Capítulo 9

Por primera vez en años, Shinichi había intentado contactar con ella, lo cual no era en absoluto una buena noticia. Algo había pasado y estaba claro que tenía que estar relacionado con la Organización, así que era evidente lo que estaba pasando.

La había citado a ella y al profesor Agasa en la residencia familiar de los Kudo, en la que no vivía desde hace años, por lo que quería que sus padres también se enteraran. Estaba segura de que les diría que abandonaran Japón.

Hacia las 9 de la mañana se dirigió a la mansión con el corazón bombeando con fuerza. Saber que lo tendría cerca después de tanto tiempo la hacía sentir mariposas en el estómago debido a los nervios y a su conocimiento inconsciente de que nunca había podido olvidar el amor que sentía por él. Y Agasa lo sabía: Ai, quien había decidido desprenderse de su identidad anterior, se esforzaba en aparentar que no pasaba nada, pero sabía que, de vez en cuando, lo llamaba para intentar explicarse, pero él nunca le había contestado.

Yukiko Kudo se asomaba a uno de los grandes ventanales, desde el que vigilaba la puerta principal esperando poder intuir la figura de su único hijo.

—No deberías hacer eso. —Le dijo Yusakuu tecleando en su ordenador.

—Hace 5 años que no lo vemos. Nos ha rechazado. ¿Cómo no estar nerviosa?

—Yukiko, no vas a hacer que todo vuelva a la normalidad por vigilar la puerta.

—¡Ya! ¡Lo sé! Pero es que no sé qué hacer.

—No adelantes acontecimientos. Mantén la calma.

—¡Es que no es tan fácil!

—No digo que sea fácil, digo que es lo que debemos hacer ahora.

Ella se resignó y se hundió en el sofá envuelta en una gruesa capa invisible de tristeza. ¿Cómo podría no reaccionar así? Oyó el telefonillo y se incorporó de un salto.

—¡Shinichi!

Yukiko echó a correr hacia la puerta mientras su marido miraba disimuladamente por la ventana, esperándolo, sin saber cómo reaccionar.

—¡Shinichi! —Repitió la mujer abriendo la puerta y encontrando a Agasa y la joven Haibara. —Profesor…

—¿Ha llegado ya? —Preguntó sabiendo que se había adelantado bastante a la hora de la reunión, pero esperando a que él llegara antes de lo previsto.

Yukiko se apartó y les dio paso, aún nerviosa, sin decir mucho. El hombre supo que su actitud jovial tan típica de la mujer se había esfumado por el sufrimiento de haber perdido a su hijo. De hecho, Yusakuu y ella nunca habían vuelto a Estados Unidos, habían permanecido en Tokio, por si Shinichi se arrepentía y volvía a casa con ellos, pero nunca sucedió.

Los invitados se sentaron en el amplio salón mientras la anfitriona les preparaba té y algo de comer, aunque sabía que nadie podía tener hambre en una situación como aquella, pero le venía bien para abstraerse de la situación de tensión.

A los 15 minutos, después de una espera en la que los cuatro apenas habían cruzado tres palabras, el timbre sonó. Todos dirigieron su mirada a la puerta, aunque Yukiko fue la primera en reaccionar y abalanzarse sobre ella para abrirla.

—¡Shinichi!

Esta vez sí era él. Avanzó con tranquilidad por el pasillo del cuidado jardín y se dirigió hacia la puerta principal. Allí los miró uno a uno, sin expresión de enfado, tan solo apatía.

—Lo que os tengo que contar es grave. Vayamos dentro.

Nadie quiso decirle nada, solo obedecieron e ingresaron a la casa.

—Bien, hablaré sin dar rodeos: ayer recibí una llamada de Jodie Saintemillion, estoy seguro de que os acordáis de ella. No me dio buenas noticias. Gin ha escapado de la prisión de máxima seguridad. Se dirige a Japón para vengarse de mí y de las personas a mi alrededor. Vosotros estáis implicados directamente. Tenéis que salir de aquí ya. No hay tiempo que perder. No os comuniquéis por líneas privadas, os rastrearán fácilmente, intentad protegeros.

—¿Qué? ¿Y tú qué harás? —Preguntó la madre aterrorizada.

—Yo iré a buscar a Ran y la llevaré a un lugar seguro para protegerla personalmente.

—¿Y cómo piensas hacer eso? —Lo retó su padre mirándolo a los ojos. —Ella tiene otra vida, lleva mucho tiempo alejada de ti.

—Pero la matarán igualmente.

—¿Y si Ran se niega? —Preguntó el doctor Agasa. — ¡Tenemos que protegerla nosotros!

La habitación se quedó en silencio durante un momento.

—¿Ahora os importa Ran? ¿Su bienestar? ¿A todos? —Shinichi rió con ironía.

—Shinichi, no empieces otra vez con lo mismo. Hicimos lo que consideramos más adecuado para todos. Intentamos protegerte a ti. —Habló su padre.

—Nos equivocamos, Shinichi, es cierto. —Lo apoyó su madre. — Pero…

—No os esforcéis. No tengo intención de cambiar nada. Solo tenía que avisaros. Marchaos de Tokio ya. Salid de Japón si os es posible y escondéos. La Organización viene a por nosotros y no dudarán en cazarnos.

Shinichi se fue rápidamente. No tenía mucho que decir y, además, tenía algo mucho más difícil de hacer: tenía que dar con Ran y convencerla de que accediera al Programa de Protección de Testigos que Jodie había ofrecido. El primer muro de ladrillos era, por supuesto, su padre. Tendría que hacer que hablara con él y sabía cómo hacerlo.

—Inspector Megure, necesito un favor. —Quizás pedirle tanto era demasiado, se acababa de incorporar al cuerpo, pero sabía la simpatía que sentía por él.

—¿En qué puedo ayudarte?

—Creo que será mejor que hablemos en su despacho, inspector.

Los dos se dirigieron al interior de la habitación bajo la atenta mirada de Heiji y Kaito, quienes, por su lado, estaban intentando localizar a Kazuha (y, por tanto, a Aoko) para que salieran de la ciudad.

—¿Y bien?

—Verá… Usted recuerda el caso de la Organización de Negro, ¿verdad? —Comenzó.

—Claro, ¿cómo olvidarlo?

—Bien, pues he recibido información del FBI, Gin ha escapado y temen que ya esté en Japón.

—¿¡Qué!? ¿¡Cómo ha pasado eso!?

—Ahora no tiene sentido buscar culpables, tenemos que organizarnos y hacer todo lo posible para mantenernos a salvo.

El inspector suspiró con pesadez. No era el que mejor resolvía los casos de asesinato, pero no era estúpido y, además, conocía al detective desde que era un crío. Sabía perfectamente lo que iba a pedirle. De todas los escenarios posibles en los que había imaginado que le pedía que lo ayudara a encontrar a Ran, este era, sin duda, el más complicado. Por una parte, Ran había estado realmente mal durante muchos años por su culpa y ahora estaba empezando a poder llevar una vida normal, alejada de todas las mentiras, los casos de asesinato, el peligro que rodeaban la vida de Shinichi, y era feliz por primera vez; por otra parte, ¿quién mejor para protegerla sino alguien que lo había sacrificado absolutamente todo?

—Mira, te voy a ser sincero. Sé que eres la persona adecuada para protegerla porque la quieres de verdad, pero yo la he visto. —Él suspiró, sabiendo de antemano que su respuesta sería negativa. —He visto crecer a esa chica; he visto cómo su familia se derrumbaba de dolor mientras la veían marchar por, digamos la verdad, tu culpa. No puedo decirte dónde está.

—Inspector, yo…

—Hablaré con Mouri. —Sentenció. —Me temo que es lo único que puedo hacer por ti.

—Gracias, inspector.

El detective novel salió sintiendo un vacío en el estómago. ¿Cómo iba a hacer para localizar a Ran, hacer que hablara con ella y que lo acompañara a un lugar seguro? Era todo una mierda. No podía dejar de darle vueltas a la última vez que la vio y en cómo deseaba hacerlo de nuevo.

Recordó que habían estado juntos como pareja un año y medio; el mejor año y medio de pura felicidad, aunque los ratos que había pasado con ella no habían sido muchos. Ran había sido su primer todo y, en esa época, estaba seguro de que había encontrado a su alma gemela, su futura esposa, la madre de sus hijos. No había momento en el día donde no recordara temblando el roce cálido y suave de sus labios recorriendo su espalda. Ser Conan había sido muy difícil después de su primer encuentro íntimo, pero había conseguido aparentar normalidad, hacer como que no sabía nada de lo que había pasado entre ellos.

La echaba de menos. Su olor, su sonrisa, el tacto de sus manos, su pelo largo castaño y su ropa infantil. No había un solo día en el que no pensara que era perfecta; en los últimos cinco años había tenido relaciones con otras mujeres, algunas parecidas a ella, pero sin ser ella. Y lo estaba volviendo loco.

Salió del despacho sin decir una palabra y se dejó caer sobre su silla sin saber ni siquiera hacia dónde mirar para no encontrar la mirada de sus compañeros, los únicos con los que realmente podía compartir su dolor, aunque se le hacía extremadamente difícil entablar una conversación con ellos, especialmente con el ex-mago, que parecía juzgarlo sin tregua. Su cabeza giraba en torno a la idea de que solo sería feliz con ella, porque todo sus momentos felices habían estado marcados por su presencia. Muchos pensaban que era una decisión egoísta, que ella había construído su vida fuera de él, que ella era feliz; y, sí, por supuesto, ella era feliz, pero solo él podría hacerla la mujer más feliz del mundo. Era una deuda que tenía que pagar con su yo de 17 años.

—Hay algo que tengo que decirte. —Él miró hacia arriba y vio a Hattori con el ceño fruncido, preocupado. Miró a Kuroba y encontró que no quería mirarle a los ojos. Algo estaba pasando.

—¿Qué os pasa? —Preguntó con preocupación.

—Agentes Kuroba, Hattori y Kudo, —los interrumpió el inspector— tengo un caso para ustedes.

Los 3 se acercaron a él para recibir su primer caso oficial como detectives del cuerpo de policía de Tokio.

—Han llamado del hospital. Al parecer, un hombre se ha suicidado arrojándose por la ventana en el hospital general. Algunos testigos afirman haberlo visto forcejeando con una persona, cuya identidad no hemos descubierto todavía, en la azotea del edificio, desde donde nuestra víctima cayó. Vayan al lugar de los hechos y averigüen todo lo que puedan.

—Sí, inspector.

Sin más palabras, los tres chicos se metieron en el coche. Heiji conducía, Shinichi ocupaba el asiento del copiloto mientras miraba por la ventana aburrido, Kaito, era el único sentado en la parte de atrás y se sentía aliviado de que la locura que estaba por cometer su amigo hubiese sido interrumpida. Suspiró. Mouri Ran. Esa chica que le había recordado tanto a Aoko y con la que había llegado a intimar (aunque valiéndose de la identidad de Kudo). Recordaba su larga melena lisa, sus ojos profundos, el peso de su cuerpo. ¿Cómo era posible que hubiesen pasado ya 5 años?

Ran estornudó en la pequeña oficina en la que ahora ejercía su trabajo. Se acarició los brazos pensando en que, quizás, se había resfriado. La boda de Sonoko estaba quedando muy bien, se estaba esforzando mucho y habían tenido muchos problemas, pero estaba todo bien. Terminó de escribir el correo electrónico y aprovechó para estirar su espalda.

Echaba de menos el kárate, su pasión desde que era una cría y que había abandonado junto al resto de su vida el día que partió con Kazuha hacia Aomori. Estaba agradecida de haber podido contar con el apoyo de sus padres pero sabía que tenerla lejos de ellos había sido una auténtica tortura, aunque pensaba que todo aquello sería la excusa perfecta para que Eri y Kogoro aclararan diferencias. Pensó en ellos, en cómo su historia de amor se había diluido y cómo su enfermedad los había vuelto a unir. Estaba orgullosa de ellos. Mucho.

El móvil comenzó a sonar y la sacó de sus pensamientos sobre sus padres.

—Mouri. —Respondió sin mirar el nombre en la pantalla.

—¡Ran! —La voz ahogada de Aoko le transmitió que había estado llorando.— ¡Ha habido un asesinato en el hospital?

—¿Cómo? ¿Un asesinato? —Un escalofrío le recorrió el cuerpo al oír esa palabra. La única que no había conseguido enlazar a otro nombre que el de "Shinichi Kudo". —¡Aoko, cálmate. ¿Qué ha pasado?

—No lo sé. La policía está en camino. Todo el mundo está asustado. Un médico ya ha confirmado que el hombre ha fallecido y no podemos hacer nada por él.

—¡Tranquilízate! ¿Dónde está Kazuha?

—Ella está en quirófano. Me temo que no podré contactar con ella ahora.

—Escúchame, voy para allá ahora mismo, ¿de acuerdo?

Aoko no contestó porque aprovechó para limpiarse las lágrimas con la manga.

—Estaré allí en 5 minutos e intentaré que me dejen entrar, ¿de acuerdo?

—Gracias, Ran…

—Mantén la calma. Sé que puedes hacerlo.

El cuerpo de la víctima se hallaba a escasos metros de la entrada al hospital, por lo que era muy difícil regular el tráfico en la zona. Las únicas personas que podrían acceder al hospital era aquellas cuyo ingreso era de vital importancia; de la misma forma, se decretó que nadie podría salir del edificio sin autorización expresa.

Kudo y Hattori se adentraron en el edificio para hacer sus cosas de detectives, pero él, Kaito Kuroba, se quedó para servir de apoyo a los compañeros y ayudar a minimizar el tráfico de curiosos que se agolpaban en las inmediaciones del hospital. No sabía por qué, pero la imagen de la ex-novia de Kudo volvía una y otra vez a su cabeza, sin importar cuánto intentara concentrarse en su trabajo.

—¡Disculpe! —Una mujer con el pelo castaño, delgada, le llamó. Él notó cómo su pulso se aceleraba mientras iba acercándose lentamente, intentando aparentar tranquilidad. Aunque pudo tranquilizarse cuando comprobó que, efectivamente, no era ella.

—¿Sí?

—¡Mi madre está ingresada en este hospital! ¿No puedo entrar a verla?

—Lo lamento mucho, señora, pero me temo que tendrá que esperar hasta que… —Kaito comenzó a explicarle con paciencia el procedimiento que estaban siguiendo.

Aunque la mujer no parecía muy convencida, se disculpó y le agradeció la ayuda.

—¡Disculpe!

La voz de una chica joven resonó en su espalda. Él se giró por inercia y enmudeció. Era ella. Estaba ahí.

—¡Oiga!

Con el corazón desbocado y sintiendo frustración, Kaito se dirigió a una Ran muy cambiada: su pelo, su voz, sus curvas… Todo era diferente, pero su forma de mirar no había cambiado ni un poco. Ella no lo reconoció, ya que ella solo había visto su cara como Kid; pero él sí. Tragó saliva mientras intentaba mantener la compostura.

—Mi amiga es enfermera. Está ahí dentro y no la dejan salir.

Al oír lo que le estaba diciendo, temió lo peor: Kazuha estaba ahí. ¿Qué pasaría si Hattori y ella se encontraban? Sus pensamientos giraban en círculos sobre su cabeza, intentando encontrar una excusa perfecta para ir corriendo a impedir el encuentro. Sacó un bolígrafo y su libreta de detective y fingió apuntar la información que le estaba dando.

—Trabaja en la planta de cardiología; creo que es la 5ª planta.

—Ajá, ajá…

—Se llama Aoko. —Kaito sintió cómo su corazón era aplastado por una mano invisible. ¿¡Aoko!? ¿¡Aoko estaba allí!? —Aoko Nakamori. Ella no ha hecho nada, pero está muy asustada. Necesito entrar ahí y apoyarla. Puedo darle mis datos. Soy la hija del detective Mouri Kogoro, trabaja bajo las órdenes del inspector Megure. ¡Llámele a él! ¡Dígale que Mouri Ran solicita entrar en la escena del crimen!

Cada palabra que ella decía le hacía sumirse en un pozo más y más profundo de recuerdos negativos y flashes de un tiempo pasado mucho más feliz. Estaba a punto de explotar. ¿Qué coño se suponía que tenía que hacer ahora?