Las Veinte y una Noches del Imperio.
01: La Primera Noche: Noche de Estreno.
"…La estructura de este lugar era un poco peculiar. Había un cuarto entre mi habitación y la de Heinley, pero no había ninguna puerta que permitiera entrar a este cuarto desde el pasillo y ni siquiera las damas de Compañía podían entrar sin permiso.
Después de respirar profundamente, de repente escuché un ruido. ¡Heinley había entrado primero! Respiré hondo nuevamente, caminé lentamente y puse mi mano en el tirador de la puerta. Armándome de valor, lo giré. A medida que se abría la puerta, se fue revelando el cuarto oculto hasta ahora.
-¡Oh! De hecho, era solo un cuarto. El único mueble que había era una cama, con una alfombra suave debajo de la misma. ¿Es realmente solo un lugar para dormir? Sin embargo, no se sentía vacío, porque había flores de ilusión por todo el lugar. Mientras miraba alrededor, escuché un susurro - Reina – cerca de mí. Para mi sorpresa, vi a Heinley de pie junto a la puerta que conectaba mi habitación con este cuarto. Por supuesto, llevaba el mismo albornoz que yo, pero…
-¡Ah! – Sintiéndome avergonzada, me di la vuelta rápidamente. Podía ver su torso, debido a que el cinturón de su albornoz no estaba ceñido. Intenté evitar el contacto visual por la incomodidad, pero Heinley se acercó por detrás y me abrazó suavemente por la cintura. Luego me besó en la oreja, en la mejilla, y una vez más, en la oreja, susurrándome:
-Enséñame, rápido…
Me sentía tan avergonzada e incómoda, que estaba al borde de las lágrimas. Además, el calor aumentaba en las zonas donde sus labios se deslizaban. Su rostro estaba húmedo, tal vez porque acababa de bañarse.
-Ve, ve a la cama – murmuré.
Ante mis palabras cuidadosas, Heinley se rió en voz baja, y retrocedió a la cama, con sus ojos sobre mí. Luego se sentó en la cama, con las piernas ligeramente entreabiertas.
-Apresúrate…
Me había pedido que tomara la iniciativa… Eso me hizo sentir aliviada, así que me acerqué a él, lentamente. En un instante, estaba de pie entre las piernas de Heinley. Me miró con una expresión de no saber que hacer, y tragué con fuerza, mirando sus misteriosas pupilas violeta. Su cabello, que caía sobre su nuca, lo hacía más atractivo de lo habitual. Extendí mi mano lentamente y la pasé por su cabello. Entonces, él cerró los ojos y levantó la cabeza ligeramente, para decirme que hiciera lo que quisiera… Adorable. Es como un gran cachorro. Un cachorro muy dócil. Su actitud me dio un poco de valor. Introduje mis dedos en su cabello para acariciarlo, mientras este se curvaba alrededor de mi mano. Después de hacerlo un poco más, besé suavemente su frente y le susurré:
-Súbete, muévete más al centro.
Heinley abrió los ojos y sonrió, subiéndose obedientemente a la cama. Aunque dudé, empujé su pecho para que recostara la parte superior de su cuerpo. En esa posición. Me miró fijamente y susurró con ojos llenos de anticipación:
-No me importa si eres ruda.
-Tú, águila pervertida… ¿No te importa que sea ruda, o quieres que lo sea?
Cuando le pregunté con una sonrisa, Heinley murmuró – Como desees estará bien – Luego se agarró con una mano el cinturón del albornoz, que no estaba ajustado, para desatárselo por completo. La parte superior de su cuerpo quedó completamente al descubierto. Dejé caer mis pantuflas al suelo, me subí a la cama de rodillas y me deslicé sobre su abdomen.
-Argh.
Heinley soltó un gemido de sufrimiento, como si no pudiera aguantarlo más, y puso su mano sobre mi pierna. Aunque su mano estaba tocando mi albornoz, sentía como si estuviera tocando directamente mi piel. Recorrió lentamente el costado de mi cuerpo, deteniéndose cerca de la parte superior de mi cadera, mientras el calor se elevaba rápidamente por mi rostro y me mordía el labio inferior.
-Esposa, ¿Cómo me ves desde arriba?
-Hermoso. Y pervertido.
-Solo harás que sea más pervertido – Susurró.
Su voz me hizo cosquillas en los tímpanos. Estiré mis manos y recorrí la parte superior de su cuerpo. Heinley gemía, a medida que tocaba su piel desde el abdomen hasta el cuello. Pero aún así, el seguía moviendo su mano de forma atrevida. En ese punto, agarré su mano y la presioné firmemente a un lado de su rostro.
-¿Esposa?
-¿No me pediste que tomara la iniciativa?
Besé suavemente a un sorprendido Heinley, unas cuantas veces en las mejillas, antes de cubrir sus labios con los míos, queriendo disfrutar del momento plenamente. Bajé mis manos, y deslicé sus pantalones, aún cubiertos por el albornoz. ¡Oh! Esa parte ya estaba completamente preparada.
-¡Mi águila traviesa!
Cuando estallé en risas por lo adorable que era, Heinley se sonrojó hasta las orejas, agarró el cinturón de mi bata y tiró ligeramente del mismo"…
-Emperador y Emperatriz, son iguales en importancia - susurró Heinley - debemos estar en igualdad de condiciones…
Me estremecí. Debajo del albornoz de rizo blanco solo llevaba unos calzones de algodón y encajes. Ya que voluntariamente había retirado los pantalones del pijama de Heinley, era obvio que ahora era mi turno de quitarme más prendas. Pero antes, sus manos se deslizaron dentro de mi bata entreabierta, que se había desajustado con todo el jugueteo previo. Yo estaba encima suyo, pero ahora él había cogido uno de mis senos entre sus dedos y lo estaba sopesando con infinita delicadeza, como si fuera una pieza de fina porcelana. Su otra mano capturó a su gemelo, y pronto sus dedos se desplazaban con suavidad sobre la superficie tersa, hasta que descubrió que mis pezones estaban rígidos y dolorosos como de piedra.
-¡Reina! – exclamó, sorprendido – Creo que estás muy tensa… - Su sonrisa juguetona no auspiciaba nada inocente - ¿Qué debería hacer para ayudarte? – preguntó con picardía, apartando la prenda de mi torso, hasta que esta se desplazó hacia abajo y dejó mis hombros al desnudo.
La habitación estaba temperada. No sentía frío, pero me estremecí por las intensas emociones y sensaciones que estaba experimentando - Es muy diferente – Pensé. Pero no le dejé a mi mente divagar más sobre el pasado, y decidí enfocarme firmemente en el maravilloso momento que estaba viviendo con Heinley.
-Podrías besarlos – sugerí, sintiendo que me sonrojaba.
-las ordenes de la Emperatriz son mis órdenes – respondió con una expresión muy seria. Tan seria, que casi me largo a reír de puros nervios.
Sentí su cálido aliento acariciar esa sensible piel. Sus labios suaves estaban besando cada curva de mi pecho, y una sensación eléctrica parecía ir subiendo por mi espalda, que se arqueó como la de un gato y un quejido audible se escapó de mis labios. Aunque su boca estaba ocupada, pude ver de reojo como sus comisuras se curvaban con satisfacción. Lo empujé un poco hacia atrás, molesta. Lo estaba haciendo demasiado bien y ahora se reía de mí. Lo miré con el ceño fruncido.
-¿Acas lo hice mal? – Preguntó Heinley, con una expresión de la más falsa-genuina inocencia que había visto en mi vida.
-Eh… Está bien – carraspeé para recobrar algo de la dignidad perdida – Continúa.
Sus manos continuaron acariciando el contorno de mis pechos y la curva de mi espalda, pero ahora, su boca perversa y lasciva los estaba lamiendo con satisfacción, como si del dulce más delicioso del mundo se tratara. El inexperto cachorro se estaba convirtiendo en sabueso a ojos vistas. Pequeños gemidos se me escapaban de tanto en tanto, mientras me mordía los labios furiosamente.
-¡Reina, no hagas eso!, vas a lastimarte.
-¡No puedo evitarlo! – me defendí con voz desfalleciente.
Levantó su torso aún más a pesar de mi peso, y alcanzó mi boca con la suya. Su lengua estaba saboreando y lamiendo mis labios lastimados y su frescor me sabía a fresas y gloria.
Luego bajó su cabeza de nuevo, desde donde sus ojos morados me miraban pícaramente.
-Quiero oírte, Reina – susurró – Si le gusta mi lección, debo escuchar la reacción de la maestra.
-Yo… - No podía decirle ahora que era tímida. Nunca había disfrutado de esa las obligaciones maritales previamente. Se rumoreaba que había mujeres especialmente ruidosas, pero siempre creí que eso no era propio de la nobleza. Me pareció recordar que Heinley había dicho que el cuarto estaba insonorizado y protegido con magia. Aunque solo él podría oírme, se me hacía muy cuesta arriba poder expresarme de esa forma. En el pasado, lo había hecho como un deber, no como una expresión de amor y de entrega. Mi ex-esposo parecía sentir lo mismo. Nos entregábamos a nuestra obligación marital sin mayor entusiasmo y por mera fórmula, en el día del año y la hora señaladas, sin improvisación alguna. Apenas acababa, hablábamos de asuntos de estado hasta que llegaba el sueño. Creí que sería hacía toda mi vida. Me sentía maravillada, asustada y conmocionada a partes iguales en la situación presente.
Mis abrumados pensamientos se vieron interrumpidos por un gimoteo desconocido que parecía haber brotado de mi propia garganta. ¿Qué había sucedido? Heinley estaba succionando mis senos… apasionada pero cuidadosamente, y el sonido, aunque tenue, era escandalosamente sexual… Para qué hablar de los efectos.
Sentí algo punzante debajo de mí.
-Lo siento, Reina, creo que ya no puedo esperar más – musitó, avergonzado.
Tomé conciencia de mi propia excitación de golpe. Mi entrepierna estaba totalmente empapada y la humedad había traspasado la delgada tela de mi ropa interior. En mi confusión, él había tomado la iniciativa y dirigido su mano a esa parte.
-¿Qué ha sucedido? – Preguntó mostrándome sus dedos empapados. ¿No te secaste bien después del baño, esposa? - Su sonrisa decía todo lo contrario…
-¡Calla, Águila sucia! – sentí que estaba roja de vergüenza- ¡Es hora de que aprendas una lección avanzada! – Exclamé, apretando los dientes. Me arrodillé a su costado, y moviendo las caderas, vi como mi lencería de encaje húmeda se desplazaba hacia mis rodillas, y luego me la quité casi con furia de una patada. Estaba demasiado avergonzada para mirar adónde había caído, así que, tras quitarme el albornoz, volví a sentarme a horcajadas sobre Heinley, totalmente desnuda, que me observaba con expresión divertida. El suyo estaba totalmente abierto y podía contemplar sin reservas su anatomía joven y privilegiada… El torso pálido, suave y musculoso, donde sus costillas se dibujaban cada vez que respiraba con fuerza, las piernas largas, delgadas pero fuertes y la entrepierna… Ahí había algo que parecía vivo, debajo de una encantadora mata de cabello rubio, tan suave, sedoso y brillante como el de su cabeza.
Su cara de sorpresa fue un poema cuando acaricié esa parte, y luego cogí de pronto su masculinidad en mis manos, la que hace rato que estaba importunándome y tamborileando sobre mi vientre. Es como su hubiera estado golpeando a la puerta y diciendo "Toc, toc, ¿a qué hora me dejarás entrar?"
Era de gran tamaño y estaba rígida como una piedra. Sentía la sangre viva palpitando y recorriendo su miembro angustiado. Lo acaricié, deslizando de arriba abajo mis dedos sobre la sedosa y delgada piel.
-¡Piedad! – suplicó él, derrotado, asustado y excitado a más no poder, retorciéndose debajo de mí.
Deslicé esa parte de su cuerpo hacia abajo y al hacerlo se desplazó sobre mi inflamado y ardiente clítoris, y cuando ambas humedades se mezclaron se desencadenó una sensación deliciosa. Lo repetí un par de veces, jugando con la angustia agonizante de mi esposo, el Emperador. Luego, cooperando en nuestros esfuerzos, la fuimos introduciendo en mí, suavemente.
-Despacio… le advertí. Pero mi vagina estaba tan húmeda que se desplazó hacia el interior casi de golpe.
Ambos nos sobresaltamos un poco, pero soltamos un suspiro de alivio al unísono. Jamás creí que lo desearía tanto dentro de mi cuerpo. Ya está, había llegado el momento…
-Lo siento – Heinley me miró asustado, para comprobar si todo estaba bien.
-Está bien -murmuré, concentrándome en la sensación de tener ese enorme vacío de mi pelvis totalmente ocupado, así de pronto – Ahora vamos a movernos, lentamente – Mis caderas empezaron a balancearse, pero cada vez sentía que me hundía un poco más, con cada vaivén. Podía sentir el calor abrasador de su vientre, cada vez que subía o bajaba sobre él, y sus rizos rubios me hacían cosquillas, justo ahí. Pequeños gemidos de placer se le escapaban al Emperador del Imperio de Occidente, que ahora parecía haberse quedado sin palabras. Punto para la Emperatriz.
-Uff – jadeó. Su cara estaba totalmente roja, y supongo que la mía también. Podía ver pequeñas nubecillas de vapor saliendo de nuestros alientos, ¡en un cuarto que ya de por sí estaba cálido!
Súbitamente su cadera pareció cobrar vida propia. Comenzó a subir y a bajar en un movimiento contrario al de la mía, haciendo que cada vez que se encontraban, nuestros cuerpos se compenetraran más profundamente. No fue necesario decirle que aumentara la velocidad. Su pelvis hambrienta se volvía cada vez más posesiva y frenética, y yo sentí que me perdía en mis sensaciones internas, mientras mi cuerpo temblaba afiebrado de placer.
De pronto, sentí que habíamos llegado a un punto que estábamos totalmente unidos y que hubiera sido difícil desligar el contacto. La punta de su masculinidad estaba llegando tan adentro que sentía estremecimientos eléctricos y una comezón candente cada vez que rozaba en ese punto. Me quedé en blanco. Perdida mi mente calculadora y solo concentrada en ese preciso instante. ¡No podía contenerme más! Una sucesión de quejidos se escapó de mis labios, mientras intentaba en vano reprimirlos.
-¡Heinley! – exclamé, mientras me derrumbaba un poco sobre su pecho. Entonces él tomó mis caderas firmemente, para sujetarme, y me atacó con algo así como una docena de estocadas profundas y rápidas. Luego sentí una oleada de algo cálido y cremoso en mi interior, acompañado de roncos gemidos que venían de su garganta. Lo miré entremedio de mis cabellos en desorden. Estaba encantador, sonrojado a más no poder, con los ojos violeta llenos de asombro y los labios temblorosos y entreabiertos, aún.
-¡Reina! – Exclamó, apenas recobró un poco el aliento. Se abrazó a mí como si de ello dependiera su vida. Estaba tan conmocionado que había perdido toda ironía y disimulo en su rostro impolutamente guapo.
Estaba exhausta y mi cuerpo tiritaba. Me desplomé a su lado en el lecho y descansamos uno al lado del otro, abrazados. Heinley acariciaba mi cabello e intentaba ponerlo en orden. Yo le separé un poco los mechones rubios de la frente, contemplando los húmedos ojos color violeta, que parecían a punto de ponerse a lagrimear.
-Tus ojos verdes se ven más brillantes después de hacer el amor, Emperatriz Navier – declaró, recuperando su sonrisita torcida conquistadora.
Le di un pequeño codazo para castigarlo.
-¿Cómo he quedado calificado con mi lección, señorita Profesora? -preguntó luego, con gran inocencia.
Lo miré atentamente. Intentaba aún recuperar la objetividad y la claridad de mis pensamientos, para poder responder en consecuencia.
-Creo que necesitarás más práctica, Pero no está mal para ser la primera vez… - declaré, con la expresión más seria posible, pero no pude evitar sonrojarme.
-Bueno… Creo que deberías saber que soy un alumno muy aplicado – esgrimió – De los que les gusta hacer la tarea a diario – agregó, mordiéndose el labio de forma muy seductora.
Le di un golpecito con la almohada ¡Ay Heinley, que voy a hacer contigo! – pensé – "Amarlo" me susurró a gritos mi consciencia. Creo que no hay remedio…
Le sonreí, olvidada toda preocupación acerca del Imperio de momento, mientras me empezaba a ganar el sueño, y de tan relajada y cansada se cerraban mis párpados.
FIN
