¡Hola! Finalmente me decido a subir el segundo capítulo. Me ha costado mucho retomar la historia y siento no haberlo hecho antes, así que perdonadme¿vale?

Gracias a Ireth Isilra y a Harpy Blackhawk por vuestros reviews. Pensaba que no llegarían nunca y sin embargo aquí estáis. Me alegro de que alguien se hay interesado por mi fic :-)

Ya no os entretengo más. Ahí va el segundo capítulo.

Que vuestros espíritus guardianes os acompañen siempre.

II

No podía quitarme a esa mujer de la cabeza. Era imposible.

Más tarde aquel mismo día, mientras Chas conducía llevándome a no sé dónde, era como si su imagen se hubiera quedado clavada en mis retinas. Cerraba los ojos y allí estaba ella. Siempre la misma escena: su cabello rojo sobre el abrigo negro y sus pasos, ligeros, silenciosos, como si no rozara el suelo. No sé por qué, pero no me inspiraba confianza. Sabía que ocultaba algo, me había dado pruebas evidentes de ello, conocía cosas sobre mí que sólo podía saber si se trataba de una persona cercana. Y no lo era. Yo no la había visto nunca, hasta esa mañana.

No podía imaginarme de quién se trataba. Ni quién la había enviado ni para qué. Y eso, lo confieso, me preocupaba. Siempre debo andarme con cuidado de quién me sigue, de quién lo sabe todo sobre mí. Esa chica era una espía invisible que parecía vivir pegada a mi espalda. Una espía imposible de evitar porque lo sabía todo.

Sacudí la cabeza para alejar aquellos pensamientos mientras miraba distraídamente por la ventanilla. Me dije que me estaba volviendo un paranoico. Pero eso era lo que me decían cuando era pequeño, cuando nadie excepto yo podía ver determinadas cosas. Aquello ya lo tenía superado, por supuesto. Lo que me asustaba era que mi propia mente empezara a generar imágenes que yo no pudiera distinguir de la realidad, incluso de esa realidad que está más allá de lo palpable. Si no puedo confiar en mis propios sentidos¿en quién puedo confiar?

Cosas cotidianas, me dije. Debes concentrarte en cosas cotidianas o acabarás perdiendo la cabeza de verdad.

Respiré hondo para volver al mundo real y miré a Chas.

"¿Adónde vamos?" le pregunté.

"A ver a Rachel Hodges" contestó "Cerca del centro. Después a casa".

Ah. Ahora lo recordaba. Rachel Hodges. Una buena chica, cristiana practicante para más señas, trabajadora social y muy guapa, lo admito. Sólo tenía un pequeño defecto, el que precisamente me había llevado hasta ella: posesiones demoníacas recurrentes. Tres reales en el último año y otras tantas falsas alarmas. Era lo que podíamos llamar una cliente habitual. No vivía muy lejos de mí, en el barrio hispano de Los Angeles. Trabajaba con inmigrantes, muchos de ellos latinoamericanos, con profundas creencias en la muerte y todo aquello que un ojo normal no puede ver. Fueron ellos los que identificaron extrañas presencias en torno a la joven y entonces me la mandaron a mí.

Era una mujer agradable. De las más agradables que yo conocía. Lástima que nos hubiéramos tratado en condiciones tan desfavorables.

"¿Poseída otra vez?" pregunté.

"Ha ido a ver al padre Hennessy, y él dice que es posible. Por eso nos ha llamado".

Asentí lentamente con la cabeza. El caso de Rachel era muy, muy poco corriente. Lo más normal es exorcizar a una persona una sola vez y que no se repita. Dos veces, no ocurre casi nunca. Tres veces, sólo a ella.

"¿Dónde hemos quedado¿En su casa?"

"En una cafetería cerca de su trabajo. Hace horas extras arreglando visados" dijo Chas, y comentó "Es curioso que una mujer tan condenadamente buena pueda tener tantos demonios dentro¿verdad?"

A veces Chas no se toma esto en serio. No me gusta que lo haga.

"Chas" le llamé.

"¿Eh?"

"Cállate".

No volvió a abrir la boca durante todo el viaje. Aunque, debo decirlo, no fue demasiado tiempo. Ya estábamos muy cerca del lugar de la cita.

Entré en la cafetería mientras él buscaba un sitio para aparcar. Había dejado de llover, pero aún hacía un frío húmedo y desagradable. No es un clima muy corriente en California, ni siquiera en invierno. Todo mi entorno estaba cobrando una apariencia extraña e imprevisible.

Por suerte el interior de la cafetería era más cálido. Había sido una buena elección, ya que excepto por la camarera y un hombre que leía el periódico, estaba vacía. Rachel estaba sentada en la esquina más apartada, mirando al frente como si observara algo invisible allí. Seguí su mirada y no vi nada. Tal vez era sólo un gesto de distracción. Saludé y me senté frente a ella.

"Me alegro mucho de verle, señor Constantine" dijo, en voz baja, como ella hablaba siempre. Tan discreta que apenas nadie reparaba en ella.

"No sé si decir lo mismo" le contesté "Que nos veamos es señal de malas noticias".

"Ya lo sé, y lamento molestarle, pero... creo que ha ocurrido otra vez".

Noté un ligero temblor en su voz, el miedo a lo que acababa de decir. Al contrario de lo que se pueda pensar, Rachel no se tomaba sus posesiones como un incómodo trámite, a pesar de la frecuencia con la que aparecían. Cada vez que volvía a experimentar los síntomas, la invadía el pánico igual que la primera vez.

"¿Cómo ha sido esta vez?" pregunté.

"No lo sé" dijo ella, bajando la vista, como si se avergonzara de ello. "No recuerdo nada. Fue como si perdiera el conocimiento, y al despertar, dolorida y en el suelo, vi toda mi habitación destrozada y desordenada..."

De repente, una figura se acercó por mi izquierda e interrumpió la conversación. La camarera, justo cuando empezábamos a entrar en materia.

"¿Qué van a pedir?" dijo.

"Té con leche, por favor" indicó Rachel.

"Café solo para mí" respondí yo rápidamente, intentando hacer que se fuera lo antes posible.

"¿Algo para cenar?" insistió la camarera con su cuaderno de notas en la mano.

"No" contesté yo con sequedad, para hacerla entender que molestaba.

Me miró con mala cara antes de alejarse. Saqué un cigarrillo y lo encendí; aquella interrupción me había puesto nervioso. Bajo la mirada de Rachel, aspiré la primera bocanada de humo, no lo resistí y tuve un ataque de tos. Como si fuera la primera vez que fumaba. Qué ironía.

"¿Se encuentra bien?" me preguntó ella.

Tardé en responderle lo que me costó recuperar el aliento.

"Nada" dije, quitándole importancia "Lo de siempre. Los pulmones quieren hacerme la vida imposible. Literalmente".

"Debería verle un médico" me aconsejó.

"Estábamos hablando de usted, no de mí" contesté yo. No me gustaba hacia dónde se estaba dirigiendo la conversación. No necesito que me aleccionen.

La camarera llegó con dos tazas y las soltó de mala manera. No le habíamos caído bien, pero al menos se marchó rápidamente.

Rachel tomó un sorbo de té y se decidió a seguir con su historia.

"Los vecinos dicen que grité. Mucho. Cosas incomprensibles" dijo, como si me confesara algo terrible.

"¿Arameo, tal vez?" pregunté.

"No creo que lo sepan. Ni siquiera hablan inglés correctamente." Se estremeció, probablemente al recordar lo ocurrido. "Ha sido igual que las otras veces. Por eso fui a la iglesia esta mañana, para que el padre Hennessy contactara con usted".

Hice un gesto de asentimiento mientras me llevaba a los labios la taza de café. Quemaba, pero curiosamente me sentó bien ese calor.

"Tengo miedo" dijo ella, en voz baja, confidencial. "Hago todo lo que puedo, tengo mi habitación llena de imágenes de ángeles y santos, pero no funciona."

Levantó los ojos y me miró, suplicante. Estaba aterrada. Realmente aterrada. Y la comprendía, porque sé que si es traumático ver demonios por todas partes, debe ser aún peor tenerlos constantemente dentro de ti.

"¿Es normal lo que me pasa?" preguntó.

"No" admití. No merecía la pena ocultárselo "Pero confío en que tenga arreglo".

"Eso espero, porque no creo que pueda soportarlo".

Era extraño. Parecía estar tan bien, no mostraba señales de estar poseída o haberlo estado la noche anterior. Decidí hacer una prueba para asegurarme. Eché mano al bolsillo trasero de los pantalones y lentamente, para que Rachel no lo notara, cogí el pequeño crucifijo que guardaba allí. Entonces, en un movimiento rápido, alargué el brazo y lo puse a pocos centímetros del rostro de la mujer.

Ella ni se inmutó. Se limitó a seguir bebiendo su té con leche.

"Lo siento" me disculpé "Tenía que asegurarme".

"No importa".

De repente me sobresalté. No era su voz la que había dicho esas palabras. Había visto moverse sus labios, sí, pero la voz era diferente. Oscura, profunda, de ultratumba. Se quedó flotando en el aire unos segundos hasta desvanecerse en lo que parecían susurros incomprensibles. Después, todo se oscureció por un instante, como si hubiera visto una sombra acercarse a mí, envolverme. Cerré los ojos un segundo y cuando volví a abrirlos, todo estaba igual que antes. Como si nada hubiera pasado. Noté mi propia respiración acelerada y una extraña falta de oxígeno.

"¿Ocurre algo?" me preguntó Rachel, asustada "Tenía una expresión que..."

"No" respondí aún sin encontrar el aire. "No pasa nada".

No dije nada porque no estaba seguro de que hubiera ocurrido. Tal vez la imaginación me había jugado una mala pasada. Ella no había reaccionado frente al crucifijo, no había pasado nada. No había ningún demonio en su interior. ¿Entonces, qué era lo que yo había visto y oído?

Poco a poco me fui calmando. Me dejé caer contra el respaldo de la silla, repentinamente agotado. Rachel ya no me tenía en cuenta. Se puso en pie y recogió su bolso.

"Lo siento, tengo que irme" dijo "¿Seguro que va todo bien?"

"Sé cuidar de mí mismo" contesté.

"Entonces le llamaré mañana para seguir hablando. Gracias."

La vi desaparecer al otro lado de la puerta de cristal y me quedé derrumbado sobre la silla. No lograba comprender lo que había visto. Demasiados enigmas para un solo día. Y yo estaba demasiado cansado para resolverlos todos.


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