneció. Harry no sabía qué hacer, no sabía qué pensar de lo que acababa de decir o cómo olvidar su expresión cuando vio que el cráneo de Maia estaba casi perforandose.
—Sólo- necesito… joder. —Harry pasó una mano por su cabello—. Necesito un poco de tiempo.
Supo que había dicho lo incorrecto, cuando el poco avance que logró entre Draco y él se esfumó de golpe. Harry no se refería a que necesitaba tiempo de ellos dos y de lo que tenían, sino en ese instante, en ese momento necesitaba tiempo.
Draco lo malinterpretó.
—Me voy en un rato, y pasarán semanas antes de volver a vernos —dijo con desagrado, como si se estuviera dirigiendo a un desconocido—. No te preocupes, tendrás tiempo de sobra.
—Draco…
—Tal vez lo mejor es terminar las cosas —continuó él, y Harry sintió ese frío de nuevo—. Ambos sabíamos que esto no iba a durar. Lo mejor es acabar con nuestra miseria antes de-
—¿Miseria? —Harry lo interrumpió. Su corazón se hizo pequeño—. ¿Te hago sentir miserable?
Si era así, entonces no servía de nada seguir juntos. La guerra, el derramamiento de sangre… ya era lo suficientemente miserable. Había pensado que durarían hasta la última batalla, pero estaba claro que Draco nunca creyó en ellos, nunca pensó que perdurarían en el tiempo.
Harry lo amaba, no podía ser más claro.
Siempre jodía no ser amado de vuelta.
Draco detuvo lo que sea que iba a decir al ver su expresión, pero sólo para suspirar bruscamente. No quedaba un rastro de piedad en ese gesto mezquino.
—No.
Harry lo miró de lleno. Los bordes alrededor de los ojos de Draco se habían suavizado, pero lo que acababa de decir aún resonaba en su cabeza. Había sonado como si lo dijera en serio. Harry creía que lo decía en serio.
—¿Quieres terminar las cosas?
Pasó un momento en el que Draco no dijo nada. No fue tan largo, aunque sí lo suficiente para que Harry sintiera que el mundo se le caía encima. Bien. Podía soportar esto, ¿no? Al menos no estaba muerto, al menos no lo había perdido. Harry era capaz de sobrellevar una ruptura. ¿Siquiera era una ruptura…?
Acabó asintiendo; aguantó las ganas de tirar todo abajo luego de darse media vuelta.
—Está bien-
—Mierda, no, espera. —Draco tomó su brazo antes de que Harry pudiera alejarse. Su garganta se sentía apretada—. No quiero. Harry- soy un hijo de puta, lo sé. Lo siento. No quiero. No- no te vayas. Por favor.
Su voz rozaba la desesperación, rompiendo todo el frío de segundos atrás, por lo que Harry tuvo que obligarse a creerle. Los ojos de Draco se veían suplicantes y el agarre de su brazo era insistente. Su fachada se había desvanecido, dejándolo a carne viva ante su mirada. Quizás esa era la tercera vez en la vida que Harry lo escuchaba decir lo siento.
—No puedo- no puedo hacer esto sin ti —Draco siguió al ver que Harry no se movía—. Eres lo mejor que me ha- yo- joder. Mi vida es tuya, Harry. Yo soy tuyo. No- no- no quiero que te vayas.
Harry dejó salir un suspiro tembloroso, que de alguna forma ayudó a aliviar algo de la tensión que tenía dentro. Se volteó para encarar a Draco, tratando de olvidar y dejar que el alivio lo bañara. Por poco lo había perdido. Todaví estaba molesto, pero-
Mi vida es tuya.
Yo soy tuyo.
—No estaba hablando de darnos un tiempo —Harry dijo, felicitándose a sí mismo porque su voz salió estable—. Estaba hablando de que necesitaba unos minutos ahora mismo, para poder calmarme y pensar.
Fue notable la forma en que los hombros de Draco bajaron y su mandíbula se desencajó.
—¿Quieres que me vaya? —preguntó él calmadamente—, ¿para que puedas pensar?
Harry lo analizó. El enojo aún bailaba dentro suyo. Su mirada volvía a estar en blanco, aunque sus ojos ya no tenían el borde cruel de minutos atrás. Estaban cerca. Harry podía sentir el olor a menta que expedía, y sus labios abiertos no hacían más que llamarlo.
Joder, es precioso.
Es precioso.
Es mío.
—No —Harry respondió, sabiendo que eso era una batalla perdida contra sí mismo—. Quédate.
Te amo.
Draco pasó saliva, y con cuidado, llevó una mano hasta la mejilla de Harry para así acunar su rostro. Harry se inclinó ante el contacto, cerrando los ojos y esperando lo que quería. Lo que ambos querían.
Segundos después, los labios de Draco estaban sobre los suyos.
Quédate.
Por favor, quédate.
Quiero estar contigo hasta que los mares se sequen y la luna brille más que el sol.
Por favor, Dios- o lo que sea que esté allá arriba- déjame tener esto un minuto más.
Sólo un minuto más.
—Creí que te iba a perder. Dije- dije- —Draco susurró, dejando un beso en medio de cada palabra. Todavía sonaba desesperado, como si se estuviera ahogando en un océano—. Dije: si permito que dé la vuelta, lo voy a perder. No puedo perderte, Harry. Simplemente no puedo.
Harry sintió que su garganta ardía, y no tenía la menor idea de por qué aquellas palabras dolían, pero eso era lo que provocaban en él. Su pecho parecía estallar, como si las emociones fueran tan grandes que era imposible guardarlas dentro.
—Siempre voy a estar aquí —Harry dijo lentamente, y Draco volvió a besarlo—. No me puedes culpar porque por un minuto vi algo que no esperaba ver, pero no trates de pretender que yo no sé lo que has hecho. Te vi con Yaxley, con Rookwood, con Goyle. Vi tus recuerdos con McGonagall, ¿lo olvidas? Así que cállate y no trates de aparentar que esto es más de lo que puedo manejar.
Draco dejó escapar una risa seca antes de besarlo de nuevo.
—Lo siento.
—¿Por qué te estás disculpando?
—Por haberte subestimado.
—Mejor discúlpate por haber actuado como un imbécil.
Draco esbozó una sonrisa. Pequeña, pero presente.
La amaba.
—Lo siento. Lo siento por todo.
Había tantos hechos que cabían en esa simple frase. Draco no se refería sólo a ese instante, y el corazón se le apretó al pensarlo.
—Te extrañé —Harry dijo inconscientemente mientras cerraba sus ojos.
—Creí que iba a perderte.
—No, no lo harás, mi vida es tuya. Cuando aseguro algo no me lo tomo a la ligera; si te digo que mi vida es tuya, lo digo en serio, Draco.
Dejó que las palabras se estrecharan entre ambos.
Sí. Draco había torturado a alguien hasta casi la muerte, y apenas parpadeó. Draco había hecho eso centenares de veces con el transcurso de los años. A inocentes. Por un momento Harry creyó estar viendo a otra persona.
Pero seguía siendo él.
Y Harry no lo amaba a pesar de eso, ya lo había dicho, lo amaba con eso. Increíblemente lo amaba con lo bueno, con lo malo, con todo lo que abarcaba ser Draco Malfoy. Era todo lo que tenía. Harry no sabía cómo había caído tan fuerte por ese hombre, pero lo hizo, y quizás fue un error, aunque jamás podría arrepentirse.
Sin importar el costo.
Sin importar las vidas que tuviera que dar a cambio de no dejarlo ir.
—Ven —Harry dijo al final, dando un paso atrás—, vamos a buscar a Kingsley.
Borró la imagen del rostro desfigurado de Maia de su cabeza y subió los escalones que llevaban al primer piso, recordando lo que esta había confesado al final. Harry recorrió la mansión junto a Draco, quien estaba limpiando los restos de sangre con un hechizo, y salió afuera luego de que le dijeran que Kingsley estaría allí.
Y efectivamente, ahí estaba. Se encontraba a un lado del invernadero, conversando seriamente con Hagrid. Seguro hablaban acerca de Grawp. Hagrid se puso pálido cuando los vio acercarse.
—Maia confesó —soltó Harry cuando estuvo a la distancia suficiente para ser oído. Kingsley levantó las cejas.
—Vaya, eso les tomó un tiempo…
Harry arrugó la frente, sintiendo a Draco posarse a un lado de él.
—¿Qué quieres decir?
—Dolohov y Macnair no resistieron casi nada —Kingsley respondió encogiéndose de hombros—. Veinte minutos y ya estaban confesando lo que sabían.
—¿Qué?
Aquello no le gustaba.
—Sí, pero bueno, tampoco nos dieron demasiado… —Kingsley volvió a encogerse de hombros, como si no fuera gran cosa. Harry entrecerró los ojos, había algo extraño en esto—. ¿Qué se supone que saben ustedes?
—Ella mencionó la Mansión Potter —Draco respondió.
—Al igual que estos dos.
—Y dijo que allí está el objeto que hemos estado buscando. Perteneció a la Casa Black.
Kingsley se demoró unos segundos en entender, pero cuando lo hizo, sus cejas volvieron a levantarse casi exageradamente. Harry asumió que ellos no habían obtenido esa información.
—Oh… Qué bueno, entonces…
Sin embargo, ¿no fue demasiado fácil? No la parte de Maia, sino el resto. Todo había resultado demasiado… ¿perfecto?
¿Veinte minutos?
¿Los otros confesaron después de veinte minutos?
—Tiene sentido, eh.
Harry, quien se había quedado pegado mirando el pasto, levantó la cabeza cuando escuchó a Hagrid.
—¿Qué cosa?
—Que esté en la Mansión Potter.
Harry no comprendía.
—¿Por qué?
—Cuando Dumbledore me envió a las colonias de gigantes, ya saben, diez años atrás, él se dedicó a buscarles regalos. No sé si te había contado, Harry, pero para poder negociar con los gigantes necesitas darles un regalo que- bueno, da igual. —Hagrid agitó la mano, dando a entender que eso no importaba. Harry tenía un recuerdo vago de lo que estaba diciendo—. Él me mencionó que el lugar de donde había salido ese regalo era de la Mansión Potter, pero que le había costado demasiado trabajo hallarlo. Es una fortaleza casi impenetrable y no deja pasar el mal o la magia oscura porque los Potter juraron su lealtad hacia la luz. Supongo que allí hay un montón de cosas que se pueden esconder.
Harry analizó sus palabras. Aún le escocía saber que se estaba enterando de todo eso ahora, después de más de veinte años de edad. Nadie le dijo que tenía un hogar. Nadie le explicó nada de eso, y Dumbledore lo sabía. Nunca le contó que en la casa de su familia había colecciones de objetos importantes. De ser así, quizás la guerra habría tenido un resultado distinto.
—Los Potter y los Black se unieron en un punto —dijo Draco de repente—. Lo recuerdo, generaciones y generaciones atrás. Dorea Black y Charlus Potter.
Harry sacudió la cabeza.
—¿Entonces ustedes creen que…?
—Que el objeto para encontrar a Nagini está ahí, sí —Draco confirmó, y Harry pasó una mano por su cabello.
—Joder.
—Quizás madre lo sabía, pero borró esas memorias —continuó—, y quizás Tom la necesitaba para ocupar el objeto, por eso también la mantenía viva.
—Nosotros tenemos a Andrómeda.
Draco asintió ante sus palabras, y aunque todo calzaba, aún había un sentimiento que no se le iba a Harry del estómago. Todo sonaba demasiado… ¿bueno? No lo sabía.
—Hay que convocar a una reunión, entonces.
—¿Están seguros de esto? —Harry preguntó cuando Kingsley se dio media vuelta.
—¿Qué?
—¿Están seguros de que este verdaderamente es el plan de Tom?
Todo sonaba demasiado fácil.
—¿Se te ocurre otra teoría?
Harry rebuscó en su cabeza, una y otra vez, pero nada se le venía a la mente. Tenía sentido lo que acababan de concluir, pero en vez de hacer sonar las campanitas en su cerebro, sólo activaba sus alarmas.
—No.
Kingsley asintió.
—Iré a programar la reunión, entonces.
Harry miró a Kingsley desaparecer dentro de la mansión, y trató de convencerse a sí mismo de que eran sólo sus ideas. Cuando miró hacia el frente, descubrió que Hagrid estaba haciendo una pequeña reverencia para así dejarlos solos. Se encontraba enfundado en un pijama. La mayoría de la mansión estaba durmiendo, en realidad. Harry también lo miró meterse de nuevo en el invernadero, sintiéndose mal por apenas hablar con él.
Aunque, en ese momento, tenía cosas más importantes en las que pensar.
Siempre las había.
—¿No te parece extraño? —preguntó, dirigiéndose a Draco quien lo veía hipnotizado. Este parpadeó.
—¿Qué cosa?
—¿Todo esto?
Draco ladeó la cabeza, dando un paso cerca de él y agarrando sus caderas.
—¿No crees que lo que te está pasando es que estás tan acostumbrado a que las cosas cuesten, que no puedes comprender cómo todo parece tan fácil ahora? —preguntó con suavidad. Una vez más, parecía otra persona que la que Harry vio allá abajo en las mazmorras—. Bueno, relativamente fácil.
Harry decidió escuchar esa teoría. Draco solía tener razón y podía confiar en su criterio, ¿no? A Draco igual le costaba creer que ciertas cosas eran reales, por lo que si no se le hacía extraña esa situación quería decir que Harry estaba siendo paranoico, ¿verdad?
Suspirando, acortó la distancia entre ambos. Era como entrar en contacto con un imán. El toque de Draco era electrizante. Harry lo adoraba.
Adoraba estar cerca de él. Adoraba tomarlo y besarlo y sentir que le pertenecía. Adoraba que estuvieran bien y tranquilos.
Lo adoraba a él.
—Por favor no te vayas —pidió, cuando ambos se separaron en busca de aire.
—Harry…
—No me refiero a nunca, me refiero a ahora. Por favor, quédate un rato más.
Draco suspiró, como si siempre perdiera las batallas contra él.
—Está bien.
Mientras Harry lo llevaba a la zona común del patio frente al laberinto, sentía que las cosas estaban fuera de lugar. La noche se sentía distinta, el viento pasaba de forma diferente, y la discusión con Draco todavía no lo abandonaba del todo.
El mismo Draco se veía diferente.
Harry se sentó, prefiriendo estar al aire libre que sofocarse dentro de la mansión silenciosa. Los ojos de Draco estaban desenfocados, puestos en el laberinto frente a él. Harry sentía que había algo distinto, algo que no estaba del todo bien, pero no podía adivinar qué. Alzó una mano para así tocar su mandíbula, acunarla. Aquello se sentía real. Draco se acercó a él ante el contacto.
—¿A esta hora salen?
Harry no comprendió de qué estaba hablando, hasta que miró hacia el frente. En los arbustos del laberinto, a unos metros más allá, empezaban a brillar distintas luces. Suspiró, dejando caer la cabeza en el hombro de Draco.
—Había olvidado que esto pasaba…
Con todo lo que había sucedido, la noche del Valle de Godric quedó enterrada en algún lugar de su mente. Harry sabía que fue un punto decisivo entre él y Draco, que allí pudo comprenderlo.
Y ahora estaban ahí, y las cosas eran totalmente distintas.
Draco pasó un brazo por su espalda, dejando un beso en su sien. Harry se sintió relajado ante aquello. Podría haber acabado el mundo, pero Draco estaba allí.
—Creo que ese fue el primer momento en el que me sentí feliz en un largo tiempo —Harry dijo, viendo a las luciérnagas poco a poco dejar sus arbustos.
—¿Qué?
—Esa noche. La noche del Valle de Godric.
Borrachos, y tratando de no pensar, hablaron de estupideces. Draco rio, Harry lo recordaba. Una luciérnaga se había posado en su pelo y Draco rio acostado en el pasto, a unos centímetros de él. Quizás era uno de los momentos más felices que Harry atesoraba de los últimos ocho años.
—Fue la primera vez que te vi reír —explicó, al sentir los ojos de Draco en él—. Y pensé… pensé que quería quedarme a vivir en ese momento para siempre.
—Para siempre es un largo tiempo.
—Un parpadeo, en realidad.
Harry se giró para mirar a Draco. El rubio de su cabello se robaba la luz de las luciérnagas, y su cicatriz era plata contra la piel blanca. Harry levantó los dedos para trazarla, pensando que quería besarla hasta que borrara el rastro de sufrimiento que había en ella. Hasta que Draco olvidara el dolor que le causaron cuando la mirara.
Y entonces-
—Huyamos —le dijo Draco abruptamente, casi sin aliento.
Harry bajó la mano.
—¿Qué?
—Huyamos. Vámonos lejos de aquí, antes de que todo se- antes de que todo se vaya al carajo.
—Draco —Harry lo detuvo, mareado. Su corazón se encogió—. Draco, esto ya va a terminar. No podemos irnos- no puedo abandonar a esta gente ni a los que amo. No puedo irme sin vencer-
—Sé que crees que esto es tu responsabilidad, que tú eres el encargado de derrotarlo, pero- pero vámonos, Harry. Por favor. —Draco tomó las solapas de su chaqueta, juntando sus frentes—. Toma a Hermione y a Ron. Yo a Theo, y Luna. A Astoria. Juntemos a la gente que nos importa y huyamos. Olvidemos toda esta mierda. Otros pueden encargarse, otros pueden llevar a cabo las acciones heroicas. El mundo no depende de ti… tú no pediste esto.
Su pecho se oprimió aún más.
El anhelo lo embargó.
Por unos segundos, Harry se vio a sí mismo en otra parte: en una isla lejos de todos cerca del mar, ignorando que había una guerra gestándose y miles de inocentes muriendo. Los Weasley. Hermione, Ron, Theo, Luna, Astoria… todos viviendo juntos, felices, intactos. Tal como Harry los quería.
Nadie más moriría. Podría protegerlos al fin. Tendrían aquel futuro que tanto estaban persiguiendo, por el que luchaban. Harry casi podía tocarlo con la yema de los dedos, alcanzar esa realidad donde ninguno de ellos sufría de nuevo.
Sonaba ideal.
Sonaba como una vida que Harry no tenía permitida.
El aroma de Draco entraba por sus fosas nasales. Esto sería lo que sentiría cada mañana al despertar, pensó… Pero todavía estaban allí, en el patio de la mansión: todavía estaban en ese mundo.
Y Harry no podía abandonarlo por egoísmo.
—No —respondió, aunque dolía. Draco también pareció herido—. No, lo siento. Pídeme cualquier otra cosa. Pídeme el mundo, pero- pero no esto. No lo haré. Está casi todo resuelto, Draco…
Acababan de averiguar algo importante.
La pieza final.
No podían dejar todo ahora.
—Por mí, entonces —Draco dijo—. Si no lo haces por ellos ni por ti, házlo por mí.
Harry parpadeó varias veces e imploró que el nudo de su garganta aflojara. Era tentador, el escape que siempre había buscado. ¿Cuánto daría por ser dispensable?, ¿cuánto daría por ser un don nadie al que ninguna persona extrañaría si se fuera? Harry entregaría todo por ser ese hombre, ese desconocido que tenía destinada una vida feliz. No quería esta carga. Prefería morir antes de continuar aguantando su peso.
Pero ya estaba acabando. Debía aferrarse a esa idea.
—Pídeme lo que sea, menos esto —Harry respondió, mordiéndose la lengua para no decir lo que verdaderamente quería—. No puedo hacerlo.
Sabía que estaba siendo hipócrita al molestarse con Draco, considerando que él una vez le pidió lo mismo, pero aún así le molestaba. Le dolía que hubiese implantado esa idea dentro suyo, esa fantasía de un universo en el que sí eran completamente felices.
—¿Estás seguro, de que esto es lo que quieres? —preguntó Draco en el rotundo silencio. Sonaba herido.
Las palabras se incrustaron en su piel como cuchillas. Rajaron la carne y se metieron por sus venas. Harry suspiró.
No, no es esto lo que quiero.
Quiero ser feliz. Los quiero lejos del dolor.
—Sí. Esto es más importante que yo.
Draco esperó un segundo antes de separarse. Parecía desolado; Harry suponía que lo estaba. Quizás era peor darse cuenta de que, sin importar sus esperanzas, Draco siempre supo la respuesta a esa pregunta.
Harry nunca hubiese elegido huir.
—Entonces te seguiré —le dijo, para luego depositar un casto beso mientras trataba de pararse, como si le doliera seguir mirándolo.
—¿Por qué te vas? —Harry dijo, tomando su brazo para que dejara de avanzar—. ¿Por qué no te quedas conmigo? Ya todo va a terminar.
Draco suspiró, agarrando la mano de Harry y besando su palma.
—No me voy para siempre. Como has dicho tú mismo, todo estará bien. Te lo prometo.
—No hagas promesas que no cumplirás.
Oh, Harry era un asqueroso hipócrita.
—Harry, estoy aquí. —Las palabras provocaron que algo se moviera dentro suyo—. Y volveré. Sabes que volveré.
—Si te quedaras, me aseguraría de que nada malo te pase.
—No eres omnipotente, y hay cosas que no puedes prever —Draco espetó. Harry sentía que lo estaba castigando por negarse—. Pero pronto saldremos de aquí. Pronto todo acabará.
Harry lo miró.
Y deseó desesperadamente poder creerle.
—Está bien.
¿Lo estaba?
Draco lo besó de nuevo, botándolo al pasto. Harry lo besó de vuelta, enterrando los dedos en su cabello, aprisionando sus caderas con las piernas y pidiendo que de una vez por todas se le cumplieran uno de sus deseos: quedarse a vivir en ese momento para siempre.
¿Pero cuándo Harry obtenía las cosas que quería?
