Le mentía. Lo sabía. Aunque no quería creerlo.

Desde el primer día, una cálida jornada veraniega a la que siguió una noche tórrida (y tan tórrida), le mentía.


Hacía tiempo que había olvidado donde estaban las manos de él. También las suyas propias.

Sus besos eran como sendos, profundos tragos de agua helada, su piel como miles de pañuelos de seda acariciándola. Un escalofrío al sentir sus labios vagar más allá de su cuello, se le había erizado el bello cuando sus manos resbalaron sobre su pecho. Una cremallera bajada y un grácil movimiento, y ambos habían perdido su ropa, aunque imposible decir cuándo, en qué momento.

Cuando sus cálidos y húmedos cuerpos sentían que, efectivamente, llegaba el momento, acariciole la oreja su lengua de terciopelo y susurró unas palabras, mentiras, antes de hacerla subir al cielo: "Weasley… te quiero".


Durante todos aquellos días en que se escondieron, huyendo de justicias familiares, durante todas aquellas noches en los invernaderos, durante todas aquellas largas (y a la vez TAN cortas) tardes de invierno, todas aquellas palabras prohibidas… todo aquello que no era cierto.


Por más que lo intentaba no podía apartar su mirada de sus ojos de metal. No podía dejar de jugar con sus dedos, no podía dejar de admirar su perfil aristocrático, su disciplina militar, su figura apolínea y lo noble de su saber estar. No podía dejar de disfrutar el tacto de su piel como raso eterno, que terminaba en las yemas de sus dedos y en sus labios volvía a empezar. No dejaba de sorprenderle el atractivo de cada sonrisa cínica que él se molestaba en dibujar, una pequeña chispa en el fondo de sus pupilas cuando le daba en pensar, el tono de su voz grave cuando susurraba en su oído educadísimas palabras de significado lascivo.

Y por más que lo intentó no pudo evitar sofocarse cuando aquellas manos de pianista comenzaron a desnudarle. No pudo evitar imaginar una sonrisa al oír, de nuevo, más mentiras. "Daría lo que fuera por pasar esta noche contigo. Quédate a dormir, querida".


Incluso cuando tiempo adelante pasearon de la mano, provocando, insultando memorias pasadas que a cuento no venían, incluso entonces, mentía.

Sentíase cual regalo sin desempaquetar: su abrazo la envolvía. La calidez de su cuerpo la rodeaba, el olor a hombre la embriagaba. Y no podía evitar disfrutar: todo el mundo se empeñaba en mirar y ella, ahí estaba, abrazada. Y de repente, una esquina, y volvía a ser desembalada. Él la devoraba, ella sentía un hambre voraz. De nuevo más palabras que no eran de verdad. Palabras ya no susurradas, no, no, jadeadas. "Si no te tuviese a ti, no tendría nada".


En una noche de vigilia, intranquila velada compartida, una confesión inesperada. "Preciosa, entre nosotros no queda nada". Un corazón que se partía, una puerta que se cerraba. Una serpiente tatuada, una mirada desgarrada. De nuevo, más mentiras. Y Ginny permanecía callada.