Capítulo 2: Reencuentros

—¿Ella es Sophie?

Soltó de pronto Arnold, con la voz un poco estrangulada, volteando la mirada hacia su hijo. Casi parecía estar evitando seguir mirándola.

—¡Sí! —Respondió emocionado el adorable pequeñín, mientras se colgaba de la mano de su padre y le dedicaba una sonrisa gigantesca.

Miró que Arnold intentaba devolverle la sonrisa, sin lograrlo del todo, y luego dirigió una un poco reticente mirada de nuevo hacia Helga, pero no clavó los ojos en su cara, sino en la de la niña junto a ella, aún en sus brazos.

—¿Eres el papá de Edward? —inquirió la pequeña, encantada.

—Sí —Arnold esbozó una sonrisa un poco más tranquila.

—¿Y te llamas Arnold? —inquirió.

—Sí —repitió él, y le volvió a sonreír. Miraba a la pequeña casi con demasiado interés.

La niña dejó de sonreír de repente y frunció un poco el ceño. Bien, había tardado menos de lo que esperaba para captarlo. Qué novedad.

—¿Cómo sabes el nombre de mi mamá? —inquirió, para luego dirigir la mirada a los ojos de su madre, tan cerca de los suyos, mientras la tomaba de las mejillas —¿Y cómo sabes tú su nombre?

Los ojos de ambos por fin se cruzaron de nuevo, pero ninguno dijo nada por un par de segundos.

—E... Es una larga historia —soltó al fin Helga, mientras sacudía la cabeza, y luego se dirigió al hermoso hombre frente a ella. —Mañana es cumpleaños de Sophie —,dijo, y se aclaró la garganta porque le había salido muy estrangulado —, y Sophie quiere invitar a Edward...

—Y a ti también —agregó la niña, mirándolo emocionada —, y a la mamá de Edward también —agregó con una gran sonrisa, para luego dirigirse a ella, asintiendo enérgicamente —¿Verdad, mamá?

Miró a Arnold tragar saliva, dirigir la mirada a su hijo y luego a Sophie, luego de vuelta a su hijo, de vuelta a Sophie y, al final, a ella.

Helga no pudo hacer más que asentir.

—Por supuesto que sí, amor —. Pueden traer a quien quieran; Arnold, Edward.

—E... Está bien... es decir... Claro —Soltó el rubio con una una sonrisa nerviosa —¿Por qué no?

—Genial —Dijo Helga, tratando de aparentar que no estaba a punto del desmayo —. Es mañana a las tres de la tarde... Te apunto la dirección...

Empezó a buscar torpemente, dando vueltas sobre sí misma, con su hija aún en los brazos, un lugar en donde anotar una dirección que de momento ni siquiera se creía capaz de recordar, dadas las circunstancias.

—¿Por qué no se la mandas por teléfono, mamá? —Inquirió la exasperada voz de su hija, a un lado de su oído.

—Pues... pues sí —. Dijo ella, deteniendo su ridícula actuación de golpe.

—Eres muy tontita, mamá —. Soltó su hija con una risita.

Edward, desde el suelo y aún pegado a la mano de su padre, la reprodujo perfectamente, al tiempo que la escondía con su manita regordeta. ¿Cómo demonios podía ser tan adorable una criatura TAN pequeñita?

...Como si no tuviera a quién sacar.

Se palmeó la frente mentalmente.

"Enfócate, Helga, maldita sea".

—Yo... —Dejó a su hija sobre el suelo —¿Quieres...? —comenzó a revolver su bolso, buscando el teléfono —. Creo que no lo traigo —. Se pasó una mano por la cabeza —, tal vez lo dejé en el auto...

—Si quieres... dime tu número... y... te marco... —sugirió el rubio, bastante dubitativo.

Helga iba a responder cuando, horrorizada, no pudo recordar el número pues comenzó a sentir que sus mejillas repentinamente comenzaron a arder en llamas, y agachó aún más la cabeza fingiendo seguir buscando el condenado armatoste, cuando escuchó la voz de su hija recitando los números rápidamente y en voz muy clara.

Había instruido a Sophie para saberse el número de teléfono tanto de ella como de su padre, sus abuelos y su tía, la dirección de su casa y el nombre completo de todos sus parientes cercanos, por si las dudas...

Y en ese momento, casi lamentó haberlo hecho.

Arnold apretó un par de botones y el teléfono comenzó a sonar, cómo no, justo en su condenado bolso.

—Aquí está —, sonrió de manera muy estúpida, pegándose la bolsa al cuerpo, rogando por que dejara de sonar —. Te envío la dirección en un momento, ¿Sí? Ahora tengo qué... ¡tengo qué irme a trabajar! —agregó, feliz de tener un pretexto real para alejarse de esa extraña situación, y que Sophie no pudiera arruinar con su infantil imprudencia.

—Es verdad —corroboró la pequeña, asintiendo enérgicamente —; El jefe de mamá es un ogro malvado y apestoso —agregó con los ojos muy abiertos, y Helga agradeció a los cielos que su jefe no fuera a asistir a la fiesta del día siguiente —. ¡Tenemos qué irnos rápido, mamá! —. La tomó de la mano y Helga agradeció a los cielos que comenzara a jalarla hacia afuera del pequeño salón de clases que de repente se había vuelto la antesala del infierno —. ¡Hasta mañana, Edward y Arnold!

Miró a Arnold dirigirles una última mirada aún un poco en shock, mientras el pequeñín junto a él se despedía efusivamente con ambas manos y una gigantesca sonrisa en su preciosísimo rostro.

...

Debía tener una mamá muy, pero muy bonita.

...No porque la genética de su padre no le bastara para eso...

...

...

Se sentó frente al volante, cerró los ojos, y respiró hondo.

Nunca, jamás, bajo ninguna circunstancia se le hubiera ocurrido pensar lo que le tenía deparado el destino esa tarde. Hacía apenas unos minutos era una mujer común y corriente, preocupada por cosas comunes y corrientes, y luego, de repente...

Puso ambas manos al volante, y soltó el aire lentamente. No podía soltarse a llorar. No frente a su hija que no perdía detalle desde su sillita en el asiento de atrás.

—Mamá, ¿por qué no nos vamos?

Pudo sentir la cautela en la voz de su hija, y decidió que era hora de emprender la marcha. No quería que la pequeña inquisidora comenzara uno de sus habituales interrogatorios; No sobre ese tema.

Dejaría a la pequeña con John, regresaría a su trabajo y trataría de pasar lo que le quedara del día como si nada hubiera pasado.

Ya tendría la noche para llorar todo lo que quisiera.


Segundo capítulo servido, espero que les guste.

Muchas gracias por sus reviews a The J.A.M. a.k.a. Numbuh i, Rosali Leon Huamani y Sandra Lobos. Son sus hermosas palabras las que me motivan a seguir.

¡Nos leemos!