Notas: Harry Potter y todos los personajes que aparecen en esta historia pertenecen a J.K. Rowling. Solo los he tomado prestados por un ratito para que mi musa dark jugara con ellos.
Aunque se trata de una historia con romance het, aparecen referencias sutiles al slash (frases con doble sentidos, y la ambigüedad de mi personaje favorito, que ni siquiera en los libros de Jo parece tener muy claro qué quiere exactamente).
Historia inspirada en teorías e ideas locas sobre los libros de Harry Potter. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia...
Una última mirada
PRÓLOGO – Un cuento de hadas
Mestizo de sangre, hijo de alta cuna, todos le auguraban una vida de dicha y felicidad. ¡Cuán equivocados estaban! Cuando el pequeño príncipe cumplió un año de vida, el brujo más malvado de todos los brujos llamó a la puerta del palacio. El sultán, asustado, le ofreció tierras y riquezas si se iba y les dejaba en paz. El brujo se rió, con su gélida risa, no quería ni tierras ni riquezas, dijo. Solo quería al niño. El sultán se arrodilló y le imploró que tuviera piedad del chiquillo, pero sus palabras cayeron en oídos sordos. El brujo ya había sacado su varita y le había lanzado el peor de los hechizos, y el sultán cayó fulminado a sus pies. El brujo se apareció entonces en las habitaciones privadas del pequeño príncipe, donde jugaba con su madre, la reina, y con un movimiento de varita lo convirtió en el sapo más horrible de todos los sapos, de ojos saltones, grandes como canicas y piel verde como un Avada Kedavra. La reina pidió ayuda a todos los sabios y magos del país, pero ninguno pudo reconvertir al niño. Un anciano profetizó que solo el beso de amor de una doncella rompería el maleficio, y desde entonces el príncipe desdichado recorre el mundo entero esperando encontrar la doncella que lo bese y lo libere del maleficio... Pero con los años, el príncipe ha perdido toda esperanza de encontrarla, porque ¿quién iba a querer besar a un sapo?
— ¿Crees que puede ser verdad? — preguntó una de las niñas, de piel oscura como el chocolate con leche. Tumbada bocabajo en una de las camas de dosel escarlata, contemplaba embelesada la ilustración que acompañaba la historia que su amiga acababa de leer en voz alta, no sin cierta dificultad. En tinta azulada sobre una de las viejas páginas de pergamino, las líneas en movimiento mostraban a una bella muchacha que se arrodillaba junto a un estanque y tendía la mano hacia el agua. Un sapo de expresión ridícula salía a su encuentro, y ella lo tomaba en brazos y lo besaba en su enorme boca; el grotesco anfibio se convertía entonces en un apuesto joven, vestido con los lujosos atuendos de un príncipe oriental.
— Tal vez. En todos los cuentos siempre hay algo de verdad — respondió la amiga, con la seguridad propia de una chiquilla de once años. Sacudió las trenzas en un gesto que suponía la hacía parecer mayor. — Mira Harry... Mi madre siempre me contaba historias de Harry.
— Y la mía también. Me decía que cuando viniera a Hogwarts iríamos juntos a clase, y que si era buena niña, cuando fuera mayor bailaríamos juntos, y me besaría, y luego nos casaríamos...
— ¿Te gusta Harry? — preguntó la rubia, con una sonrisa pícara en los labios. Cerró el libro con un golpe sordo, sin advertir que el duende de la portada le sacaba la lengua, enojado, y se sentó con las piernas cruzadas sobre la cama, esperando una respuesta.
— ¡No! — gritó la otra, quizá con demasiada vehemencia si realmente no tuviera ningún interés en el famoso mago, compañero de clase. De pequeña sí había soñado con casarse con Harry, pero no quería admitirlo ante su amiga, pues se burlaría de ella toda la vida. Además, era antes de conocerle en persona; ella había imaginado un chico alto y guapo, gentil y educado, poderoso, que podía enfrentarse con dragones y magos tenebrosos, y no un muchacho desmedrado, mal vestido y con unas gafas horrendas, cuyo único interés parecía ser jugar a quidditch.
— A Parv le gusta Harry, a Parv le gusta Harry, a Parv le gusta Harry... — empezó a cantar la niña rubia, riendo como loca. La otra chiquilla, sonrojada, se le echó encima, tapándole la boca con la mano, pero no conseguía ahogar las risas de su amiga, que todavía seguía cantando el estribillo entre carcajada y carcajada, y decidió cambiar de estrategia: hacerle cosquillas. Las dos niñas acabaron rodando por el suelo en una maraña de piernas y brazos, intentando cosquillear a la otra y riendo las dos, descontroladamente. El duende cabezón de la cubierta del libro meneaba la cabeza en desaprobación.
Finalmente ambas consiguieron sobreponerse al ataque de risa, todavía con los labios torcidos en una ancha sonrisa; sus respiraciones agitadas iban recuperando el ritmo normal. Los ojos claros de la chica rubia se posaron sobre el libro de cuentos que habían estado leyendo, abandonado sobre la colcha escarlata durante su lucha ficticia, y alargó la mano para cogerlo de nuevo. Sacó la lengua en respuesta a la mueca ofensiva del duende, que parecía lanzarle cuchillas de plata con sus ojos grises, y manoseó las páginas hasta que halló la leyenda del príncipe mestizo.
— Me gustaría encontrar al príncipe — dijo, parpadeando, soñadora.
Su amiga no pudo evitar hacer una mueca de disgusto:
— ¿Y besar a un sapo?
— Bueno, eso es lo que tiene de malo. Pero luego imagínate, casarte con un príncipe tan guapo…
La niña de origen hindú asomó su cabecita para contemplar una vez más la ilustración de la doncella besando el sapo. Realmente, el joven en que se convertía era de buen parecer, sin ninguna imperfección que mancillara su rostro, sus gestos elegantes y refinados como le correspondían por su alto rango. El sueño de cualquier chiquilla. Su amiga le susurró algo en el oído, algo que hizo que sus ojos de gacela se abrieran de puro asombro, primero, aunque pronto recuperaron su aire travieso.
— Lav¿de veras vas a…?
La otra asintió con la cabeza, sus rubias trenzas balaceándose con determinación. Ambas se echaron a reír, una vez más, ante la perspectiva de una aventura digna de los cuentos de hadas que tanto les gustaba. Con un poco de suerte, iban a convertirse en las protagonistas. Se dieron la mano y bajaron con cautela la escalera de espiral. En su camino se cruzaron con una chica de los cursos superiores, tal vez de sexto o séptimo, y las dos amigas inseparables adoptaron una expresión inocente, o eso creían. La chica mayor se quedó mirándolas, preguntándose qué se traían entre manos, pero tampoco les prestó mayor atención, tenía un par de redacciones para entregar el día siguiente y aún no había empezado.
En la sala común había varios alumnos, algunos charlaban animadamente sentados en las butacas esparcidas alrededor la chimenea, otros jugaban a cartas explosivas o a ajedrez... lejos de todos estaban sus compañeros Harry, Ron y Hermione, ella repasando los apuntes, aplicada como siempre, mientras sus amigos permanecían en silencio, cavilando. Viéndoles así, tan inactivos, era difícil creer los rumores que corrían, que en Halloween se habían enfrentado a un trol y habían salvado a Hermione de una muerte segura. Ninguno de los tres parecía tener nada de un héroe de sus cuentos favoritos... y sin embargo eran el mejor ejemplo que conocían. Pero no eran ellos tres, el objeto de su interés, no. Era su otro compañero mofletudo y algo despistado, el que buscaban; o mejor dicho, su mascota. Pronto le vieron, en una de las ventanas, mirándolas con sus ojos enormes, con un brillo de ¿esperanza? Daba la impresión de que aguardaba su llegada. De puntitas, las dos niñas se acercaron hasta la ventana, aunque nadie les prestaba la menor atención, aparte de él. Cuando ya casi lo tenía al alcance de la mano, la rubia, que llevaba la iniciativa, dudó, y su amiga tuvo que darle un codazo para que prosiguiera en su misión. Ya estaban tan cerca... Haciendo todo el acopio de su valor, pues era una verdadera Gryffindor, la niña de trenzas agarró el escurridizo animal por el vientre y lo acercó hasta que su naricilla respingona rozó con la piel rasposa del anfibio. Visto desde esa distancia, el sapo era realmente feo, con su enorme boca llena de arrugas y esos ojos saltones que no dejaba de seguirla en cada uno de sus movimientos. Cerró los ojos. Si tenía que besarlo, mejor lo hiciera cuanto antes... No podía ser tan difícil besar a un sapo¿no? Al fin y al cabo, ella había besado montones de veces a su conejo Binky, no podía ser tan diferente... Y sin embargo, cada vez que intentaba acercar los labios a la boca del sapo, algo la detenía. Le daban arcadas, no podía dejar de pensar en lo que estaba a punto de hacer. Besar a un sapo.
— Piensa en el príncipe — la animó la amiga, viendo los apuros que pasaba su compañera.
Eso la ayudó a decidirse. Mas cuando ya se había encomendado a todos los magos y brujas para que la ayudaran en tan horrible tarea, y ya tenía los labios redondeados a punto de besar al simpático animal, alguien apareció a sus espaldas, dando un grito de alegría:
— ¡Trevor¡Aquí estás!
La niña soltó su presa, asustada, como si acabara de ver al Grim; agarró por el brazo a su amiga, que se partía de risa con la situación, y ambas se alejaron hacia el cuarto, sin escuchar siquiera las palabras de agradecimiento de su compañero por haber encontrado su mascota. Se prometió una y otra vez que no volvería a creer en cuentos de hadas.
En brazos de su amo, los ojos del sapo brillaban con las lágrimas que no podía verter. ¡Había estado tan a punto de ocurrir el milagro¡Si solo aquella niña le hubiera besado! Pero su amo tuvo que aparecer en el momento más inadecuado, había arruinado su primera oportunidad de volver a su estado natural, después de tantos años. Ahora estaba condenado a seguir en su forma de sapo por mucho tiempo, quizás toda la eternidad...
