Capítulo 3
—¿Así que hoy quieres hacer algo nuevo?
Naruto había detenido el gesto de quitarse la camisa para preguntarle. Dejó en el suelo el maletín con el que había ingresado en el departamento. Era distinto del que había traído una semana antes. Sasuke no se dejó distraer. Había planeado esta noche con esmero.
—Sí. Veamos una película.
—Está bien. ¿Cuál te gustaría?
Sasuke lo guio por el pasillo. Su cuerpo, apenas vestido con un corto pijama de verano, se bamboleaba como si temiera que Naruto pudiera desconcentrarse y dejar de seguirlo. Una vez dentro de la habitación, abrió de inmediato el cajón que le interesaba. Rozó distraídamente con los dedos todos los discos y escogió uno cualquiera.
—¿Qué te parece esta?
Naruto sonrió de lado. Su expresión era difícil de descifrar. Retomó la tarea de deshacerse de su camisa.
—Me parece bien.
Se recostaron en la cama uno junto al otro, Sasuke con su pijama, Naruto en bóxer, tal como solían hacerlo cada vez que el chico pasaba la noche allí. La diferencia esta vez fue que el enorme televisor de pared, habitualmente silencioso, ahora estaba encendido. Los únicos sonidos que desprendía eran gemidos, gritos y ocasionales órdenes. La voz de Naruto era fácil de reconocer.
En la pantalla, sometía a un jovencito que solo llevaba unas botas altas de montar y una venda negra cercenando su vista.
La noche transcurrió con un video tras otro. Al principio, Naruto lo observaba de reojo, quizás nervioso por cuál pudiera ser su reacción. En varias ocasiones le propuso detener la actividad. Admitiendo su fracaso en este propósito, pasó a ofrecerle todo tipo de bebidas y alimentos. Despacio, su intención cambió. Notó que, aunque el rostro de Sasuke desbordaba odio, su entrepierna decía algo muy diferente.
Naruto puso una mano sobre su rodilla. Movió las yemas de los dedos en círculos concéntricos, hasta que pudo reconocer cómo la respiración de Sasuke había cambiado. Dejó caer la mano hacia adentro del muslo, subiendo lentamente. Acarició la pelvis a través del fino pantaloncito.
Mientras Naruto lo masturbaba, Sasuke no apartó la mirada del televisor ni una vez. Su ceño estaba fruncido. Los puños, lánguidos sobre el colchón, sin emoción. Solo sus exhalaciones fuertes y entrecortadas lo delataban. El ritmo de las fricciones aumentó.
Sin embargo, antes de que pudiera acabar, Naruto acercó la otra mano e introdujo un dedo mojado. Entró fácilmente, hasta el fondo. Lo sacó lento, para enseguida meter dos. Inició una serie de embestidas que no encontraban ningún obstáculo. Un sonido como de chapoteo se extendió en la habitación.
El cuerpo de Sasuke se abría para él.
El muchacho bajó los párpados. Ya no tenía caso resistirse.
Hicieron el amor teniendo de fondo los gemidos de un joven pelirrojo en la pantalla.
—Eres mío —masculló, por fin, Sasuke, mientras lo montaba con los ojos clavados en los suyos.
—Lo soy.
La respuesta llegó con tal naturalidad que la fiereza de Sasuke se aplacó. Su cuerpo saltaba sobre Naruto, dejándose poseer hasta el punto en el que le era difícil articular palabras. No obstante, aunque fuera entre jadeos, él sabía lo que quería decir.
—Puede haber otras personas, pero solo me perteneces a mí —insistió.
—Por supuesto. Solo te pertenezco a ti, Sasuke.
Naruto le habló de su concepto de "video arte". Aquello no era simple pornografía. Escogía cuidadosamente a los participantes, el escenario, la luz. El sexo resultaba ser el tema central, pero eso era casual. Ante eso, Sasuke soltó un resoplido similar a una risita, echando una mirada a la mesa de noche, que consistía en una tabla de madera sostenida por tres estatuillas de mujeres desnudas en poses sugerentes.
—Me refiero a que el tema no define la calidad del arte. El sexo es inspirador para mí. Pero el arte está en todo lo demás. En la técnica.
Sasuke lo contempló, serio. Sus dedos, que durante toda la conversación habían estado jugando con la cadena dorada que le había regalado Naruto un mes atrás, ahora se habían detenido.
—El sexo conmigo ya no te inspira.
Fue una afirmación tan tajante que el otro se demoró un momento en comprender a qué se refería.
—¿Mnh…? ¿Por qué dices algo así?
—La escultura. Es de cuando nos conocimos.
—¿Y qué con eso?
—Luego empezaste con los videos —declaró el muchacho, como si la relación lógica entre los acontecimientos fuera evidente. Se mordió apenas la mejilla, en una mueca de frustración. Naruto, mientras tanto, no pudo disimular en sus gestos el agotamiento que le generaba la incertidumbre de aquel diálogo.
—No veo a dónde quieres llegar.
Esta vez Sasuke suspiró, resignándose a ser explícito por fin. Llevó los ojos al suelo y trató de ocultarse a sí mismo fijándolos allí.
—Nunca me propusiste… algo como eso.
—Oh. —Naruto se relajó, como si después de tanto misterio el chico solo hubiera dicho una cosa ridícula. Con tranquilidad, explicó—: Tú estás por sobre eso, Sasuke.
Para su sorpresa, apenas el muchacho levantó la mirada pudo ver en ella la decepción. Naruto titubeó, pero retomó el tema.
—¿Te gustaría… —empezó, poniendo la boca de lado en señal de duda—, te gustaría que lo hiciera, Sasuke?
Entonces el otro se cruzó de brazos, decidido. Había pensado mucho en esta respuesta.
—No me gusta que esas personas conozcan algo de ti que yo no.
Naruto sonrió y le acarició el cabello. Algún desprendimiento de sus palabras parecía haberlo deslumbrado. Meneó con la cabeza.
Ambos sabían que había muchas cosas que ninguno de los dos conocía del otro.
Sasuke revisó la hora en su nuevo reloj antes de entrar en la casa. Sí, en ese momento era imposible que su padre estuviera por allí. Introdujo la llave en la cerradura y atravesó rápido la cocina repleta de platos sucios, la mesa a medio recoger, su madre dormida frente al televisor, envuelta en las noticias más tenebrosas. Subió las escaleras hasta su habitación y se metió allí enseguida.
Desplegó las puertas de su armario de par en par. Rozó con las yemas las distintas prendas. Las viejas camisas de su hermano. Sus jeans agujereados. El enorme camperón. Las sudaderas de colores apagados que le cubrían casi todo el cuerpo. Gruñó, acaso disgustado con su propia selección de atuendos. Finalmente, tomó un par de camisetas oscuras y las colocó dentro de su mochila. Con esfuerzo, abolló también allí el camperón.
Echó un vistazo dentro de los cajones de su mesa de luz. Había papeles con anotaciones sueltas, un libro de poemas que había robado de la biblioteca de la escuela años atrás, una foto familiar de cuando todavía eran cuatro miembros. Al fondo, se encontraba un pequeño dinosaurio de peluche, su favorito de niño. Había sido de su hermano antes que él lo heredara. Lo sostuvo entre las manos durante unos segundos. Lo devolvió a su sitio.
No tomó nada de los cajones.
En cambio, buscó algunas mudas de ropa interior y sus antiguos auriculares para reemplazar los que le había dado Naruto, que en los últimos días habían estado fallando. Cuando estuvo listo, regresó al armario. Tocó una a una las camisas. Hundió la nariz en ellas.
Recorrió la casa en silencio. Su madre quizás ya estuviera despierta, era difícil de decir. Estaba en la misma posición, con los ojos entreabiertos. La contempló durante un rato.
El conductor de algún programa igual a todos los demás programas de televisión estaba describiendo las atrocidades de la guerra. Parecía regodearse en agrandar las fotografías de mutilados, las caras de los niños huérfanos, el tipo tan particular de heridas que dejaban las nuevas bombas. Entrevistaba a un especialista que decía las mismas cosas que otros especialistas, de esos cuya especialidad nadie sabe bien cuál es.
La mujer levantó un dedo meñique. Quedó en el aire un momento. Sasuke enfocó en él sus ojos, hasta que lo bajó con otro movimiento abrupto. Había sido solo un estúpido tic nervioso.
Por fin, decidió retirarse sin saludarla.
Con el tiempo, Sasuke aprendió el modo exacto en que las obras de Naruto debían ser embaladas y preparadas para entregar. Pasaba tanto tiempo allí que irremediablemente se había vuelto partícipe del proceso. Sabía limpiar los distintos materiales con precisión y conocía los mejores modos de protegerlos de cualquier rasguño. Entendía la importancia de lustrar su firma hasta hacerla brillar. Incluso era bueno acomodando la caja de herramientas del artista y dejaba todo listo para el horario en que Naruto se retiraba a trabajar en su taller.
Lo que desconocía por completo era dónde estaba ese taller, en qué pieza estaba ocupado, para quién sería. Sasuke pasaba las horas solo, a la expectativa. Pocas veces regresaba a su hogar. No tenía mucho que hacer allí.
Ante sus ojos, el departamento se vaciaba y se volvía a llenar. Lo más requerido eran las esculturas, pero también los pequeños discos iban desapareciendo. Incluso, había habido alguna que otra pintura, aunque Naruto refunfuñaba cuando le pedían algo así. "Esa gente no entiende mi arte", mascullaba.
Sasuke no decía nada. Lo contemplaba ir y venir, llevar y traer. En ocasiones, le costaba encontrar en las habitaciones algo que pudiera reconocer.
Sin embargo, las largas piernas permanecían sobre el calefactor. Impolutas, sí, pero… casi olvidadas.
Un día en que se encontraba de particular mal humor, las señaló.
—Parece que nadie quiere comprarte estas.
Apoyó las palmas en su cintura, ahora marcada por el corsé negro que estaba estrenando. Habría levantado una pierna para patear la obra si no hubiera estado a esa altura en la pared. Naruto, que estaba sentado en el suelo terminando de pulir una pequeña estatuilla dorada, se puso de pie. Negó suave.
—Las hice para un cliente.
Sorprendido, Sasuke no pudo evitar girarse a verlo. Llevaba una camisa azul con varios botones abiertos y unos pantalones anchos, algo arrugados por su anterior posición. Como siempre, algo en él exudaba sexualidad; su expresión, no obstante, era difícil de interpretar. Parecía avergonzado a la vez que orgulloso.
—¿Y luego se arrepintió de la compra o qué? —insistió Sasuke, irritado.
—Todo lo contrario. Yo tuve que cancelar la transacción. Perdí un cliente importante.
—¿Por qué harías semejante tontería?
—Me di cuenta de que no podría vivir en un mundo en el que alguien más pueda disfrutar de esta pieza, Sasuke. Prefiero conservarla conmigo. A cualquier costo.
—¿Te la llevarás incluso cuando debas mudarte?
—Me la llevaré adonde sea necesario.
Mientras hablaba, Naruto se había ido acercando. Le puso las manos en la cadera. Sintió el cuerpo de Sasuke temblar con el peso de su calidez. Bajó despacio, hasta cerrarlas en torno a los muslos. Apretó. Elevó la voz.
—Nunca venderé esta pieza. Es mía.
* * * FIN DEL CAPÍTULO 3 * * *
