Quinto capítulo. Nosotros.

—¿Arnold? ¿En serio eres Arnold? ¡Pero qué grande estás, por Dios!

La voz le retumbó en la cabeza como tambores y algo lo estaba aplastando. El sonido le entró en el cerebro como una cuchillada, y en cuanto intentó abrir los ojos mientras intentaba retirar lo que sea que estuviera sobre ellos, estos le comenzaron a escocer, reclamándole la falta de sueño.

¿Qué hora sería? ¿Dónde demonios estaba, y qué demonios hacía Ernie ahí, mirándolo fascinado al pie de su cama?

Y entonces todo le cayó de golpe. No estaba en su cama; estaba en el sillón de la sala, y la fascinación de Ernie no era tanto por verlo después de tantos años, sino por el peso que había sentido sobre su cuerpo, y que ahora comenzaba a moverse. Eran sus cabellos los que estaban sobre sus ojos y sobre toda su cara, y ahora se retorcía suavemente sobre él y le tallaba su preciosa naricita en el cuello, provocándole unos deliciosos escalofríos por todos lados

—¿Quieres bajarle al maldito televisor, Bob? —La escuchó murmurar contra su oído, obviamente sin haber despertado aún.

—Hola, Ernie —Soltó el chico por lo bajo, sin poder evitar sonreír, al tiempo que le daba un apretoncito al cuerpo dormido de Helga —¿Te importaría dejar los saludos para más tarde?

—Por mí encantado — Soltó el hombre, sin dejar de sonreír ni dejar de mirar a la preciosa rubia aún dormida sobre él —. Pero el resto de granujas no tardan en bajar a desayunar, así que te aconsejo que cambies tu lugar para dormir a una de las recámaras o no te dejarán en paz a ti ni a tu novia.

"Tu novia". Arnold no pudo evitar sonreír ahora con todos los dientes; definitivamente le gustaba cómo sonaba eso.

—Tienes razón —, soltó el chico mientras intentaba incorporarse —. Helga, cariño, es hora de ir a la cama, vamos —. Susurró suavemente contra su oído, al tiempo que intentaba incorporarla junto con él.

Helga al fin levantó la cabeza, confundida. Había un mazacote de cabellos de lo más adorable sobre su adormilado rostro. Sus ojos enrojecidos lo miraron a él, luego a Ernie, y luego otra vez a él.

—Así que no era un sueño, ¿eh? —Inquirió cuando al fin sus ojos parecieron enfocar correctamente, arrugando el ceño mientras se quitaba el cabello de la cara, luego le sonrió con una sonrisa preciosa, que él le devolvió al instante.

—¿Eres la hija del gran Bob Pataki, verdad?

Los interrumpió Ernie. Helga volteó a mirarlo confundida, pero terminó por asentir.

—¿Ya fuiste a verlo?

La sonrisa desapareció del rostro de la chica.

—No —Respondió mientras se ponía de pié con algo de dificultad —. ¿Por qué?

—Tu viejo está muy triste porque no fuiste a verlo el año pasado, y cree que este año tampoco irás. La semana pasada fui a jugar al póker con él y se emborrachó tanto que terminó llorando sobre la mesa diciendo que su pequeñita ya no lo quería.

Arnold vio a Helga ponerse algo roja.

—¿Seguro que no lo estás confundiendo con alguien más? —Soltó, obviamente incómoda, y sin esperar respuesta, agregó —Y de haber sido él, no hay manera que hablara de mi, seguro que era de Olga, o algo así.

—Hablaba de ti —Aseguró el hombre mientras negaba con la cabeza —. Tu hermana estaba ahí en la casa en ese momento.

Helga se puso aún más roja, y frunció aún más el ceño.

—Bueno, como sea —Soltó, a la defensiva —. Me voy a dormir. Fue un gusto saludarte, Ernie.

Y se retiró de ahí, seguramente sin saber a dónde ir, y Arnold se puso de pié para ir inmediatamente tras ella.

—Al rato hablaré de eso con ella, amigo. Nos vemos.

El hombre le hizo una seña con la mano mientras le sonreía, y se dirigió a la cocina.

Arnold tuvo qué correr un par de pasos para darle alcance a la intempestiva rubia.

—Es por acá —dijo mientras la tomaba del antebrazo y la dirigía hacia su flamante habitación nueva.

—¿Tu cuarto no estaba hacia allá? —Inquirió confundida la rubia, y Arnold sonrió mientras se ponía un poco rojo.

—Ese cuarto hace mucho que se convirtió en una sala de juegos, Helga. Además tengo tu propia recámara preparada para ti.

—¿Solo para mi? —Inquirió frunciendo de nuevo el ceño, pero esta vez se miraba confundida —¿No vas a quedarte conmigo?

A Arnold se le fue una gran cantidad de sangre a la cara... a la cara y hacia otras direcciones, también.

Para entonces ya habían llegado a su cuarto.

—Esa es tu recámara —Respondió Arnold como si no hubiera escuchado su pregunta. Lo más seguro era que aún estuviera medio dormida y no supiera lo que decía —, y la mía está aquí, a un lado. Mira.

Le dijo mientras le señalaba la puerta de al lado.

Helga negó.

—Por supuesto que no —Soltó firmemente mientras cerraba su mano sobre la de él —. No pensarás que después de haber dormido sobre ti por horas, ahora voy a permitir que te vayas a otra habitación y me dejes sola, ¿verdad?

Y sin decir más intentó abrir la puerta, pero estaba cerrada. Arnold le sonrió mientras se sacaba la llave del pantalón, se la mostraba y luego la metía en la chapa.

Helga, necia, le hizo una seña para que pasara primero. Arnold sonrió, derrotado y entró flanqueado por ella.

—Tranquilo —Le dijo mientras rodaba los ojos, al tiempo que se sacaba el sweter por sobre la cabeza —. Solo pretendo dormir. Tu castidad seguirá intacta, te lo aseguro.

Arnold soltó una risa ahogada que sonó como el gruñido de su mascota de la infancia, Abner.

Helga volteó a verlo con una sonrisa pícara en el rostro.

—¿Así que el señorito Arnold ya no es señorito?

Arnold negó sin dejar de sonreír. Helga se encogió de hombros.

—Bueno, supongo que eso nos deja en igualdad de circunstancias —. Soltó mientras se encogía de hombros aún más y se metía a la cama.

—¿Eh? —Arnold se quedó mirándola con la boca abierta.

—¿Qué? ¿Algún problema con eso? —Inquirió ya desde debajo de las sábanas, aún sonriendo.

Aturdido, Arnold simplemente negó.

—Por supuesto que no.

Le aseguró con total honestidad. Simplemente era que Gerald le había dicho... Bueno. Qué más daba lo que le hubiera dicho Gerald. Se sacó también el swéter y se metió en las sábanas junto a la ya medio dormida rubia, luego de haberle puesto seguro a la puerta. Helga se volvió de espaldas a él, y él se repegó contra ella mientras le pasaba un brazo al rededor de la cintura y olía con gran ahínco el aroma de su cabello. Nunca, jamás se imaginó que se pudiera haber sentido tan cómodo como en ese momento. El calor y la suavidad de estar en contacto con el cuerpo de ella era una sensación que parecía casi inhumana; más en el reino de lo casi sagrado.

Tenía tanto qué decirle a Helga, tanto qué preguntarle, tanto qué contarle, tantas cosas por hacer con ella... Pero eso sería ya que despertaran.

...

Y despertaron.

O más bien fue él quien despertó; Su vejiga parecía a punto de reventar. Hizo todo lo posible por no despertar a la bella durmiente que respiraba profunda y pacíficamente, aún pegada junto a él, pero fue en vano. En cuestión de segundos su cabeza se había incorporado y preguntaba "¿Qué hora es?" Mientras se tallaba un ojo.

—No lo sé —respondió él, aún adormilado también —. Tengo qué ir al baño.

—Yo también —Afirmó ella mientras se sentaba en la cama, bostezando.

El que la chica hubiera roto el contacto de sus cuerpos, casi le había roto también el corazón. Hubiera deseado quedarse como estaban en ese ensueño cálido y dulce para siempre... Malditas funciones corporales que lo arruinaban todo.

A Arnold aún le giraba la cabeza, especialmente porque no se podía creer que acabara de despertarse por segunda vez junto a Helga Pataki. No podía esperar para contarle a Gerald y ver su sonrisa ufana mientras le decía: "¿Acaso no te lo dije?"

—Tú entra a este baño, yo iré al de mi cuarto —. Le dijo mientras se ponía de pie. Helga solo asintió y se dirigió a la puertecita a la izquierda de la recámara.

Arnold salió del cuarto para dirigirse a la puerta de al lado, y vio a un par de chicos que no conocía (nuevos inquilinos, supuso), que lo veían con curiosidad desde el pasillo.

Entró a su cuarto y luego a su baño. Aunque ya habían equipado la casa de huéspedes con un par de baños extra, estas nuevas recámaras del piso de abajo, si bien eran muy pequeñas, seguían siendo las únicas con baño privado, y él lo aprovechó. Luego de salir de ahí, notando que traía el celular en el bolsillo, llamó a sus papás. Fue su padre el que respondió.

—¿Y bien? —Ni siquiera la saludó, Arnold sonrió, ligeramente fastidiado, pero no dijo nada —¿Se lo dijiste? ¿Qué te dijo? —Escuchó a su madre murmurar algo, pero no distinguió nada más allá de la expectación en su tono. El rubio no pudo contener una risita.

—Me besó —Dijo al fin, mientras se pasaba una mano por el despeinado cabello, luego escuchó los vítores de sus padres y cómo chocaban las palmas. Sonrió con todos los dientes. Podría recrear esa escena en su cabeza hasta morir, y definitivamente se merecía todos los vítores del mundo.

—¿Acaso no te lo dije? —Su padre estaba eufórico también.

—Sí —Afirmó él, aunque no tenía ni idea de qué era lo que le había dicho.

—Es la herencia de los Shortman, hijo mío. Las damas simplemente no pueden resistirse a nuestros encantos, sin importar la situación.

Escuchó a su madre reír, y luego una juguetona discusión del otro lado del teléfono.

—Oye, ¿y sí es tan bonita como en las fotos? —Le preguntó de repente.

Escuchó a su madre reñirle, y él se rió.

—No —Le respondió, y el alboroto al otro lado de la línea se extinguió al instante —. Es mucho más hermosa en persona. Así, como del cielo a la luna —. No podía haber mayor sinceridad en esa frase.

El alboroto regresó.

Estaba más que feliz de compartir su triunfo con sus padres, pero la cama y Helga lo esperaban y él se estaba muriendo por volver. Al fin que podía hablar con ellos en cualquier otro momento.

—Voy a tener qué irme, mamá, papá. Helga me está esperando. Les hablo más tarde.

Su padre había comenzado a decir algo cuando un ruido invadió la línea. Ahora fue la voz de su madre la que se escuchó.

—Hola, cariño. Me da mucho gusto que tus planes hayan salido como esperabas. No es como si creyera que pudieran salir de otra forma porque, digo; solo mírate. Pero quiero pedirte que... tú sabes... tengas cuidado —. Oh, no. Conocía ese tono de voz, y sabía que, no importa la edad que tuviera, irremediablemente todo le que saliera con ese tono de voz iba a incomodarlo hasta la médula — Por supuesto que quiero muchos nietos, pero ya que acabes la universidad, ¿entendido?

A Arnold se le encendió la cara como un carbón y casi cayó sentado en la cama al oír aquéllo. Maldita sea.

—¡Mamá! Yo...

—Sí, ya sé que tú no haces esas cosas —Lo interrumpió su madre —. Solo cuídate, ¿Ok? Te envié un correo electrónico con toda la información nueva que he encontrado al respecto...

Otra vez el ruido, y ahora la voz de papá, gracias a los cielos:

—Bueno hijo, sabemos que estás muy ocupado y no te quitamos más tiempo. Salúdanos a Helga, y a ver si puedes traerla contigo la próxima vez que nos visites. Yo pago sus boletos de avión.

—Ok, ok. Un beso a ambos, ¡los quiero! —Y cortó la llamada. El teléfono casi se le caía de las manos en ese momento.

Se sentó sobre la cama con el corazón latiéndole a mil por hora... Sus padres eran...Bueno; sus padres.

Casi se arrepintió de haberles dicho sus planes con Helga, pero había estado tan emocionado con la idea de tener una posibilidad con ella, que no lo había podido evitar. Además de que había tenido qué explicarles por qué no iría a pasar las fiestas con ellos, como lo hacía cada año. No era que ellos se lo exigieran; ni siquiera que se lo pidieran; De hecho, ya le habían dicho que podía ir a pasar sus vacaciones con sus viejos amigos, si quería, pero él siempre se moría de ganas por verlos. Ya los había tenido lejos por demasiado tiempo.

Pero en ese momento, lo habían dejado pensando... ¿Qué era lo que seguía ahora con Helga? ¿Sexo? ¿Ir a conocer a los padres? ¿Ir a hablar con el gran Bob?...

Él no lo había pensado más allá de los ojos azules y la hermosa sonrisa de Helga... Bueno, el primer punto sí que lo había pensado, y mucho. También la idea de pasar la vida con ella...Pero siempre todo aquello había sido más bien una especie de abstracción... Ahora todo eso era una posibilidad, y el primer punto, casi una realidad. Helga le había dicho que ya tenía experiencia en el asunto, y él también... ¿Entonces por qué estaba TAN nervioso?

Porque todo el sexo que contaba en sus historia (que tampoco era tanto), había sido más bien insignificante, con chicas que no pretendían nada más con él, ni él con ellas.

Se había asegurado de que fuera así. Pero Helga era... pues, Helga. Casi se sentía como si fuera su única oportunidad de ser feliz (sabía que estaba exagerando), pero aún así no pudo evitar caer en casi un ataque de pánico.

No supo qué más hacer para calmarse, así que se dio una ducha con agua fría, casi congelada. Cuando salió del baño, Helga lo estaba esperando sentada en la cama. Era obvio que se acababa de bañar también, aunque se había puesto la misma ropa. Después de todo, se había ido sin nada con él.

—¿Tienes una secadora? —inquirió mientras se señalaba el cabello húmedo.

Arnold negó con la cabeza.

—Puedo ir a pedir una, si quieres —. Se ofreció inmediatamente.

Fue el turno de Helga de negar.

—Dejaré que se seque solo —Dijo despreocupadamente —. Pero sí necesito ir por mi ropa, la dejé en mi auto cerca del bar.

—Te acompaño —Soltó el chico mientras se agachaba, aún enredado en la toalla, para buscar su ropa.

Helga volvió a negar.

—Estaré bien —dijo —. No es mucho camino, y sirve que me traigo el auto. Puedo estacionarlo aquí, ¿verdad?

—Por supuesto —Respondió él —. Pero déjame vestirme para acompañarte. Te prometo que en dos minutos estaré listo.

Helga se encogió de hombros, aunque, agachado como estaba el chico sobre su maleta y de espaldas a ella, no podía verla.

—Está bien, te espero afuera —Aceptó la chica en una voz más bien indiferente, y salió del cuarto.

Arnold se quedó un tanto contrariado... por algún motivo, era casi como si estuviera decepcionado... Helga estaba actuando de lo más normal mientras que él estaba hecho un mazacote de nervios... Tal vez se debía a que ella no tenía la seguridad de que su mamá había pasado al menos la última semana haciendo una búsqueda exhaustiva de la última tecnología en preservativos para asegurarse de no tener nietos antes de lo debido... Suspiró. Comenzaba a entender la decisión de Helga de tomar distancia de sus padres... Aunque Helga sí que debía tener razones de verdad para tomar esa decisión...

Ahora se sentía mal, y decidió mejor comenzar a vestirse y luego tratar un problema a la vez, aunque ni siquiera comprendía del todo cuáles eran exactamente los problemas. No podía creer que hacía apenas unos minutos se había sentido en una especie de paraíso suave y esponjoso. En un limbo de la felicidad que no deja entrar nada más. Ahora de pronto sentía que la realidad había vuelto a caerle encima y el miedo al futuro comenzaba a asomar su fea cabeza de nuevo. Ni siquiera la expectativa de Helga esperándolo afuera lo calmaba lo suficiente ¿O acaso era ella la que había comenzado a provocárselo? Demonios. ¿Por qué tenía qué ser así?

Salió, como lo había prometido, apenas un par de minutos después, y lo primero que vio fue a Helga platicando con uno de los chicos que había visto al entrar al cuarto. El tipo sonreía de oreja a oreja, mientras que Helga lo miraba con algo de curiosidad.

Solo estaban parados uno al lado del otro, pero a Arnold, que ya andaba un poco tocado de los nervios (y la ingente resaca tampoco ayudaba mucho) no le hizo demasiada gracia.

—¿Nos vamos? —Le preguntó a Helga, tratando de que su repentino estado actual no se le notara demasiado y antes de que esta le pudiera responder, el chico se le adelantó.

—¿Eres Arnold? ¿El dueño de la pensión?

Arnold parpadeó, confundido. Luego dijo que sí. Su abuelo le había dejado la casa de huéspedes a él, después de todo, al igual que todos sus bienes. Pero era la primera vez que alguien lo decía en voz alta.

Por algún motivo, nunca había pensado en sí mismo como dueño de todo aquéllo... Todo lo que había ahí era suyo... vaya.

—Soy Robert —Dijo el chico mientras le extendía la mano, Arnold la tomó —. Me he estado quedando aquí desde hace dos noches. Vine con mi hermano a visitar a mi tía Ange, que vive por aquí, y que no se ha sentido muy bien últimamente. O al menos eso fue lo que nos dijo... Resultó que solo era un pretexto para no pasar navidad con la familia. Al parecer se peleó con mi mamá o algo así, y necesita un descanso de todos nosotros... En fin. El caso es que estamos planeando hacer una fiesta esta noche, en la azotea. Steve, el encargado, ya nos dio permiso... Aunque si tú no estás de acuerdo, por supuesto que no la haré...

Arnold se encogió de hombros.

—Por mí, no hay problema —respondió sinceramente.

—Bien —El chico sonrió —. Y nos encantaría que tú y tu novia nos acompañaran.

Arnold miró a Helga, y esta se encogió de hombros, aunque una sonrisita se dibujaba, apenas visible, en las comisuras de sus labios. ¿Acaso eran ya novios? Eso le emocionaba mucho más que su recién asimilada semi fortuna.

—Espero que sí — Dijo al fin —. Aunque tenía planes para esta noche —. Mintió, sin saber muy bien por qué. Simplemente no se le antojaba hacer eso —. Igual intentaremos venir un rato. ¿Qué opinas, Helga? —La aludida volvió a encogerse de hombros.

—Claro —Soltó —. Tal vez podríamos invitar a Phoebe y a Gerald...

—¡Eso sería genial! —Exclamó Robert —Entre más, mejor.

—¿Entonces vamos por tus cosas? —le preguntó Arnold a Helga, y esta asintió.

—Nos vemos, Robert —Soltó Arnold mientras tomaba a Helga de la mano y se dirigía a la salida. El chico les preguntó si no querían quedarse a desayunar, y Arnold le dijo que ya tenían planes. Tomó la chamarra de Helga (él ya había tomado una que traía en su maleta) y salieron al frío ventarrón que estaba peor que la noche anterior.

Helga, que no había dicho palabra por más del tiempo acostumbrado, al fin rompió el silencio.

—¿En serio no vamos a desayunar ahí? Se me antojaron los huevos con tocino. Olían muy bien.

Ahora fue Arnold quien se encogió de hombros.

—La verdad es que se me antoja ir a una cafetería ¿A ti no? —ahí había demasiada gente.

—¿Y en la cafetería no habrá demasiada gente también? Además nos cobrarán la comida.

Arnold le sonrió.

—Todos los años guardo dinero para estas fechas. Generalmente es para los boletos de avión para ir con mis papás, y para comprarles algunos regalos. Pero como este año no fui, aquí traigo ese dinero. Así que no te preocupes por nada, todo va por mi cuenta —. Y le guiñó un ojo.

Helga pareció querer decir algo más, pero al final se quedó callada.

No le molestaba la idea de convivir con la gente de la pensión, especialmente porque aún le quedaban un par de amigos ahí, pero se estaba muriendo por pasar tiempo a solas con Helga, y ahí no se los iban a permitir. ¿Acaso ella no quería lo mismo?

Llegaron al auto de Helga y entraron. Ella se quedó seria por un segundo se estremeció y luego lo miró sonriendo.

—¡Sí que está haciendo frío! No me quiero imaginar cómo se va a poner ya que esté bien entrado el invierno.

Arnold le respondió la sonrisa.

—Ahora imagínate yo que estoy impuesto a pasar estas fechas a unos treinta y tantos grados celsius.

Helga cerró los ojos y sonrió.

—Eso suena como el paraíso.

El chico sonrió al recordar la invitación de su padre, pero por supuesto que no le iba a decir nada aún; No quería asustarla. Luego sonrió aún más cuando la chica le pasó los brazos por el torso y lo atrajo hacia ella.

—Ven, démonos calor un rato.

Él le respondió el abrazo, y en verdad que el frío desapareció casi de inmediato.

—Arnold.

—¿Sí?

—Me urge cambiarme de calzones.

El chico soltó una carcajada, y Helga lo siguió.

—¿Quieres volver a la casa de huéspedes a cambiarte?

La aludida le iba a responder cuando su teléfono comenzó a sonar, así que tuvo qué romper el abrazo para responder.

—¡Phoebe! ¡Hola! ¿Qué hay?... No, aún no lo he hecho... ¡Claro, me encantaría! Y también llevaría a Arnold —Una ligera pausa, una sonrisa enorme y un ligero sonrojo cruzó el blanco rostro de la muchacha —Sí... Ya lo sé... Sí... —Ahora se rió —¡Basta ya! Los vemos en diez minutos, ¿De acuerdo?... Ok.

Y colgó.

—¿Y bien? ¿Otro desayuno gratis?

Helga sonrió.

—Está bien, ¿no?

Por toda respuesta, Arnold le plantó un beso en la mejilla y la chica encendió el auto.

Llegaron en menos del tiempo que había dicho Helga, y fueron recibidos por la familia Johansenn en pleno. Saludaron a todos y Helga pidió permiso para pasar a cambiarse de ropa. Phoebe la acompañó.

Gerald, por su parte, lo tomó del brazo y lo arrastró a la esquina de la sala.

—Veo que todo salió bien, ¿eh? —Inquirió con una sonrisa reluciente.

Arnold negó, igual o tal vez aún más sonriente.

—Bien no; lo que le sigue.

Gerald cerró el puño, triunfante.

—¡¿No te lo dije acaso? ¡Ninguna nena sería capaz de resistirte a tus encantos, casanova. Ni siquiera la terrible Helga G. Pataki.

Arnold se rió.

—La verdad no sé ni qué decir. Apenas puedo creer que me haya aceptado.

—¿Y por qué no te iba a aceptar? Eres un partidazo para esa loca. Lo que aún no puedo creer es que, de entre todas las chicas en este mundo, sea ella precisamente la que te interese.

Arnold le dio un codazo.

—Oh, cállate. Tú fuiste el primero en decirme lo guapa que se había puesto, y lo calmada que estaba últimamente. No paraste todo el verano pasado de enumerar todas su cualidades, ¿recuerdas? Si hasta parecía que estabas intentando vendérmela por comisión.

Gerald, aún riendo, se encogió de hombros.

—Es que quería convencerte de que vinieras con nosotros. Iba a ser yo solo con dos mujeres, y ya sabes cómo se ponen esas dos cuando están juntas. Estuve en una desventaja de poder abismal durante tres semanas, por tu culpa.

Arnold sonrió esperanzado.

El próximo verano que nos graduemos, estaba pensando si no sería una buena idea hacer un viaje a la playa, ahora sí los cuatro.

Su amigo le llevó una mano al hombro.

—Eso sería demasiado genial, colega —. Luego agregó, acercándole la boca al oído; —La verdad es que estoy planeando proponérmele a Phoebe una vez graduados de la universidad —. Susurró —¿Crees que tú y Helga podrían ayudarme? Incluso podría hacerlo en ese viaje, con ustedes de compañía.

Arnold lo miró con los ojos muy abiertos.

—¿Es en serio, Gerald?

El aludido asintió.

—A menos que temas que Helga se alborote y vaya a querer que hagas lo mismo...

Arnold se rió.

Si supiera.


Bien, chicos y chicas, no sé qué tan bien esté este capítulo. Planeaba seguir el enfoque de los capítulos anteriores, pero este necesitaba ser menos introspectivo, creo yo; y cuando lo terminé, no me convencía del todo, así que había estado dudando en postearlo, pero qué más da. Ya no quiero hacerlos esperar más por mi indecisión. También estaba planeado que esta cosa tuviera solo cinco capítulos, pero mientras escribía me di cuenta que iba a necesitar un par más para llegar a donde quiero llegar con esta historia.

Ahí me contarán qué les pareció. (Espero).

Mis más sinceros agradecimientos a Sandra Lobos, mvzalidag, The J.A.M. a.k.a. Numbuh i y LMild.

En verdad que sus reviews hacen toda la diferencia. No saben el ánimo y la felicidad enorme que me da leer sus hermosas palabras de aliento. En serio muchísimas gracias y todo mi amor.

Y bueno, hasta aquí la dejo. Recuerden que los y las amo, mis amados lectores. Un abrazo apachurrado para todos.

¡Nos leemos!