Algún día lo entenderás todo.
Octava Parte.

Crepitando en la chimenea las llamas iluminaban la cabaña y, aunque innecesario, brindaban calor. Harry le acariciaba la espalda a Hermione, ausentemente, y la tenía recostada sobre él, con otra manta de lana cubriendo su desnudez. Harry no quería dormir, tenía miedo de cerrar los ojos y que ella desapareciera como la última vez.

Afuera había dejado de llover y una densa capa de neblina comenzaba a formarse en la ciudad, creando un ambiente místico y misterioso luego de tan intensa lluvia. Sin la lluvia, sin los truenos y sin el viento huracanado, dentro de la cabaña se podía escuchar un débil zumbido, pero ninguno no le prestaba atención. En vez, Harry recorría con la punta de sus dedos la espalda de ella, desde el cuello hasta el comienzo de las nalgas.

Desde que terminaron de hacer el amor, él no podía dejar de preguntarse por qué había venido. Harry la conocía lo suficiente como para saber que ella no se casaba por amor; lo hacía por compromiso y por obligación. Eso había dejado de ser amor mucho tiempo atrás. El problema era, que él no sabía qué hacer para que ella cambiara de parecer; ni siquiera sabía si ella sentía algo por él.

El zumbido comenzó a ser desesperado, sin embargo, siguieron sin prestarle atención. Él la rodeó con los brazos y la estrechó posesivamente contra él. Hermione gruñó débilmente, y se acurrucó más en su pecho. Harry no pudo reprimir una sonrisa, acompañada de una sensación de calidez en el corazón…

Fue entonces que el volumen del zumbido se hizo insoportable. Harry giró la cabeza en dirección a la chimenea, guiándose por la intensidad del sonido. Su corazón dio un brinco y se le formó un nudo en la boca del estómago al identificar la fuente: su varita. Y eso sólo significaba una cosa: Neville estaba en problemas.

– Hermione, ¿estás despierta? – susurró Harry, con apremio.

Aunque tardó un poco, Hermione le respondió.

– Sí – dijo Hermione con voz somnolienta.

– Tenemos que irnos – apremió Harry –. Neville esta en problemas.

– ¿Neville? – replicó, desorientada.

La sacó con mucha delicadeza de encima y se puso de pie. Levantó la varita del suelo e hizo que dejara de vibrar. Luego, tomó el pantalón del suelo y se lo puso.

– Sí, Hermione – dijo Harry buscando la túnica –. Está en problemas.

Hermione se cubrió con la manta y lo miró, detallando cada uno de sus movimientos. Harry le aplicó un hechizo de secado a la túnica, y le sacudió el polvo que tenía por todas partes.

– ¿Qué pasa? – preguntó al notar la mirada de Hermione.

Ella se mordió el labio inferior sin saber qué decir. Mientras, Harry se embutía en la túnica. Entonces trató de arreglarse un poco el pelo rebelde pero al poco lo dejó, resignado.

– ¿Hermione? – Harry la llamó pero ella no respondió esta vez.

Suspiró cansado, no sólo de eso, también de todo. Dio media vuelta y recogió el vestido de Hermione del suelo. Con una floritura lo secó, y quedó como nuevo. Se acercó hasta ella y arrodillándose lo colocó junto a ella, se lo tendió.

– ¿Vienes? – dijo al fin.

---

– Albus, que gusto de verte – dijo una señora canosa, de aspecto cansado y con grandes ojeras.

– Augusta – dijo Dumbledore, asintiendo con la cabeza –, desearía poder decir lo mismo en mejores circunstancias.

Augusta Longbottom, abuela de Neville, y Albus Dumbledore, director de Hogwarts, estaban en la sala espera de la unidad urgencias mágicas del Hospital San Mungo. La sala estaba iluminada intensamente por la luz blanca proveniente de las lámparas del techo, y amueblada con amplios sillones para los familiares. Tenía un ambiente austero y solitario, casi enfermizo. Dumbledore llevó a la abuela de Neville hasta un sofá y se sentaron.

– Cuéntame – empezó Dumbledore tomando las manos de Augusta–, ¿cómo sigue Neville?

Augusta suspiró tratando de reprimir un sollozo.

– No lo sé – dijo, frustrada –, nadie me dice nada y tampoco me dejan verlo.

– Probablemente todavía no saben nada – dijo Dumbledore dándole un apretón –, ¿hablaste con él antes que esto pasara?

– No – dijo soltando las manos de Dumbledore y apretando los puños –. Lo hizo la niña Weasley.

– ¿Ginny, dices?

La señora Longbottom apretó más los puños. La furia corría libremente por su sangre.

– Sí, ella. Mi nieto pidió hablarle antes de decidirse – suspiró y los ojos se le llenaron de lágrimas. – ¡Prefirió hablar con ella y no conmigo que soy su abuela! ¿Puedes creerlo, Albus?

– Augusta estoy seguro…

– No Albus, no estás seguro de nada – lo interrumpió la señora Longbottom. Después negó con la cabeza y añadió –: Después de todo el daño que le causo no puedo creer que haya querido hablar con ella.

– Estás siendo injusta – le advirtió Dumbledore.

– Tengo derecho, ¿no? – replicó Augusta, desafiante –. Soy su abuela, ¿O eso también me lo va a quitar la mocosa esa? Primero el cariño de mi nieto y ahora esto…

– Augusta, nadie te está quitando el cariño de Neville – le contradijo Dumbledore –. Tu nieto te quiero mucho.

Augusta sollozó y se llevó las manos a la cara, cubriéndola.

– No puedo perderlo a él también – hablo con la voz quebrada –. Es lo único que tengo en el mundo, Albus. No lo soportaría.

– Tu nieto es fuerte, Augusta – dijo Dumbledore dándole un par de palmadas en la espalda.

– Sé que lo es – dijo detrás de sus manos.

– Entonces ten fe.

La señora Longbottom se descubrió el rostro entre dolida e incrédula. Dumbledore se sintió terriblemente mal, incluso hasta culpable por no haber evitado que torturaran a Neville de esa forma. Augusta le sonrió tristemente a Dumbledore y dijo:

– La fe la perdí la primera vez que vi a Frank y a Alice en este hospital.

---

– Sí – respondió Hermione –, sí voy.

Harry frunció el ceño, desconcertado.

– ¿Entonces por qué no te levantas?

– Anoche – comenzó a explicar –, me torcí el tobillo, Harry. Y realmente me duele muchísimo de sólo moverlo.

Harry rió débilmente, aliviado. Por un momento había pensado que Hermione no iría con el al hospital, que ella le diría que esto había sido un error, y que tenía que irse para continuar con los preparativos de la boda; por un momento… Harry había pensado demasiado.

– ¿Pasa algo? – le preguntó Hermione, mordiéndose el labio inferior.

– Nada – dijo Harry sonriéndole –, no pasa absolutamente nada. Ahora dime, ¿cuál te duele?

Hermione se medio sentó apoyándose con los codos, y luego se señaló el tobillo derecho. Harry se arrodilló a sus pies y le tomó delicadamente el tobillo entre sus manos.

– ¿Este? – le preguntó.

Hermione asintió rápidamente con la cabeza mientras disimulaba una pequeña mueca de dolor. Con dulzura Harry se reclinó y le depositó un suave beso en el tobillo, sintiéndola estremecerse. Tomó la varita y apoyándola firmemente contra el tobillo, comenzó a recitar una suave y absorbente plegaria. Ella lo miró sobrecogida; incapaz de recordar un solo momento cuando había necesitado a Harry y él no había estado presente. Y se sorprendió pensando en cómo sería la vida si decidía no casarse con Ron.

– ¡Enmendo! – lo escuchó susurrar y un tenue resplandor se fundió con el color lechoso de su piel.

Y de pronto, ya no había dolor. Él alzó la vista para mirarla a los ojos y le regaló una tímida sonrisa; no una llena de dientes y deslumbrante como las de Sirius; una simple y sencilla sonrisa, que remarcaba los hoyuelos en sus mejillas, que le decía: '¿Lo hice bien?'; que le hablaba más de amor y de cariño que cientos de palabras; una sonrisa que le aceleró el corazón como nunca y que le tiño las mejillas de un rosa pálido. Y por algún motivo, que iba más allá del entendimiento de Hermione, sintió que no podía vivir otro día más sin Harry sonriéndole de esa manera.

– ¿Ya no te duele? – le preguntó mirándola curioso. Y Hermione no pudo evitar sonrojarse completamente ante la mirada.

– No – dijo, si era posible, sonrojándose más. – Gracias.

Una vez a su lado, Harry recogió el vestido del suelo y le ofreció una mano para ayudarla a levantarse. Hermione lo hizo, y la manta se deslizó limpiamente al suelo descubriendo su desnudez. Los ojos de Harry centellaron furiosamente, y Hermione se atrapó mordiéndose el labio inferior nerviosamente.

---

Ginevra Molly Weasley: sangre pura de generaciones, traidora a la sangre, bruja del 7mo curso en Hogwarts, experta en el encantamiento moco murciélago y la primera mujer Weasley en generaciones.

Y ahí estaba, miembro de una enorme familia y sola. Su hermano Ron, compañero de tantas aventuras y desventuras cuando niños, la había abandonado desde que comenzó su sexto curso. Sola y desamparada el momento más difícil de su corta vida; y sus amigos, únicos compañeros que aún tenía, afrontaban sus propias crisis y problemas. Empezando por Harry…

Y Neville, el amor de su vida; al que había rechazado sólo por estar enfermo y amarrado de por vida a una cama. Si tan solo pudiera retroceder el tiempo y cambiar la batalla de ese día… Incluso comerse sus palabras de días después cuando rechazó a Neville… Qué mono se veía ese día. Inseguro y nervioso… tan nervioso. Había sido su amigo la mayor parte del curso, el mejor amigo que ella siempre deseo. Y se enamoraron; ella de él y él de ella.

Sucedió dos días antes de la batalla que marcó la vida de Neville, y, de alguna forma, la de ella también. Él la había citado en el aula de adivinación de Firenze. Todo bellísimo cuando llegó, él tenía preparado un pequeño picnic para los dos. El sol radiante y el cielo despejado; el día perfecto. Comieron, rieron y hablaron de todo y de nada hasta que ya casi anochecía, como los grandes amigos que eran.

Fue entonces que él se puso nervioso, tan lindo que a Ginny se le derritió el corazón. Estuvieron largo rato en silencio, un cómodo silencio que ninguno quiso romper. Hasta que… Él comenzó a hablar.

Y se le declaró. Ginny de la emoción dejó escapar unas lágrimas y se demoró su rato en contestar. Sin embargo, alcanzó a susurrarle que sí, que el sentimiento era mutuo y el rostro que Neville vistió inmediatamente después, no tenía precio: de felicidad pura y de alegría radiante. La abrazó y torpe pero delicadamente, la besó. Miles de mariposas revoltearon en su estómago y el mundo, de pronto, pareció un lugar hermoso y lleno de esperanza.

Pero dos días después, Neville enfermó.

Ginny fue consciente del daño que le hacía; aun así, lo rechazó. Lo alejó de ella; más bien, se alejó de él. Esperó reclamos, peleas y gritos pero de Neville lo único que recibió fue una sonrisa comprensiva y algunas palabras de aliento.

Ella sollozó, ante todo él era su mejor amigo.

– ¿Señorita Weasley?

Levantó la mirada y se encontró con el rostro viejo y arrugado del Sanador de Neville: Tomás Brunnet. Ginny se le quedó mirándole, totalmente paralizada y aterrorizada.

Tomás le sonrió, una sonrisa inescrutable, y luego habló. Lento y pausado. Y Ginny no retuvo las lágrimas mientras le escuchaba, simplemente no pudo.

---

– ¿Harry? – susurró Hermione, muy cerca de los labios de él.

El rostro de Neville golpeó en su cabeza, trayéndolo de vuelta a la realidad. Harry enfocó los ojos de ella y parpadeó repetidas veces antes de darle una media sonrisa; una disculpa. Le besó los labios brevemente arrancando un suspiro de la garganta de ella y con un grácil movimiento extendió el vestido con una sacudida.

– ¿Me permites? – dijo, mostrándole el vestido.

Ella apenas asintió, algo desilusionada por lo que pudo ser. Se apoyó en el hombro de Harry y saltó dentro del vestido a sus pies; vistió sus brazos con las mangas, las manos de Harry recorriendo su cuerpo y ciñendo el vestido a su silueta. Él la rodeó con sus brazos y le subió el cierre. Un estremecimiento y Harry se acuclillo a los pies de ella, zapatillas en mano. La palma de su mano le acunó la pantorrilla, masajeando suavemente. Ella se mordió el labio inferir tan fuerte que la sangre brotaría de un momento a otro. Él le calzó las zapatillas; primero una y luego la otra, repitiendo lo mismo y disfrutando la seda que tenía por piel. Lento y parsimonioso, subió a su altura de nuevo y le obsequió en una mirada las esmeraldas de sus ojos. Un beso y un abrazo después, Hermione estaba lista para partir.

Él sonrió, tímido, y la tomó de la mano. Al siguiente parpadeo la escena cambió.

---

Augusta se disparó del sofá cuando escuchó la aparición. Inmediatamente después el aire abandonó los pulmones de Harry, apretujados en un fortísimo abrazo. Por el rabillo del ojo, pudo apreciar que Hermione contenía una pequeña risita. Palmeó una vez y luego otra y otra la espalda de la señora Longbottom. Dumbledore, que se había acercado, tomó a Augusta por los hombros y le permitió a Harry recuperar el aire:

– Vamos, Augusta – dijo, con un brillo travieso en los ojos. – Deja al muchacho respirar.

– ¡Qué bueno que estás aquí, Harry! – exclamó Augusta, con voz ronca, pasando de Dumbledore por completo.

La mirada interrogante de Harry voló primero a Hermione y luego, cuando ella se encogió de hombros, a Dumbledore. Éste señaló a Augusta con un asentimiento que Harry no supo cómo interpretar.

– Nadie me dice nada – continuó ella, con aire cansado y derrotado –. Los sanadores van y vienen y por más que pido explicación ¡pasan de mí! ¡Cómo si fuera una chiquilla de quince años!

Nadie lo dijo, pero se estaba comportando como una. Más allá de que era comprensible.

– ¿Y sabes qué es lo peor? – Harry negó con la cabeza, intimidado – ¡Qué la niña Weasley habló con él! ¡Y está dentro como si le importara mi nieto! ¿Puedes creerlo?

De hecho, sí, Harry podía creerlo y no sólo él, Dumbledore y Hermione también. Pero nadie lo dijo tampoco. Entonces Dumbledore lo miró fijamente y señaló otra vez a Augusta y luego, hizo algo diferente, apuntó con la mano hacia la puerta de Urgencias Mágicas.

Harry entendió.

– Tal vez yo podría… Usted sabe… – Augusta lo miró a los ojos, anhelante. – Eh… ¿hablar con el Sanador en jefe?

Los ojos de la señora Longbottom brillaron inundados de lágrimas. Agua y sal. Y pareció tremendamente agradecida por el ofrecimiento.

– ¿Crees que podrías?

– Claro.

Dumbledore le sonrió, complacido, y fortaleció el agarre a los hombros de Augusta, no fuera a ser que brincara sobre Harry de nuevo.

– Acompáñame, Hermione.

Entrelazó sus dedos con los suyos y tiró de ella fuera de la sala de espera y dentro de la unidad de Urgencias. Caminaron en silencio por corredores y pasillos a medio iluminar y con aspecto austero y frío y de muerte en cada centímetro de pared. La mente de Harry trabajaba a toda velocidad intentando deducir qué demonios había hecho Neville; aunque tenía una vaga idea de qué podía ser.

De pronto, un sollozó cortó delicadamente el silencio y se hizo escuchar en todo el corredor. Harry y Hermione se miraron y echaron a correr. Si Neville había muerto, Augusta moriría con él. Es probable, incluso, que Ginny jamás se recupere. Y es que Neville, según Harry, había cometido una imprudencia tan tremenda que tanto podía salvarle la vida como quitársela en una exhalación. Doblaron una esquina. Todo dependía de la fuerza y el núcleo mágico del mago. Consistía en ligar la magia de una persona directamente con su vida, para prolongarla. Entre más fuerte el mago más tiempo se le concedía. El problema: sólo unos pocos sobrevivían.

Avanzaron por un corredor largo y estrecho. Hermione apretó su mano en el momento en que Ginny fue visible al final, apoyada contra la pared y con el rostro oculto entre sus manos. Sollozos. Fuertes y descontrolados. Y entre más cerca, Harry sentía a Hermione más desesperada por llegar a Ginny. Él la soltó y Hermione le dirigió una mirada y corrió con todo lo que pudo hasta Ginny y la abrazó. Le susurró algo a Ginny en el oído que hizo que levantara el rostro en dirección a Harry y que lo descubriera.

A un par de pasos de ella, Harry se detuvo, sorprendido y, de algún extraño modo, aliviado: Ginny sonreía entre lágrimas.

--------------------------------------------------------------------------------------------------------------

N. del A.: Esto es para todos aquellos que aún siguen la historia. Gracias por todo. Su apoyo, sus comentarios y críticas. Gracias por el simple hecho de leer. Por el último: una grande y sincera disculpa por la tardanza. Aviso: sólo falta uno, más el epílogo.