-Presunción de inocencia-
Capítulo 8. Consecuencias
Esa noche, no durmió apenas.
Al salir del dormitorio de Vanessa, se dirigió directamente hacia el suyo con el corazón lleno de culpa, arrepentimiento y tristeza. Se echó directamente, bocabajo, en la cama, intentando que el sueño lo llevara a un lugar en el que conseguía ser mínimamente feliz, pero no lo logró.
Su vida era un desorden caótico constante que ya no sabía cómo sostener. Que tampoco podía sostener.
Los años lo habían desgastado mucho. Ya poco quedaba de aquel donjuán alegre y temeroso que existió algún día. La vida adulta no le había sido grata, así que su estado anímico llevaba años sin ser bueno. Y en el momento en el que pensaba que todo se estaba volviendo a reconstruir, él mismo se encargaba de desmoronarlo con sus acciones equivocadas.
Finral no podía negar que hubo una época en la que Vanessa le gustaba y mucho. No estaba seguro de si había llegado a enamorarse de ella, pero recordaba un tiempo en el que suspiraba cada vez que la veía. Sin embargo, nunca llegó a hablar con ella seriamente sobre sus sentimientos. Le regalaba de vez en cuando flores y le soltaba algún que otro piropo, pero nunca había sido claro. En parte se debía a que pensaba que su compañera estaba enamorada de Yami, así que decidió tirar la toalla pronto.
Además, poco después apareció Finesse en su vida y se olvidó de aquel revoloteo que sentía en su estómago cada vez que veía a Vanessa. Así que no entendía bien qué había sucedido la noche anterior ni por qué se había dejado llevar de esa forma ante sus caricias. Lo único que era capaz de comprender con suma totalidad era que el vacío y la soledad lo ocupaban todo en su vida.
Se fue al comedor después de ducharse para hablar con Gauche sobre el prototipo del plan que estaban desarrollando para sacar a Yami de la cárcel. No es que le apeteciera demasiado, porque sentía que los ojos le pesaban y que los músculos no le funcionaban bien, pero era lo que tenía que hacer. Yami Sukehiro había sido siempre una persona muy importante para él, que le ayudó a crecer y mejorar en muchos aspectos de su propio ser, y no podía seguir con su vida como si nada y sin ayudarlo.
Al bajar las escaleras, Gauche estaba sentado en un sillón, esperándolo y con su típico gesto de pocos amigos. Sinceramente, a Finral no le apetecía precisamente ese día aguantarlo, pero no le quedaba de otra.
Se sentó a su lado y lo saludó de la forma más enérgica que pudo, pero él solo le asintió como respuesta. Supuso que había tenido mala noche, así que decidió que lo mejor era explicar el plan directamente, sin intentar ser amable porque no iba a obtener nada a cambio.
Al ser un anticipo de lo que tenía pensado, lo explicó por encima, sin dar demasiados detalles y en poco tiempo. A eso se le sumó que estaba realmente agotado, así que no pudo trazarlo con plenitud como tenía pensado.
Cuando acabó, miró a su compañero. Su cara no se veía convencida y estaba más bien serio. A todos les estaba pasando factura la situación en la base, pero sabía que Gauche tenía mal carácter de por sí, así que aguantarlo en los últimos tiempos era casi una misión imposible. Todavía no entendía cómo lo hacían Grey y sus hijos, aunque supuso que era porque con ellos se comportaba de un modo un poco más decente.
—Este plan es una mierda —espetó de mala gana.
Finral apretó los labios con algo de rabia, pero decidió que su simpatía debía ganar, porque no quería crear mal ambiente con ninguno de sus compañeros. Ya estaba la atmósfera en la base bastante complicada y cargada como para sumar una disputa u otro problema.
Suspiró pesadamente, cerró los ojos y después intentó esbozar una sonrisa, aunque sabía que no era genuina.
—Supongo que podemos darle una vuelta. Como no he estado nunca en esa prisión, lo mejor sería ir por equipos para despistar. De dos o tres personas como mucho, porque si no…
—Eso ya lo has dicho antes —interrumpió Gauche y luego se levantó del sillón—. No tiene sentido que lo hagamos así, no sé cuántas veces tengo que explicártelo.
—Podrías relajarte un poco, ¿no? Estoy intentando ayudar.
Gauche frunció el ceño ante el tono de voz del mago espacial, que se levantó también para poder encararlo. Estaba cansado de sus malas contestaciones, así que no seguiría fingiendo que era el típico chico dulce y comprensivo del pasado, y de que todo el mundo lo ninguneara y no tenía previsto dejar que nadie siguiera haciéndolo.
—¿Relajarme? —preguntó Gauche, sarcástico, mientras reía con ironía—. Estamos en una situación muy grave. Me parece bien que tú te relajes, pero yo no puedo.
—No he dicho que yo sí pueda. La situación es compleja para todos, pero en lugar de enfadarte sin razón, podrías empezar a aportar un poco.
—¿A aportar? Como tú, ¿no? Desde que volviste a la base, no has hecho nada.
Finral dio un paso al frente, acercándose más a Gauche, mientras lo señalaba con el dedo. Estaba enfadado como pocas veces en su vida, porque no entendía esa falta de empatía de alguien a quien consideraba un amigo y que sabía de primera mano lo que había sufrido en los últimos años.
—No tienes derecho a hablarme así. No sabes por lo que he pasado.
—No, no lo sé. Supongo que tuvo que ser muy duro lo del bebé, pero ya es hora de que lo superes, ¿no crees?
Gauche, al notar el agarrón de su camiseta por parte de su compañero, se sorprendió mucho. No esperaba que reaccionara de esa forma y en ese momento tampoco lo entendía.
—Es que yo sí quería tener a mi hijo, a diferencia de ti —dijo el mago espacial con rabia—. ¿Le has contado alguna vez a Grey que reaccionaste de esa forma cuando te enteraste de que estaba embarazada de Margaret porque no querías tener más hijos?
La conversación se quebró con el ruido de unas tazas chocando contra el suelo. Finral soltó el fuerte agarre de la camiseta de su compañero y ambos se voltearon a mirar a Grey, que los observaba con el semblante abrumado y desconsolado.
—Grey…
Gauche vio a su esposa temblando y con las lágrimas surcándole el rostro. Ese era un tema delicado, del que se arrepentía mucho y del que no quería que se enterase jamás. Y realmente tampoco podía echarle la culpa a Finral aunque su primer impulso había sido darle un puñetazo por hablar de más, porque quien había tenido una actitud más que reprochable desde el minuto uno de su encuentro había sido él.
—Lo siento… yo…
Fue lo último que escuchó de parte de su compañero, porque enseguida se fue detrás de Grey, que había subido las escaleras rápidamente mientras sollozaba para encerrarse en su cuarto.
Al llegar e intentar abrir la puerta, se dio cuenta de que estaba cerrada con llave, así que apoyó la frente contra la superficie de madera y dio un par de golpes suaves.
—Grey, ábreme, por favor. —No obtuvo respuesta. Se quedó un par de minutos en la misma posición, hasta que escuchó un sollozo que provenía de dentro de la habitación y llamó de nuevo—. Grey, tenemos que hablar sobre esto.
Lo dijo en un tono firme y serio. Esperó algunos minutos más y, por fin, la puerta se abrió. Entró con algo de recelo, cerró la puerta y miró al frente. Grey no podía sostenerle la mirada. Seguía llorando.
—Escúchame, yo…
—¿N-no querías tener a Margaret?
—No es eso.
—No querías… Me engañaste…
—Grey, ¿tú crees que yo no quiero a Margaret? ¿Que no daría mi vida si fuese necesario por cualquiera de nuestros hijos?
Gauche se acercó un poco, pero ella dio dos pasos hacia atrás para que no lo hiciera. Estaba dolida. Sabía que su marido amaba a sus hijos, pero le lastimaba mucho que no hubiese sido capaz de ser franco con ella, porque aún recordaba la conversación en la que le comentó que quería que volvieran a ser padres.
—¿No confías e-en mí?
—Sabes que sí —dijo con tono afable.
—Cuando te dije que quería tener otro hijo, solo tendrías que haber dicho que no si eso era lo que querías. M-me duele que no sintieras que podías decirme la verdad.
Era cierto; podría haberle dicho la verdad. Pero es que cuando vio su rostro ilusionado mientras relataba las ganas que tenía de volver a ser madre, no pudo evitar asentir y sonreír falsamente. Y en realidad, se alegraba mucho de haber tenido a Margaret, porque era una niña dulce y buena, justo como su madre.
—Lo siento —le dijo con sinceridad mientras sujetaba sus manos y se acercaba sin que ella pudiera volver a evitarlo—. Sé que tendría que haberte contado lo que pensaba, pero no me arrepiento de no haberlo hecho, porque eso hizo posible la existencia de Margaret.
Grey se atrevió por fin a alzar la vista para mirarlo. Gauche era un buen padre y esposo, pero aquel engaño la había herido demasiado. Se soltó de su agarre y miró de nuevo hacia el suelo. La vida de su hija había dependido de una mentira y le dolía demasiado como para procesar la idea de forma rápida.
—Gauche-kun… será mejor que durmamos un tiempo en habitaciones distintas.
—Pero, Grey…
—C-creo que es lo mejor por ahora —susurró mientras sus lágrimas volvían a esparcirse por sus mejillas sin control.
Noelle se mordió el labio inferior en una mezcla extraña de placer y dolor. Sentía su corazón latiéndole casi en la garganta y su espalda se arqueaba de vez en cuando de forma involuntaria.
Agarró las sábanas con fuerza y miró las caderas del cuerpo que estaba encima del suyo, moviéndose con cautela, pero también con excitación desorbitada. Ella se sentía igual. Estaba siendo un momento extremadamente extraño, pero también demasiado especial como para ser apresado por insulsas palabras.
Solo quería sentir. Sentir la calidez del pecho de Asta sobre sus senos, de sus piernas enredadas y sus besos pesados sobre su cuello y sus mejillas; de la mezcla de sus alientos y el vaivén de sus cuerpos, que parecía que no iba a detenerse jamás.
Un movimiento más brusco de lo normal hizo que siseara ligeramente con dolor, haciendo que Asta se detuviera para mirarla con algo de preocupación impregnada en sus ojos verdes.
Ella lo miró al instante. Se emocionó al verse reflejada en ese remanso de paz que era su mirada. Solo la veía a ella; por fin solo a ella. Y eso hacía que un sentimiento de felicidad indescriptible explotara dentro de su pecho, esparciéndose así por todo su cuerpo.
Le acarició las mejillas para que se calmara. Ese momento estaba siendo un tanto difícil para Noelle, pero imaginaba que para él también. Era un ser humano como ella y dar un paso tan importante podía ser un poco confuso.
—Lo siento… Lo estoy haciendo fatal, ¿verdad? Es que estoy muy nervioso.
Asta sonrió de forma incómoda. Se le notaba mucho que los nervios se desbordaban por todo su ser, pero que lo estaba disfrutando también.
Noelle llevó sus manos a su cuello y lo acercó hacia su rostro para besarlo de forma tenue. Ninguno de los dos se movía, pero su unión seguía intacta. Solo necesitaban un momento para acostumbrarse a la sensación de calidez extraña que ambos estaban experimentando, así que consideraba esa pausa como algo preciso y bueno para ambos.
—Está bien. Es raro, pero me gusta. Solo intenta ir despacio un rato más, ¿vale? —le susurró contra los labios.
Asta escondió su rostro en el hueco que formaba su cuello y su hombro y asintió tímidamente, de una forma que él no solía ser, pero que la situación, de forma inevitable, había hecho que apareciera.
Noelle le acarició la espalda y, tras algunos segundos más de quietud, fue ella misma la que comenzó los movimientos nuevamente, soltando un leve gemido cerca de su oído además.
Asta, embelesado por el sonido y por su arrojo y decisión, apoyó los antebrazos sobre el colchón para mirarla y, mientras lo hacía, acompañó sus movimientos. Entrelazó los dedos de sus manos y le volvió a besar los labios mientras movía sus caderas de forma pausada, tal y como ella le había indicado.
—o—o—o—
La noche se avecinaba bastante fría, así que Noelle entró a casa pronto. Le dolía la cabeza ligeramente de nuevo, pero no era de extrañar. Seguía pensando, meditando todo lo que su vida había sido, era y sería a partir de ese momento.
No podía seguir con esa situación, con ese pesar y esa incertidumbre presionándole el corazón. Tenía que tomar una decisión y debía hacerlo de manera inmediata. Y realmente no era lo que quería hacer, pero no tenía más opción.
Había pasado ya más de un mes desde que Yami había sido encarcelado y nada parecía moverse. Su caso estaba completamente estancado. No había habido siquiera juicio, parecía que estaba encerrado por estarlo y Asta se veía impasible ante aquellos actos tan ruines.
No sabía cuándo se había convertido en una persona así, pero ya no le salía actuar como solía hacerlo en el pasado. Suponía que sus hijos, al no ser demasiado mayores, aún no se habían dado cuenta, pero también que era cuestión de tiempo que lo hicieran, porque Asta era una persona bastante cariñosa y ahora solo quedaba su parte más sombría.
Se pasaba encerrado gran parte del día y a veces incluso de la noche en su despacho o visitando el archivo. Y Noelle no entendía nada, porque realmente, si estaba urdiendo algún plan, solo quería que confiara lo suficiente en ella como para contárselo.
Sin embargo, parecía que el Asta de tiempos pasados había dejado de existir. Y con él, su vínculo, que pensó indestructible, también.
Fue a la habitación de sus hijos para asegurarse de que estaban dormidos. Por esa época, ya dormían en cuartos separados, así que primero se acercó a la de Ayla, que dormía sin la cabeza apoyada en la almohada, destapada y con los brazos completamente estirados. Sonrió por su postura y después se acercó para arroparla. Hizo lo mismo en el cuarto de Aren, pero no fue necesario nada más que observarlo, porque no era tan caótico como su hermana.
Se marchó hacia su habitación, aquella que había compartido con su esposo durante los últimos tres años. Miró la cama vacía, intacta, y le entraron ganas de enterrar el rostro en la almohada, pero se contuvo. Simplemente se sentó y pasó levemente la mano por la superficie de las mantas.
Estaba triste. Y sabía que la decisión que había tomado y que iba a comunicar a Asta de forma inminente le iba a romper el alma, pero no podía actuar de otra manera. No solo porque sentía que su relación no era la misma, sino también porque no quería traicionar ni a su gente ni a sus principios.
Esperó un par de horas más ahí sentada, casi sin inmutarse, perdida como estaba entre miles de pensamientos, a Asta. Cuando llegó lo hizo con el semblante agotado, con las ojeras casi hasta el suelo y sin el brillo que caracterizaba su mirada.
Noelle lo observó, pero no decía nada. Parecía no mirarla, como en el pasado. Más bien, de una forma mucho peor, porque al menos cuando no la amaba, la admiraba y la respetaba como compañera y amiga. Ya no había nada de esos sentimientos transmitidos en sus ojos verdes. Y el dolor que aquello le suponía era indescriptible, pero debía avanzar, sobre todo por sus hijos.
—¿Podemos hablar un momento?
—Estoy muy cansado, Noelle. ¿Lo dejamos para mañana?
—No, Asta. No lo dejamos para mañana.
Asta se paralizó al oír aquel tono tan demandante saliendo de la boca de su mujer. La miró atónito y por pura inercia se sentó a su lado en la cama. Ella no lo miraba, simplemente aferraba sus dedos a la tela de su vestido y clavaba ahí sus ojos.
—Me voy a ir de aquí.
—¿Qué…? —preguntó Asta de forma atropellada.
—Me voy a ir a la base de las Águilas Plateadas con los niños. Creo que será lo mejor para los dos.
—Pero, Noelle… —titubeó él de forma nerviosa y entonces su esposa lo miró.
—Ya no eres el mismo de antes, Asta. No te siento igual. No me hablas, no me escuchas, no haces nada por arreglar una situación injusta desde tu posición privilegiada. Creía que querías cambiar este reino, pero supongo que me equivoqué. No puedo seguir fingiendo que lo nuestro todavía funciona.
Las pupilas de Asta temblaron con violencia. Todo su cuerpo lo hizo realmente, porque parecía que estaba escuchando palabras dentro de una pesadilla. Pensó en decir miles de cosas, en explicarle a Noelle por qué estaba actuando de ese modo, pero no lo logró. Las palabras se quedaron estancadas en su garganta, así que su cuerpo se movió sin que ninguno de los dos fuera capaz de preverlo.
Asta se echó entre los brazos de Noelle mientras sollozaba y temblaba con agresividad. Se aferró a su cintura, transmitiéndole así que no podía soportar la idea de que se fuera de su lado. Ella sintió entonces dos lágrimas cayendo de sus ojos, porque al menos podía vislumbrar un atisbo del Asta del que se enamoró hacía ya muchos años.
—No me dejes, Noelle… Yo… sin ti y sin nuestros hijos no soy nada. Y ya no puedo más. Toda esta situación con el capitán… no puedo sostenerla más. Estoy tratando de hacer todo lo que puedo, pero no encuentro salida y si tú te vas… no voy a poder soportarlo.
Noelle lo abrazó con fuerza, dándose cuenta de que había sido egoísta y de que no había tenido en cuenta los sentimientos que Asta pudiera tener y que claramente estaba escondiendo, aunque no comprendía por qué, si siempre habían tenido una relación de confianza plena el uno en el otro.
Alzó su rostro con sus manos y lo miró. Por fin podía ver a Asta, al de siempre, y eso la reconfortó mucho.
—¿Por qué no me cuentas qué te tiene así, qué es lo que estás intentando hacer?
—Porque no puedo. Y necesito que confíes en mí una vez más, Noelle. Lo necesito.
Ante aquellas palabras, acarició su mejilla con cautela y cariño. Era cierto; ella siempre había confiado ciegamente en su esposo, así que no debía costarle hacerlo una vez más. Asintió y lo besó. Dejaría que él se ocupara de ese asunto sin presionarlo, porque confiaba en que podría resolverlo, como siempre había hecho.
Lo miró fijamente y le apartó las lágrimas del rostro. Él se rio con algo de vergüenza, pero se calmó en cuanto pudo ver la sonrisa tranquila de Noelle adornando su rostro.
—Soy patético, ¿verdad?
—No lo eres. Eres increíble y la persona de la que más orgullosa estoy. No te vuelvas a alejar de mí de esta manera, por favor.
Asta asintió enérgicamente y volvió a besarla.
Al menos, durante esa noche, quería sentirse como en el pasado, siendo aquel joven de veinte años que iniciaba una relación pura y bella con la chica más perfecta de todo el reino, así que se dejó llevar y se entregó a los brazos de Noelle, sabiendo que ella sería capaz de hacer que olvidara todos y cada uno de los problemas que tan afligido lo tenían.
Charlotte escuchó la risa de su hija mayor escapándose por las rendijas de la puerta de su habitación y sonrió con alivio. Por fin la veía mejor, más segura y alegre, aunque también había un fuego determinado en el azul de sus ojos que todavía no entendía.
La alegría de su hija estaba acompañada por una voz masculina sosegada y tenue, que ella bien sabía a quién pertenecía. Se asomó por la puerta entreabierta de la habitación de Hikari y pudo verla riéndose, hablando enérgicamente, y a Alistar simplemente mirándola con devoción en sus ojos mientras apoyaba su mentón en su mano derecha y sonreía casi de forma imperceptible.
Le dio un poco de pena su situación. Hikari era densa para muchos temas, justo como su padre lo fue, y saber lo que sentía Alistar por su hija hacía que empatizara mucho con él, porque ella misma había estado en la misma situación durante muchos años. Era un buen chico y realmente no se merecía vivir esa incertidumbre, pero si él no daba el paso y decidía declarar sus sentimientos, ¿quién era ella para hacerlo?
Carraspeó un poco para que se dieran cuenta de que estaba allí y entreabrió un poco más la puerta para asomarse. Hikari la miró enseguida y le sonrió.
—Hola, Capitana Charlotte —saludó Alistar de forma educada.
—Hola mamá, ¿quieres pasar?
—Hola chicos. No te preocupes. Solo venía a decirte que tengo que irme ya. Hana está con Gael en el valle y Einar por la base. No tardaré mucho pero tenlos vigilados, ¿de acuerdo?
—Claro. Me encargaré de los mocosos, vete tranquila. Y… dile a papá de mi parte que lo extrañamos mucho por aquí.
Charlotte asintió sin decir nada más. Se despidió de los chicos y bajó las escaleras con premura. Le parecía haber visto unos planos en el cuarto de su hija mayor, pero no quiso indagar porque no quería meterse en sus asuntos. Tal vez estaban preparando una misión o algo parecido.
Al bajar a la sala, se encontró a Einar refunfuñando mientras estaba sentado en el sillón que Yami solía usar para leer el periódico. Se acercó a él para saber qué le pasaba.
—Einar, ¿pasa algo?
El niño la miró con el ceño ligeramente fruncido y luego se hizo a un lado en el sillón para que su madre se sentara a su lado. Charlotte lo hizo enseguida y después lo sintió apoyándose contra su brazo.
—Mami, Hana no me deja que vaya a jugar con Gael y con ella. No es justo.
La mujer acarició el pelo negro, recio, del pequeño con amor. La tranquilizaba mucho saber que no se estaba dando cuenta de la situación y que sus preocupaciones seguían siendo las propias de los niños de su edad.
—A ver… ¿a ti te gustaría que Hana estuviera cuando estás jugando con Aren?
—Pues no, pero Ayla siempre está. Y grita un montón.
—No estamos hablando de Ayla.
Einar refunfuñó de nuevo ligeramente y Charlotte sonrió. Le sujetó el hombro y lo pegó a su cuerpo para abrazarlo. Él, que en el fondo era bastante cariñoso y más si era con su madre, se abrazó a su cintura.
—Tienes que entender que Gael y tu hermana son un poco mayores que tú y a veces no les apetecerá que estés con ellos. No pasa nada, no es que les molestes, sino simplemente que están creciendo.
No entendió demasiado bien lo que decía su madre, pero asintió con energía, porque confiaba plenamente en ella, y la miró con curiosidad.
—Mami.
—Dime.
—¿Cuándo vuelve papá? Lo echo mucho de menos…
Charlotte miró a su hijo con pena. Era completamente injusto que Yami tuviera que estar alejado de su familia solo por su condición social. No había actuado de forma correcta probablemente, pero ella misma habría hecho lo mismo en su situación sin dudarlo y sabía a ciencia cierta que no habría tenido las mismas consecuencias solo por tener un apellido perteneciente a una casa noble. Le daba repulsión la sociedad del reino y lo poco que había avanzado en los últimos tiempos.
—Pronto. Cuando vuelva, nos vamos a ir todos juntos a pescar, ¿quieres?
—¡Sí! —exclamó el niño con alegría y volvió a abrazar a su madre, ya más contento.
Charlotte se despidió de su hijo y se marchó a visitar a Yami, como casi cada semana desde que había sido encarcelado, sin contar, por supuesto, las veces que se colaba en el cambio de guardias.
Al entrar en la zona de las celdas, miró al hombre que las custodiaba sin saludarlo. Ya sabía el tiempo que tenía, así que él ni se molestaba en hablarle y a ella tampoco le apetecía ninguna interacción social que no fuera con Yami.
Se acercó hacia él mientras sonreía. Se estaba fumando un cigarro de los que ella misma le llevaba, pero lo apagó en cuanto la vio, porque sabía que a ella le molestaba el humo y el olor.
Se acercó a las rejas y Charlotte lo besó mientras colaba las manos por los barrotes de la celda y sujetaba la tela de su camiseta blanca con anhelo.
—¿Le decimos a ese de ahí que nos deje una hora a nosotros solos? —preguntó de forma divertida cuando se separaron.
La mujer se rio ligeramente y después negó con la cabeza. Yami solo se quedó observándola en silencio. Sus ojos azules parecían agotados y la veía pálida y desmejorada. Quería reconfortarla de algún modo, pero sabía que solo lo lograría con su libertad, y eso era algo que no podía darle.
—Es que te echo mucho de menos —declaró casi sin darse cuenta.
—Y yo a ti… No sabes cuánto.
Yami acarició la mejilla de Charlotte como pudo. No quería ser egoísta, pero le había salido solo transmitirle cómo se sentía, aunque sabía que eso la desgastaba aún más.
—¿Cómo están mis mocosos?
—Bien, todos están bien. Deseando verte también. Le he dicho a Einar que cuando vuelvas nos iremos un día a pescar.
Sonrió ante el comentario. Tanto a Hikari como a Einar les encantaba ir a pescar y esos días en familia eran los más pacíficos, hermosos y revitalizantes que tenía. Le dolía pensar que nunca más volvería a sentirlos, pero era momento de aceptar la verdad. Y de que Charlotte la aceptara también.
—Charlotte, sabes bien que no voy a salir de aquí.
—No te atrevas a decir eso. Todavía ni siquiera se ha celebrado el juicio.
—Sabemos el veredicto del juicio.
—No lo voy a aceptar si te aleja de mí y lo sabes. Te sacaré de aquí como sea y no me importa nada ni nadie.
—Charlotte…
—No, Yami —interrumpió con gesto serio—. No voy a permitir que nos separen de ti.
Yami se quedó observando su semblante decidido en silencio. Era absurdo intentar convencerla, porque sabía bien que no podría hacerlo. Suspiró y volvió a besarla.
Sabía cuál era su destino y lo aceptaba plenamente… Solo esperaba que Charlotte acabara haciéndolo también.
Continuará...
Nota de la autora:
Pues ya no tengo más capítulos escritos, así que el ritmo de actualizaciones comenzará a ralentizarse a partir de ahora. Iré actualizando cuando tenga tiempo y ganas de escribir, que me falta bastante de las dos cosas, porque últimamente me está costando mucho encontrar la motivación necesaria para sentarme delante del ordenador y teclear algunas palabras. En fin, me ha pasado en muchas otras ocasiones, así que supongo que volverá.
Con respecto al capítulo, pues todavía no puedo decir gran cosa sobre Asta, aparte de que creo que es normal que no lo entendáis o que estéis desilusionados con cómo lo estoy retratando. Peeero todo tiene su explicación. Algún día se sabrá.
También se ha introducido el conflicto de Grey y Gauche, que veremos si se resuelve, porque es complejo a más no poder, pero entrarán más factores y cosillas que iremos viendo en los siguientes capítulos.
En el próximo capítulo intentaré acelerar un poquito la trama porque siento que se está estancando, pero quiero explicar bien cómo afecta esta situación a todos y desarrollar las subtramas con precisión. Espero que no os esté resultando demasiado tedioso.
Nada más que decir por mi parte, así que aquí me despido.
¡Nos leemos pronto!
