Antes del capi 10... gracias a todos los que votasteis, pero ya se ha decidido. El poster ganador es el número 2: este img115.imageshack.us/img115/2077/espirituguardian2ux8.png

Y ahora... que vuestros espíritus guardianes os acompañen hasta el final de este fic...

X

"No lo hagas" dijo Eva.

"¿Que no haga el qué?" acababa de volver a descolgar el teléfono para llamar a Chas y pedirle que me recogiera.

"No vayas. No respondas a su provocación."

"Espero que estés bromeando".

Cruzamos una mirada. Mierda. Lo decía totalmente en serio.

"No puedes ir" insistió.

"¿Que no puedo? Nadie, y cuando digo nadie quiero decir nadie, le dice a John Constantine lo que puede o no puede hacer."

Alargué la mano para marcar el número y sentí que Eva me cogía por la muñeca para apartarme. Me liberé de ella de un tirón, recordando la mano helada de una Rachel Hodges en coma hacía apenas unas horas, en el hospital.

"Si decides ir, estarás solo" me amenazó.

"Ésa sí que es buena. Tú sí que no puedes hacerlo. No te conviene." Repliqué. Otra vez me cogió, otra vez me solté.

"Precisamente por eso. Tengo que protegerte, y de la única manera que puedo hacerlo es haciendo que no te vayas."

Marqué el número. En cuanto los tonos empezaron a sonar, me volví hacia Eva. Parecía decepcionada, triste. Derrotada, como si supiera que no podía hacer nada en mi contra. No podía, la verdad. Iba a ir a por Rachel y allí acababa todo.

Fue entonces cuando llamaron a la puerta. Chas aún no había cogido el teléfono, debía de estar durmiendo. Colgué y fui a abrir. Las llamadas eran cada vez más insistentes, casi desesperadas. No tenía ni idea de quién podía ser pero estaba dispuesto a largarle en menos de un segundo. Ahora no estaba para aguantar a nadie.

Cuál fue mi sorpresa cuando, al abrir, una figura empapada, vestida con un destrozado camisón de hospital, se dejó caer sobre mí como si ya no tuviera fuerzas para sostenerse. Dios. La levanté. Era Rachel.

Eva nos miró con los ojos desorbitados, mientras yo sostenía a la pobre muchacha, que se convulsionaba en sollozos, sin dar crédito a lo que estaba pasando.

"Haz que se siente" recomendó Eva, fría.

La llevé casi en brazos hasta el sofá, no podía caminar apenas por sí misma. Estaba mojada, débil, y lloraba desconsoladamente.

"No sabía adónde ir..." murmuró entre lágrimas "Pensé que eras el único que podía ayudarme..."

"Te escapaste del hospital" le dije, en voz baja, intentando tranquilizarla.

"¡No lo recuerdo¡No me acuerdo de nada¡Ha pasado otra vez!" casi gritó.

Tragué saliva.

"Ya lo sé". No quería alarmarla contándole lo de la puerta, no lo resistiría.

"Ayúdame" dijo. "No puedo más. Quiero que se vayan. Quiero que se vayan de una maldita vez, que no regresen nunca. Ya no aguanto, no lo soporto..." se dobló sobre sí misma y empezó a llorar otra vez, estremeciéndose.

Nunca se me ha dado bien consolar. Pensé en acariciarle la espalda empapada, pero me detuve al ver que sólo estaba la piel desnuda bajo la maraña de cabello y el camisón desgarrado. ¿Cómo decírselo¿Cómo decirle que lo suyo no tenía ningún arreglo¿Que tal vez sólo aguantara una posesión más antes del final¿Que su cuerpo estaba empezando a rechazar a los demonios?

"No sé qué hacer. No puedo hacer nada." Admití.

"Ayúdame" dijo.

"Te ayudaré¿pero cómo?"

Ella levantó los ojos, sus enormes ojos castaños enrojecidos por el llanto y por los esfuerzos sobrehumanos que estaba haciendo su cuerpo, y formuló su petición.

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La iglesia de Santa María de la Amargura es una de esas horribles iglesias modernas que imitan el estilo gótico, y para colmo, estaba cerrada, como era lo lógico de madrugada. Lo único que había querido Rachel era que la lleváramos allí. Habíamos alcanzado a vestirla con una camisa mía y la chaqueta de Eva, y sentada entre nosotros dos había llegado hasta allí, en el taxi de Chas a quien por fin habíamos conseguido localizar. Estaba muy débil. Tuvo que apoyarse en nosotros para subir la escalera que llevaba a la puerta principal. No quise que Chas viniera. En el fondo me preocupo por él.

Descubrimos, obviamente, que estaba cerrada hasta las siete. Quedaban tres horas, un poco más. Le propuse a Rachel que volviéramos a mi casa y regresáramos más tarde. Se negó. Ya no me queda tiempo, decía. No me queda tiempo en absoluto.

La sentamos en la escalera. Las piernas no la sostenían. Sólo temblaba, asustada, mirando al frente.

"Tengo que subir" murmuró.

"¿Subir¿Adónde?" le pregunté.

"A la torre. Por favor. Tengo que subir a la torre".

"Pero está cerr..."

"Por favor" suplicó. "Es lo último que te pido. Lo único. Tengo que subir a la torre."

Miré a Eva. En esta ocasión, ella no dijo nada. Me dejaba elegir por mí mismo. Libre albedrío, había dicho Gabriel. A veces ella también se regía por la misma doctrina.

¿Libre albedrío? Ya les iba a dar yo libre albedrío. Aunque, seguramente, allanar una iglesia en plena noche sea lo único que me faltaba para ganarme plenamente una eternidad en el Infierno.

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Forzar la puerta trasera de una iglesia. Dios. Creía que no se podía caer más bajo de lo que yo ya estaba. Todo fuera por Rachel. Eva no quiso entrar con nosotros. Dijo que haría vigilancia desde fuera. Y sí, ahí estaba, abajo, minúscula como una muñeca según la veíamos desde la torre. Porque subimos a la torre. Rachel y yo. Y en ese momento acababa de dejarla apoyada en la pared, junto a la ventana, y yo me había asomado para ver si todo seguía en orden abajo.

Seguía lloviendo a cántaros. El mundo se veía mucho más amenazante desde aquella altura, en la oscuridad de una falsa torre gótica.

Tan débil como parecía que estaba, bastó con que la perdiera de vista un segundo para encontrarla encaramada, en cuclillas, sobre el alféizar de la ventana. Se sostenía como podía, agarrándose al marco de piedra con las manos desnudas. Su expresión era muy triste, pero decidida. Decidida a acabar con ello de una vez por todas.

Cuando la vi no pude reaccionar. Me quedé mirándola, atónito. No podía creer que estuviera a punto de hacer aquello.

"Adiós, señor Constantine" murmuró "Gracias por todo".

"¿Sabes lo que vas a hacer?" La incriminé. "El suicidio es un pecado mortal. ¿Estás segura de que quieres pasarte la eternidad en el Infierno?"

La lluvia repiqueteando en el tejado ahogaba mi voz, pero aún así hubo una reacción. Dio media vuelta. Demasiado rápido. Con demasiada facilidad. Su rostro se había transformado. Ya no era la chica dulce y desolada de un segundo antes. Eché mano al bolsillo de mi pantalón.

"Ya es nuestra de todas formas" respondió a través de su boca la voz cavernosa de un demonio.

Extendí el brazo con el crucifijo ante mí. No iba a dejar que me cogiera esta vez. Sin embargo, no fue hacia mí. Volvió a girarse, a ponerse de cara al vacío y las decenas de metros que la separaban de tierra firme. Estaban dispuestos a llevársela hasta el final. A que ni siquiera en su muerte pudiera descansar en paz.

Y entonces, cuando la vi saltar, no sé por qué, también salté. A cogerla, a detener su fatal destino. Y de repente me encontré sujeto a su cuerpo flácido, inerte, precipitándome hacia el suelo, hacia mi final. Mientras caía, me dije que daba igual. Que lo que estaba haciendo merecía la pena. Que acabaría con mi repugnante vida pero al menos me sentiría satisfecho de haberlo hecho por alguien. Rachel era una buena chica, no merecía acabar como una suicida. Tal vez yo sí.

Pensé que la caída parecía muy larga. Que había imaginado que sería más rápido e indoloro. No me di cuenta de que se estaba ralentizando. Que estaba cayendo más y más despacio, y que de pronto me detenía. La caída se había frenado. Habíamos dejado de caer, Rachel, yo, y la presencia que ahora me sujetaba por la cintura, envolviéndome con dos enormes alas rojizas que desprendían olor a incienso.

Aterrizamos suavemente en la escalinata. Las rodillas apenas se me doblaron al poner los pies en el suelo, bajo el peso del cuerpo de Rachel, que yacía inmóvil entre mis brazos.

Miré a mi alrededor, y allí estaba Eva. Como siempre, en su ropa oscura, con su cabello rojo desparramado, y también dos alas de tono cobrizo saliendo de su espalda.

Las replegó, haciéndolas desaparecer como si nunca hubieran estado allí. Sosteniendo todavía a Rachel, apretándola contra mí, no pude siquiera preguntarle lo que quería preguntarle. Eva parecía triste, y no me miraba a mí, sino a la chica a la que yo tenía en brazos.

"Puedes soltarla" dijo. "Ya has hecho todo lo posible."

Miré su rostro. Rachel estaba horriblemente pálida. Todo color había huido de su piel y de sus labios. Me temí lo peor, al darme cuenta del significado de las palabras de Eva. Bajo la lluvia, la deposité en el suelo y agachándome a su lado busqué el pulso en la base de su cuello. No había nada. No latía. Su piel estaba más fría a cada momento. Al final, eso había sido todo. Aquella había sido la última posesión. No lo había resistido.

Maldije entre dientes, mientras sentía la mano de Eva posarse sobre mi hombro.

"No había nada que hacer" dijo con su voz profunda y susurrante. "La puerta ha desaparecido. Ahora irá al Cielo. Requiescat in pace, Rachel."

"Requiescat in pace" : Descansa en paz.

Pero esto no es todo... falta el epílogo.