Más vale tarde que nunca, y por muy tarde que sea volví a subir un nuevo capítulo. Estoy convencida (creo) de que este fic estará terminado muy pronto.
Gracias a todos (Ireth, Harpy, EnamoradaDeGambit) por leerme y a Angel-Drakonian y Katze Dunkelheit por animarme a continuar mi fic. Gracias. Espero que os guste.
Y ahora... que vuestros espíritus guardianes os acompañen siempre
IV
No llovía al día siguiente. Supongo que eso contribuyó a que la historia pareciera un poco más lejana.
Desistí de ir a ver a la doctora Archer. Siempre habría tiempo para eso. En su lugar, hacia el mediodía, me dirigí a otro lugar. La iglesia del barrio, la parroquia del padre Hennessy y el lugar donde esperaba encontrar la respuesta a la pregunta que me atormentaba.
No conté con Chas para que me llevara, primero por la poca distancia y después porque prefería no meterle en esa historia. A veces tengo la sensación de que no sabe realmente de qué va mi trabajo, las implicaciones reales que tiene. Por eso algunas veces es mejor dejarle al margen. No es más que un crío y no quiero que se obsesione y acabe en un psiquiátrico por mi culpa, aunque no estoy muy seguro de que ese no sea el mejor destino para él.
Crucé las puertas de la iglesia en silencio. Dos ancianas rezaban el rosario arrodilladas en la primera fila de bancos. Por lo demás, todo permanecía inmóvil, en penumbra excepto por los cientos de velas encendidas por todas partes, y la poca luz que se filtraba por las ventanas cercanas al techo. No había rastro de Hennessy. Avancé por el pasillo sintiéndome un poco fuera de lugar, a pesar de que conocía aquel sitio como si hubiera nacido allí. Pensé en preguntar a las ancianas por el párroco, así que me arrodillé junto a ellas y fingí que rezaba para ganármelas antes de hablar. Seguro que si las abordaba directamente no les sacaría nada, no soy la clase de hombre que inspira confianza a esas mujeres... ni mi aspecto tampoco.
Mientras las oía rezar un avemaría tras otro, las dos al mismo ritmo, esperando a que hicieran un descanso para poder preguntarles, sentí una presencia justo a mi derecha, al final del pasillo y junto al altar. Su voz andrógina, difícil de identificar, se abrió paso hasta mis oídos en un susurro, e inmediatamente supuse de quién se trataba.
"Vaya, vaya. Nunca es tarde para volver al buen camino¿verdad?"
Le miré de soslayo. No me había equivocado en mi suposición.
"Gabriel" le saludé con mi mejor sonrisa irónica.
"John Constantine" me respondió él con la misma fórmula, y lo que más me molestó, la misma sonrisa.
"¿Cómo te las apañas para encontrarme siempre?" Le pregunté.
"Estoy bien informado".
Con esas palabras me animó a dejar el incómodo reclinatorio y a las ancianas que rezaban. No necesitaba al padre Hennessy. Ahora tenía a quien podía darme información de primera mano. Me puse en pie y caminé lentamente hacia la salida. Vi que la sombra de Gabriel me seguía, con las alas desplegadas. Demostrando su poderío, en una palabra.
"¿Puedo hacerte una pregunta?" Le dije sin más rodeos.
"Por supuesto."
"¿Qué es lo que tú definirías como espíritu guardián?"
Se detuvo bruscamente. Con eso me bastó para darme cuenta de que estaba al corriente de todo.
"¿Puedo saber a qué viene esto ahora?" replicó haciéndose el inocente.
"Claro. Quiero saber por qué me habéis enviado a uno de esos espíritus guardianes o como quiera que les guste llamarse."
No pude aguantarme. No sé conversar con medias palabras cuando la curiosidad es más fuerte que yo. Y en ese momento, lo confieso, lo era.
"Así que es eso..." comenzó Gabriel.
"Sí, eso exactamente. ¿Quién demonios es esa Eva, y lo más importante, qué quiere de mí?" le interrumpí.
"Es una historia que no puedo contarte. Ya lo sabrás cuando llegue el momento" evitó él darme una respuesta clara.
Le dirigí una mirada de estoy dispuesto a esperar hasta que lo sueltes y él suspiró. Las ancianas nos mirabas extrañadas. O mejor dicho, me miraban. Porque al parecer a Gabriel no le veían en absoluto.
"No puedo." Dijo él entonces, con la mayor tranquilidad. "No estoy autorizado. Todo lo que Eva te haya dicho, si te ha dicho algo, es lo que puedes saber. Tocamos un terreno muy peligroso, Constantine, un terreno del que no debes saber nada."
"Sabes su nombre y todo" bromeé.
"Si fueras prudente no seguirías con esta conversación" me amonestó.
"No soy prudente."
Gabriel sonrió.
"Acabas de contestar a tu propia pregunta."
Estudié su expresión. No le había entendido. ¿Cómo que acababa de contestar a mi propia pregunta¿Qué quería decir con eso?
"Tengo que irme" concluyó "Espero que nos veamos pronto."
Dio media vuelta y empezó a alejarse lentamente de mí.
"No, no, espera. No puedes dejarme así" casi grité, pero no me hizo el menor caso. "¡Eh¿Adónde vas?"
Desapareció. Sencillamente desapareció. Dejándome aún más intrigado que antes.
Las ancianas me miraron atónitas. Les devolví esa la mirada y sonreí, así que acto seguido las dos abrieron unos ojos desorbitados y volvieron a sus oraciones. Debían de pensar que yo estaba loco. Al igual que la mayor parte del mundo.
En fin. Ya no me quedaba nada más que hacer allí. Iba a tener que marcharme igual que había llegado. Me dirigí hacia la salida de la iglesia y de repente, una vez más, oí que alguien me llamaba desde una esquina sombría de la misma.
"John."
Nadie me llama John. Nadie me llama John a secas. Excepto ella. Eva.
"Joder" exclamé al encontrarme frente a frente con sus ojos que, como si fueran fluorescentes, parecían destacarse entre la oscuridad a su alrededor.
"No profane un lugar sagrado con esas palabras" replicó.
"Así que ahora también te preocupa mi salud moral" le contesté.
"A mí no. A Ellos. Y trabajo para ambos¿recuerda?"
Lo cierto es que su manera de hablar, a veces, me recordaba a mí mismo. Teníamos una ironía común. Si no hubiera sido como era, o más bien lo que era, tal vez incluso me habría gustado. Pero siendo ese espíritu guardián que decía ser, más bien me daba mala espina.
"¿Por qué me persigues siempre?" Le pregunté.
"Es lo que tengo que hacer. Cuidar que no se meta en más líos de los debidos".
"¡Eso puedo hacerlo yo mismo! He salido de peores que ésta¿lo sabes, verdad?"
La oí suspirar desde las sombras de su esquina. Suspirar profundamente, desde lo más hondo de su pecho, como si lo último que quisiera hacer fuera estar allí.
"Escuche, John, lo último que quiero es estar aquí" murmuró en tono cansino.
Curioso. Lo había acertado.
"No quiero estar haciendo esto" continuó. "Ésta es mi forma de redimirme, como exorcizar es la suya. Estoy cansada de esto, y usted no me lo pone nada fácil."
Salió finalmente de la penumbra. Avanzó lentamente hasta mí, como si sus botas no resonaran en el suelo del templo, ni siquiera en su eco, y me miró. Mejor dicho, nos miramos. Durante unos segundos eternos, como si por un instante hubiéramos llegado a comprendernos el uno a la otra. Las cosas eran así de sencillas. Ésa era su forma de redimirse. Unos expulsamos demonios y otros salvan a la gente. En este caso concreto, Eva me salvaba a mí.
"Hasta luego" dijo, al ver que no le ofrecía ninguna respuesta.
Pasó por delante de mí, a paso lento, recreándose en su marcha. Creo que esperaba que la llamara y la hiciera volver, que le preguntara más, lo que por otro lado me moría de ganas de hacer, pero eso no ocurrió. No llegó a ocurrir. Porque en el preciso instante en el que iba a pronunciar su nombre, alguien, y en tono desesperado, pronunció el mío.
"¡Constantine¡Menos mal que estás aquí!"
Era el padre Hennessy. Y por su cara no debía de haber pasado nada bueno.
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