Parejas: Harry/Draco
Atención: Todos los personajes pertenecen a J.K. Rowling. Mi musa los toma prestados y se divierte con ellos...
Amore infinitem II
Llevo varios días preparando la poción. La gente cree que no tengo aptitudes para dominar el sutil arte de embotellar la fama y la gloria (que más bien me sobran), y razón no les falta: la última vez que preparé un líquido exquisito con el color y sabor de un Burdeos, tuvo consecuencias… inesperadas. Encontré el amor eterno, sí, tal como deseaba, pero no era mi intención convertirme en el dueño de un hurón. Siempre he tenido predilección por las mascotas blancas y puras, primero Hedwig y luego Draco, pero echo de menos al humano, la suavidad de su nívea piel titilando bajo mis caricias, su lengua viperina capaz de robar suspiros de placer. No es algo que haya experimentado nunca, pero lo he soñado desde hace siglos.
Una última mirada a la mesa para cerciorarme de que no falta ningún ingrediente: las raíces de lirio, las diminutas nomeolvides, el muérdago, las semillas de azahar, las hojas de laurel, el alelí, la esencia de boca de dragón… Una sonrisa se perfila a mis labios mientras observo al hurón que lee el Moste Potente Potions con detenimiento. Esencia de mi Draco, echaría. O quizá no, quizá mejor la guardaba para mí, como un tesoro, como el elixir de la vida, como hidromiel embriagador.
La luna creciente brilla en lo alto, como un guiño de complicidad en la nueva travesura. Su luz eclipsa otros cuerpos celestes, aunque mi ojo entrenado puede adivinar la posición de la estrella polar, y de la constelación de Draco… y de mi Draco… seré lento en otras materias, pero con los años me he convertido en un maestro para descubrir a Draco. Intuición masculina, tal vez, si es que existe algo así. O debería llamarlo instintos básicos, más bien. Sólo un planeta le hace compañía: Venus, la diosa del amor. ¡Ah, pero qué apropiado, en la vigilia del día de los enamorados!
Mis manos tiemblan mientras vierto poco a poco los últimos ingredientes, las palabras se traban en mis labios mientras susurro el cántico que acompaña a tan complicada poción.
Cuando Venus brille en la noche
Entre primera y tercera luna de verano,
O en el corazón frío del invierno,
Enciende las llamas del Fuego Eterno.
Raíz de lirio blanco,
Muérdago cortado bajo la luna,
Hojas de laurel, un puñado,
Semillas de azahar, veintiuna.
Pétalo azul nomeolvides,
Tres flores de alelí amarillo
Y esencia de boca de dragón,
Quemarán con todo su brío.
Sus propiedades, en mágica unión
Impregnarán con ternura las llamas
Que arderán hasta el nuevo amanecer
Para buscar en lo más hondo del alma.
Y de las cenizas resurgirá un nuevo ser.
El líquido empieza a burbujear, del caldero emana un vapor púrpura muy perfumado que me lleva recuerdos de las noches en que me refugiaba de la soledad en el baño de los prefectos. Pero ya no estoy solo, ahora gozo de la tierna compañía… de un hurón. No puedo llamarlo amante, todavía, pero solo falta dar siete vueltas en sentido contrario del reloj, y recuperar siete años perdidos en una absurda enemistad.
Lleno una copa y me acerco a mi mascota, que me mira con curiosidad. Ojos de mercurio, plata candente bajo el rayo de luna, irises en los que se refleja mi rostro. Una mirada de anticipo…y temor, diría, a juzgar por el continuo pestañeo, y el hocico arrufado al más puro estilo Malfoy.
— Bebe, Draco, para celebrar nuestro amor.
— Yipppp, yipppp.
Como muestra de rebeldía, Draco emite un chillido de protesta, intenta mordisquearme los dedos, sin lograrlo, gira la cabeza para evitar engullir el líquido. Pero soy tozudo, y cuando me propongo algo, me empeño hasta lograrlo. Y ahora mi objetivo es devolver a Draco en su forma humana.
Es curiosa la devoción y afecto entre una mascota y su dueño. A veces me pregunto si después de la transformación, Draco seguirá amándome como lo ha hecho estos días en que dependía de mí por su mera subsistencia. Cuando estaba hambriento, venía con la cabeza en alto, dispuesto incluso a pegar botes si yo se lo pedía. ¡Ay, el increíble hurón botador! Cada vez que saltaba, lograba arrancar una carcajada, y se ganaba una ración extra de rata ceniza. Y por la noche se acurrucaba contra mi pecho, y cuando le acariciaba entre las orejas, cerraba los ojos, complacido.
Pero ahora Draco no colabora en mi nuevo proyecto, se niega a beber. "Desagradecido", pienso, "con todo el tiempo que he dedicado a preparar la poción…" Para mostrarle la inocuidad del líquido, lo llevo a mis labios y lo saboreo. Dulzón, como vino afrutado con un poco de aguja. ¡Mmm!
— ¡Hieeeeeeeeeeeeeeeek!
Un chillido estridente perfora mis tímpanos, y Draco empieza a dar saltos, pero no de alegría precisamente. Mi visión se obnubila, la copa cae de mi mano y se rompe en añicos. El mundo da vueltas, me caigo, me caigo, el suelo está cada vez más cerca… La última imagen antes de perder los sentidos son unos ojos de mercurio llenos de ansiedad… ¿y tal vez amor?
No sé si pasan siete minutos o siete horas, no sabría decirlo; la luz de la luna ya no se cuela a través de la ventana, pero tampoco ha amanecido todavía. A mi lado, un cuerpo aterciopelado me proporciona calor. Draco…
Pero algo no anda bien. Abro los ojos de golpe, y lo veo todo enorme, deformado, como si de un sueño se tratara. O de una pesadilla. Me acerco al espejo lo más rápido que me permiten mis cortas extremidades, y un chillido escapa de mi morrito. Una criatura de pelo pardo con círculos negros alrededor de los ojos y una mancha en forma de relámpago en la frente me observa a través del espejo. Me he convertido en hurón.
Mas la angustia inicial desaparece cuando la más hermosa de las criaturas se aproxima con elegancia y se refriega contra mi costado en señal de aceptación. Pronto aprendo qué es el amor y el deseo en su forma más natural, sin complicaciones, sin normas ni restricciones ni imposiciones de la sociedad y la cultura. Un amor salvaje, primitivo si quieres, pero en su forma más pura: un amor huronil para toda la eternidad.
