Notas: En primer lugar, reconozco que el prólogo es un tanto extraño para empezar este fic. Se sitúa seis años antes de la historia en sí, que empieza ahora.Se trata simplemente de una idea loca, necesaria de aclarar para entender parte del argumento.Lo escribícomohistoria independiente, y en realidad ambas funcionarían por si solas si no hubiera decidido fusionarlas en una.

En segundo lugar, a pesar de las notas del prólogo, he decidido subir la versión modificada, que contiene más slash que la original. Contiene todo lo que me contuve de escribir, los pensamientos y deseos "oscuros" de los protagonistas. Por eso he cambiado de clasificación de pareja: aunque el romance se produzca entre Harry y Tonks, la tensión entre Harry y Draco espalpable en todo el fic y... además, ellos son los verdaderos protagonistas de la historia.

La clasificación M es por una sencilla razón...


Una última mirada (primera parte)

Mestizo de sangre, una maldición alteró su destino. Nuevas alianzas se forjarán; el único que puede vencer al Señor Oscuro, con la serpiente se unirá, y juntos mirarán hacia el futuro, para que la historia no se repita una vez, y otra, y otra. Mestizo de sangre, principio y fin de largo camino.

oºoºoºo

La noticia se propagó como la pólvora. Nadie sabía qué había ocurrido con exactitud; solo que después de un extraño accidente en las mazmorras, tanto Severus Snape, el temido profesor de pociones, como Harry Potter, el chico que todavía tenía que desempeñar su papel decisivo en esta guerra que ya se había cobrado tantas víctimas, habían acabado en la enfermería de Hogwarts. Corrían rumores para todos los gustos. La opinión generalizada era que estaban trabajando en alguna poción cuando el caldero estalló. No faltaban los que creían que Aquel-Que-No-Debe-Ser-Nombrado había conseguido infiltrarse al castillo, y andaban siempre echando miradas furtivas a sus espaldas, como si esperaran que de cualquier esquina les apareciera el mago más temido. Otros, conociendo la animadversión entre profesor y alumno, pensaban en un duelo con trágico desenlace. Nadie dudaba de que el final estaba cerca: con Harry Potter en estado vulnerable, Quien-Todos-Sabían aprovecharía para atacar. Pronto, muy pronto, los dos enemigos se enfrentarían en la batalla final.

Una muchacha de pelo revuelto dejó escapar un soplido de frustración cuando la señora Pomfrey volvió a cerrarles la puerta, sin ninguna otra explicación aparte de que su amigo progresaba favorablemente. "¿Qué había ocurrido?", "¿podían entrar a verle?" eran las preguntas que había querido formular, pero las palabras murieron antes de escapar de sus labios cuando la enfermera, educadamente, les había sugerido que se fueran a dormir, que nada podían hacer, allí. Un joven alto, pelirrojo, la abrazó, y ella escondió el rostro en su pecho, ocultando las lágrimas que desde hacía horas pugnaban por brotar de sus ojos.

— Cht, Hermione — susurró el muchacho, estrechándola con ternura. — Harry se encuentra bien, vayámonos a descansar y mañana volvemos...

Haciendo acopio de sus fuerzas, se separó y se secó las lágrimas con la manga de su túnica. Al volver a mirar a su compañero, sus ojos volvían a brillar con esa determinación que tanto la caracterizaba.

— Tienes razón. Vayámonos, que nada podemos hacer, aquí.

Los dos amigos ya habían recorrido unos cuantos pasos, camino hacia la torre de Gryffindor, cuando escucharon la puerta de la enfermería abrirse otra vez. Se giraron a la una, esperando encontrar a la medibruja con nuevas noticias sobre el estado de Harry, o de Snape, quizás. Pero sus expresiones se ensombrecieron al ver a un joven pálido de cabello inconfundible, dorado bajo la luz mortecina de las antorchas que alumbraban el pasillo.

— ¡Malfoy! — escupió el pelirrojo, cual fuera el peor insulto del mundo. — ¿Qué piensas que estás haciendo aquí?

Hermione se agarró instintivamente al brazo de su amigo Ron, esperando la tormenta que inevitablemente se desataría. Pero esa nunca llegó. Con sorpresa estudió el muchacho rubio, que se limitó a cerrar la puerta con delicadeza y a mirarles como si se encontrara ante la presencia de criaturas extrañas. En su porte no había su altivez y desprecio habitual, sus ojos parecían desprovistos de esa chispa plateada que relucía con furia cada vez que se enfrentaban.

— Pensaba que os gustaría tener noticias de Potter.

Ni siquiera sus palabras, arrastradas más de la cuenta, estaban impregnadas del veneno propio de su lengua viperina. Se le veía extremadamente cansado, exhausto, como si acabara de enfrentarse a un ejército de trolls. O a un largo interrogatorio después de beber veritaserum. Una ola de compasión la invadió por una fracción de segundo cuando comprendió que, efectivamente, habían sometido al orgulloso Slytherin a un interrogatorio, utilizando métodos que se habrían considerado ilegales en tiempos normales. Pero aquellos no eran tiempos normales, eran tiempos de guerra.

— ¿Qué es lo que sabes? — preguntó, cautelosa. No creía que su enemigo pudiera proveerles esa información que tanto ansiaban y que les había sido negada una y otra vez. Pero cabía la posibilidad de que todavía se encontrara bajo el influjo de la poción, y cualquier cosa que pudiera contarles, por pequeña que fuera, siempre sería mejor que esa incertidumbre que le oprimía el pecho. — ¿Sobrevivirá?

— Sí. Por desgracia… o por suerte — añadió, en un murmuro casi inaudible. Afortunadamente el otro chico no pareció escucharlo.

— ¿Qué hacías ahí dentro, Malfoy?. ¿Cómo es que a nosotros, que somos sus amigos, no nos han dejado entrar, y tú sales de ahí tan campante, como si fueras el rey del mundo?. ¿A qué se debe ese privilegio?. ¿Cuánto has pagado para poder regocijarte de la desgracia de tu enemigo?

El semblante de Ron había adquirido una tonalidad dentro de la gamma de los rojos muy cercana a la de su cabello. Su agitación contrastaba con la calma del muchacho pálido, que apenas parecía despertar de un largo letargo.

— Yo los encontré, en una clase abandonada... Y mejor hubiera sido otro, si tenían que embucharme tanto veritaserum para creer mi palabra. ¿Acaso piensan que soy capaz de petrificar a un profesor?

— ¿Snape, petrificado? — exclamó la chica, sin ocultar su extrañeza. Casi podían escucharse los engranajes de su cerebro, que ya había empezado a elucubrar extrañas teorías. — ¿Y Harry?

— Ciego, sus esmeraldas apagadas... — respondió, como un autómata. Los últimos efectos de la poción. Parpadeó tres o cuatro veces, como si no acabara de creer que se hubiera dignado a hablar con unos simples Gryffindor, y levantó la nariz, con disgusto. Sus ojos habían vuelto a la vida: — Puede considerarse afortunado si no vuelve a verte la cara, Weasley. Tus pecas son repugnantes. Si te dieran un knut por cada una de ellas, podrías comprarle una mansión a la Sangre Sucia y aún os sobraría para criar una camada de Weaslitos.

La ira del pelirrojo se desató con ese último comentario. Agarró con fuerza al otro muchacho por el cuello de la túnica y lo empujó contra la pared.

— ¡Hurón!. ¡Te arrepentirás de haberla llamado así! Te crees superior porque tu padre puede comprarte todo lo que se te antoja¿verdad? No sé cómo sigues en este colegio, cuando todos sabemos que eres un mortífago encubierto. ¿A qué esperas, a ir a lamer el culo de tu amo?

El joven aristócrata sostuvo la mirada, desafiante. Sus ojos de mercurio brillaban con rabia, odio acumulado durante generaciones entre dos familias rivales. El mismo brillo se reflejaba en los irises azules del pelirrojo: el sentimiento era mutuo.

— Cállate, Weasley, no sabes nada. Si las miradas matasen, te veía bajo tierra.

Y liberándose de la zarpa del otro chico se volvió y se marchó, con paso arrogante, hacia la seguridad que le ofrecían las mazmorras, nido de serpientes.

oºoºoºo

Despertó en la más absoluta oscuridad. Ni el claror de una ventana, ni el titileo de la llama de una vela o de una antorcha, ni siquiera un rayo de luz colándose bajo el resquicio de la puerta. Nada. Estaba sumergido en la negrura más insondable a la que jamás se había enfrentado. Incluso la alacena bajo las escaleras donde le habían encerrado durante tantos años de su vida le parecía ahora un rebose de luminosidad. Sus manos recorrieron lentamente la tela áspera de las sábanas que lo cubrían. Respiraba sincopadamente, oía los latidos de su corazón. Todavía no había abandonado el mundo de los mortales, de eso no le quedaba la menor duda. ¡Dementores! Quizás era esa negrura el resultado de recibir el beso de las buenas noches de esas criaturas frías y crueles; quizás un cuerpo desprovisto de alma quedaba condenado a arrastrarse en las tinieblas para siempre. Al fin y al cabo, la luz es fuente de alegría, y los dementores se nutrían de los sentimientos alegres de sus víctimas... era lógico pensar que los despojos ya no volverían a percibir ni pizca de luz.

Entonces en un flash recordó lo ocurrido en las mazmorras pocas horas antes, o tal vez días, de eso no estaba muy seguro. Snape le había convocado allí para contarle el último plan para derrotar a Lord Voldemort, infalible, según sus propias palabras. El profesor que tanto detestaba, por injusto y por atribuirle los fallos de su padre, le había contado los intríngulis y pormenores de la preparación de su última invención, una poción que les proporcionaría el arma definitiva... No había comprendido nada, no era un experto en el sutil arte de preparar potingues, como las llamaban entre los compañeros de clase, pero estaba claro que él era la pieza clave. No le sorprendió en absoluto, estaba predestinado a ser el elegido porque así lo había vaticinado una estúpida profecía, y porque Voldemort había cometido la estupidez de marcarlo como su igual. Finalmente le hizo beber un líquido añil, espeso y caliente con sabor a almendras amargas, ordenándole que cerrara los ojos y que no los volviera a abrir hasta que él se lo dijese. Lo que le faltaba, acatar las órdenes de un profesor frustrado que solo se complacía cuando podía quitarle puntos con el mínimo pretexto. Estaba seguro de que si de sus manos dependiera, le quitaba puntos por respirar, por pisar la Tierra, por existir. Pero no era momento de discusiones cuando su cuerpo se convulsionaba y se retorcía de dolor por efecto del brebaje que acababa de tomar. Le quemaba la garganta, casi podía escupir fuego si se lo proponía, y tenía el estómago revuelto como una asamblea de goblins. Y sufría alucinaciones. Su último recuerdo, su querido profesor de pelo grasiento peinándose frente al espejo, antes de que les alcanzaran dos rayos, verdes como la peor de las imperdonables.

— ¡Harry!. ¿Te encuentras bien?

La voz de su amigo sonaba muy cerca, tenía la impresión de que con solo alargar el brazo podría alcanzar a rozarle. Y sin embargo, en esa oscuridad, un mero centímetro podía convertirse en una distancia insalvable. Es curioso como los humanos solo sabemos apreciar aquello que ya no tenemos. No valoramos pequeños milagros de nuestra existencia, como el percibir un mundo de colores brillantes, un mundo bañado por la luz y el calor de los rayos de sol, hasta que lo perdemos.

— ¿Ron? — apenas podía reconocer su propia voz, tal vez a causa del desuso. Se recostó en la cama lo mejor que pudo y giró la cabeza hacia donde suponía que se encontraba el muchacho. — ¿Dónde essstásss? No veo nada...

La sala se sumió en un silencio incómodo. Aunque privado de vista, los demás sentidos suplían esa carencia, y podía imaginar perfectamente al chico pelirrojo sentado a su lado, retorciendo las manos y mordiéndose el labio inferior. Incluso podía percibir su miedo, podía olerlo. Su oído se había vuelto más sensible, y distinguía en ese silencio aparente un sinfín de ruidos apenas audibles, ruidos a los que nunca había prestado la menor atención: los crujidos de los viejos muebles de madera carcomida, los chirridos de las escaleras moviéndose a lo lejos, los rechinos de alguna armadura que habría adoptado una nueva posición, el silbido del viento entre los árboles, el baile del sauce bajo la luz de la luna, el ululo de las lechuzas en su caza nocturna... si se esforzaba, podía escuchar el susurro ahogado de los muros contándole secretos guardados durante siglos, secretos de muchas generaciones de jóvenes que, como ellos, habían aprendido a convivir con la magia.

El contacto cálido de una mano sobre su frente le hizo estremecer de forma involuntaria. No lo esperaba, no estaba acostumbrado a ese tipo de contacto, y menos de parte de su mejor amigo. O quizá simplemente nunca se había percatado. ¡Son tantas las cosas que nos pasan desapercibidas cuando confiamos ciegamente en nuestros ojos! De pronto se le habían abierto las puertas a nuevas percepciones sensoriales, el mundo ya no era blanco y negro, rosa y azul; ahora era cálido y frío, áspero y liso, dulce y amargo, estridente y silencioso. Y mientras se perdía en ese toque amistoso, cerró los párpados, por instinto. La oscuridad, hasta entonces hostil y abrumadora, se convirtió en un manto que lo protegía del mal que lo esperaba en el exterior, su único remanso de paz. A la vez que su amigo reseguía el contorno de la cicatriz, el flequillo, la montura de las nuevas gafas, negras como su mundo, Harry se dibujaba mentalmente su rostro, con más detalle que el recuerdo de su reflejo en un espejo.

El momento fue interrumpido con la llegada de un intruso. No se había dado cuenta de que contenía la respiración hasta que se le escapó una exhalación al perder el calor de ese contacto. Unos pasos se acercaban lenta e inexorablemente hacia ellos.

— Señor Weasley — sonó la voz cándida pero imperiosa del director del colegio. — Me gustaría discutir un asunto con el señor Potter, a solas.

Y en las horas siguientes, Harry descubrió la amarga realidad, descubrió en qué se había convertido, y qué era exactamente lo que se esperaba de él.

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La luz de la vela titilaba al ritmo de sus pasos, agitados por la turbación de su alma. Grandes dudas le asaltaban, arrancándole la paz de los sueños y obligándole a caminar de un lado a otro para apaciguar las diferentes voces que escuchaba, llamándole, persuadiéndole, llenándolo de promesas y un futuro brillante. "Tengo el destino en mis manos, es la hora de elegir. ¿Pero qué es lo que más deseo?. ¿Dinero?. ¿Poder?. ¿Felicidad?. ¿Amor?" Las imágenes de posibilidades infinitas se sucedían en una vorágine vertiginosa: montañas de monedas de oro y plata en las mazmorras de su palacio de cristal; vasallos doblándose ante su presencia, abnegados y serviles como elfos, loando su nombre y la tierra bajo sus pies; una noche estrellada bajo el haya, en completa armonía con el cielo y la naturaleza, disfrutando de la silenciosa compañía del secreto oscuro de su corazón; besos y caricias ardientes, una piel dorada temblando bajo sus dedos, unos ojos esmeralda encendidos por el deseo, unos labios de amapola susurrando su nombre…

Una estrella fugaz cruzó el firmamento, efímera como la sonrisa que iluminó su rostro por un breve instante. Ya había decidido.

Continuará