He vuelto, pero un poco avergonzada, por la puerta de atrás. Sé que hace un siglo que no actualizo, pero por petición popular, de todas las personas que han leído el fic y me han dejado reviews (que por cierto, dan 13, un número muy apropiado para una historia oscura y enigmática como la mía) voy a poner fin a esta historia. Que, lo advierto, me ha costado lo suyo terminar, por falta de imaginación y falta de tiempo (el primer año en la universidad es siempre duro). Así que "sorry" una vez más y espero que estéis interesados en ver cómo acaba esto.
Agradecimientos a todos, y como sé que hace ilusión leer el nombre, enumero: Ireth, Harpy Blackhawk, LaenamoradadeGambit, Angel-drakonia, Katze Dunkelheit, Mircalla Karnstein, Kuaki y Ling. Va por vosotras.
V
Las casualidades de la vida. Rachel Hodges. Había estado con ella el día anterior y la había encontrado bien. Asustada, pero bien. Ahora el padre Hennesy acababa de recibir una extrañísima llamada de teléfono de los vecinos de la chica: había ocurrido algo. Y no era nada bueno. Para empezar, aquella mañana no había ido a trabajar. Lo lógico habría sido pensar que estaba enferma, pero no en su caso. La situación empezó a ser un tanto sospechosa y más aún cuando empezaron a oírse ruidos procedentes de su piso. Aquello acababa de empezar una vez más.
Fuimos a su casa en el coche del padre Hennessy, dado que, muy inoportunamente, yo le había dicho a Chas que no se presentara. Empezó a llover otra vez. Mala señal, algo estaba preparándose. Cuando llegamos al edificio, todos los vecinos estaban en el portal, esperándonos. En silencio absoluto, aterrados. Nadie quería siquiera acercarse al apartamento de Rachel. Después de todas las ocasiones en las que había ocurrido, ya deberían estar acostumbrados, pero no lo conseguían. Hennessy frenó y aparcó frente a la puerta, en medio de la calle. Al fin y al cabo, era una emergencia.
"¿Vienes o voy yo solo?" le pregunté.
Él me devolvió una mirada suplicante.
"Si no te importa, te espero aquí.
De acuerdo. La parte difícil para mí. Como de costumbre. Salí del coche cerrando la puerta con fuerza detrás de mí, no me importaba si abollaba la carrocería. Le estaría bien empleado. Unas veinte personas me miraron bajar, siguiendo cada uno de mis movimientos, expectantes, atemorizados. Decidí no malgastar palabras ni fuerzas en tranquilizarlos. No tenía tiempo. Avancé hacia el interior del edificio, a medida que ellos abrían un camino hacia la escalera que llevaba al tercer piso, donde vivía Rachel. En cuanto comencé a subir, nadie me siguió. No parecían muy interesados en ver lo que iba a ocurrir después.
La puerta del apartamento estaba abierta. Respiré hondo para tomar fuerzas y la empujé, esperando encontrar cualquier cosa al otro lado.
No había nada. Todo estaba vacío y silencioso. Me atreví a dar un paso hacia el interior. Dos pasos. Seguía sin verse ni oírse nada. Dos pasos más y me asomé a la sala de estar. Estaba todo revuelto y por los suelos. Debía de haberse armado una buena, sin embargo lo que más me preocupaba era no encontrar señales de vida por ninguna parte. Esperé que el demonio no hubiera hecho que Rachel se tirara por una ventana o se cortara las venas, en ese caso sería demasiado tarde para hacer nada.
Me dirigí al dormitorio esperando encontrar por fin lo que buscaba. Y me bastó abrir la puerta para quedarme paralizado.
"Madre de Dios" murmuré.
Era cierto lo que me había dicho: la habitación estaba llena de santos y ángeles, y todos ellos yacían en el suelo hechos mil pedazos. Avancé entre lo que parecía la demolición de una capilla, estremeciéndome cuando el ala de un querubín crujió al pisarla sin darme cuenta. La destrucción era realmente comprensible, en cuanto llegó la posesión el demonio debió volver loca a la pobre chica y hacerla romper todos sus pequeños y grandes amuletos. Una representación del Sagrado Corazón de Jesús de treinta centímetros de alto estaba partida por la mitad, el torso y la cabeza en el suelo y las piernas aún de pie sobre la cómoda. Sentí un escalofrío, aquello era como una pesadilla. Por suerte había un espejo, para empezar, y un crucifijo sobre la cama, aunque en la refriega alguien lo había puesto boca abajo. En fin, sería un buen comienzo. Me subí a la cama para descolgar la cruz, haciéndola recuperar su posición original, y entonces oí aquel grito sobrenatural y desgarrador a mis espaldas.
Apenas me había dado tiempo a hacerme con el crucifijo cuando algo se lanzó sobre mí y me derribó mientras seguía gritando junto a mi oído. Los dos caímos al suelo mientras yo trataba de defenderme de aquellas manos que me cogían y me arañaban. Acerté a golpear la cabeza de aquella cosa con el crucifijo y todas mis fuerzas, consiguiendo que me liberara lo suficiente para ponerme en pie y escapar, amenazándole otra vez con el crucifijo.
El grito se repitió, revolviéndose ante el símbolo que le estaba mostrando, y por fin reconocí los rasgos de Rachel Hodges, aunque desfigurados por la maldad y la ira. Oh, sí, esta vez estaba poseída de verdad. Semidesnuda y amenazante, con la espalda arqueada como un gato dispuesto a atacar, clavó en mí sus ojos y pareció sonreír de una manera que no me gustó en absoluto.
"Sal de ella, hijo de puta." Le ordené al demonio que había transfigurado a la chica en aquel ser despreciable.
"Ven a obligarme" replicó éste por la boca de ella, modulando la voz normalmente suave y dulce en un tono lascivo y cavernoso. Muy similar al que había oído la noche anterior. Sí, en ese momento, cuando me pareció notar algo en la cafetería, ya debía de estar preparándose para salir.
"No me lo digas dos veces" repliqué, acercándome a ella sin soltar el crucifijo.
La criatura me miraba a través de los ojos de Rachel, desafiándome. No se opuso, no se movió. Estaba esperándome. Me acerqué un poco más, notándole revolverse ante la proximidad de la cruz que me precedía. Y en el momento en que toqué su frente con ella, aparte de un nuevo aullido sobrenatural, me di cuenta de que había una silla de metal muy cerca, demasiado cerca, justo al alcance de su mano, y recordé que uno de los más famosos atributos de las posesiones diabólicas es una fuerza sobrehumana. Pero ya era demasiado tarde.
Las manos de Rachel asieron la silla y la levantaron con una ligereza asombrosa para después estrellarla contra mi cabeza y mi pecho, desde el lado izquierdo y con la potencia de un cañón. El golpe me envió a la esquina del dormitorio, entre la cómoda y la pared, dejándome aturdido y dolorido, sin poder levantarme. El crucifijo había ido a parar a varios metros de mí, en la esquina opuesta. Y Rachel, o lo que fuera que la controlara, volvió a sonreír de esa odiosa manera que presagiaba su triunfo. Juro que por segunda vez en mi vida, y muy en serio, presagié que allí se acababa todo. Otro golpe con la silla y John Constantine sería historia. Intenté moverme, pero estaba acorralado en una esquina, con una ceja rota y dos costillas por el mismo camino (o eso me parecía), con el crucifijo lejos de mí y ni un mal medio para defenderme. Los ojos se clavaron en mí con satisfacción, dispuestos a ponerle fin a aquello.
"In nomine Patris, et Filii, et Spiritu Sancti, vade retro, desgraciado enviado de Satán.
Aquellas palabras hicieron tanto efecto en el demonio como en mí. Miré a la puerta de la habitación para encontrar a Eva, agitada, con el cabello rojo revuelto y el abrigo de cuero negro caído por los hombros. Llevaba otro crucifijo y en la mano derecha un objeto dorado que no supe identificar.
Describiendo un semicírculo logró situarse frente al espejo, en el centro de la habitación, atrayendo por completo la atención del demonio. Las dos mujeres se sostenían la mirada, retándose la una a la otra, hasta que Eva sonrió y abrió el objeto de su mano derecha.
"Te tengo" murmuró esbozando media sonrisa.
Era un espejo, un espejo doble de los que las mujeres llevan en el bolso. Y un espejo reflejado en el otro espejo que quedaba a la espalda de Rachel, es el mejor método para atrapar a cualquier ser sobrenatural.
Por fin el demonio salió. El cuerpo de Rachel cayó inerte al suelo, liberado de la criatura que ahora estaba en el espejo de mano de Eva. Ésta lo cerró, lo dejó caer y con un firme taconazo lo rompió para siempre.
"Así aprenderás a no meterte con quien no debes" dijo despectivamente.
Yo conseguí por fin ponerme en pie, debatiéndome entre ayudar a Rachel que estaba inconsciente o agradecer a Eva que, muy a mi pesar, me había salvado la vida.
"Ya ve" me dijo ella entonces "que no siempre puede cuidarse solo. Espero que entienda por fin lo que hago aquí."
