Los personajes son de SM, la trama es completamente mía. NO AL PLAGIO.

Una dama de burdel

Pesadillas y realidades

Angielizz (Anbeth Coro)

Gracias por las lecturas y los comentarios (ya respondí a cada uno de ellos personalmente). Ya estamos en la recta final de esta historia, espero disfruten los últimos capítulos


Ella

Dentro de una pesadilla

Domingo, 09:17

Cuando miro a mi alrededor todo ha cambiado, hay ropa y cosas tiradas en el suelo, camino en medio del caos, olor a calcetines y zapatos. La cocineta está llena de trastes sucios. La sala tiene latas de cerveza vacía en el suelo y un par de camisetas usadas están en el sofá. Hay desorden hacia donde volteé.

—Bella.

Eric.

—¿Cómo es que este desorden no te molesta? —me quejo por quizá la décima vez esa semana, podríamos mudarnos a un apartamento más pequeño para los dos, algo cerca para que continúe con sus clases mientras yo consigo un empleo, pero él insiste en seguir viviendo en ese chiquero con todos sus amigos. He pasado casi un mes aquí.

Mi queja lo tiene harto, ha pasado de decir que es una buena idea a lanzarme miradas y levantar su ceja juzgona hacia mí cada que toco el tema.

—No tendríamos que vivir así —dice acercándose, sonrío pensando que por fin nos iremos.

—Gracias, Eric –voy a abrazarlo cuando pone una mano en mi hombro para detenerme.

—Lo que quise decir es que no tienes porqué vivir aquí si no quieres —me da un apretón en el hombro de lástima.

Me quedo sin saber qué decir. No esperaba una respuesta tan contundente de su parte.

—Eres la única persona que tengo en la ciudad —y al hablar escucho el desconcierto en mi voz.

Y es la verdad. Decidí usar mis ahorros para tomar un avión que me trajera a su lado cuando pude haberme quedado en la ciudad donde nací y buscar un empleo con algún conocido de mis padres.

—¿No te quieres dar cuenta, verdad?

Retrocedo al notar su mirada llena de hastío y molestia.

—Eres una carga, Bella. Pides demasiado tiempo, quieres que esté ahí todo el día para escucharte, ni siquiera puedo ir a dormir sin que estés lloriqueando por tu hermano o tus padres –mis labios comienzan a temblar y sé que estoy a punto de llorar— ¿lo ves? Bella intento ser bueno, sólo que lo estás haciendo muy complicado.

—Pero...

—Debiste decirme que vendrías, Bella. Me pusiste en una situación incómoda al llegar aquí. Mis amigos no están de acuerdo con que vivas aquí.

—Angela llega la siguiente semana, Eric, me iré con ella —dije con ese tono de asunto resulto.

Eric frunció el ceño y torció los labios en una mueca de disgusto, pensé que una semana debía parecerle una eternidad, al menos a mí me lo parecía.

—Estás viviendo aquí y sólo te escucho quejarte todo el día. Siempre tengo que adaptarme a tus decisiones, nunca preguntas mi opinión. ¿Crees que estaba de acuerdo con que dejaras leyes? ¿O que decidieras que tendríamos una relación a distancia? ¿Crees que eso estaba bien para mí? —no va a lanzarme con eso.

—Dijiste que me querías, tú quisiste que lo mantuviéramos a distancia.

—No quería, yo quería que estudiaras conmigo. Voy a ser abogado, quiero alguien a mi lado no detrás de mí, y no quiero perseguirte tampoco como si fueras una niña. Ibas a ser dentista, ¿no? Debiste continuar tus estudios.

—No tenía a nadie allá, lo que me quedó de la herencia no podía pagar los gastos de la universidad ¿cómo iba a continuar mis estudios?

—¿Y aparecerte aquí era una mejor idea?

—Es sólo que… —respira hondo y ruidoso interrumpiendo mi defensa y suelta de golpe las siguientes palabras:

—Estoy con Angela, ¿eso quieres escuchar? Estoy con ella. Iba a terminar contigo, pero murieron tus padres. ¿Qué culpa tenía yo de eso? Ahora soy el monstruo de la historia porque no puedo dejarte, pero me estas asfixiando. Solo apareciste aquí sin preguntar.

Parpadeo varias veces intentando comprender todo lo que está diciéndome.

—Tú no le agradas a ella —mi voz sale apretada.

—¿Qué no le agrado? Por favor, ¿realmente lo creíste? Todo fue un poco de actuación para que no sospecharas. Debiste escuchar lo que decía sobre ti —sacudo mi cabeza sin creerlo, hemos crecido juntas, es como la hermana que nunca tuve, y debe ver la duda porque añade con voz cínica—. Anda, llámala. Compruébalo por ti misma.

Saco el celular de mi bolsillo del pantalón y Eric agarra mi brazo para evitar que lleve el teléfono a mi oreja.

—En el fondo lo sabías, Bella. No debiste venir aquí, vuelve a tu vida.

—No tengo a donde ir —y mientras lo digo me doy cuenta de lo cierta que son mis palabras, se me llenan los ojos de lágrimas. Mi primera opción era Angela, pero ella está en Europa de intercambio y ni siquiera está enterada de la muerte de mis padres, no quise que sus padres se lo dijeran porque pensé que iba a abandonarlo todo por venir a mi lado. Vivir aquí no era mi primera opción, es la última y ahora me he quedado sin otra alternativa— ¿Tú y Angela? —se me llenan los ojos de lágrimas, pero sé que no es por Eric, sino por ella.

—No lo hagas más difícil, BeliBeli.

—No me llames así, tú no me llames así —y lo apunto con mi dedo como si fuese un arma con la cual defenderme. Ese es el apodo con el que me llama mi hermanito, es el modo en que me hablaba Angela para imitarlo a él cuando Charlie comenzó a llamarme así al aprender a hablar. Angela ha sido como una hermana para mí y aquí está Eric diciéndome que todo este tiempo ellos han estado en una relación—. ¿Desde cuándo?

Eric se da la vuelta y lo sigo hasta la cocina dispuesta a enfrentarlo.

—¿Desde cuándo?

—Antes de que se fuera a Europa —responde aun dándome la espalda.

¿Antes de septiembre?

—Yo tenía derecho a saberlo.

—Pues ahora lo sabes.

Me quedo sin saber qué decir, totalmente desarmada.

—Déjame pedirte un taxi.

—¿Qué?

—Tienes que irte, lo siento. Yo vivo aquí.

—Pero no tengo a dónde ir, ya casi anochece.

—Te pagaré un motel.

Su rostro se desfigura hasta convertirse en otra persona, en lugar de unos ojos oscuros ahora miro unos ojos helados y azules que me miran con enojo. Edward. Camino hacia él.

—Todo lo que conseguí ha sido con mi esfuerzo, y de la nada apareciste tú y te metiste aquí sin preguntar.

Miro a nuestro alrededor, estoy en la sala del apartamento con una mochila vieja y vacía en la mano. Edward me agarra de la muñeca y comienza a darme empujones hacia la puerta.

—Te quiero fuera de mi vida.

—Edward, espera, espera. Por favor –intento agarrarme de su brazo, pero es más rápido y sigue empujando— Edward, por favor.

La puerta se transforma, ya no es de madera sino un agujero de fuego, siento el calor con cada paso que damos, intento detenerme, pero el piso es resbaloso y hace que me deslice hacia el fuego.

Lo sujeto del brazo.

—Eres sólo una puta mentirosa.

—Por favor, Edward, déjame explicarte –las llamas del fuego están por alcanzarme— ¡por favor!, detente.

Me empuja una vez más con enojo antes de lanzarme al calor.

Despierto en la cama.

Siento mi pulso golpear contra mi garganta. Fue sólo un sueño, sólo un sueño, saco de mi cabeza los ojos helados de Edward, esos ojos cargados de ira que jamás me han mirado así, esa mirada la he visto sobre otras personas, pero nunca la ha dirigido a mí.

No lo haría. Intento convencerme. Él me ama a mí.

Me levanto de la cama y camino a la ventana, muevo las cortinas hasta dejar que la ciudad aparezca, es de tarde, descubro. ¿Cuánto he dormido? Siento que nada, estoy entumida y cansada, me duele la cabeza y aún late rápido mi corazón como si hubiese bajado corriendo las escaleras, los treinta y dos pisos completos. No estoy descansada, sino agotada, casi tanto como el día anterior.

Pongo mi mano sobre el cristal y observo los otros edificios, los automóviles sobre la calle y los puntos lejanos que son cabezas de personas que viven sus propias vidas. Las paredes del apartamento de Edward son tan gruesas que nada se escucha del exterior, lo que facilita que olvide que existe un mundo allá afuera. Un mundo que puede herirme, que ya lo ha hecho.

Me alejo de la ventana y regreso a la cama, pero sigo mirando hacia el exterior.

Me siento tan estúpida. ¿Por qué ni siquiera sospeché de ellos? Porque, cuando ellos confabularon en mi contra, yo confiaba en ellos. Yo pensé que él me quería, y estaba segura que mis padres tenían motivos para confiar en Tía. Me aferré a esa pequeña luz de seguridad entre todo lo malo que ocurrió.

La muerte de ellos arrasó conmigo y aun así me puse de pie por Charlie.

Por él era que me obligaba a despertarme temprano, me hacía cargo de él tanto como era capaz, asegurarme de que se bañara, que se vistiera, que comiera, entretenerlo y jugar con él. Y sólo pude lidiar con el dolor de él. Charlie era todo lo que me mantenía cuerda.

Y pensé que podía confiar en Eric y en ella. Los escuchaba cuchichear en la cocina, pero no sentí curiosidad de saber de qué se trataba, supuse que hablaban de mí y mi depresión, o que hablaban de las deudas y soluciones. No pensé que estuvieran a unos pasos inventando mentiras para que yo me lo creyera todo.

No pensé que estar en pijama a las tres de la tarde, con una frazada encima y palomitas para mantener distraído a Charlie con documentales fuera a meterme en problemas. Y entiendo que estoy aquí por mi culpa, por encerrarme como un caparazón en lugar de buscar las soluciones por mi cuenta.

Ellos me empujaron al infierno, pero yo caminé directo hacia ese lugar por ingenua.

Todo, absolutamente todo, fue en vano.

El sufrimiento, el dolor, la ira, el asco, los miedos, el peligro al que me expuse, las madrugadas trabajando y los días viviendo en ese pequeño espacio sentada o acostada en el sofá. Todo fue en vano.

Viví en ese edificio cuando pude estar todo este tiempo en mi hogar y con mi hermano.

Y fue mi culpa, no dudé de ellos en ningún momento, pero sí dudé de mis padres, dudé del amor de papá cuando Tía me dijo que la casa no estaba a mi nombre. Dudé del amor que me había demostrado toda mi vida, creyendo que al final su sangre sí era importante y por eso yo no tenía derechos sobre su casa. Dudé de mamá cuando Eric me explicó que ella pidió préstamos y tenía embargada la casa por no saber administrar los pagos. Dudé de ella al poner en duda sus prioridades, ¿por qué ella permitiría un embargo? ¿Por qué arriesgaría nuestro hogar sin decirme? ¿Por qué me trataba como una niña a la cual mantuvo todo ese tiempo ignorante?

Dudé de los dos cuando me dijo Tía que yo no tenía la custodia de mi hermano sino ella. Una extraña. Una completa desconocida a la que mis padres le confiaban el cuidado de mi hermanito. ¿Por qué le darían la custodia a ella? ¿Por qué desconfiarían de mí si desde que nació Charlie demostré lo capaz que era para cuidarlo? ¿Por qué si su muerte se dio justo cuando regresaban de unas vacaciones de una semana? ¿Por qué sólo hasta entonces me hacían sentir tan infantil como él?

Y cuando comencé esa vida en el burdel no culpaba a Tía o a Eric, culpaba a mis padres. Porque por culpa de ellos yo terminé en una situación vulnerable. Porque sus descuidos me habían arruinado la vida a mí y ahora debía pagar sus errores con mi vida. Los culpé noche tras noche por cada cosa que me ocurría en ese bar. No estaba enojada con Eric por sacarme de su apartamento en la noche después de confesarme su infidelidad. No estaba molesta con Tía por sacarme de mi casa y cobrarme una cuota mensual. No. Yo estaba molesta con ellos. Por morir.

Como si ellos hubiesen elegido morir.

Los culpé por morir y dejarme un estúpido testamento que me dejaba desamparada, por morir y dejarme con todas sus deudas, por morir y darle privilegios a una desconocida para que tuviera a Charlie noche y día. Por morir y olvidarse que yo también era su responsabilidad.

Porque su muerte me quitó todo: a mi hermano, mi casa, mis estudios, el arte, el dinero, la estabilidad emocional, y me dejó sin ellos. Y cuando reaccioné era demasiado tarde. Ya no tenía dinero, no tenía un techo, no tenía a mi hermano, ni a Angela, ni la ciudad en la que crecí. Me había quedado sola por completo.

Y ahora sé que todo fue por una mentira.

Pero debí sospecharlo. Debí dudar de las palabras de Eric y Tía, debí culparlos a ellos; debí exigir ver los documentos con mis ojos, buscar un abogado por mi cuenta; refugiarme en los padres de Angela que me vieron crecer y que eran parte de mi familia. Debí buscarla a ella, y no la busqué porque ella estaba estudiando en el extranjero y no quería hacerla volver sólo para que me diera el pésame. No había nada qué hacer por mis padres, y en cambio no quería arrebatarle su oportunidad de estudiar allá. Y cuando Angela estaba por volver me sentí esperanzada porque su regreso me daba paz, podía dejar el horrible apartamento de Eric y sus amigos y mudarme con ella.

Vivir con Eric nunca fue mi plan A. Cierto, me mudé aquí por él, porque no tenía a nadie más a quien recurrir con Angela fuera del páis, pero él era sólo un plan temporal. Nuestra relación era cada vez más fría y tensa y yo sabía que en parte era mi culpa, porque me mudé al apartamento de sus amigos sin preguntar; me mudé y además me quejé de los desordenes de esos cuatro universitarios con los que convivía.

Mi relación con Eric nunca fue perfecta, peleábamos y nos sacábamos mutuamente de quicio, pero tampoco era mala… es decir, sí, era mala, pero no tenía un punto de comparación. Eric y yo llevábamos tanto juntos que no me ponía a analizarlo mucho, aunque en comparación a mi relación con Edward, definitivamente tenía una mala relación, una relación que debió terminarse en cuanto decidí abandonar leyes.

Eric no me perdonaba eso, como si le hubiese lastimado con mi elección de buscar otra carrera, como si él tuviera alguna clase de derecho sobre mis decisiones, pero no dejé que esa relación interfiriera y abandoné leyes y elegí más tarde odontología.

Aunque por un pelo estuve de seguir estudiando derecho, por Eric, hasta que mamá me sentó en el sillón y me dijo sujetándome el mentón que si no renunciaba a esa carrera la decepcionaría por estudiar algo que no era de mi agrado, y que la decepcionaría doblemente por elegir mi futuro en base a un noviazgo juvenil. Sí, a mamá no le gustaba Eric, ella debió ver en Eric lo mismo que el hombre que la embarazó, o quizás veía en Eric todo lo malo que yo me negué a ver.

Estuve tan ciega.

Y entonces en esa última discusión me soltó lo de su infidelidad. Y no culpé a Eric, ni siquiera entonces, la culpé a ella. No sentía que Eric me hubiera sido infiel, para entonces mi relación con Eric estaba cada vez más rota, si hubiese mencionado el nombre de cualquier otra mujer me habría dado lo mismo, pero no con Angela, sentí que ella me había engañado a mí. Que ella había tirado por la borda nuestra amistad de una vida por un chico, cuando fui yo quien lo hizo.

Y sólo ahora sospecho que Angela podría ser otra de las mentiras de Eric. Pero fui yo quien puso en duda nuestra amistad y me largué. Que ni siquiera en los peores días consideré buscarla para pedirle ayuda. Me sentía traicionada por ella y no quería tenerla en mi vida, ni siquiera en esa horrible vida que llevaba.

Lo entiendo, fueron Eric y Tía los culpables de todo. Pero fui yo quien terminó ahí. Yo fui quien aceptó ese trabajo, yo fui la que se rindió primero, y eso casi me cuesta la vida. Fue mi debilidad y mi incapacidad de levantarme del suelo y luchar que me hizo llegar a ese punto. En lugar de armarme de valor y enfrentarlos, me limité a existir. A servir bebidas, escuchar obscenidades, alejarme de sus manos, ahogar mi grito si llegaban a manosearme, limitarme a empujarlos si me besaban. No hice nada por mí, y eso es mi culpa.

Lo hice todo tan mal que terminé con una deuda impagable a Don. Lo único que no debía hacer, lo único que siempre supe que sería mi fin terminó ocurriendo. Una deuda. La deuda que me costó hambre y que hizo de mi show semanal en el escenario algo reprobable. Puede que no me acostara con ninguno de ellos, pero eso no evitó que las últimas semanas me quitara la ropa para conseguir billetes. Eso no evitó que imitara a mis compañeras en sus shows sobre la pista para poder ganar más propinas, porque había llegado a un nivel en que me dolía no comer.

Y tal vez… no, es un hecho. Si Edward no hubiese aparecido en mi vida cuando lo hizo otra historia estaría contándome. Porque estaba contra la espada y a punto de darme por vencida, aunque sabía que debía dejar la puerta abierta para huir, aunque me lo repetía como mantra todo el día, cada vez notaba la puerta más pequeña.

Tan pequeña que no sabía cómo iba a salir de ahí.

Me quedo en la cama acostada mirando hacia la ventana hasta que el brazo de Edward pasa encima de mi costado, y pega su cuerpo a mi espalda. Me giro sobre mí misma para mirarlo de frente.

Él jamás podrá entender lo agradecida que estoy de haberlo encontrado.

—¿Quieres comer? —asiento. No voy a volver a pasar hambre, mucho menos a voluntad.

—¿Estabas haciendo ejercicio? —pregunto al ver su frente con gotas de sudor.

—En la caminadora.

Edward no es tan disciplinado como parece, con el ejercicio no sigue horarios, él entrena cuando está de ánimo para hacerlo, lo que significa que no tiene un horario, puede hacerlo temprano, o a medio día o por la noche, pero sin importar la hora en que lo haga es estricto para darse una ducha después de eso.

—Ve a bañarte, te espero —pone una mueca de no estar convencido—, anda, te espero en la cocina.

Y para convencerlo tengo que obligarme a ponerme de pie y salir de la habitación. He tenido suficiente de auto lamentación para una vida o dos. Concentro mis acciones a una simple decisión: ¿Qué haré de comer?

Lunes, 06:37

La luz se cuela por la ventana, pero Edward no está aquí. Me tallo la cara para quitar los últimos rastros del sueño y me obligo a ponerme de pie, acomodo las cobijas y las almohadas en su lugar antes de salir de la habitación, sigo el sonido de la música y llego al gimnasio. Edward está con unos guantes en las manos lanzando puñetazos a una bolsa de box que cuelga del techo. Lo veo golpear una y otra vez al mismo ritmo y sin descanso.

Me quedo viéndolo recargando mi costado contra la puerta. Lleva unos pantalones de ejercicio y una camiseta de licra que está mojada por el sudor. Ni siquiera presta atención de mi llegada hasta que me animo a hablar.

—¿Boxeabas? —es una pregunta tonta considerando que tiene el saco de box, los guantes, y la pose de un boxeador.

Edward detiene el siguiente golpe y mira hacia mí, me sonríe.

—En la preparatoria entrenaba, ahora es por ejercicio. ¿Tú sabes? —niego con mi cabeza.

—Me habría gustado saber algo de eso —respondo mirando hacia mis pies descalzos.

—¿De eso?

—Sí —me encojo de hombros—. Aprender defensa personal siempre es útil.

El rostro de Edward se crispa por un par de segundos. Mierda. Miro hacia las pesas con atención y me dirijo hacia ahí para escapar de la mueca perturbada de Edward. No merezco su preocupación, pero tampoco me gusta su lástima.

—¿Cuántos kilos podrías cargar? —pregunto en un esfuerzo por cambiar de tema.

—¿Cuánto pesas?

Sonrío apenas. ¿Cuánto pesaré? Me miro en el espejo de cuerpo completo, no me veo como hace dos meses, estoy delgada, pero no de manera enfermiza. Llevo puesta una pijama que traje entre la ropa que había en la casa de mis padres, unos pantalones negros sueltos y una blusa de manga larga blanca que se me pega al cuerpo. Podría verme peor, me intento dar animos.

—Ven.

Camino despacio hasta llegar al lado de Edward, frente al costal de box. Edward se quita sus guantes.

—Nunca es demasiado tarde para aprender.

Se posiciona a mis espaldas, me hace acomodar mis piernas ligeramente separadas y una frente a otra con mi cadera de lado. Hago mis manos puños y los dejo a los lados de mi cara.

—Muéstrame de nuevo.

Sonrío y hago mi puño por segunda vez.

—Si dejas tu pulgar entre tus dedos vas a romperlo —me indica mientras lleva mi pulgar hacia la parte lateral de mi puño— lo importante es que sepas dónde van tus piernas. De aquí sale tu fuerza y equilibrio —me entrega sus guantes. Me quedan grandes, pero no me quejo— te compraré unos para ti —dice Edward mientras pone sus manos alrededor de mis muñecas para guiar mis puños.

Lanzo el primer golpe contra el costal haciendo que apenas se balancee.

—Gira tu brazo izquierdo un poco más. Lanza tu cuerpo sin perder el equilibrio. Esto es un jab —y me muestra exactamente cómo hacer el movimiento.

Sigo sus órdenes, más o menos. Porque cada tanto Edward vuelve a cambiar su indicación. Mientras golpeteo al saco, que esto no puede llamarse boxear ni entrenar, mi mente se desconecta por completo. Me quedo solo escuchando la voz de Edward instruyéndome en cómo y hacia donde golpear, me enfoco en eso, en que su instrucción se convierte en una acción de mi parte, en los movimientos de mi cuerpo y el balanceo del saco de box para tirar mi puño de regreso cuando viene a mí.

No me doy cuenta en qué momento las manos de Edward abandonan mis muñecas, o cuándo deja de darme instrucciones, lo único que tengo en mi cabeza es que mientras sepa donde están mis pies, cómo girar mi cadera, hacia donde lanzar mi brazo y en qué parte del saco estampar mi puño no habrá espacio para más pensamientos.

Es mucho más útil que cuando limpiaba como maniaca la cafetería de Alice. Es por mucho, mucho mejor. No sólo no tengo espacio para pensar, tampoco hay lugar para sentir, lo único que siento es el calor de mi cuerpo, mis adoloridos brazos y la sensación al golpear mi puño contra el saco duro. Una incomodidad física por un dolor emocional es un buen intercambio.

Y entonces mientras estoy lanzando un jab me doy cuenta que hay otra actividad que tampoco me deja pensar y que es incluso mejor. Detengo el saco y me quito los guantes.

—¿Suficiente por hoy?

Pero no respondo, ni siquiera me doy tiempo de quitarme los guantes, giro mi cuerpo hacia Edward y paso mis brazos que queman por el dolor físico alrededor de su cuello.

—Bella —no parece muy conforme con mis intenciones, claro, soy su novia que estuvo llorando toda la tarde hace dos días y luego en la madrugada hablándole de mi pasado y de las dos personas que me traicionaron. Debe pensar que estoy demasiado vulnerable para pensar en sexo. Pero es lo opuesto, quiero sólo y exclusivamente pensar en él. Él es todo lo bueno que tengo a mi lado ahora mismo.

—No digas nada, sólo te quiero a ti.

Pasa saliva y veo la duda en sus ojos.

—Es lo que quiero.

Nunca es difícil convencer a Edward. Se queda estático unos segundos mientras mis labios pasan la piel de su cuello, saboreo su piel salada y le hinco los colmillos al tiempo que mi mano desciende por su abdomen.

—Ayúdame a dejar de pensar.

Es todo lo que necesito decir para romper con su voluntad.

Para mediodía estoy en el apartamento encerrada en el estudio pintando. Me concentro en mezclar colores, y voy dejando que mi imaginación haga el resto del trabajo.

—¿Puedo pasar? —pregunta Dolores a la puerta, miro hacia ella, lleva los guantes amarillos de latex puestos y su kit de limpieza.

—Por supuesto.

Está por ir al baño, pero dirige sus pasos a mí y se detiene a ver lo que estoy pintando sus ojos se abren y aprieta sus labios en una línea firme, miro la pintura.

—Señorita Bella, ¿lo sacó de una película de miedo? —pregunta con evidente incomodidad por mi nueva obra.

—Eh… sí, es un pedido —miento.

—Qué interesante gusto.

Y soltando ese comentario se va al baño a continuar con la limpieza. Le hago una mueca de disgusto a mi pintura.

Una puerta abierta de madera oscura y del otro lado el fuego. Al menos conseguí no pensar por un par de horas en la mañana, me digo con decepción, pero necesito esto, necesito sacarme esa imagen de mi cabeza y el único modo en que se me ocurre es pintándolo. Sólo así podré dejar a mis espaldas esa imagen que me tortura.

Pinto sin detenerme incluso cuando Dolores sale del baño y se va de la habitación, pinto cuando Dolores entra más tarde para avisarme que su turno ha terminado, pinto con tonos rojizos, naranjas, amarillos, negros, grises y azules. Pinto con desesperación hasta conseguir plasmar la imagen tal cual la veo en mis pesadillas.

Pinto hasta que escucho a Edward llegar. Me levanto del banquillo sintiendo mi espalda doler, no sé si por el ejercicio de la mañana o por estar todo el día pintando, también me duelen los brazos. Salgo del estudio y cierro la puerta.

—¿Cómo te fue?

¿Exageradamente normal? Edward ladea su cabeza un poco y sé que tal vez me estoy esforzando demasiado.

—Tuve reuniones todo el día —suena agotador— ¿y tú?

—Estuve pintando —me encojo de hombros— ¿Rose aun quiere ese retrato?

—Salieron de la ciudad a visitar a la familia de Mateo, cuando regresen quedó en llamar. Mamá está hablando bien de ti para que tengas una oportunidad en una galería.

—¿Una galería?

—Tienes suficientes cuadros para hacer una pequeña exposición.

—No son ni veinte.

—Entonces tendrás que seguir pintando, ¿no?

No es un mal plan, me digo, de hecho, es un buen plan mientras esperamos.

—Quiero vender y juntar algo de dinero antes de pasar al siguiente punto con la demanda a Tía.

—¿Estás segura? —asiento.

—Es algo que tengo qué hacer… pero si en dos meses eso no funciona volveré a un trabajo tradicional.

La mueca en la cara de Edward demuestra lo poco que le agrada este plan de refuerzo, pero no insiste. En lugar de eso acorta la distancia, pasa su mano detrás de mi nuca y deja un beso suave en la comisura de mis labios, una sonrisa crece de manera lenta.

—Tendré que llevarme entonces un par de cuadros para colgar en mi oficina —y es todo sobre el tema—. Me cambio de ropa y comemos —anuncia dando un paso hacia la habitación, sostengo su muñeca y se detiene. Doy dos pasos para ponerme frente a él, pasar mis brazos alrededor de su cuello y acercar mi rostro al de él.

—¿A eso le llamas un beso? —sonríe al tiempo que sujeta mi mentón y acorta nuevamente los milímetros que nos separan. Su beso al principio es suave y sencillo, hasta que entreabro mi boca invitándolo a seguir, sus dientes se clavan en mi labio inferior atrapándolo por un par de segundos antes de continuar, respiro ruidosamente por la nariz mientras el agarre en su cuello se vuelve más firme— Bella —pronuncia cuando libera mi labio y vuelve a besarme, ahora deslizando su lengua dentro de mí. Estoy tan consciente del movimiento de nuestras lenguas, de cómo se enredan y encuentran, del camino que hemos memorizado por todas las veces que hemos estado besándonos simplemente. En el sillón, en la cama, la ducha, la cocina. Los besos que empiezan dulces y luego pierden toda la inocencia.

—Te extrañé —las palabras salen sin filtro, sin considerar lo que llevan implícitas, o el hecho de que sólo han pasado ocho horas laborales desde que nos vimos esta mañana, ocho simples horas desde que me hizo el amor en el gimnasio por segunda vez, contra el tapete de ejercicio con mis pechos contra el suelo, mientras sus labios se mantenían en mi cuello, y mientras recuerdo nuestro último encuentro siento el calor entre mis piernas.

—¿Sabes lo difícil que es prestar atención a las reuniones si lo estoy pensando en ti? —sonrío con picardía.

—¿En mí vestida?

Su risa se expande por el pasillo y dentro de mí.

—Tal vez deba darme otra vuelta en tu oficina —bromeo de nuevo— tengo muchas ideas sobre lo que puedes hacer con tu tiempo, aunque no prometo que puedas trabajar.

—Tú lo pediste —y con eso se agacha para sujetar mis piernas y levantarme. Comienza a caminar conmigo al hombro y sólo puedo reírme escandalosa. Me doy cuenta al impulsarme hacia arriba que vamos en sentido contrario a nuestra habitación, mi sonrisa se agranda al comprender sus intenciones. Me deja de pie en medio de su despacho, frente a su escritorio.

Martes, 04:20

Me siento de golpe.

El sueño del apartamento de Eric se repitió, respiro hondo intentando calmarme, fue solo un sueño, es solo un sueño. Edward jamás me miraría así, me convenzo. Miro a la mesita de noche donde está el reloj, son las tres de la mañana. Son las tres de la mañana y ese sueño parece aferrado a perseguirme a como dé lugar.

Parece ser que entre más dispuesta estoy a dejar el pasado en el pasado, más se aferra éste a perseguirme.

Los dedos de Edward se pasean por mi espalda dándome confort. Suben y bajan por mi piel.

—¿Estás bien?

Asiento. No sé si para convencerme a mí o a él. Es la tercera noche consecutiva que sueño lo mismo, aunque he tenido este sueño tantas veces antes que ya perdí la cuenta. Sin embargo, mi pesadilla ahora incluye también a Edward, como si no fuera ya suficientemente mala por sí misma. Mis recuerdos fusionándose ahora también con mi miedo a perderlo a él.

—¿Quieres hablarlo?

Me acuesto de lado acomodando mi cabeza en el hombro de Edward, lo miro directo a sus ojos que son cálidos incluso con la luz que se cuela por la ventana.

—Creo que Eric no me fue infiel con Angela. ¿Tú crees que él me mintiera sobre eso?

Edward levanta una ceja y sus labios se tuercen ligeramente.

—Eso no cambia todo lo otro que sí hizo, Bella.

—Lo cambia todo —lo contradigo, y él sacude su cabeza contrariado con mi obstinación.

—Por supuesto que no.

—Que sí —insisto y su mueca inconforme es ahora más notoria.

—Enfocarte en las cosas buenas no siempre es lo correcto, Bella.

—Sería lo único bueno de todo lo que descubrió James.

—¿Qué cambiaría? —paso saliva buscando la voluntad para decir en voz alta mis esperanzas.

—Eso significaría que ella no me traicionó —parpadea y su expresión se suaviza comprendiendo hacia donde van mis palabras. Acomoda mi cabello tras mi oreja—, ¿podría ser? Ella era mi amiga de mi infancia, crecimos juntas, no pudo solo lanzar por la borda nuestra amistad por un chico. ¿No?

Edward esquiva mi mirada.

Oh.

Por supuesto, Peter y él crecieron juntos, desde niños eran amigos y eso no evitó que él fuera tras su prometida. Respiro despacio intentando controlar mis sentimientos. Tal vez me estaba aferrando a una posibilidad, a rescatar algo de mi anterior vida. Y siento las esperanzas hacerse añicos.

— Supongo que tenía que preguntar.

Cierro los ojos dispuesta a dormir y dejar de fantasear, al parecer mis expectativas me lastiman más que mis pesadillas. Al menos sé que unas son falsas y no reconozco lo real cuando se trata de fantasías.

—Es posible —dice Edward, pero sé que sólo intenta compensar que haya estrellado mis esperanzas de manera tan demodelora.

¿Cómo es que alguien que se siente tan agotado emocionalmente no pueda dormir?

Desaparecido el interruptor del sueño en mi cabeza, lucho con desesperación por atraer el sueño, en vano. Pasan los minutos hasta que me doy por vencida en pretender que estoy dormida. Giro en mi sitio un par de veces hasta que termino enterrando mi cabeza en la almohada. Respiro hondo. No más autolamentación, me reprendo a mí misma. Eso es lo que me metió en tantos problemas en el pasado.

Recreo el recuerdo un par de veces más. Levanto mi cabeza de la almohada y giro mi rostro hacia la mesita de noche, ¿Dónde lo dejé? Miro hacia el otro lado y me encuentro con los ojos de Edward sobre mí.

—¿Me prestas tu celular?

Lo agarra del buró de su lado y me lo pasa. Digito su contraseña y voy a la aplicación de Instagram. Escribo mi nombre cruzando los dedos para que sea una cuenta pública. No hay rastro de mí. Escribo el nombre de mi usuario con el arroba y aparece mi fotografía, al menos todavía existo en internet. Respiro con alivio, uno que se refuerza al notar que mi cuenta es pública. No he conseguido recuperar mi usuario desde que tengo celular, aunque honestamente tampoco es que haya hecho más de un intento en dar con la contraseña anterior. Las redes sociales ya no me interesan como antes. Puedo ver mis fotografías viejas, así como mis historias destacadas. Busco uno en particular: A&B por siempre.

Nuestro último video juntas es de mi cumpleaños número veinte.

Ha pasado demasiado desde entonces. Me siento en la cama recargando mi espalda contra el respaldo de la cama y presiono la pantalla.

—¡Angela para! —grito o más bien me río y hablo. Angela me quitó el celular para hacer el video y subirlo a mi cuenta. Estabamos en un restaurante celebrando mi cumpleaños. Era noviembre y yo estaba por terminar el primer semestre.

Angela con su cabello rubio, rizado y rebelde sonríe y saluda con su mano a la cámara.

—Hola, este es un video para la Bella del futuro. Cuando tengamos treinta años seguiremos siendo las mejores amigas, Bella, así que espero que a los treinta tengas tu propia galería de arte para presumirte con mis millonarios conocidos.

—¿Y de qué me servirán tus millonarios amigos del futuro? —se escucha mi voz de fondo, pero sigue siendo ella en la cámara.

—Para comprar tus pinturas.

—Ser rico no te asegura tener buen gusto —replico.

La joven de la cámara rueda sus ojos verdes sin perder su sonrisa bromista.

—Tienes un punto —y luego amplía la sonrisa, a una burlona—. Aunque si para entonces sigues con Eric estarás acostumbrada a los hombres con mal gusto.

—Él está aquí, por cierto —y entonces la cámara lo apunta.

—¿Alguna palabra para la Bella del futuro?

—Linda, cuando tengas treinta años espero que sepas que tendré el dinero necesario para pagarte la lipo si lo necesitas y —hace una pausa poniendo sus manos frente a su cara extendidas como si agarrara unas pelotas— pagarte el trasero que te mereces.

—¿Alguna respuesta, para tu yo del futuro?

Mi versión más joven mira hacia arriba y sonríe

—¿Así que tus amigos ricos van a comprar mi obra?

—Por supuesto. Y quizás con eso le pagamos la operación para lo del micropene.

—No puedo creer que hayas dicho eso en un restaurante —pero mientras Eric se levanta molesto, Angela solo se ríe más fuerte. El video se detiene.

—Él dijo que ellos fingían no agradarse, ¿parece que actúan?

—Bueno… creo que sólo tienes un modo de averiguarlo.

Ese mismo día, 17:40

Miro al edificio con enredaderas en las paredes y macetas en las ventanas, cuando viví aquí yo era la encargada de regar las plantas, a Angela no le gustaba nada que tuviera que ver con ensuciarse las manos de tierra. Así que cuando miro hacia la que fue nuestra ventana no me sorprende descubrir que es la única ventana sin macetas… o quizás ya no vive aquí.

—¿Estás segura que vive aquí? —pregunta Edward a mis espaldas.

No tengo idea. Me encojo de hombros, pero me obligo a caminar hasta llegar a la puerta.

Toco el timbre del tercer piso y espero.

—¿Sí? —reconozco su voz en apenas una sílaba.

—¿Angela? —aun así pregunto con duda su nombre.

—¿Bella? ¿Bella, eres tú?

Y ya, no vuelvo a escuchar su voz. Miro hacia la calle donde Edward me espera recargado contra su automovil. Me encojo de hombros. Vuelvo a apretar el timbre, pero Angela no responde. Lo hago con mayor insistencia esta vez sin respuesta.

¿Y si la infidelidad es lo único que fue real? Cierro los ojos y vuelvo a apretar el timbre, pero no responde. Siento mis ojos y nariz comenzar a picar.

Bajo los tres escalones mirando mis tenis, tendremos que buscar otro modo de contactar a Eric, pienso desanimada. ¿Cómo puede fingir que no está cuando me reconoció?

—¡Bella! —y apenas me giro sobre mis pies ya tengo a Angela atrapándome en un abrazo— oh por todos los cielos, estás aquí. ¿Dónde habías estado? ¿Cómo te atreves a desaparecer de esa manera? ¿Por qué no me buscaste? —cuando me suelta me doy cuenta que está llorando, me quedo mirándola desconcertada— Terry y Charles eran mi familia, ¿cómo pensaste que el intercambio en Europa era más importante que ellos? Vuelvo en primavera y descubro que tus padres están muertos y que a ti te tragó la tierra. ¿Por qué no me buscaste? Venga, responde —dice impaciente y yo apenas parpadeo— y el idiota de tu novio, exnovio, lo que sea, no tenía idea de donde estabas tampoco. ¿No vas a decir nada?

—¿Dónde está Eric? —pero incluso cuando lo pregunto y mi voz sale en un hilo deduzco lo que Angela va a decir.

—Eso qué importa. No le importó una mierda que no aparecieras por ningun lado, así que más vale que te despreocupes. Está fuera del radar, donde debe quedarse.

—No estás con Eric —corroboro, ese maldito desgraciado mentiroso.

—¿Juntos? ¿Eric y yo? Venga Bella, me saco los ojos antes de pensar en… ¿y por qué estaríamos juntos? —suena desconcertada por primera vez, ladea su cara en espera de mi respuesta. ¿Y por qué lo estarían? Me pregunto por primera vez también. Porque Eric dijo que su odio era una actuación para que yo no sospechara. Pero Angela no es tan buena actriz como para improvisar, en cambio Eric… es un perfecto mentiroso al parecer.

Y mientras se resbalan las lágrimas confirmo que Angela es algo más de lo que él me arrebató. Él sonó tan convincente y yo no lo puse en dudas. Arrojé mi amistad de una vida por un chico estúpido.

¿Por qué él diría que estaban juntos? Porque así no buscaría a Angela, ni a sus padres, porque Eric sabía que ella era lo que me quedaba además de Charlie. Porque perdí a Angela junto con todo lo otro por la avaricia de dos personas desalmadas que se aliaron en mi contra. Dos personas a las que yo les creí sin dudarlo. Porque ellos se aseguraron que yo lo perdiera todo, incluso a mí misma. Y no puedo seguir permitiendo que eso siga siendo así.


¿Qué te ha parecido el capítulo de hoy?

Ya estamos en los últimos capítulos, por lo mismo entre los bloqueos y las indecisiones con esta historia voy un poco más lento de lo usual. Pero valdrá la pena, eso seguro.

¿Ya viste el booktrailer de Una dama de burdel? Puedes encontrarlo en Youtube como: Una dama de burdel de Anbeth Coro (Booktrailer). Tan emotivo como esta historia se merece

Nos leemos pronto.

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