La historia y sus derechos me pertenecen, los nombres de los personajes a S. M. NO AL PLAGIO
Una madre sin esposo (SAGA LA VIDA DE ELLAS)
XIIDicen que los niños… y las fotos no dicen mentiras
Angielizz (Anbeth Coro)
Llevaba años sin despertar acompañado. Una década para ser exactos. Así que al despertar se quedó quieto sintiéndose extraño, por un segundo, por un muy breve instante cuando su cerebro no terminaba de despertarse, no entendió a quién pertenecía ese cuerpo a su lado.
Pero cuando el segundo pasó y miró a su lado el rostro dormido de Bella le dio la bienvenida a ese nuevo amanecer. Ella estaba dormida con la mitad de su cuerpo encima de él, su calor corporal era exquisito, su piel era suave y su rostro dormido era tan pacífico que se le antojó volver a dormir. La noche anterior dudó por un momento, no había tenido esperanzas en llegar tan lejos, y no había llevado consigo condones. ¿Por qué siquiera lo habría considerado? Pero Bella, mientras le desabotonaba la camisa le explicó que eso no era un problema para ella. Así que asumió que ella tomaba la píldora y después de ese breve momento de sensatez volvió a perderse en ella.
Era tan simple perderse en Bella, no sólo en su cuerpo, también en las conversaciones, en sus ojos, en su risa, en su voz, en toda ella. No entendía cómo le había parecido una mujer desdichada al conocerla cuando en realidad ella era sólo paz y sonrisas, que no se hubiese molestado por la demora de dos semanas para contactarla ya hablaba mucho de la mujer que dormía a su lado.
Tomó su celular de la mesita de noche y envío un mensaje a su asistente. Le pidió que le trajera el desayuno, café y un pequeño ramo de tulipanes. Bella le había contado en su cita del vivero que esos eran sus favoritos.
¿No era eso lo que se espera en los libros de los hombres? Había leído todo tipo de historias que caían en sus manos. Todo tipo, sin filtro ni discriminación. Asi que ¿no era eso lo que se esperaba de él? Posiblemente, aunque tenía claro que era lo que se merecía ella. Él no era bueno en la cocina, aunque sorprenderla podía tener el mismo valor si era un acto salido de su corazón, se convenció. Bella tenía un sueño pesado o quizás se debía a que le había hecho el amor en reiteradas ocasiones durante la noche, como si esos años a solas le cobraran la cuota de golpe. No quería despertarla, por supuesto que quería hacerlo, quería escucharla deseándole un buen día, no había escuchado a nadie decírselo en diez años, pero no quería despertarla cuando se veía tan tranquila.
Luego de un rato y con cuidado dejó la cama de Bella y salió al pasillo para esperar por el desayuno.
Miró hacia el final del pasillo al escuchar un sonido, era el conejo blanco de orejas caídas que estuvo con Bella en su primer encuentro.
Se acercó hacia él, lo levantó del suelo y al volver a pararse miró hacia la pared. Fotografías.
El pasillo estaba lleno de fotografías.
Fotografías de niños.
Una niña pequeña y un niño. Las fotografías contaban una historia, así que se encontró pasando de una a otra intentando entender de qué iba todo eso. ¿Serían sus sobrinos? Y como si necesitará mayor muestra de su error había una foto de Bella sosteniendo un bebé recién nacido en una cama de hospital. Una Bella juvenil, con cara de niña y una sonrisa suave, maternal.
—Iba a decírtelo, pero no encontré cómo —habló una voz al lado de la puerta de la habitación principal. Miró hacia ella, Bella estaba con una pijama con pantalón y blusa, con una bata de algodón amarrada a la cintura mirando hacia él con una mirada triste, le recordó a la expresión que tenía la mañana en que se conocieron.
—¿Qué edad tenías? —preguntó señalando la foto del hospital.
—Diecisiete.
—Él se parece a ti.
Bella asintió para sí misma, sintiéndose incomoda, expuesta ante él.
—Tiene tus ojos —continuó Edward observando otra foto de Jake, una más reciente donde el niño sostenía una medalla por un torneo de karate. Unos ojos azules que eran tan expresivos como los de Bella y que se veían triunfantes.
—Sí, así es.
—¿Dónde están?
—Con mi hermana, llegarán más tarde —sintió su estómago apretarse por dentro mientras lo veía escanear sus fotos familiares.
Se quedaron unos minutos en total silencio hasta que alguien tocó a la puerta. Bella no pudo evitar pensar en la hora, se suponía que los niños llegarían después de las dos de la tarde, y aunque había tenido una espléndida y placentera noche no creía que hubiese dormido tanto.
Edward caminó hacia la puerta y entonces Bella notó que él llevaba sólo boxers.
—Tu ropa está en la habitación —le recordó Bella cuando él estaba a punto de abrir. Edward caminó hacia la habitación en silencio.
Bella fue a la puerta y abrió, pero en lugar de encontrarse con sus dos hijos se topó de frente con un joven con lentes que llevaba en una mano una bolsa con dos recipientes de plástico y en la otra un ramo de flores. Le resultó conocido aunque no podía decir de dónde.
—Buenos días, ¿el señor Edward?
—¿Edward? —repitió la pregunta extrañada. El joven asintió— está ocupado.
Y ante la corroboración, le entregó el ramo de tulipanes.
—Iré por los cafés.
Dijo yéndose con la bolsa de comida de regreso al automóvil para volver con dos cafés en cada mano y ahora la bolsa colgando del brazo.
—¿Algo que haya olvidado? —preguntó el joven. Bella miró las flores y se dio cuenta no sólo de lo bonitas que eran sino también lo mucho que le temblaban las manos. Mordió con fuerza su labio inferior que comenzó a temblar y se obligó a parpadear con rapidez para no permitir que salieran las lágrimas.
—No puedo… aceptarlas —dijo estirando de regreso al joven las flores. Mejor no aceptarlas a que Edward las pidiera de vuelta. El ayudante se rascó el cuello, encima de un tatuaje de un barco velero. Sentía que ya lo había visto, pero no lograba recordar de dónde.
—¿Es alérgica? —preguntó el joven con los ojos abiertos de pánico como si hubiese cometido el más grave error de su corta vida laboral.
—Yo…
—Te está tomando el pelo, Daniel —habló Edward a sus espaldas interrumpiéndola—, muchas gracias —dijo tomando primero un café, después la bolsa y luego el segundo café—. Nos vemos el lunes en la oficina.
—Hasta entonces, señor.
Y sin mayores intercambios de palabras el joven se alejó, dejando a Bella con el brazo estirado dispuesta a devolverle las flores.
—No puedo aceptarlas, Edward —repitió cerrando la puerta a sus espaldas.
—¿Y por qué no?
Se le ocurrían muchos motivos, porque acababa de descubrir que era madre. Porque se lo había ocultado. Porque sus citas siempre terminaban cuando ella hablaba de los niños. Porque él era demasiado para ser real. Pero la más importante: no quería que el único regalo que recibía de él fuese también el último.
—¿Dónde sueles desayunar? —preguntó Edward sin saber si ir hacia la sala, caminar al comedor, sentarse frente a la barra de la cocina o volver a la cama.
—Tampoco puedo aceptar el desayuno. No necesitas seguir con esto.
—¿Y por qué no lo haría? —las preguntas de Edward de pronto le recordaban a las que su hija de tres años le haría, cuestionándola como si la que fuese una ignorante fuese ella y no él.
—Porque tengo dos hijos, de los que no te hablé. No tienes que quedarte y hacerlo más incómodo para ambos.
—¿Y por qué sería incómodo?
—Porque ambos sabemos que sólo quieres irte. Y estoy facilitándote ese camino a la salida. Desayunar sólo lo pospondrá —y cuando terminó de hablar apretó los dientes para luchar contra sus deseos de llorar.
—¿Cuándo ibas a hablarme de ellos?
—No lo sé, no es algo que oculte, sólo no salió el tema de conversación y no supe cómo iniciarlo tampoco. Posiblemente hoy, si hubiese despertado antes que tú.
Edward asintió.
—Entonces si igual ibas a decírmelo hoy ¿por qué estás facilitándome el camino a la salida? —preguntó repitiendo sus palabras.
—Soy madre soltera, Edward. Tengo dos hijos. ¿Qué parte de eso no está quedándote claro?
—Bella. ¿Por qué tiene que ser complicado?
Ella abrió y cerró la boca sin encontrar una respuesta sencilla o más bien, sin encontrar una respuesta que no fuera la pura verdad, así que al final se rindió consigo misma y se la dio.
—Porque igual vas a irte. ¿Qué cambiaría un desayuno o un ramo de flores?
—No cambiaría nada —dijo secamente Edward, iba a acercarse a ella, pero con ambas manos ocupadas era imposible, así que se dirigió a la mesa y dejó los vasos de unicel con el café y la bolsa con la comida sobre la mesa antes de girarse a Bella que lo miraba con su semblante caído—. ¿Cómo se llaman?
—No hagas esto. No finjas que te interesa escuchar sobre ellos para llenar el silencio —y cuando terminó de hablar su vista estaba pegada al suelo.
—Muy bien, lo haré fácil para ti, entonces.
Bella levantó la mirada y notó que Edward estaba a medio metro de ella, que ahora caminaba hacia ella y que cuando menos se dio cuenta tenía las dos manos de él tomándola de las mejillas para evitar que escapara.
—¿Estás casada? —ella negó despacio—. Eso sería un problema, pero no lo estás así que no lo es. No hay ningún problema aquí. Desperté esta mañana y salí a pedir nuestro desayuno y unas flores para ti y me llevé una sorpresa.
—Dos niños son más que una sorpresa.
—Me refería al conejo, sigue vivo, no creí que lo estuviera —Bella no pudo evitar reír bajo esta vez incluso contra su propio animo decaído.
Y entonces se le cruzó por la cabeza a Bella que tal vez él no los encontraba problemáticos porque no tenía intenciones de salir en familia ni jugar ese rol, habían salido en cuatro ocasiones sin los niños.
—No puedes solo fingir que no tengo hijos.
—No estoy fingiendo, en absoluto.
—Tengo dos hijos, ¿estás en shock o algo así?
Edward levantó una ceja sin comprender.
—Dos es demasiado.
—Diez serían demasiado. ¿Tienes otros ocho hijos por ahí?
—No bromees con esto, es algo serio.
—Lo es y estoy diciendo que no es demasiado. ¿Por qué lo sería?
Porque dos hijos habían sido demasiado para el progenitor de ellos. Porque cuando nació Nessie y volvió del hospital su esposo desapareció, sin aviso ni despedida. Porque sus citas siempre concluían debido a su maternidad. Porque… porque… porque la vida siempre tomaba el rumbo más complicado sin que pudiera evitarlo. Porque no se creía que pudiera ser así de simple zanjar el tema.
—¿Y bien? —insistió Edward aun sujetándole la cara.
Bella no podía apartar los ojos de él, porque él no le daba otra alternativa más que enfrentar la situación. Sin embargo, podía cerrar los ojos para no mirarlo.
—Bella —la llamó Edward.
—No tienes ninguna obligación conmigo —le dijo ella, cruzando sus brazos sobre su cintura y apretando el cinturón de la bata que vestía. Mejor perderlo en ese momento a que él la dejara más tarde, que fingiera perder su número de celular o mintiera con haber olvidado su dirección, preferible mostrarle la salida a esperarlo por su regreso—, sé que dormimos juntos pero eso no —no pudo continuar la frase, no significa nada, porque no era así.
—Bella —repitió su nombre él con voz dulce, una voz dulce que podía derretir sus miedos— si me asustara tan fácil, no habría salido de esa cafetería a buscarte, ¿no crees? —Bella lucho contra su sonrisa, se rio quedito y negó al final—. Sólo son dos niños, podrían ser diez y estoy seguro que ni así saldría por esa puerta.
¿Cómo iba a irse si había tardado tanto en encontrarla?, se preguntó Edward sujetando la mejilla de Bella. Y cuando estaba por besarla escuchó los golpes insistentes en la puerta.
—¡Mami! ¡Mami!
La inconfundible voz de su pequeña Nessie.
¿Qué te ha parecido el capítulo de hoy?
¿Acaso puede este hombre tener un corazón más grande? ¿Qué crees que pase a continuación? Muchas gracias por sus comentarios, me pongo al día en un momento con las respuestas. Me alegra mucho la recepción de esta historia. Ojala le den una oportunidad a las otras. Soy malísima para las sinopsis, pero les aseguro que una vez lleguen al capítulo 2, no van a parar
