Disclamer: Los personajes y parte de la trama son propiedad de Rumiko Takahashi y no mía.
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Nota: Segunda Parte de la trilogía "Los Hongos del Amor". Recomiendo leer esta trilogía en orden y estar alerta a los saltos en el tiempo. También os recomiendo ver de nuevo o por primera vez el capítulo del anime: "Vamos al Templo de los Hongos" para entender mejor como se desarrolla esta historia. Esta parte será un poco más larga, pero espero que os guste ^^
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—Efectos Secundarios—
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9.
La casa estaba en silencio. Había paz en todo el dojo Tendo y esa era una circunstancia bastante extraña. Sin embargo, a Akane le gustaba de vez en cuando estar así, con esa calma rodeándola. La ausencia de gritos, de golpes, de peleas absurdas por comer más cantidad que nadie cuando se sentaban a la mesa.
Se había levantado, además, sintiéndose un poco extraña. No estaba enferma, como se le ocurrió pensar en un primer momento; desayunó sin problemas y con apetito, luego salió a correr un rato y le sentó de maravilla. Se duchó y esa paz tan agradable se le metió dentro según el agua templada acariciaba su cuerpo cansado. Suspiró al salir del baño, se sentía realmente bien.
Decidió aprovechar ese buen ánimo para bajar a la cocina y prepararse un té. Seguro que esa serenidad que experimentaba la ayudaría a no meter la pata y podría disfrutar de una buena bebida.
Solo es un té se dijo, sonriente, alcanzando la tetera que reposaba junto a la pila. Tampoco es tan difícil.
Tenía la absoluta seguridad de que lo haría bien.
Llenó la tetera de agua, aunque no hasta el borde y encendió el fuego para calentarla, no muy alto, así como Kasumi le había explicado alguna vez. Era mejor esperar un poco a que se calentara, que no que la tetera estallara por exceso de calor. Y esa mañana Akane no tenía ninguna prisa. Dio vueltas por la cocina, sin fijarse o pensar realmente en nada, hasta que oyó el pitido. El agua estaba lista. Recordó agarrar un paño para no quemarse antes de levantar la tetera, ¡incluso se acordó de apagar el fuego en lugar de dejarlo prendido hasta que el olor a chamusquina la alertara del descuido!
Eso ya le había pasado alguna vez.
Pero no ese día. Todo iba bien, solo le quedaba servirla.
Colocó varias tazas sobre la encimera porque no estaba segura de cuanta gente quedaba en casa. Sabía que su padre y su tío habían salido a pasear tras el desayuno, y que Kasumi se había ido a la compra. Ranma dormía, aunque creía haber escuchado sus pesados pasos adormilados moviéndose por el piso superior. Tenía la sospecha de que Nabiki seguía en casa, pero no sabía exactamente lo que andaría haciendo.
Ay, Nabiki… resopló.
Su hermana había estado actuando muy raro desde el encontronazo que tuvieron aquel día, frente a la entrada de la casa. No había dicho mucho desde entonces y aunque procuraba mantenerse alejada de ellos, Akane se había dado cuenta de que los vigilaba a Ranma y a ella. ¿No pensaría que ellos la harían algo malo por lo de los hongos? No, enseguida rechazó esa idea. No les observaba con temor, sino más bien como si intentara averiguar algo. Los seguía con la mirada y seguro que también espiaba sus conversaciones, pero no sabía que podía interesarle tanto.
No me gusta estar así con ella pensó, frustrada. Lo que Nabiki había hecho estaba mal, no obstante, no era peor que otros de sus siniestros planes para ganar dinero fácil. Siempre encontraba la forma de perdonarla, era su hermana al fin y al cabo. Le había dado muchas vueltas esta vez, mas no se le ocurría cómo iniciar la reconciliación.
Rebuscó entre los estantes la lata donde Kasumi guardaba las bolsitas de té y la descubrió en la repisa más alta del mueble.
Vaya… Akane se alzó sobre las puntas de sus pies, estirando la mano para atraparla pero falló. Trastabilló un momento y lo volvió a intentar, apoyando una mano en el borde de la encimera. Se estiró todo lo que pudo, inclinándose hacia adelante, arqueando su cuerpo en una curva temblorosa. Las puntas de sus dedos rozaron la madera, a punto de conseguirlo.
Ya casi…
De repente, algo empujó su cuerpo, perdió el equilibro y la lata se le escapó.
Otro cuerpo se pegó al suyo estirándose, más alto, al tiempo que la apretaba contra el mueble. Por el rabillo del ojo vio un brazo que se extendía junto a su cabeza y cogía sin problemas el premio. Oyó un suspiro cerca de su oído y creyó sentir la caricia de unos dedos que rozaron su estómago un segundo, cuando el borde la camiseta que llevaba se estiró dejando al descubierto un trocito de piel.
Se estremeció, enmudecida, pero todo pasó muy deprisa. El calor de ese cuerpo se desvaneció y cuando abrió los ojos, su mano seguía en la encimera, la persona recién llegada estaba frente a ella y no detrás, tendiéndole la lata con su irritante sonrisilla fanfarrona.
Akane parpadeó, nerviosa y retiró la mirada.
—De nada, ¿eh? —La provoco Ranma, agitando la lata metálica delante de su nariz. Tuvo que mirarle, claro, con las mejillas delatoras de color rojo. Se la arrebató de las manos sin controlar su incomodidad.
—Gracias —musitó. Se giró y la soltó con fuerza sobre la encimera haciendo que las tazas saltaran. Cogió aire, muy despacio por la nariz—. ¿Quieres un té?
—Ah… —El chico torció la cabeza, alargando esa insulsa sílaba—; sí, vale.
—Solo es un té —replicó ella—. Es poner la bolsita en agua caliente y esperar.
—Lo sé.
—Te aseguro que puedo hacerlo bien.
Y aun así Ranma no le quitó los ojos de encima mientras ella realizaba la operación. Desenvolvió las bolsitas, las colocó en las tazas y vertió el agua sujetando el cordel para que no se hundiera también; era lo más simple de entre todas las tareas que se podían hacer en una cocina pero ella invirtió en hacerlo una concentración increíble. Ranma la vigiló con la seriedad de quien observa a un artificiero desactivando una bomba y solo se relajó cuando ella se apartó, satisfecha.
Ahora solo hay que esperar a que filtre.
—¿Dónde están los demás? —quiso saber Ranma, rascándose la cabeza. Aún tenía cierto aire de adormilado. Akane se fijó, por alguna razón, en cómo se sujetaba una y otra vez la cinturilla del pantalón del pijama, dada de sí, que se bajaba todo el tiempo descubriendo pequeños segmentos de piel de su vientre y la cadera.
—Se han ido ya —respondió, agitada. Se volvió hacia el cajón donde guardaban las cucharillas para abrirlo, pero usó tanta fuerza que lo sacó de cuajo y todo lo que contenía se cayó al suelo. Chasqueando la lengua se agachó y se puso a recoger—. ¿Te has fijado en la hora que es?
. ¿Por qué te levantas tan tarde?
—Es domingo —respondió el chico encogiéndose de hombros. Caminó hasta el frigorífico y echó un vistazo a su interior—. ¿No ha quedado nada del desayuno?
—Tu padre se lo comió todo.
—¡Aquí dentro no hay nada! —se quejó.
A esas alturas de la semana el dojo estaba del todo desabastecido, por eso Kasumi había ido a comprar tan temprano. Parecía mentira que con la cantidad de tiempo que Ranma llevaba en esa casa todavía no supiera cómo funcionaban allí las cosas: el que no madrugaba, se quedaba sin comer y más a finales de semana.
Terminó de recoger todo y se dispuso a encajar el cajón en su sitio, por desgracia seguía tan nerviosa que las manos le temblaban y fue incapaz. Golpeó la cavidad vacía varias veces, los cubiertos tintineaban asustados ante un nuevo desastre.
—Espera, te ayudo —indicó Ranma acercándose, pero ella sacudió la cabeza.
—No necesito que me ayudes.
—Claro que sí, eres demasiado bruta para estas cosas.
—No soy más bruta que tú, idiota —Pero no le sirvió de nada. Ranma se colocó tras ella una vez más y alargó los brazos, rodeándola, para colocar las manos sobre las suyas. Akane se quedó parada, solo un poco confusa, con la vaga sospecha de que esa no era la manera más eficaz de hacerlo. Agarró el cajón sin dejar que ella apartara sus manos y lo guio hacia el hueco, le costó varios intentos también en los que su cuerpo se pegó al de ella con más lentitud y durante más tiempo que antes.
La chica permaneció expectante, con el corazón dándole botes en el pecho y apenas fue consciente del momento exacto en que el cajón entró en su lugar y se deslizó con suavidad hasta cerrarse haciendo un sonido quedo.
Las manos de Ranma se quedaron sobre las suyas, en el aire, ya sin nada que sostener. La respiración se le atascó en la garganta cuando él las movió por sus muñecas, por sus brazos.
Lo hace a posta se dijo ella. Lo sospechaba desde hacía unos días pero le daba vergüenza preguntar y sabía que si le acusaba de ello y él lo negaba, no habría modo de demostrarlo. No podía verle el rostro pero sabía que seguía sonriendo, aunque ya no estaba segura de sí lo hacía burlándose de ella o porque disfrutaba del contacto.
—¿Ves como sí necesitas ayuda? —Akane ignoró el reproche, apretó los parpados y esperó convencida de que lo diría pese a lo mucho que se alargó esa pausa—. Mi amor.
Sonrió.
A sus espaldas, alguien llamó al timbre de la casa y los dos saltaron, nerviosos, separándose al instante. Miraron cada uno en una dirección distinta respirando de manera acelerada. El timbre sonó una vez más.
—Voy yo —anunció Ranma y salió corriendo.
Cobarde.
Ella suspiró, apoyándose en la pared. La tensión de los últimos segundos había hecho que le temblaran las rodillas. Sin embargo, volvió a sonreír. Había pasado ya más de una semana desde que estuvieron en el templo y tomaron aquel asqueroso hongo medicinal.
Una semana y un día especificó para sí, mientras revisaba el estado de las tazas. El agua había adoptado un tono pardusco al absorber las esencias de las hierbas, así que procedió a sacar las bolsitas.
Ya no notaba ese sabor amargo en la boca cuando se despertaba y, a pesar de que eso era algo bueno, todavía le daba un poco de miedo. Por las mañanas salía de su cuarto de puntillas, esperando encontrarse con Ranma, vigilándole de reojo para descubrir si algo había cambiado en él.
En realidad, lo que hacía era esperar hasta que él decía esas palabras.
Mi amor.
Porque entonces ella se decía que todo seguía igual, todo estaba bien y podía calmarse el resto del día.
Ha pasado una semana y un día, repitió con mayor contundencia. Es bastante tiempo y todo sigue igual. Eso la tentaba a creer que el monje le había dicho la verdad. Que no existían tales efectos secundarios y que, en realidad, a Ranma no le ocurría nada, salvo que la experiencia del templo le había hecho cambiar con respecto a ella. Que ese nuevo comportamiento que tenía a veces no iba a desaparecer.
Deseaba creerlo con todas sus fuerzas y al mismo tiempo, la asustaba precipitarse.
—Parece que hoy puedo estar tranquila —susurró. Se le ocurrió entonces que el té podría estar soso si no le añadía nada más. Su hermana mayor solía ponerle leche y su padre algo de azúcar.
¿Qué otra cosa podía ser adecuada? Algo que le diera más sabor.
¿Canela? Se preguntó. ¿Y algo picante? ¡Guindillas! Sin duda eso le daría sabor y sería una aportación muy original.
Justo cuando rebuscaba en los estantes de nuevo Ranma apareció por la puerta de la cocina.
—¿Qué es eso? —Le preguntó. El chico traía en las manos una pequeña cesta de mimbre envuelta en celofán, con lazos de papel decorado. Akane se acercó para ver a través del papel y distinguió unos cuantos dorayakis dispuestos con gracia en el interior—. ¿De dónde han salido?
—Un mensajero los trajo.
—Seguro que son un regalito de Ukyo para ti.
Ranma frunció el ceño. Soltó la cesta en la mesa y se sentó para examinarla mejor, no tardó mucho en encontrar una nota pegada a la base que rápidamente leyó; su expresión se volvió algo más ceñuda al hacerlo.
—No está firmada —informó, haciendo una mueca al tiempo que se la tendía a la chica—. Pero no creo que sean de Ucchan, puesto que son para ti.
—¿Para mí? —Akane tomó asiento frente a él y se puso a leer—. Para Akane, están hechos solo para ti. Espero que los disfrutes en soledad y cuando los pruebes, te unas a mí en la maravillosa deliciosidad de estos dulces —No había firma y tampoco pudo reconocer esa letra tan refinada y elegante—. Qué raro.
—A lo mejor son de tu amigo Watanabe.
La chica sacudió la cabeza. En todos esos días lo único que había cruzado con Watanabe había sido un saludo con la mano cuando llegaba por la mañana a clase; no tenía sentido que fueran suyos. Y no se le ocurría quién podría enviarle esos bollos de manera anónima.
Abrieron la cesta rasgando el papel y Ranma cogió uno. Lo olisqueó y después lo partió por la mitad para observar el relleno, este parecía la típica pasta de judías rojas.
—No le veo nada sospechoso —Se encogió de hombros y fue a llevarse el dulce a la boca, pero Akane se lo impidió de un manotazo—. ¡Auch! ¡Bruta!
—¿Te vas a comer eso sin saber si quiera de dónde han salido?
—¡Están bien!
—No estoy segura —Akane agarró otro de los dulces y se levantó para examinarlo a la luz de la ventana. Las tortitas que conformaban la cubierta del dorayaki solían tener un color marrón tostado suave y eran lisas, en cambio el que tenía en su mano parecía tener un color algo diferente, y su textura era más granulosa. También lo olfateó y le pareció captar un aroma extraño a pesar del olor de la pasta—. Las tortitas no huelen a miel y a azúcar sino a algo más —Se esforzó por distinguirlo, pero no estuvo segura de a que le recordaba—. Me resulta familiar pero… ¿Una verdura? ¿Especias?
—Quizás han añadido algo saludable a la receta —opinó Ranma—. ¿Qué importa? ¡Seguro que están buenos!
—¿Y si lo que han añadido es algo malo? —replicó ella. Se acordó de pronto del té, si no se lo bebían ya se quedaría frío. Cogió las tazas y volvió a la mesa—. Podría ser veneno, o algunos de esos polvos mágicos que tanto le gustan a Shampoo y a su bisabuela.
. ¿No te parece raro que en la nota ponga que están hechos solo para mí? ¡Es obvio que son una trampa!
Ranma se lo pensó unos instantes y al final asintió con la cabeza.
—Sí que es sospechoso, pero… —Su estómago aulló y él hundió los hombros—. Me muero de hambre y tienen tan buena pinta.
—¡Pero no vale la pena arriesgarse! Además, Kasumi volverá pronto de la compra —Le dijo, a pesar de lo cual el chico siguió mirando los dulces, casi devorándolos con esa expresión hambrienta. Akane empujó la taza hacia él—. Bébete el té, cariño —Consiguió que apartara los ojos de los bollos y ella aprovechó para levantarse y coger la cesta.
Ese asunto le daba muy mal presentimiento y no quería arriesgarse, de modo que espachurró los dorayakis y tiró los restos al cubo de la basura. Hizo añicos la cesta y también la tiró. Después se lavó bien las manos.
—Venga —Le dijo al chico, cogiendo su propia taza—. Vamos a tomarlo al jardín, así te distraerás hasta que Kasumi llegué con la comida.
—Tengo tanta hambre.
—Ya lo sé, no seas pesado —Le soltó. Le cogió la mano y tiró de él para sacarlo de la cocina—. Eso te pasa por no madrugar.
—Tú podrías haberme guardado algo del desayuno.
—¿Y por qué tendría que hacer algo así?
A medio camino del pasillo se encontraron con Nabiki que bajaba del piso superior. Se detuvo al verlos y dejó que se acercaran a ella, sin quitarles los ojos de encima.
—Buenos días —La saludó Akane.
—Hola —respondió la otra. Era la primera palabra que le dirigía en casi una semana. La mediana tenía aspecto cansado, como si también acabara de despertarse a pesar de que solía madrugar todos los días. Frunció el ceño, mirándola casi sin pestañar—. Akane, me preguntaba…
—¿Qué?
—¿Estás bien? —La pequeña parpadeó confusa—. Quiero decir, ¿estás como siempre o…?
—Yo estoy bien —respondió, extrañada—. ¿Por qué no iba a estarlo?
Nabiki siguió observándola, lo hacía con intensidad, con una mueca en los labios que costaba interpretar. Parecía que hubiera algo que no entendía del todo. Sus ojos se movieron hasta su mano, atrapada entre los dedos de Ranma y entonces, retrocedió un paso. Su actitud volvió a ser la de los días anteriores: fría y distante.
Apartó sus ojos de ellos con evidente desprecio y soltó un escueto: ¡Vale! Se alejó como si acabaran de insultarla.
Los dos prometidos se quedaron estupefactos, sin saber qué había pasado.
—Sigue molesta —adivinó Akane, decepcionada.
—Pues no entiendo por qué —replicó Ranma, orgulloso—. Si fue ella la que se portó mal.
—Da igual, deberíamos hacer las paces de una vez.
—Yo no pienso molestarme en eso.
La chica puso los ojos en blanco. Siguieron su camino hasta el comedor y se sentaron en la madera, frente al jardín. El sol calentaba la hierba, aún verde y fresca, los insectos saltaban de brote en brote y oían el piar de un pajarito, aunque no podían verlo. Akane estiró las piernas y los pies, respiró hondo el olor de la mañana y fue entonces que se dio cuenta de que ese frío tan extraño que la había seguido desde el Templo ya no estaba.
Se había ido.
No tenía ni idea de cuando había sido, pero ahora lo único que sentía era la luz en su cara, la calidez del verano aproximándose a ellos, el cuerpo de su prometido que se acercaba lentamente a ella, con un gracioso disimulo. Notó su hombro rozando el de ella, después su brazo, la punta de sus dedos en su mano. Era excitante, pero decidió que era el momento para algo más.
Volvió el rostro hacia él y se dio cuenta de que la miraba fijamente, con las mejillas coloreadas.
Una semana y un día pensó una vez más. Ya he aguantado suficiente. Estiró el rostro hacia el de él y le besó. Si hubiera quedado algo del frío, ese gesto lo habría derretido, sobre todo cuando la mano de Ranma se movió, con cierto temblor, cruzando su cintura. Akane le echó los brazos al cuello y prolongó el beso un poco más. La cara le ardía, el cuerpo le palpitaba con tanta fuerza que apenas fue consciente nada hasta que oyó muy bajito.
—Mi amor.
Abrió los ojos y la alegría, una verdadera y absoluta, inundó cada partícula de sí misma.
—Cariño.
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Ya debería haber pasado algo rezongaba Nabiki, de mal humor.
No había dormido nada bien esa noche, de hecho, hacía ya unos días que no descansaba por culpa de la impaciencia.
Se dirigió a la cocina en busca de cafeína que la ayudara a despertarse del todo, aunque sabía que eso solo haría empeorar sus nervios, lo necesitaba. Encontró una taza sobre la encimera y la llenó de café. No se molestó en calentarlo, se lo llevó a los labios y su amargor le abrasó el paladar. No es que le gustara ese sabor, pero en parte también la despejaba. Su cuerpo se retorció en un escalofrío por la frialdad del líquido y pudo suspirar, con fuerza, para que parte de la ofuscación que sentía saliera de su cuerpo.
Odiaba no poder dormir.
Odiaba esperar.
¿Por qué está tardando tanto ese imbécil? Era la pregunta que Nabiki se hacía cada día, después de comprobar que Akane estaba como siempre. Le había entregado los hongos que le quedaban a ese tonto hacía ya cinco días y nada.
¡No había hecho nada!
El muy estúpido pensó, furiosa. Siguió tragando el café ignorando los temblores de su cuerpo destemplado. ¡Tan desesperado que parecía por conseguir el amor de Akane! ¡Y todo para nada!
Le había estado observando en el instituto tras entregarle la mercancía y aunque suponía que le haría falta un día o dos para encontrar el modo de hacer que su hermana se comiera los hongos sin darse cuenta, ya había pasado más que suficiente. Al principio creyó que no sabría cómo hacerlo y ella misma le ofreció varias ideas, pero él las rechazó de malos modos.
Lo haré a mi manera.
También cabía la posibilidad de que se hubiese echado atrás, al fin y al cabo, no parecía un chico especialmente decidido. Estaba empezando a lamentar haberle escogido a él, aun a pesar de todo el dinero que le había sacado.
Nabiki no solo había estado esperando por eso, también se había pasado los últimos días expectante porque creía que en algún momento su hermana la pediría disculpas. De hecho, estaba segura de que tanto Akane como Ranma le pedirían perdón por haberla ofendido y ella, claro, haría un esfuerzo por ser magnánima una vez que ellos se responsabilizaran de su error. También estaba decidida a parar el plan en ese punto. Así de fácil, si Akane recapacitaba y admitía su error, ella detendría a ese imbécil antes de que hechizara a su hermana.
Imbécil repitió, pellizcándose el labio inferior con sus dedos. Imbécil, alelado, y repulsivo tonto… ¿Cuánto más vas a esperar?
Cinco días habían pasado y no había habido disculpa alguna, luego el plan seguía adelante, aunque más lento de lo que habría pensado.
Lo más curioso de ese asunto era que la rabia regresó en seguida, incluso aun cuando tenía su pequeña venganza en marcha, Nabiki no pudo evitar rumiar ese sentimiento. Sin saber por qué, estaba más ofendida que nunca por ese par de tontos y verlos deambular por la casa como si nada era mucho más irritante para ella.
De nuevo, se dijo, no era una persona vengativa. Eso era de débiles y perdedores sin mejor cosa que hacer con su tiempo. Pero por una vez en su vida había sucumbido y sí, ansiaba venganza. La habían acusado de no tener sentimientos, de no comprender nada; en cierto modo, sentía que Akane y Ranma habían insinuado que ellos estaban por encima de ella, de su inteligencia. Y no podía dejarlo pasar.
Llevaba histérica desde entonces y no se calmaría hasta que sus ansias de revancha fueran satisfechas.
Debería haberme encargado yo misma pensó, entonces. Casi se había terminado la taza completa cuando arrojó el resto por la pila. Llegó a esa conclusión porque al fin estaba más despierta, con más energía. No debí confiar algo tan serio a un idiota como ese.
Quizás aún pueda hacerlo.
Su mente, estimulada por el café, empezó a pensar en un nuevo plan. Solo que esta vez, su mirada no se quedó anclada en un punto cualquiera de la habitación, sino que revoloteó de aquí para allá mientras dejaba que sus pensamientos fluyeran con libertad hasta que estos conectaran en una idea maestra.
Entonces, sus ojos descubrieron algo.
—Anda… —murmuró sorprendida. Había un dorayaki sobre la encimera. Lo cogió para mirarlo de cerca y su olor dulce y apetitoso se le metió por la nariz—. No sabía que Kasumi los hubiera preparado —Echó un vistazo pero no encontró más. Supuso que el glotón de Ranma se habría comido el resto y ella había tenido la suerte de encontrar el último. Probó un mordisquito y su sabor exquisito la hizo suspirar—. Al menos me quitará el sabor horrible del café.
Se sentó a la mesa para degustarlo con calma. Era tan esponjoso y suave, la pasta de judías estaba en su punto, puede que ese fuera el dorayaki más rico que jamás había probado.
No obstante, forzó a su mente a que volviera a sus antiguas cavilaciones. Necesitaba recuperar esos hongos. Si ese cobarde no se había atrevido a usarlos aún, podía pagar a alguien para que los robara y usarlos ella misma. Ni siquiera le hacía falta ese enclenque y feúcho esperpento humano que le había comprado las setas, podía hacer que Akane se enamorara de otro.
¡De quien ella quisiera!
De hecho, ¿no sería mucho mejor que Kuno fuera el elegido?
Si Akane se casa con él, yo tendría acceso a su fortuna se le ocurrió. Mientras se lamía el resto de la pasta de judías de la punta de sus dedos se regodeó en tan feliz ocurrencia.
¿Cómo no se le había ocurrido antes?
Solo con pensar en lo hundido y humillado que se quedaría Ranma al ver que Akane bebía los vientos por Kuno… ¡Esa sí que sería la venganza perfecta! Quizás un poco exagerada, pero acorde con el malestar que la habían estado causando esos días.
Sin contar los beneficios económicos, claro.
No hubo más que pensar. Era un plan brillante y decidió que lo llevaría a cabo incluso aunque Akane se dignara a pedirle perdón. Ya era tarde para eso. Nabiki solo se sentiría satisfecha si su plan se hacía realidad. Y lo haría. Porque a ella siempre le salían bien las cosas.
Se puso en pie, apartando la silla, y se dirigió a la salida. Ya tenía pensado a quien enviaría para robarle los hongos a… los hongos de… Nabiki se detuvo, con la mano apoyada en el marco de la puerta.
¿En qué estaba pensando hace un momento?
La mente se le nubló y aunque sabía que era algo importante, acabó por olvidar cualquier pensamiento que hubiera cruzado por su mente minutos atrás. Ocurrió en un instante; como un chispazo que desconectó su cerebro y después otro más, para reiniciarse. Su corazón empezó a palpitar más rápido, la piel de su rostro se encendió como una antorcha, nunca antes le había pasado eso.
¿Qué me está ocurriendo? Pensó, aturdida.
Una extraña emoción incontrolable había estallado en su pecho y aunque debió asustarse por el estado de aturdimiento que llenó su cabeza, le fue imposible sentir miedo, o angustia, o rencor, orgullo, rabia… Todas las emociones negativas desaparecieron de ella como si jamás las hubiera conocido y en su lugar, se apoderó de su ánimo una alegría increíble, absurda y absoluta. La recorrió de arriba abajo a velocidad de vértigo y le arrancó la sonrisa más amplia y genuina que jamás hubiese exhibido.
—Nabiki, ¿estás bien? —Kasumi acababa de llegar. Ni siquiera había soltado aún la pesada bolsa repleta de alimentos, estaba demasiado impresionada por esa exagerada sonrisa que Nabiki mostraba.
—Sí, sí estoy bien —respondió esta—. ¡De hecho, estoy muy bien! —exclamó. Apartó las manos de la madera y se las llevó al rostro, soltando una sonora carcajada—. Estoy enamorada, Kasumi, profundamente enamorada.
. Y soy muy feliz.
La mayor entornó un poco los ojos porque tal declaración le pareció inesperada y fuera de lugar. Se atrevió a dejar la bolsa sobre la silla y torció el rostro, pensativa. No se podía negar que su hermana pequeña parecía más feliz de lo que jamás la había visto. Los ojillos la brillaban con una calidez y un candor que, aunque raros, parecían honestos.
Si la hablaba de amor, pensó que no era algo por lo que debiera preocuparse, ¿verdad? El amor era algo maravilloso en cualquier circunstancia.
Le devolvió una sonrisa amable y se interesó por el asunto con ilusión.
—Qué bonita noticia, Nabiki. ¿Y quién es el chico?
—Gosunkugi.
—¿El de la clase de Akane? —preguntó Kasumi, sorprendida—. ¿No es un poco joven para ti?
Nabiki negó con la cabeza con vehemencia. Fue hasta su hermana y la tomó por los hombros, hincándole los dedos y agrandando su sonrisa hasta adquirir un aire desquiciado.
—¡Es perfecto! ¡Maravilloso! ¡Fantástico! —Declaró con pasión, casi sin pararse a respirar—. Le quiero con toda mi alma. Hikaru Gosunkugi y yo estaremos juntos para siempre, Kasumi.
. Para siempre… toda la eternidad.
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-Fin de la Segunda Parte-
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Aquí finaliza la segunda parte de la trilogía.
Espero que os haya gustado ^^ Los que odiabais profundamente a Nabiki (por mi culpa, jeje) espero que hayáis quedado satisfechos, al final ha recibido de su propia medicina a causa de sus malas artes y pasará el resto de su vida enamorada de Gosunkugi O.O ¿puede haber peor castigo?
Quizás algunos estéis algo decepcionados, he visto muchos comentarios en los que no parabais de mencionar a Ukyo, jajaja, que si ella robaría los hongos, ella trataría de hechizar a Ranma. Al final Ukyo no era la villana de la historia, aunque reconozco que al ser algo relacionado con la comida podría haber sido así.
Muchas gracias a todos y a todas los que habéis hasta aquí, por vuestro apoyo, vuestros mensajes, vuestros votos y ánimo en las redes. ¡Muchas gracias de corazón por seguir ahí!
Este ha sido el final de la segunda parte, pero recordar que queda la parte 3 O.O será un pequeño oneshot como la parte 1. En unos días la subiré y finalizará esta trilogía. ¡Espero que os guste!
¡Besotes!
-EroLady-
