Capítulo 11:

- Yo... sale... - Masculló de modo ininteligible por la presión de los dedos sobre su garganta. - Raditz. - Alcanzó a decir con la esperanza de que apareciera alguien para sacarla de ese sitio.

- ¿Raditz? Creo recordar que es el nombre del hijo de Bardok. Hacedle llamar inmediatamente. En cuanto a ti, vas a responder algunas preguntas... –

- ¿Cuál es tu nombre? –

- Sale… - pidió angostando los ojos de forma peligrosa.

- ¿Qué hacías en el palacio esclava? –

Bra no sabía qué era lo que la impulsaba a no atacar a aquel hombre tan amenazante. Era una sensación de familiaridad extraña. No sabía que era su padre y él jamás podría imaginar que ella era su hija, pero allí estaban mirándose a los ojos sin moverse.

Hasta que el instinto de supervivencia obró en un cuerpo ágil como ninguno, la huida más espectacular que Vegeta había visto en toda su existencia. Jamás una criatura había sido más salvaje y condenadamente rápida. Le superaba en velocidad. Agobiada por la persecución de los guardias y de su ignorado padre, el destino volvió a querer que se encontrase de frente con su progenitora.

Así que colándose por una de las puertas, desembocó en el laboratorio de Bulma, quien al verla, no pudo más que exhalar un suspiro de revelación. Aunque ni siquiera podía imaginar que la intrusa fuera su hija, apenas ver su apariencia humana y esos ojos asustados sacó de ella el instinto maternal más arraigado, aquel que toda mujer tiene desde que nace y aprende a acunar muñecas.

- Ven – le dijo con una sonrisa.

Y la salvaje la siguió, más cuando hubo tomado la frágil mano de su madre, irrumpió en la sala el Príncipe, colérico por la burla e intrigado por el espécimen.

Raditz, que la andaba buscando, recibido el aviso de que se hallaba en palacio, voló como el viento, sumándose a la irónica escena. Vegeta volvió a mirarle con los ojos angostados por la sospecha.

- ¿De dónde has sacado a esta criatura? –

Echas las explicaciones oportunas, de su planeta de origen, de su estado salvaje y del cometido para el cual había sido comprada, Bulma temblaba con el conocimiento y la certeza absoluta de que aquella era su hija y que no podía ser otra.

Más Vegeta, que aún conservaba la vergüenza de haber sido burlado por una esclava. Sentía una atracción extraña hacia la recién llegada, pues ya es sabido que los saiyajins se mueven por instintos que escapan a la comprensión de la mente. Así que declaró solemnemente que aprovechar ser tan apto para el combate en tan soeces menesteres, era menospreciar la oportunidad de un entrenamiento digno. Y siendo Raditz un guerrero de demostrada trayectoria, se llevó la reprimenda de su gobernante.

Ya Bulma había aprovechado esos instantes para acercarse a la chiquilla y abrazarla como si fuese una muñeca. Y en tan peligrosa pose, con riesgo de ser descuartizada de un zarpazo, se la encontraron de repente los presentes en el entuerto.

Vegeta sintió un vuelco al corazón, que disimuló, no se sabe como. Raditz dejó de respirar y comenzó a acercarse con lentitud a la escena.

- Aléjese de ella, es muy peligrosa – susurró.

- Bobadas. Los saiyajins sois unos brutos sin consideración. Dejad que se quede conmigo, yo la enseñaré a desarrollar su mente. Soy una científico y no hay reto imposible para mi. Además, una vez que aprenda los rudimentos sociales, podrá combatir contra vosotros y dar emoción a los entrenamientos. No en vano, es un espécimen único. Además, no puede permitirse que una criatura así de peligrosa ande suelta fuera de la supervisión de personal cualificado. –

Las palabras de Bulma fueron misa para el Príncipe, que no deseaba que fuera devuelta a su viejo dueño, pues ansiaba probar sus entrenamientos utilizándola como contrincante. Eso mejoraría su velocidad, pero no queriendo que el dueño de tal portento alegase el robo de la esclava, se le invitó a visitarla diariamente a los aposentos de máxima seguridad en los que sería confinada, en esa misma ala del palacio. Se le otorgó un pase especial para ello advirtiéndosele, no obstante, que su formación sería encaminada hacia la batalla y no hacia los placeres.

No pudo decir Raditz que aquello le contentase demasiado pero, al menos, Broly habría de renunciar a sus pretensiones y él no tendría que cumplir semejante promesa. Suya era, y suya seguiría siendo.

Así pues, aceptada quedó la palabra ley del futuro monarca de Vegetasei, para regocijo de una madre e interés de un padre que aún no era capaz de identificar los extraños presentimientos que atormentaban su espíritu.

Ya que Bulma era un genio, no tardó en idear una máquina, en la que sólo sentándose y presenciando imágenes sociales, la salvaje fue recordando y aprendiendo. El cariño de las caricias maternas la tranquilizaban y la hacían sentir, por primera vez en mucho tiempo, protegida y segura. Incluso las visitas de Raditz fueron más agradables ahora que se centraban en la ejercitación física y los entrenamientos.

Así pasaron dos semanas maravillosas y, la capacidad saiyajin procuró la gracia, combinada con la inteligencia que heredó de Bulma, de sacar a relucir sus conocimientos pasados. Cada día se expresaba con más corrección y era capaz de luchar con una habilidad asombrosa, tanto, que Raditz hubo de reconocerse inferior a ella en combate.

Y es que ese ser salvaje, esa velocidad y agilidad trabajadas a base de años y años de constante supervivencia en un lugar inhóspito, le habían procurado la mayor de las ventajas por sobre sus adversarios: la imprevisibilidad. No le importaba recibir un golpe en plena cara, si eso implicaba que su contra ataque arrancaría un dolor de aullido en su contraparte. Combatir contra alguien insensible al dolor, al menos en apariencia, con argucias de animal, era tarea de príncipes. Y así se lo propuso Vegeta, que esperó con paciencia que Bulma la instruyera en la comprensión y la socialización, para introducirla como elemento de entrenamiento en su cámara de gravedad.

Después de aquel día, se despreocupó Bulma de sus ansias de conquista amorosa y se centró Vegeta en sus entrenamientos para vencer a la criatura extraña con la que habría de combatir en breve. Una añoraba ser madre y el otro, el mejor de los guerreros.

Pero como nada puede ser perfecto, he aquí que el plazo que se esperaba dio cumplimiento, y Freezer anunció su llegada al día siguiente. Temblor es poco, para lo que sintió la apenada Bulma, sólo imaginando lo que habría de aguardarle la noche que pernoctase en Vegetasei el monstruo que tanto odiaba.

Pero haciendo acopio de valentía y confiando en sus artes maestras, que la inteligencia beneficiaba, optó por elegir el vestido más insinuante, tentador y maravilloso de su armario.

Se enfundó en la tela más ajustada, que tenía tacto reptiliano, pues era sacada de unas cobras que habitaban en un planeta conquistado por Freezer hacía años. El vestido era hermoso, consistente en un tubo largo ajustado a cada curva como una segunda piel. Tenía unos cortes en la cintura a ambos lados, y en las piernas, también al lateral. Con lo cual, quedaban partes de cuerpo cubiertas, otras insinuadas, y la mayoría a la vista, según que movimientos se realizasen.

El maquillaje perfecto, el peinado suelto, pero no por ello despreocupado, pues había sido tratado el cabello con los líquidos de perfumes más penetrantes. A ámbar, que era el olor preferido de Zarbón y que hechizaba a Freezer.

Si bien Vegeta había sido reacio a continuar sus aproximaciones hacia la humana, lo cual le hacían ver como un ser débil, su aliento emitió un gemido involuntario cuando vio aparecer a la comitiva de bienvenida al lagarto. Su espíritu se colmó de celos al verla vestida con aquellas prendas tan sugerentes, y su misma alma rabió cuando los ojos del emperador del Universo recorrieron al objeto de su deseo con tamañas ansias.

Bulma actuaba tan naturalmente que pareciera que ansiaba entregársele aquella noche, pero el Príncipe no estaba por la labor de poner fácil aquel encuentro y se inventó mil agasajos para retener al invitado en la cena.

Pero llegado el punto en que el aburrimiento rozaba peligrosamente el punto de desatar la ira del tirano, no hubo más excusas ni retrasos para lo que debía suceder, lo cual era el objeto de aquel viaje repentino.

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