Disclaimer: todos los personajes que reconozcáis son propiedad de JK Rowling. Gaia, Nénya, Nárye, Sûlye, los Wallace, mi querida y extravagante abuela Llewelyn junto con algunos personajes que aparecerán en el futuro son míos. ¡Y también el argumento!
N/A: Bien, todavía no acabé ninguna historia, sin embargo ya he empezado una nueva… ¡Lo siento mucho! Pero este fic llevaba tiempo rondándome por la cabeza y estaba esperando ser escrito. ¡Espero que les guste! Y que comenten, claro…
Segunda Oportunidad
-por Arwenej Gilraen Elentári Arnénluin-
Capítulo 1 – "Un final y un nuevo comienzo"
"This is the end, my only friend, the end"
¡Avada Kedavra! –gritó una voz fría a su espalda. Fueron las últimas palabras que oyó… Con las que finalizó su existencia mientras la luz verde que le rodeaba producto del hechizo se llevaba hasta su último aliento, su vida.
Pero ese fin, fue el comienzo de algo nuevo, un renacer. Porque todo en estaba vida tiene principio y fin, pero después de una cosa, siempre va otra y nunca se llega a romper el círculo vital.
Como decía, no era sólo un final. Era un principio también. Porque Ellos decidieron darle una segunda oportunidad, un empezar de nuevo, un renacer.
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¡Harry! –gritó una chica de cabello castaño. Detrás de ella había dejado a un chico de cabello rojo, que parecía que no se había percatado de la situación. Pero ella lo había observado todo.
Había visto como Voldemort había desaparecido tras un enfrentamiento con su amigo, como su amigo corría hacia donde estaban ellos dos, ya tranquilo. Y también como Voldemort reaparecía y le dirigía una traicionera maldición asesina por la espalda.
Pero no podía ser. Harry no podía estar muerto. Era El-niño-que-vivió, la esperanza de la Comunidad Mágica para luchar contra Voldemort.
Aunque las esperanzas de Hermione se desmoronaron cuando le tomó el pulso. No lo notó. Tenía sus peculiares ojos verdes abiertos, aunque sin ese brillo particular que les da la vida. La muerte le había cogido por sorpresa, aunque estaba preparado para recibirla… no en ese momento.
Una tímida lágrima se asomó de los ojos castaños de Hermione, intentando salir manifestando los sentimientos que la chica intentaba reprimir. La tensión pudo con ella y empezó a llorar. Y allí estuvo hasta que un grupo de aurores pertenecientes a la Orden del Fénix llegaron, demasiado tarde por desgracia.
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Cuando esta vida se acababa, esa esperanza se agotaba, un pequeño niño llegó al mundo. Se llamaba Michael Wallace, hijo de Dermot y Sarah Wallace, unos prestigiosos abogados.
Su cabello era oscuro y sus ojos eran verdes. Al paso de los años su pelo se fue aclarando hasta acabar siendo castaño. Sin embargo sus ojos eran un rasgo realmente especial en aspecto. Parecían viejos, como si hubiesen vivido más de lo que les correspondía. Sus padres parecían no hacer mucho caso a esto, pero en realidad les tenía intrigados. Tampoco entendían de dónde había sacado el pequeño Michael el color verde, ya que Dermot los tenía azules y Sarah castaños.
Dos años más tarde, Michael tuvo una hermanita. Sus padres la llamaron Jane y su hermano se encariñó de ella en seguida. Eran muy distintos uno de otro, ya que Jane era rubia y Michael tenía el pelo oscuro. Pero siempre había algún listillo que decía que eran como dos gotas de agua. Y cuando eso ocurría, Jane y Michael se miraban con complicidad y dibujaban una pequeña sonrisa en sus caras infantiles.
La abuela Llewelyn, era uno de los adultos favoritos de Michael. Era realmente extravagante. Tenía el pelo grisáceo surcado por canas, aunque tintado de mechas rosa y violeta. Vestía ropa más bien "joven" y le daba un aspecto de no tener edad, de ser joven y vieja al mismo tiempo. A Sarah, su hija, no le agradaba nada ese "look" que tenía su madre. Pero Katherine Llewelyn se negaba a llevar la vida corriente de una "abuelita". Su juventud no había sido realmente buena y quería disfrutar lo bueno de la vida por lo menos ahora que era mayor, o "vieja" como solía decir.
Era muy alegre, contagiaba su júbilo a cualquiera que se hallara junto a ella. Michael y Jane solían pasar largas tardes tomando un té con pastas en su vivienda londinense, cerca de donde vivía la familia de su hija. Kate Llewelyn les contaba a sus nietos las más anécdotas más simples que le habían ocurrido durante el día, desde la pérdida de su monedero yendo a la compra hasta cuando había pisado un excremento canino. Pero lo contaba con tanta gracia, que sus nietos no podían evitar reír.
Por eso, cuando la abuela Kate les invitó a celebrar el cumpleaños número nueve de la pequeña Jane, la familia Wallace aceptó encantada, especialmente Michael, que guardaba buen recuerdo de su décimo cumpleaños celebrado en casa de su abuela. De hecho, esperaba que llegara noviembre para volver a vivir aquella agradable velada.
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¡Queda sólo un día para mi cumpleaños! –exclamó la pequeña Jane mientras tachaba un día más en el calendario. El 16 de julio estaba cerca.
¿Qué quieres que te regalemos? –le preguntó Sarah, su madre.
¿CÓMO¿Todavía no me habéis comprado el regalo? –se ofendió Jane.
No –contestó su padre.
Entonces Jane se plantó en medio de la cocina dispuesta a tener una buena rabieta.
¡Tranquila, pequeñaja! –exclamó su hermano desordenándole el pelo. –Era sólo una broma… Pero no te tomes tan a pecho las cosas, o si no mañana no tendrás ningún regalo.
¡No me lo tomé en serio¡Supe desde el principio que era una broma! –dijo indignada Jane.
Ya, Jane… -le contestó su hermano en tono incrédulo.
Por cierto¿has hecho la cama? –le preguntó severa Sarah.
Ups… ¡todavía no! Pero en seguida la hago, no te preocupes –añadió Jane percatándose de la mirada de advertencia de su madre.
Jane escurrió rápidamente el bulto hacia su habitación.
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Al día siguiente, la familia Wallace se puso en camino a la casa de la abuela Llewelyn. No estaba demasiado lejos, así que fueron andando, lo que causó numerosas quejas y protestas por parte de la pequeña cumpleañera.
No obstante, cuando después del corto trayecto llegaron y fueron recibidos por Kate Llewelyn, Jane cesó de protestar. No quería que su abuela favorita (y de hecho, la única que tenía) pensara que a los nueve años recién cumplidos se seguía comportando como una niña pequeña.
La casa de Kate era un piso bastante amplio ya que ocupaba toda la planta de un edificio. El marido de Kate, Joseph, había desaparecido hacía mucho tiempo, tanto que Kate se cansó de esperarle y lo dio muerto como habían hecho los demás hacía tiempo. Kate nunca hablaba de su marido, y su familia lo sabía, por tanto también rehusaban ese tema.
La casa estaba repleta de libros… En los pasillos había una leja donde se colocaban los libros que no cabían en otros sitios. Quizás estuvieran algo empolvados, pero Kate Llewelyn se rehusaba a tirar nada. Y menos los libros, les tenía mucho cariño. Cada uno era un billete a un país lejano, a extrañas experiencias o la entrada al lugar donde se almacenaba toda la cultura y la información. Kate había pasado bastante de ese amor a los libros a los demás miembros de su familia, especialmente a sus queridos nietos.
El cumpleaños se celebró en el salón comedor, el cual había decorado Kate para la ocasión con unos globos de colores un cartel que le deseaba un feliz aniversario a Jane. En una mesa de madera pulida una tarta de chocolate con nueve velas la esperaba.
Pero antes, los regalos debían ser repartidos. Michael, su hermano, fue el primero que dejó su regalo. Estaba envuelto con un lindo papel de color azul con lunares. Se notaba que lo había envuelto el muchacho, ya que era imperfecto.
Lo abrió rápidamente, rompiendo totalmente el papel de regalo.
¡Oh¡Son cinco libros de Christine Nöstlinger! –exclamó entusiasmada mientras miraba los títulos. –"Olfato de detective", "Piruleta", "Querida Susi, querido Paul"… ¡Muchas gracias! –agregó y abrazó cariñosamente a su hermano.
Me alegra que te gusten… Tuve que revisar tu librería para asegurarme que no tuvieras ninguno –explicó Michael.
Acto seguido, Jane agarró el siguiente regalo, esta vez mejor envuelto. El papel era como el agua, con algunos detallitos dorados. Era el regalo de Kate Llewelyn.
Cuidadosamente, el regalo fue abierto. Era un par de espejos hermanos, bellamente decorados con pequeñas gemas y motivos tallados en el metal que los formaban.
¡Gracias! –exclamó Jane abalanzándose a los brazos de su abuela. -¡Son realmente hermosos!
La abuela Llewelyn no contestó nada, simplemente dibujó una misteriosa sonrisa en su cara. Mientras tanto, Michael miraba de forma extraña al regalo de su hermana. Como si le recordara algo… Algo que quizás quisiera no recordar pero tampoco olvidar.
Mientras Michael andaba perdido entre pensamientos y se recuerdos, no se dio cuenta de que su hermana se había acercado a él y le había tendido uno de los espejos.
¿Para qué quiero yo los dos espejos? –le dijo cuando hubo ya captado su atención. –Me parece que es mejor que tú te quedes con uno –añadió acercándole uno de los que llevaba en la mano.
Gracias –contestó Michael algo confundido y aturdido. ¿Por qué había actuado así? Por un lado estaba completamente seguro de que era la primera vez que veía esos objetos. Por otro lado, también tenía una impresión muy fuerte de que los había visto antes. Dudó un poco antes de mover la mano para cogerlo, pero cuando lo hizo, su hermana dibujó una sonrisita infantil en su rostro.
Kate Llewelyn miraba la escena como si la esperara. Esos espejos habían estaba sin dueño en un baúl durante mucho tiempo y finalmente encontraban dueño. Internamente se alegró… aunque realmente no sabía el porqué.
Michael miró en el espejo y su mirada esmeralda fue devuelta por el espejo… y entonces recordó…
"Echó un vistazo a su alrededor para asegurarse de que no había nadie en el dormitorio y comprobó que estaba vacío. Miró el espejo, se lo puso frente a la cara con manos temblorosas y dijo en voz alta y clara: "Sirius."
Su aliento empañó la superficie del espejo. Se lo acercó un poco más a los ojos, embargado por la emoción, pero los ojos que lo contemplaban pestañeando a través del vaho eran los suyos.
Limpió el espejo y volvió a decir con voz aún más fuerte, de modo que cada una de las sílabas resonaron en la habitación:
-¡Sirius Black!
No pasó nada. La cara de frustración que lo contemplaba desde el espejo seguía siendo, sin lugar a dudas, la suya."
Sirius… -murmuró con mirada ausente.
¿Te pasa algo, hijo? –preguntó Sarah, su madre, preocupada.
No… no me pasa nada –respondió Michael confundido. Estaba seguro de no conocer a ningún Sirius… y también estaba seguro de que nunca había visto eso espejo. Pero le resultaba tan familiar…
"¡Ding, dong!" Así sonó el timbre de la puerta, interrumpiendo los pensamientos de Michael.
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Habían pasado once años… once años desde la muerte de la esperanza del mundo mágico. La guerra no había parado, de hecho, no había habido una verdadera paz desde antes de la primera aparición de Voldemort.
Eran muchos años de guerra, de luchar contra la amenaza oscura. Se habían habituado a unas medidas de seguridad estrictas, acostumbrados a andar con cuidado, a no confiar en nadie…
Dumbledore suspiró. Habían cambiado tantas cosas… Sin embargo recordó que todavía había un rayo de esperanza… para conseguir que la luz volviera a brillar sobre la oscuridad…
Flashback
Había sido una junta de profesores muy corta. Sólo habían pasado unos cuantos meses desde el día en que Harry Potter había fallecido y la mayoría del personal docente estaba pensando en cosas más preocupantes que las calificaciones de uno u otro alumno. Albus Dumbledore se dio cuenta rápidamente de esto y la reunión finalizó poco después de haber empezado. Cada uno de los profesores volvía a su habitación.
Albus se dirigió a su despacho a ultimar algunos documentos, cuando entró la profesora Trelawney. Dumbledore suspiró. Seguramente le daría una buena perorata acerca de los inminentes peligros que se acercaban y que ella tan acertadamente había vislumbrado en la bola de cristal.
No se equivocó. La profesora Trelawney hizo exactamente lo que el pensaba que haría.
Minutos después de haberle soltado una charla sobre los augurios que había vislumbrado, Trelawney enmudeció. Su voz cambió, haciéndose parecida a aquella voz grave que Dumbledore ya había oído una vez.
"Una luz de esperanza se ha apagado para volver a brillar con más fuerza… Porque ellos le dieron una segunda oportunidad, para rectificar sus errores y volver a empezar… Pero este nuevo comienzo no será un camino fácil… Empezar de cero y tras once años… Volverá a Hogwarts"
Fin del Flashback
Nunca había llegado a creer en esa profecía. Una parte de él no se quería resignar a creer que el mundo mágico ya había sido vencido y seguía luchando para que la profecía de Trelawney. "¡Iluso," se decía a si mismo cuando se perdía en esos optimistas pensamientos.
Llevaban demasiados años inmersos en aquella guerra mágica como para creer que una profecía lo solucionaría todo. La vez pasada había ocurrido así, y había acabado mal. Su "esperanza" había malvivido su propia existencia para un fin idealista. No… debía dejar de construir castillos en el aire y comenzar a mirar por un futuro cada día más incierto.
Aunque habían pasado ya once años desde que fue dicha la profecía… Los ojos de azules de Dumbledore brillaron. Seguramente éste sería un curso interesante.
Continuará…
N/A: Bien… ¿Qué les parece? Este capítulo iba a ser más largo e iba a contar muchas más cosas, pero metí cosas que no pensaba meter y no quería alargarlo mucho. Espero que les haya gustado y que quieran seguir leyendo la historia.
Por cierto, empecé el capítulo 17 de El Heredero de Gryffindor. Tardaré bastante en publicarlo, tomen el capítulo 16 como el final de una primera parte, ya que el 17 va a romper un poco la trama que llevaba…
El capítulo 1 (después del prólogo) de Unicorn Child está siendo traducido ya por mí. Siento tardar tanto, pero estoy metida en muchos proyectos. No se preocupen, no voy a abandonar la traducción.
Por favor, dime tu opinión, para mí es importante. ¡Gracias!
Awita.
Nota: el recuerdo de Michael es un extracto de La Orden del Fénix, el capítulo 38, Pág.881 de la versión de salamandra.
