Muuuy buenas tardes mi gente.
Les traigo una idea que he tenido hace un tiempo, gracias al efecto Encanto... que aun dura y dura y durará por los siglos de los siglos, amén.
Espero les guste.
Cheers
Es difícil describir ese sentimiento de angustia al despertar. Se supone que al dormir, tu cuerpo descansa, al igual que tu mente… pero Bruno no se sentía descansado para nada. Su corazón latía con fuerza dentro de su pecho y le molestaba. Se llevó la mano a su frente respirando agitado y sintió un sudor frío recorrer su rostro y parte de su cabello. Es difícil explicar una sensación tan extraña y aterradora de la nada, sin saber exactamente por qué… solo sabía que algo andaba mal.
-Algo pasará en Encanto- murmuró con miedo.
-0—
-¡Buenos días!- dijo Antonio con entusiasmo, entrando a la cocina sobre su jaguar.
-Buenos, Toñito- dijo Julieta poniendo unas arepas en la plancha- ¿Ya tienes hambre que viniste aquí primero?
-Claro. Mis amigos me levantaron temprano- dijo el chico con una sonrisa de oreja a oreja dirigiéndose a los coatí que estaban en su hombro- ¿pueden tener un poco ellos también?
-Claro, pero no dejes que entren al cuarto de tu madre - dijo su tía llamándole la atención- el otro día uno de ellos se coló en su habitación con un puñado de empanadas y ensuciaron toda su cama. Recuerda que ella necesita descansar bien para no tener muchos problemas al otro día.
-Les gusta ese lugar. Debe tener un olor especial- dijo Antonio recibiendo su arepa y dándole un pedazo a su amigo. Se bajó de su jaguar y se despidió de el para dejar trabajar tranquila a su tía. Casita abrió la puerta y se despidió del animal.
-Entonces por eso llovió anoche tan fuerte- dijo Isabela entrando a la cocina con su vestido azul y su mechos teñido, ahora característico en ella- Me pareció escuchar su grito. Buenos días, peque.
-Hola Isa. ¿Terminaste el regalo para Dolores?- preguntó Antonio con sus grandes ojos mientras comía.
-Está casi listo, pero ahora estoy haciendo un retrato de tu hermano- dijo recibiendo un recipiente de comida que le dio su madre para llevar al comedor, y le sonrió con gracia- está durmiendo sobre la mesa. ¿Quieres verlo?
-¡Sí!-
-No lo molesten. Tuvo que levantarse temprano para acompañar a Luisa- dijo Julieta mirando a su hija con reproche.
-Solo estoy dibujando- dijo la chica haciéndose la inocente- Ni siquiera he despertado al pobre niñito de mamá.
-Jejeje. Quiero verlo, quiero verlo- dijo Antonio siguiendo a su prima mayor.
Los dos entraron al comedor. En él estaba Luisa hablando animadamente con Felix, quien asentía con entusiasmo por el relato, y Camilo. Este estaba con medio cuerpo sobre la mesa, casi roncando. Estaba solo con una camisa de mangas cortas y sus pantalones arremangados, y una mancha gris estaba en su mejilla. Había acompañado a Luisa a unos ejercicios matutinos y a avanzar en una construcción cercana a las afueras del pueblo. Había dejado en claro hace dos semanas que quería ejercitarse para tener un buen verano después de tantas arepas y empanadas de su tía, y había pedido ayuda a Luisa, quién accedió con entusiasmo. Claro, la chica era muy estricta con sus rutinas y se ha convertido en un gran desafío para el chico seguirle el ritmo… incluso estaba al borde de ser agonizante.
-Entonces levantamos el ladrillo y ahí estaba. Sus ojos brillaban entre el polvo. Iñigo casi se desmaya por el susto- dijo Luis abriendo sus ojos como plato.
-Uooo. Debió de haber sido muy grande- dijo Felix asombrados y dándose cuenta de la presencia de su hijo menor- Mijo, debiste haber ido con Luisa y Camilo.
-¿Qué pasó?-
-Una serpiente gigante- dijo la chica moviendo sus brazos- debió haber medido tres metros fácilmente.
-¡Uooo! Es más grande que Marta- exclamó emocionado el pequeño, ayudando a Isabela a servirles el desayuno.
-¿Y estaba entremedio de la construcción?- preguntó la mayor de los nietos Madrigal con cierto asco.
-Sí. Igual extraño, generalmente esas serpientes no se acercan tanto al pueblo- dijo su hermana- gracias Toñito.
-El clima va a cambiar- dijo Felix golpeando la mesa- Y no es por su tía. Si esos animales están cerca quiere decir que algo va a pasar.
-Y yo que creí que Bruno era el supersticioso- dijo Isabela sentándose en su puesto y tomando un block de dibujo y llamando a Antonio- mira, ¿Qué te parece?
-Jejeje, es muy gracioso- dijo el chico, riendo a su lado.
-Es un retrato. Lo llamo: al borde del colapso- dijo la chica pasando otras líneas sobre su dibujo.
-Dale tiempo, han pasado solo dos semanas- dijo Pepa apareciendo detrás de ella y dándole un beso en el cabello como saludo a su hijo y a su sobrina- pero me gusta mucho como quedó. ¿Puedes enmarcarlo para colgarlo en la habitación?
-Buenos días- dijo Dolores detrás de ella, despeinando el cabello rizado de su hermano con energía- Abuela ya viene llegando junto con Mirabel y Agustín.
-¿De dónde?- preguntó Pepa sentándose al lado de su marido.
-Fueron al centro. Escuche una caravana atravesar el cerro y le avise a ella y a Mirabel- dijo Dolores saludando a su padre.
-¿Caravana?- preguntaron Isabela, Luisa y Antonio al mismo tiempo.
-No sé más detalles. Había mucho ruido- dijo la chica levantando sus hombros.
-¡Camilo, estas babeando la mesa!- exclamó Pepa enojada.
-Sí Camilo, que desubicado dormir sobre la mesa- dijo Isabela y le lanzó una pelota de papel.
Esto no lo despertó del todo, así que casita levantó unas baldosas para moverle la silla. El chico se despabiló rápidamente con los ojos adormilados, con una mejilla marcada por la madera de la mesa. Isabela y Antonio rieron por lo bajo, y Luisa le pasó una servilleta para que se limpiara.
-Ya basta ustedes dos- dijo Julieta poniendo el ultimo plato de comida en la mesa con voz tranquila- Isa, saca tus lápices por favor. Casita, ¿puedes despertar a Bruno?
Habían pasado casi tres años desde que el Encanto estuvo a punto de desaparecer, y donde Casita se había destruido y el pueblo entero colaboró para levantarla nuevamente. La familia Madrigal había crecido desde ese momentos y se habían unido mucho más, todo gracias a Mirabel. Su carisma y dones de liderazgo (que conocieron al verla guiar la construcción) la convirtieron en la protegida de la abuela Alma, y ahora la acompañaba para todos lados en donde la necesitara, como en toma de decisiones, reuniones, administración, etc. A su corta edad ya había aprendido bastante de su abuela, y su inteligencia y empatía hacían que la gente se sintiera muy cómoda con ella junto a Alma.
Obviamente esta decisión no fue tomada solo por la matriarca de la casa. Julieta y Agustín también estuvieron de acuerdo después de varias conversaciones con Alma, y de haber consultado a Mirabel si estaba cómoda con esto. Porque, significaba que al cumplir 18 (y para eso faltaban unos días) ella sería oficialmente la mano derecha de Alma Madrigal y los habitantes de Encanto podrían acudir a ella en caso de alguna duda o problema, y sería ella quien resolvería esas dudas o problemas.
Claro, los tres hijos de la matriarca quedaron un poco desconcertados al escuchar a su madre proponer este nuevo trabajo para Mirabel a tan corta edad. Quizás se sentía culpable por tantos años de dejarla de lado, quizás sentía que tenía demasiado trabajo a su edad, o solo se estaba preparando para retirarse los próximos años. La anciana nunca dio un motivo específico, y sus hijos no quisieron indagar más… por ahora.
El resto de la familia aceptó esta noticia con entusiasmo, sabiendo que Mirabel haría un excelente trabajo, sobre todo después de haber salvado el milagro. Por otro lado, cada uno tenía sus propias tareas y objetivos en el pueblo. Luisa seguía haciendo trabajo físico, pero solo de Lunes a Viernes, y no lo hacía sola. Había creado un grupo de personas que ayudaban con los trabajos pesados del pueblo donde era la líder y administradora. Isabela había empezado a indagar en la pintura y dibujo, buscando inspiración para crear su propio estilo. Además, se encargaba de organizar las fiestas y encuentros culturales del pueblo en las fechas importantes del año junto a Dolores, quien además, contraería matrimonio con Mariano en unas dos semanas más.
El chico le había propuesto matrimonio (debidamente) en la mitad del pueblo, cantando una canción en el escenario de la fiesta de la primavera. Camilo e Isabela concordaron que fue lo más cursi que han visto en mucho tiempo, y se sorprendieron al no vomitar arcoíris por los ojos. Obviamente, a Dolores le encantó y aceptó sin rodeos con los ojos llenos de lágrimas.
Camilo, por otro lado, se dedicaba a ayudar a su tía Julieta con la comida medicinal del pueblo. Le gustaba mucho cocinar, y su tía siempre le enseñaba pequeños trucos para que sus comidas, aparte de medicinales, supieran muy bien. Era rápido para aprender y Julieta ya lo dejaba encargado de varios platos antes de que ella le diera los últimos detalles usando su don.
Felix había comenzado una plantación de café, y Pepa lo apoyaba en la administración y venta con las multitudinarias ferias que llegaban al Encanto. Porque, después de que Casita fue destruida y la montaña se partió en dos, el pueblo quedó mucho más expuesto al mundo exterior. El rumor de una familia con dones mágicos que llevaba la administración y existencia de un pueblo llamaba mucho la atención, y muchos viajeros y viajeras habían acudido al Encanto para ver si era verdad y conocer a esa familia tan especial.
La población aumentó junto con el comercio gracias a estos viajeros, y Agustín, quien aunque torpe, era muy bueno con las matemáticas, se encargaba de este trabajo. Además ayudaba a Alma y Mirabel en dirigir el pueblo.
-Hola, tío Bruno- saludó Antonio desde su puesto con entusiasmo, contrastando completamente el ánimo del hombre.
-Hola Toñito. Familia- dijo con voz baja, mostrando una sonrisa un poco tímida.
Bruno había vuelto, y muchos en el pueblo tenían cierto miedo y recelo hacia él. A pesar de las palabras de Alma y ahora Mirabel, costo que volviera a reintegrarse al Encanto. Incluso, a meses de haber vuelto, se sentía inseguro de siquiera acercarse a la mesa junto al resto de la familia. Mirabel pasó mucho tiempo cuidando del hombre, hablando con él y recordándole una y otra vez que no tenía por qué sentirse avergonzado, que él era y siempre había sido parte de la familia y del pueblo.
-¿Estás bien?- le preguntó Pepa por lo bajo, mientras el resto de la familia hablaba sobre la feria.
-No dormí muy bien- dijo masajeándose los ojos- pero más tarde me recostaré de nuevo.
-¿Estás enfermo? ¿Te sientes mal?- le preguntó Julieta, viéndolo preocupada.
-Solo cansancio… estaré bien- dijo con su característica sonrisa tímida.
El hombre había retomado su don con cierto temor, pero enfocándose más en dar consejos a la gente que leerles el futuro. Mirabel le había dicho que sus palabras y consejos la habían ayudado mucho para salvar el milagro, y eso podría ayudar a muchos más. Leía el futuro solo a ciertas personas y en ciertas ocasiones, y también evitaba hacerlo en épocas o acontecimientos importantes, como esta fecha cercana a la boda de Dolores. No quería cometer el mismo error que con su hermana.
-Qué bueno que estén todos acá- dijo Abuela Alma entrando al comedor, del brazo de Mirabel y seguidas por Agustín- tenemos un par de noticias.
-¿Es sobre la feria?- preguntó Isabela con entusiasmo.
-Aha- dijo Mirabel mirando a Dolores, y sonrió de oreja a oreja- son unos comerciantes itinerantes provenientes de España. Pretenden quedarse unas semanas aquí.
-Traen muchas cosas. Muchos espectáculos nocturnos y muestras interesantes de… mm, ya no recuerdo de que pero sonaba interesante- dijo Agustín con el mismo entusiasmo de su hija.
-Nos invitaron para que fuéramos hoy en la tarde. Quieren conocer a los famosos Madrigal y sus dones.
-Maravilloso. Gente nueva- dijo Camilo estirándose con pereza- ¿Necesitaran lugar donde quedarse?
-Armarán sus carpas a las afueras del pueblo. Toñito, sería bueno que hablaras con los animales para que no los molestaran mientras acampen- dijo Abuela Alma sentándose en asiento.
-¿Entonces estarán para la boda? Quizás podríamos ver si tienen algunas cosas que nos hacen falta- dijo Dolores mirando a su madre.
-Me interesa comprarme unos buenos pantalones para acompañarte en las mañanas, Luisa- dijo Camilo mirándose su ropa.
-O unos zapatos para bailar- dijo Felix pensativo- tú amigo jaguar se comió los míos.
-Traen de todo. Será divertido- dijo Mirabel al fin sentándose en la mesa- Estas semanas serán divertidas.
Y con eso, los Madrigal comenzaron a desayunar.
Había mucho ánimo en casita y en el Encanto. Todos los días, todo se veía y se sentía muy bien. Dentro de la imperfección, todo era perfecto a su manera… por eso, Bruno se sentía tan mal por esa sensación que tenía. ¿Por qué? ¿Por qué ese sentimiento de que algo va a pasar? Sus dedos le picaban y su garganta se había secado. Sabía que si decía algo, toda esa tranquilidad desaparecería… y no quería eso, no después de tantos años.
El día pasó sin muchos acontecimientos más que las diferentes tareas de los integrantes de la familia hasta que la tarde llegó, y la música y risas y olores diferentes provenientes de la feria llenaron el pueblo.
Todos los integrantes de la familia Madrigal menos Alma, quien se quedó en su habitación descansando, abrieron los ojos de par en par al ver la cantidad de colores, olores, de gente y de puesto que llenaban la plaza principal y algunas calles de alrededor. Habían llenado los faroles con luces de colores y habían puesto guirnaldas entre tienda y tienda. La cantidad de colores se mezclaba con las telas, cuadros, instrumentos, cerámicas, lozas, comida y ropas que los extranjeros mostraban a los habitantes del Encanto.
-¡Uoooo! ¡¿Qué es eso?!- exclamó Antonio con emoción corriendo hacia el interior de la feria.
-¡Antonio, no vayas solo!- lo llamó Pepa, corriendo detrás de su hijo y comenzando a crear una pequeña nube sobre su cabeza
-Cuídense, y no creen problemas- dijo Felix, esto último mirando a Camilo antes de seguir a su esposa.
-Por supuesto que no- dijo Camilo poniéndose bien su poncho, ya observando un puesto que llamó su atención- Iré a buscar a Dolores y Mariano. Nos vemos.
-Vamos, vamos, vamos- dijo Mirabel con ánimo, arrastrando a sus dos hermanas hacia el interior de la feria.
-No se separen mucho- dijo Julieta mientras caminaba con Agustín del brazo junto con Bruno.
Había muchísima gente, pero aun así se podía caminar sin muchos problemas. Las hermanas Madrigal pasaban de puesto en puesto observando todo lo que ofrecían: figuritas de madera, comida, cerámicas con diferentes formas, alfombras y telas de diferentes colores, vestidos, sombreros, armas de fuego de diferentes calibres, juegos y mucha, pero mucha comida.
-La comida de mamá es maravillosa- dijo Mirabel con los ojos como plato viendo como sacaban unas papas de un sartén y las colocaban sobre un plato con carne y cebollas - pero eso se ve delicioso.
-Quiero algo dulce- dijo Isabela mientras veía unos vestidos largos de seda.
-Por allá parece que vi que vendían manzanas confitadas- dijo Luisa levantando un poco el cuello para ver sobre la multitud de gente.
-¡Vengan, vengan! ¡Caballeros, señores! ¡Tenemos el record de tres campanadas en menos de un minuto! ¡¿Quién se atreve a batir el record?! ¡Venga! ¡Solo para los hombres más fuertes!
A unos metros, entre dos puestos había un hombre gordo y alto sosteniendo un mazo gigante. Al lado de él había una palanca de más de dos metros de alto, y al final, una campana. Una pared de tela con varios peluches de gran tamaño estaban colgados como premios. De entre el público se le acercó un chico bastante corpulento y sin preguntar agarró el mazo con mucha confianza. Debajo de su barba estaba sonriendo.
-¿Ese no es Iñigo?- le preguntó Mirabel a Luisa.
-Sí es. Vamos a ver- contestó la chica sonriendo con interés.
Las tres se acercaron justo para ver como el chico le pagaba unas monedas al dueño y levantaba el mazo con cierto esfuerzo y lo lanzaba a la palanca. La pesa que estaba en la balanza salió disparada hacia arriba, golpeando la campana.
-¡Bravo, muchacho! Pero necesitas dos más en menos de un minuto para ganar el premio- dijo el hombre gordo mientras veía su reloj de pulsera. Al parecer era el dueño del juego.
El chico arrastró el mazo respirando agitando. Levanto con esfuerzo nuevamente el mazo dejándolo en el aire unos segundos, y lo lanzó. La pesa golpeó a penas la campana, haciendo que la audiencia que se había justado a su alrededor, vitoreara con entusiasmo.
-¡Eso, Iñigo!- gritó Luisa, dándole ánimo.
-Me gustaría intentarlo- dijo Isabela con interés.
-¡¿Qué?! Te caerías de espalda o te la romperías al tratar de levantar ese mazo- le dijo Mirabel como si se hubiera vuelto loca.
-Te apuesto a que podría lograrlo si ocupo mis lianas- dijo la chica sonriendo con suficiencia- o ramas de roble. Así sería fácil.
-Eso sería trampa-
-Eso sería astucia. Prácticamente estoy usando mi fuerza al moverlas.
Iñigo arrastró nuevamente el mazó. Una gota de sudor cayó sobre su sien, claramente cansado. Levantó a duras penas el instrumento escuchando un ohh del público y lo lanzó sobre la balanza. Desgraciadamente la pesa subió sin lograr alcanzar la campana, quedando solo a centímetros del objetivo. El chico bufo decepcionado, murmurando un casi.
-¡Ay! ¡Eso estuvo muy cerca! ¡Para la próxima, muchacho!- dijo el hombre panzón, dándole una palmada muy fuerte en la espalda y agarró el mazo con brusquedad- Vamos señores. ¡¿Dónde está esa masculinidad?! ¡Demuestre su testosterona al intentar batir el record! ¡Tres campanadas en menos de un minuto!
-Ese hombre no me cae muy bien- murmuró Isabela cruzándose de brazos. Mirabel asintió varias veces, dándole la razón a su hermana.
-Buen trabajo, Iñigo- le dijo Luisa al ver que se acercaba a ellas.
-Pensé que sería más fácil- dijo el muchacho sonriendo debajo de su barba, bajando las mangas de su camisa- Tu hubieras destruido esa campana.
-¡Vamos, hombres! ¡Venga, venga! ¡Muestren sus testosteronas!-
-Te prometo que si dice una vez más testosterona, destruiré ese mazo- dijo Isabela de mal humor.
-No lo hagas- dijo Mirabel poniendo su mano sobre su hombro, sonriendo- aunque, Luisa… deberías intentarlo.
-¿Eh?-
-Cuidado, señoritas- dijo el dueño escuchando su conversación, y agregó con cierto tono burlón- este juego es peligroso para rosas tan delicadas como ustedes.
Mirabel parpadeó un par de veces y solo por instinto logró agarrar del brazo a Isabela y tirarla para atrás antes que lanzara sus enredaderas al hombre. Sus ojos lanzaban llamas.
-¡Luisa! ¿Por qué no le enseñas lo que una "delicada rosa" puede hacer en este pueblo?- dijo Isabela con los dientes apretados, sin dejar de mirar al hombre.
-Claro, hermana-
El dueño, un poco sorprendido, vio como la chica se acercaba a él, le daba unas monedas y agarraba el mazo sin esfuerzo. Mucha gente del pueblo vio lo que iba a ocurrir y se acercaron al lugar.
-Niña, es peligroso. Puedes romperte la espalda si no tienes la fuerza suficiente. No es un juego para mujeres- dijo con algo de preocupación.
-¿Acaso crees que mi espalda se ve como que se vaya a quebrar?- preguntó Luisa son frialdad.
Iñigo hizo un sonido de emoción, al igual que varias personas que observaban. El dueño, sin entender, dio unos pasos hacia atrás. Luisa giró el mazo en su mano como si fuera un palito de escoba, endureciendo con querer sus músculos. El dueño abrió los ojos como platos.
-¡Vamos Luisa!- gritó alguien del público.
-¡Bate el record, Madrigal!-
-¡No tengas piedad, hermana!- la animo Isabela al lado de Mirabel, quien también le sonreía con entusiasmo, saltando en el lugar.
La chica de ojos color avellana levantó con una mano el mazo, y afirmando sus músculos lo lanzó a la balanza a gran velocidad. El dueño chilló al ver como la pesa salía disparada hacia la campana sacándola de la palanca y mandándola a volar varios metros hacia arriba. Todos gritaron de emoción, vitoreando a Luisa. La chica, con una sonrisa de satisfacción, caminó hacia el dueño que tenía los ojos desorbitados sin bajar la mirada del cielo, y agarró uno de los peluches de la pared.
-La delicada rosa se retira con su premio- dijo la chica, y levantando la mano recibió la pesa que había caído como si fuera una pelota de papel- disculpe las molestias.
Dejó la pesa a su lado y se acercó a sus hermanas nuevamente, dejando al hombre sin palabras, completamente desconcertado. Mirabel e Isabela saltaron sobre su hermana y la abrazaron con fuerza.
-¡Así se hace, Luisa! ¡Poder Madrigal!- gritó Mirabel agarrándose del brazo de la chica.
-Eso estuvo increíble- dijo Iñigo con sus brazos cruzados, sonriendo de lado a lado- Vengaste mi honor.
-Fue el de todos- dijo la chica sonriendo de la misma forma. Mirabel e Isabela lo miraron con curiosidad
-De igual manera, ¿me permites agradecerte invitándote a un helado? Vi un puesto donde tenían unos que parecían muy buenos-
-¡Claro! Me gusta el helado- dijo sonriendo aún más, con un leve rubor en sus mejillas- ¿Ustedes vienen?
-Cla…-
-¡Iremos a ver un regalo para Dolores!- interrumpió Isabela a Mirabel, abrazándola del el cuello y arrastrándola hacia atrás- ustedes disfruten. Sin perderse eso sí.
-¿Qué? ¿Qué? Pero si ya tenemos uno- pero sintió la intensa mirada de su hermana y se calló- Em, claro… Nos vemos.
-¡Se cuidan!- dijo de lejos la hermana mayor, y mirando a Iñigo con una mirada fulminante de advertencia, desaparecieron entre la gente dejando al chico y a Luisa un tanto confundidos.
Es Sol se estaba deslizando hacia el horizonte y los faroles y linternas comenzaron a brillar aún más. Mirabel e Isabela caminaban sin dejar de hablar mientras terminaban de comer una manzana confitada, hasta que divisaron como se reunía un grupo de gente en la esquina de la plaza. Se acercaron con curiosidad hasta que vieron la silueta de Bruno entre la gente.
-¡Tío Bruno! ¿Cómo va la feria?- preguntó Mirabel acercándose a él y ofreciéndole manzana confitada- ¿Encontraste algo que te gustara?
-Eeh… sí, varias cosas. Mucho que ver- dijo con tranquilidad aceptando el dulce.
-¿Y qué estás viendo aquí?- preguntó su sobrina mayor.
Se había hecho un círculo frente a unos músicos que arreglaban unas partituras. Tenía unos instrumentos de percusión y un violín.
-Estaba escuchando. Perdí a su madre hace un rato ya y decidí quedarme aquí…-
Pero se calló cuando la música comenzó de nuevo. El violín dio unas notas largas y melancólicas, como si fueran el llamado a algo. Hubo movimiento entre la gente, y una figura emergió del público. Tenía una túnica color verde y se escuchaban una especie de cascabeles cada vez que se movía. La percusión comenzó a sonar, y la figura dejó caer la túnica, mostrando a una mujer con cabellos rizados color negro, con una falda del mismo color de la túnica y un peto con muchas joyas que sonaban mientras ella se movía. Su cuerpo era curvilíneo, y sus ojos eran de un verde intenso, casi trasparente. El público dio un grito ahogado al ver a la mujer, la cual comenzó a bailar al ritmo de la música. Para ser de edad, se movía extremadamente bien.
-¡UO! ¿Cómo hace eso?- exclamó Mirabel sorprendida, al ver un salto que daba con mucha agilidad.
-Necesito que me enseñe a hacer eso- dijo Isabela sonriendo, igual de emocionada que su hermana- ¿Qué te parece, tío Bruno?
Pero él no la escuchaba. Se había quedado embobado viendo a la mujer bailar de un lado a otro. La manzana en su mano casi se le cae si no fuera porque Isabela tocó su hombro y lo sacó del trance.
-¿Eh? ¿Dijiste algo?- preguntó desviando a duras penas la mirada, hasta que se encontró con el rostro burlón de su sobrina- ¿Qué pasó?
-No sabía que te gustaba la danza, tío- dijo con sarcasmo, sonriendo aún más.
-¡¿Eh?! O sea, siempre me ha gustado… no soy muy bueno así que ver a gente que baila bien es… bueno, interesante…- dijo nervioso, mirando hacia otro lado. El rubor de sus mejillas le dio tanto color que hizo que no se viera tan cansado.
-Claro. Interesante-
-Muy interesante- dijo Mirabel y pasó por delante de ellos- tengo una idea para el matrimonio de Dolores. No me tardo.
Y se fue justo cuando la persona que estaba delante de ellos avanzó hacia la bailarina. Ninguno de los dos Madrigal se había dado cuenta que también llevaba una túnica. Dio un par de vueltas al ritmo de la música, moviendo sus manos para animar al público a aplaudir. La otra bailarina dio dos vueltas, se posó detrás de la mujer con la túnica de color azul marino y se la sacó haciéndola volar por los aires. Nuevamente el público dio un grito ahogado de emoción al ver la figura de una chica mucho menor que la otra mujer, muy hermosa, de cabellos rizados de color rojo, ojos color verde muy parecidos a los de la otra mujer, y una figura casi esculpida por algún artista. Dio una vuelta para hacer sonar las joyas de su peto y falda y comenzó a bailar.
La boca de Isabela se abrió levemente por el asombro, media embobada por los movimientos tan ligeros y sensuales de la bailarina. Siguió a la chica sintiendo como su cerebro dejaba de funcionar, hasta que se topó con el rostro de Bruno que decía: ¿De verdad? Dándose cuenta, Isabela miró rápidamente hacia el lado, sintiendo sus mejillas arder.
-No sabía que le gustaba este tipo de danza, sobrina- dijo su tío con la misma sonrisa que ella le había dado segundos antes.
-Hay que apreciar todo tipo de arte, tío- murmuró la chica, aun sintiéndose avergonzada.
Pero para sorpresa (o más bien horror) de los dos, la bailarina mayor sacó el pañuelo que tenía amarrado de su falda y se acercó bailando hacia Bruno, moviendo las caderas de lado a lado, mientras la otra pelirroja se sacaba su pañuelo que tenía en el cuello. La mujer mayor, sin dejar de moverse con la música se detuvo a unos centímetros del hombre, y sonriéndole con picardía puso su pañuelo en el cuello del pobre Madrigal. La gente exclamó con emoción al ver como la mujer atraía a Bruno hacia el centro.
-No, no… espere, yo no-no-no se…- Bruno tartamudeaba por la vergüenza y los nervios por ser arrastrado de esa forma por la mujer, que aunque no era brusca, era muy fuerte y le impedía alejarse- em… disculpe…
La mujer lo soltó al centro del círculo, y dejándole el pañuelo en el cuello comenzó a bailar a su alrededor, mientras el público aplaudía con ánimo y risas. Mientras esto pasaba, la otra chica se había acercado a Isabela, también moviendo las caderas de forma peligrosa y se puso al lado de ella sin dejar de bailar, lanzándole unos brillitos en el pelo. La morena estaba como un tomate, creyendo que en cualquier momento sus oídos lanzarían vapor. La bailarina se acercó a centímetros de su rostro, y sonriéndole con la misma sonrisa pícara de la otra mujer, pasó su mano por detrás de su cuello, chasqueó sus dedos e Isabela sintió como algo caía sobre su cabeza, tapándole la vista unos segundos. La bailarina sacó el pañuelo que había puesto sobre la mayor de los nietos Madrigal y se lo colocó en su cuello. Con su otra mano, sin dejar de sonreírle le lanzó más brillos al rostro de forma burlona y se alejó danzando.
Isabela se sacó como pudo el brillo de sus ojos y vio como Bruno llegaba a su lado, tropezando y todo despeinado, aún más rojo que ella, escuchando como la gente reía y vitoreaba a las bailarinas, lanzándoles monedas.
-¡Listo! Los contrate para que bailen en el matrimonio de Dolores- dijo Mirabel apareciendo al lado de los dos, y abrió los ojos con un signo de interrogación en su rostro- ¿Qué pasó?
Bruno e Isabela estaban con el mismo rostro aturdido y abochornado, mirando a las bailarinas, despeinados, con brillitos en sus rostros y los pañuelos enredados en sus cuellos. Era como si una fuerte ráfaga hubiera pasado sobre ellos.
-No… estoy seguro de que fue eso- murmuró Bruno sin cambiar el rostro. Isabela estornudó a su lado, lanzando más brillitos al aire.
El Sol ya estaba casi escondido entre las montañas, y las luces iluminaban la feria ayudando al ánimo de los invitados, que cada vez hablan más fuerte y reían más. Los tragos habían comenzado a aparecer y ya muchos habitantes del Encanto estaban con las narices rojas. Mirabel caminaba delante de Bruno e Isabel, hablando enérgicamente con uno de los integrantes del grupo de líderes del pueblo. Los otros dos caminaban a paso más lento y en silencio, observando a la gente pasar, deteniéndose en uno que otro puesto de artesanía. Isabela se quedó viendo unos marcos que tenían unos dibujos extraños, aunque no parecía realmente interesada en ellos. Bruno la observó unos segundos, entendiendo el ánimo tan bajo de la chica.
-¿Sabes?- comenzó a decir Bruno acercándose a su sobrina, chequeando que el vendedor estaba atendiendo a otros compradores- nuestros rostros hubieran hecho un cuadro bastante divertido.
-Aha. Divertido y vergonzoso- dijo la chica sin mucho ánimo, tomando un marco con líneas verdes y rojas.
-Nadie se dio cuenta, Isa- dijo Bruno sonriéndole con empatía- lo hicieron solo para molestarnos un poco porque somos los famosos Madrigal. Es lo que esa gente hace cuando llega a los pueblos…
-Fue incómodo- murmuró la chica, ya ni siquiera mirando el marco que tenía en la mano- sé que no se dieron cuenta pero… arsh, no sé…
-Si sirve de algo- dijo su tío tomando el marco de las manos de Isabela y volviendo a colocarlo en su puesto- no creo que sea la chica para ti. No me da confianza.
-Me pareció que no era de confianza cuando besó fervientemente a su novio, como marcando territorio- dijo con amargura la chica y un dejo de sarcasmo. Se llevó su mano al rostro, apretándose la sien- la cosa es que… no quiero que aparezca esa persona.
-Estaba en la visión. Eso va a pasar si o si-
-Lo sé… pero, sabes lo que significa- su voz parecía cansada, y triste.
-Tienes mi apoyo. Y cuando se lo digas al resto de la familia, también entenderán-
-Tú y yo sabemos que eso no pasará. Al menos no con todos, además… este pueblo es demasiado pequeño para esas "relaciones"- murmuró Isabela. No había levantado la mirada en todo ese rato, hasta ahora- Iré a caminar por ahí. Avísale a Mirabel.
-Está bien-
Bruno observó cómo su sobrina mayor caminaba entre la gente, contrastando su melancolía con la alegría del resto del pueblo.
Algunos meses después de la reconstrucción de Casita, Bruno estaba volviendo a utilizar su don, pero tenía miedo. Y para que esto dejara de pasar, todos los integrantes de la familia Madrigal se acercaron a él para que viera su futuro. Isabela no quería ya que Bruno había visto su futuro mucho antes de que todo pasara, pero como Mirabel insistió tanto, que un día se acercó a él.
Fue extraño, y el hombre no entendió de buenas a primeras lo que veía hasta que tuvo la profecía en sus manos. Isabela había cerrado los ojos con fuerza, sin siquiera querer mirar a su tío por la vergüenza y la pena. En el cristal de color verde se veía la figura de Isabela tomada de la mano de otra mujer, corriendo cerca de la entrada del pueblo. Como la chica no quiso ver más allá por miedo, la profecía solo quedó en eso y el ojinegro la guardo en su cuarto en donde nadie más que él podría encontrarla.
"-Sobrina- dijo Bruno después de haber guardado la profecía. Isabela estaba sentada en el círculo del cuarto de Bruno, con las manos en su rostro- Sabes que lo que vi, se queda conmigo. ¿Verdad?
-Lo sé…- murmuró sin sacar sus manos de su rostro- pero aun así… no era algo que quería que tú o cualquier de la familia supieran por obvia razones.
-Puedo entenderlo… em… si quieres puedes hablar conmigo de esto…-
Isabela se enderezó y se levantó. Sus ojos estaban brillantes.
-Gracias, tío… pero aún me duele mucho hablar de esto"
Isabela deambulaba por las afueras de la feria, un poco alejada del barullo y de la luz. Saludó a un par de personas de forma educada, hasta que se vio en el último puesto de la feria, algo apartado del barullo del lugar. Con los ojos asombrados vio que vendían cuadros de pinturas. Pero era un estilo que nunca había visto antes, con una mezcla de colores diferente y extraños, y eso atrajo muchísimo su atención. Se acercó a uno especialmente grande y lo tomó con cuidado. ¿Cómo alguien había llegado a crear algo así? Un paisaje enorme del mar al borde de las montañas. Isabela quedó maravillada.
-Usted es una mujer muy fuerte-
Isabela casi deja caer el cuadro al escuchar la voz. Lo dejó en el suelo para que no corriera peligro y se dio vuelta en busca de la voz. Parpadeó varias veces al ver a una mujer unos centímetros más pequeña que ella, con el cabello castaño claro, liso tomado en una coleta, y unos ojos de color ámbar muy brillantes. Vestía con una falda corta y una camisa sin mangas que dejaban al descubierto sus hombros. Llevaba varios brazaletes en sus muñecas y unos aros largos, haciendo lucir su cuello. Su tez blanca brillaba con la luz del farol que había sobre el puesto.
-Em… hola- murmuró Isabela. La mirada de la mujer era extraña - ¿A qué se refiere con eso?
-Ese marco es muy pesado. Es madera de roble- dijo la chica acercándose al cuadro. Su acento era extraño- apenas le hice un tratamiento a esa madera para que quedara lo más natural posible.
-¿Le hiciste?
-Claro. ¿Te sorprende?-
-Un poco… entonces, ¿tú pintaste todos estos?-
-Jaja. La gran mayoría, sí. ¿Te gustan?-
-¡Me encantan!- exclamó la ojinegro con emoción, mirando el resto de los cuadros- es un estilo que nunca había visto antes. Y esos paisajes son sorprendentes.
-Es una mezcla. Eso pasa cuando viajas mucho, vas mezclando cosas que ves o aprendes- dijo la chica sin cuidado detrás de ella.
-Increíble. Llevo algunos años tratando de buscar mi propio estilo. He logrado algo pero… aun no me convence lo que logro-
-¿Te falta inspiración? ¿Investigación?-
-No lo sé… ¿quizás?-
Isabela se dio vuelta y se topó nuevamente con la mirada extraña de la chica. Era como si quisiera leer sus pensamientos solo con la mirada, agrandando más sus ojos casi sin pestañear. Isabela se puso nerviosa.
-Em…-
-Tienes brillos en la nariz-
-¡Arsh! Sí, lo sé. Una bailarina me asaltó y me los tiró al rostro- dijo Isabela pasándose una mano por su rostro con exasperación, sacándose los brillitos que aún le quedaban- es como si no se salieran nunca.
-Carlotta suele hacer eso- dijo la chica acercándose y sacándole el pañuelo que aún tenía en el cuello- Lo hace para molestar a los anfitriones.
-Bonita forma de saludar- dijo con molestia, viendo como la chica limpiaba el pañuelo de brillo sacudiéndolo en el aire.
-Eres una Madrigal, ¿verdad?- preguntó de repente, mirando de reojo la fina liana verde que rodeaba el brazo de la morena.
-Sí… Isabela Madrigal- contestó ladeando un poco su cabeza, y sonriendo le tendió la mano para saludarla- ¿Y tú, cómo te llamas?
-Violeta-
La chica tomó su mano como saludo. Tenía una piel cálida y suave, aunque se le veían algunos puntos de pintura en sus dedos.
La Luna creciente se había alzado sobre el pueblo de Encanto, pintándolo de azul y contrastando con la calidez de las luces de los faroles de la feria, y con la agradable sensación de las manos de las dos chicas entrelazadas en ese inocente saludo.
