XXV

Todos lo sabían. En una Aldea que existe en el secreto realmente no hay muchos secretos que puedan existir largamente. Los Uchiha planeaban un Golpe, un asalto al poder para hacerse con ese derecho que les fue negado hace ya tantas décadas. Danzo, más enterado que muchos Uchiha, había trasteado toda opción para desarticularlo, intentando rastrear a los ideólogos principales y aislarlos del poder y sus parejas. Para ello instigó numerosas investigaciones del ANBU, para ello creó una disparidad entre el Clan de los cuervos y la Policía Militar, para ello explotó sus demandas diferenciales; y todo para descubrir que la idea venía de la cabeza y que todos los miembros estaban más bien de acuerdo. Ni Fugaku por planeador, ni Yashiro por belicoso ni Kagen por oportunista representaban una opción acuerdista. Fue incluso mejor para él; el único Uchiha confiable era el Uchiha muerto.

No le fue difícil convencer a nadie más.

Hubo, eso sí, una serie de factores que aceleraron la decisión.

Primero, el Incidente Hyuga que agitó los estamentos militares de la Aldea y redefinió el equilibrio de la Alianza entre Clanes. No mucho, solo un poco, lo suficiente. No solo se había revelado la solitaria posición de los Uchiha (respaldado por los débiles Izuno y los desarticulados Shiranui), sino que había consolidado la unidad de sus adversarios. Su último aliado de peso, Hiroto Inuzuka, un hombre no muy brillante pero respetuoso del tradicional honor, llevaba ya unos meses desaparecido misteriosamente. Su silla fue ocupada por su mujer, Tsume, que no tuvo mayor interés en descubrir nada y solía acariciar al panzón de Kuromaru en las reuniones.

Segundo, la Restauración Terumi, pero de una forma doble. Por un lado, dejó caer en Danzo una idea preocupante que desde que emergió en su mente no lo dejó dormir tranquilo: un golpe de estado, o siquiera el intento de un golpe de estado, podría conducir a un baño de sangre descontrolado en el que los clanes terminaran matándose los uno a los otros y viendo la debilidad de la Aldea, los enemigos extranjeros, ya recuperados de la guerra, aprovecharían como los buitres que son para atacarnos y nos encontrarían divididos y fatigados y así, solo sería cuestión de tiempo para que todos acabasen muertos. No, la idea de un desastre tan caótico lo perturbaba, lo hacía rumiar en las noches y orinaba naranja. Tenía que atajarlo, tenía que detenerlo, si iba a haber un baño de sangre, tendría que ser uno que él pudiese controlar en todos sus aspectos. Lo otro que aprendió de la Restauracón Terumi fue que, sin importar qué tan grande fuese un miedo, cuán largo o terrible, este puede terminar disipándose como mariposas en el aire y las personas recuperar así los ánimos de luchar y levantarse y de justicia y todas esas huevadas. Con el tiempo, el odio puede sufrir igual decremento y ser reemplazado por la conciliación. Supongo que lo definiría así: No hay mal que dure 100 años, ni pueblo Shinobi que lo aguante. Debía acelerar sus planes pues si quería aprovechar el temporal xenófobo de la Aldea después del Ataque del Kyubi y las pocas dudas que quedaban entre los cuervos de ojos rojos, y mucho más ahora tras recibir aquella información del Almirante Ao que sugería el involucramiento Uchiha en el régimen de Yagura.

Tercero, claro, salvar a la Aldea.

No había mayor amante de Konoha que Danzo.

Konoha, bella Konoha, ¿quién te sabe defender?

En sus bosques de altos árboles dolientes, toda oscura alma podía encontrar algún consuelo fútil. Incluso Itachi, tan descorazonado y pasional, encontraba mayor esperanza en los babosos juegos de su pequeño hermanito, el Sasuke. ¿Cómo era que todas las penas acumuladas tras sus ojos se evaporaran con la simple sonrisa inocente de ese niño de mejillas sonrojadas? Itachi solía jugar con Sasuke en el bosque, y muchas veces él solo lo contemplaba silencioso en su desinteresada excursión por los detalles del mundo y esquivaba sus peticiones para entrenar. Sasuke solía decirle que pronto sería un gran Ninja, un guerrero incansable que pusiera en alto al Clan, e Itachi solía responderle que no se lo tomara tan enserio, que quizás cuando él creciera ya no habría guerras a las que ir, porque el Shinobi persigue o debe perseguir su propia extinción: un mundo de Paz.

—¿Y para qué entrenamos si no habrá guerra?

—Entrenamos para proteger la Paz.

Esa misma tarde, Danzo invocó a Itachi con un ardid. Se presentaría ante él como un cansado luchador, un genuino Shinobi preocupado por el bienestar de la Aldea, ahora interesado en una salida diplomática para la Cuestión Uchiha. No sería difícil ya que, como se sabe, para que una mentira sea buena no debe ser 100% falsa, y Danzo siempre guardaba ases bajo esa manga tan ancha que tenía.

—¿Cuál es tu lectura, Itachi? ¿Es posible arreglar este problema?

Itachi levantó el rostro. El Sharingan es capaz de ver más allá de las mentiras, o es lo que se dice, y encontraba a un Danzo simple y mundano, completamente transparente. ¿Realmente buscaba ahora una nueva solución? ¿Qué había cambiado? ¿Podía ser una trampa? ¿O sería acaso la llama del odio que se extingue lentamente? Si aquel era el caso, entonces Shisui tendría una elección mucho más fácil e incluso podría salvar su ojo.

—Hay un Jutsu —dijo Itachi, y Danzo fingió sorpresa.

Cuando terminó su exposición, dejando muy en claro que la víctima de ese perfecto Genjutsu no debía ser otro más que su padre, Itachi esperó el visto bueno del anciano. Danzo asintió tranquilamente, y mostró alivio por el nuevo plan. Lo mandó a esperar órdenes, que esto tenían que planearlo bien para que funcionase. Pero apenas el Uchiha se retiró, Danzo buscó desesperado su escupidero para llenarlo de una brea negra. Furioso, arrojó el cuenco regando la porquería.

—¿Cómo pueden ser tan imbéciles...? —bramó—, ¿cómo se atreven a desperdiciar un Jutsu tan poderoso en un hombre tan patético como Fugaku? Ese poder... —y lo dijo temblando, casi como si se le fuese a salir el corazón botando—, ¡el Poder para dominar el mundo!

Danzo estaba decidido. Lo había decidido hace casi 30 años.

—¿Qué es lo que quieres?

Shisui se dio media vuelta. Sugaru abandonó su escondite y pareció reírse con el zumbido de ese enjambre en su boca.

—Llevas un tiempo siguiéndome, ¿cierto? Pero apenas ahora decides revelar tu presencia —Shisui desenfundó su hoja—, ¿vas a darme alguna explicación, chico insecto?

De nuevo, el enjambre se agitó, simulando una risa que era más como cuando alguien agita una lata llena de piedritas.

—Espero que perdones a mi subordinado.

La voz apagada vino desde el otro lado. Shisui se volvió, ¿cómo no lo había visto venir? Danzo avanzaba, con su paso tembloroso de bastón torcido

—Es que se emociona de más...

—Danzo... —Shisui bajó el arma, pero no la soltó—. ¿Dando un paseo?

—Voy a necesitar que me acompañe, joven Uchiha —declaró Danzo.

—¿Qué es lo que quiere?

—Quiero que me acompañe, joven Uchiha.

Shisui se mantuvo en su lugar, rígido y preparado.

Vio hacia la derecha, y se asomaban unas máscaras animalescas bajo túnicas oscuras; vio hacia la izquierda, y lo mismo. Lo cercaban.

¿Qué planeaba ahora? ¿Podía ser? ¿Acaso sería posible…?

Shisui consideró con la velocidad de un párpado que Danzo era un muy buen objetivo para su técnica en ese preciso momento, perfecto incluso, pero no se dejó dominar por la emoción pasajera y despreció más bien la presencia de su visitante. Lo mejor era dejar de lado las tentaciones y apegarse al plan, porque improvisar nunca ha dado buenos resultados para los Uchiha, pero hacer planes tampoco, por lo que parece que siempre están jodidos donde sea que estén, hagan lo que hagan, quieran lo que quieran, sea la situación que sea, ya que siempre hay una única constante en todo ese historial de fracasos: Uchihas. ¿Será que realmente estaban condenados?

—Entonces… —encaró Shisui—, ¿qué es lo que quiere?

—Interesante pregunta, ¿no lo crees? ¿Qué es lo que queremos todos, al fin y al cabo? —Y sonrió un poco con ese rostro cruzado, aunque fue asaltado por una tosferina recurrente y perruna, recuperándose al cabo de unos espasmos y de escupir un gargajo verde—, oh… ¿no queremos todos lo mejor para nuestra Aldea?

—Buscamos la paz, sin duda —declaró—, aunque no es menos cierto que existen muchos que desean el conflicto y lo buscan activamente…

—Sí, puede ser —Danzo asintió, pesado—, pero si no existieran realistas como nosotros no podrían existir idealistas como ustedes… irónico, ¿verdad?

—Supongo que así lo ve usted —asintió Shisui—, la visión de un hombre triste. Lo lamento, pero no tengo ninguna intención de dejarme atrapar.

Y se volvió, dispuesto a marcharse. Ya tendría tiempo de pensar sobre aquello cuando todo esto acabase, cuando pudiese pasear tranquilo al fin, pero al girarse sintió sus piernas paralizadas.

—¡¿Qué está...?! —todo su cuerpo dominado por una fuerza oscura.

—Esto es un tanto nostálgico —Danzo avanzaba con total calma, como saboreando cada paso—, tu Sharingan no es tan superior como crees... Un viejo truco como este lo supera...

Shisui quiso volver a mirar a los lados, buscando el origen de ese poder. Esa risa sórdida volvió a salir de Sugaru.

—Debo admitir... —Danzo estuvo a la distancia de una sombra—, que esto es mucho menos emocionante... ¿me estaré poniendo viejo? —levantó el brazo raquítico y reseco, dirigiendo sus dedos al ojo de Shisui, pero se encontró de pronto abandonado en un pantano oscuro y fangoso bajo un cielo purpúreo, hundiéndose hasta la cadera con el miasma de sus tiranías, rodeado por sus hombres convertidos en espantapájaros lúgubres y enmascarados.

—Lo siento —dijo Shisui, dándose vuelta y dejando a un anciano Danzo paralizado—, no puedo darme el lujo de ser vencido por usted... Aún tengo una misión que cumplir…

Sugaru se movió inquietamente, pero Shisui ya estaba detrás de él, con su cuchillo largo en su cuello, a una distancia prudente de sus aguijones.

—Es inútil —declaró—, yo que tú, me preocuparía por tu líder.

Quizás Sugaru recordó el enorme cuchillo que su padre le enseñó a su madre el día que le partió la boca de un golpe. Quizás, porque empezó a reír.

—¿Y si mejor te preocupas por ti?

—¡!

Apenas pudo ver una hilera de mosquitos que nacía del cuello de Sugaru y recorría toda la hoja, transportando en sus vientres las últimas dosis de un veneno extinto capaz de inhibir el flujo de sangre hacia los ojos. Se sintió mareado, a punto de salírsele el alma. Entonces, sintió el pinchazo cerebral. Sus rodillas se doblaron y apenas pudo poner las manos en la acera, sintiéndolas tiesas, impropias.

—¿Cómo...?

Danzo se acercó, parecía enorme. Shisui logró distinguir bajo los vendajes del lado derecho de su rostro un brillo familiar.

Entendió de golpe cuál había sido el error de todo su plan, aquello con lo que no contaban. El por qué, también, Itachi no logró ver a través de la mentira de Danzo, y cómo es que siempre mantenía sobre ellos, más allá de sus espías profesionales, un conocimiento imposible. ¡Era eso, después de tantos años, él siempre…!

—Sabes lo que dicen… —declaró Danzo—, cría cuervos…

Los ANBU se arrojaron sobre Shisui. Le propinaron una buena tanta de patadas aguantadas y de allí, con la cabeza metida en un saco negro, lo llevaron a los sótanos del Castillo usando una de las muchas puertas secretas distribuidas por toda Konoha. Lo condujeron a través de pasillos húmedos y oscuros que parecían infinitos hasta llegar a una habitación ovalada y alta, donde lo ataron a un tablón y lo rodearon de sellos que contenían su chakra. No le preguntaron nada, solo lo golpearon durante horas y horas, turnándose para tomar descansos de su abnegada labor. Usaron alacranes negros que le picaron todo el torso y le apretaron los tobillos con unas sogas gordas y mojadas. Al mismo tiempo, con unos kunais eléctricos, le aplicaban descargas para freírle los genitales. Como los agarró la hora del almuerzo se pusieron a freír unos panchos ahí mismo, aprovechando las brasas que usaban para marcarle la piel de rato en rato. También se pusieron a tomar y al momento ya estaban contando chistes y lanzándose unos tremendos pasos, y cuando se aburrieron se pusieron a torturar a Shisui un poco más, solo para hacerlo decir que es un maricón de mierda y su clan se la come doblada. Entre todos sus gritos, no lo dijo.

Cuando entró Danzo todos se pusieron en formación y luego le preguntó:

—Kotoamatsukami. Revélame sus secretos.

—Mátame —respondió Shisui.

—Lo haré, pero primero me dirás todo lo que sabes del Kotoamatsukami.

Shisui sabía de las numerosas técnicas secretas que Danzo tenía a su disposición para extraer la información de sus víctimas, incluso si estas ya habían muerto. Itachi le había hablado alguna vez de esos horrendos e infinitos pasillos que se extienden por debajo de toda Konoha y en los que se pierden y rebotan los gritos dolientes hasta desaparecer en fragmentos de pena. Itachi… ¿cuántas veces tuviste que andar por esos pasillos? ¿Cuántos rostros en tu mente que nadie más recordará? Itachi…

—Mátame —fue lo único que dijo Shisui y fue lo único que dijo durante las dos horas más que le siguieron preguntando mientras lo golpeaban con varas de acero y quemaban con talismanes malditos e intentaban ahogarlo con almíbar y miel, por lo que realmente parecía que lo estaban intentando y, siendo sinceros, ganas no les faltaban.

—¿Por qué no solo traemos a un Yamanaka y que le parta el cerebro?

—No seas imbécil… Cualquier Yamanaka se volvería loco en la mente de un Uchiha… Imagina de este, todo lo que de tener, se quedaría en el viaje…

—Qué loco.

Nunca habían torturado un Uchiha, nunca habían tenido el placer. Eran muy jóvenes, casi de la edad de Shisui. En una esquina, un Nara se mantenía quieto, de pie sobre la sombra del muchacho proyectada por un grupo de velas largas y delgadas como la mano de un esqueleto, ejerciendo el peso de un grillete en el espíritu. No hablaba, no compartía, solo estaba de pie, solo fumaba. En otra esquina, sentado en banquito, tan silencioso que pareciera que durmiera, otro Aburame se mantenía en equilibrio con los brazos cruzados, apenas cabeceando, mientras dirigía la marcha oculta de sus hormigas azules hacia los testículos del muchacho y mordisqueaban produciendo una melodía infrasonora que sólo él podía disfrutar.

—No se puede, jefe, está tranca este.

—No importa —declaró ya cansado Danzo—, descubriremos los secretos de tus ojos directamente de ellos. Hazlo.

—Jeje, con gusto.

Alguien se le puso encima, con un kunai en la mano. Lo sintió al completo, cómo la punta del arma impía ingresaba bajo su párpado y escarbaba sin preocupación su carne para empezar a empujar el globo ocular fuera de sus cuentas mientras iba brotando un hirviente chorro de sangre y las venas se iban reventando y de pronto ese ojo ya no era suyo. Los gritos inundaron los pasillos.

—¿Con uno es suficiente?

—¿Sólo usas un zapato?

Prosiguió con el otro. Fue un proceso similar sino idéntico, no menos tortuoso por ello, quizás si algo más rápido. Cuando le terminaron de cortar las terminaciones nerviosas, lo dejaron en un platillo metálico junto a su gemelo y se los llevaron fuera de la habitación, perdiéndose en los pasos lejanos y oscuros. Ya ni siquiera le quedaban ganas de gritar, así que pudo escuchar un estómago volviéndose hacia fuera.

—¿Qué te pasa?

—Nada —respondió la voz femenina—, me enfermé, tal vez.

—No tienes aguante, eh.

—Púdrete.

Luego de cubrirle las cuencas vacías a Shisui, lo dejaron ahí tirado, ya incapaz de representar la más mínima amenaza para nadie. ¿Cuánto tiempo estuvo allí? Le era imposible sentir el paso del tiempo sobre su cuerpo, más bien todo era un enorme y terrible presente interminable, una agonía que se alargaba sin cansancio ni motivo. ¿Lo había arruinado? Todo su plan, tantas veces discutido, ahora desechado, ¿qué seguía? Acaso, ellos… ¿realmente estaban condenados? Danzo… ¿Acaso nuestro error fue no darnos cuenta de las verdaderas dimensiones de tal monstruo? ¿Cómo pudo ser tan tonto? En el Mundo Ninja, ¿de quién te puedes fiar? Solo, encerrado, ciego, todo le parecía ahora tan obvio… Tonto, terriblemente tonto…

—Ven, toma —la voz femenina volvió, más tranquila, bajísima.

Shisui sintió en su nuca el sostén de una fría mano y en sus labios el volumen bello de deliciosa agua. Mientras se relamía las encías, oyó cómo los talismanes eran arrancados de su piel y de pronto se sentía elevado.

—Sigue el camino a tu izquierda por unos 20 minutos, llegarás a una escalera, úsala y sal de aquí —le susurró casi al oído la mujer y lo empujó fuera de la habitación.

¿Qué estaba pasando ahora? Shisui no tenía tiempo para pensar, solo podía seguir arrastrando sus pies descalzos con sus tobillos lacerados mientras dejaba caer su hombro en la pared izquierda, ganándose algunos cortes demasiado largos. ¿Hasta dónde tenía que llegar? El mundo a oscuras, curiosamente, no le parecía más aterrador que el mundo de la vigía, así que quizás siempre estuvieron ciegos, él más que nadie, con sus ojos inéditos y cuasi divinos, tan ciego como un topo, ¿dónde estaba esa escalera?

—Entonces la perra dijo… Hey, ¿y ese? ¡Oye tú, ¿qué mierda crees que haces?! ¡Ven acá, ahora sí que vas a quedar bonito!

Desesperado, Shisui empujó la puerta que tenía delante. El ruido ensordecedor de las aguas alborotadas le llenó los oídos e incluso pudo sentir en su pecho la salpicadura salvaje de las gélidas gotas. Volvieron a gritar detrás de él, ya no lo escuchó. Shisui solo pudo idear arrojarse a las aguas de un río paralelo y aterrador. Fastidiados, los carceleros patearon unas cubetas, pero para su suerte, a Danzo no le preocupaba en realidad lo ocurrido, él ya tenía lo que quería y estaba tan feliz que cedía ante cualquier informe chusco y descuidado porque siempre había estado un paso por delante de ellos, de todos, porque era Danzo Shimura, la sombra detrás del Hokage, el hombre de los infinitos ases bajo la manga, y hoy, con el poder de un nuevo mundo en sus manos, nunca había estado todo tan claro frente a él: una nueva luz para Konoha estaba al llegar.