Notas - Respuestas a los reviews
Albita: ¡Gracias por el review! Tranquila, este ficya estáterminado, así que las actualizaciones serán rápidas, espero. Un beso, linda.
Missginni: ¡ALMA!. ¡Qué alegría verte por aquí! Ya en el capítulo anterior tendrías que haber detectado uno de los 'sutiles cambios' : la última escena, donde aparecen las dudas antes de tomar ninguna elección... jajaja, tu juegas con ventajas, no solo sabes quién es (espero que para el resto también quede claro, me 'olvidé' de escribirlo), sino cuál es su decisión... Bueno, para este capítulo siento anunciarte que los cambios son mínimos, solo algunas correcciones ortográficas y... y aparece otra flor más, jajajaja, te juro que ahora mismo no recuerdo su simbología, aunque muy probablemente en algún momento lo busqué. Para la siguiente parte ya se perfila algo más de los verdaderos 'deseos' de nuestros niños :p. Te quiero, alma. Besos.
Una última mirada (segunda parte)
— ¿Habéis oído?. ¡Encontraron a Snape petrificado!
— ¡Qué dices!. ¿Como...?
— ¿Creéis que la cámara vuelve a estar... abierta?
— Nos lo habrían dicho ¿no?
— Tampoco dijeron nada la última vez, de que había un basilisco suelto.
— ¡Dicen que los que hablan pársel los pueden controlar! Imaginad, tener un monstruo así, bajo control. Es un arma muy... peligrosa.
Rumores como esos corrían de boca en boca, esos días no se hablaba de otra cosa. Los mayores solían contar la leyenda de la cámara y el heredero de Slytherin a los más pequeños, que escuchaban entre asombrados y angustiados. Y aunque cada vez que se aproximaba a un grupo de estudiantes, estos se volvían silenciosos, su oído se había agudizado tanto que podía oír sus susurros mucho antes de que advirtieran su presencia. Notaba la aprensión con qué le miraban, volvía a ser el centro de atención. La situación no podía ser más acongojante que durante su segundo año, cuando todo el mundo le creía culpable, cuando todos murmullaban a sus espaldas que él había abierto la Cámara de los Secretos. También ahora podía notar el recelo en el aire, el miedo al fin que se acercaba. Nadie confiaba en nadie, y menos en él. Pero ahora realmente tenían motivo para temerle.
"No te preocupes, Harry. Volverás a ser tú mismo después de enfrentarte a Tom", le había dicho Albus Dumbledore. Un consuelo nada alentador, pues no las tenía todas consigo de poder sobrevivir. Demasiada confianza depositada en él, y temía defraudarles, no se veía capaz de cumplir la misión que le habían encargado. Ni con todas las profecías del mundo hablando en su favor; que tampoco era el caso. Ahora solo quería que llegara ya el momento, sabía que Lord Voldemort atacaría pronto, pues era un secreto a voces que el pueblo de Hogsmeade no resistiría mucho más. Y después venía Hogwarts.
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Durante esos días, el muchacho recibía todo el entrenamiento posible para poder moverse por sí mismo en un mundo a oscuras, sin ayuda de nadie ni nada, para no tener ningún punto débil. La historia de su ceguera corría a su favor, pues Lord Voldemort creería al enemigo en un estado vulnerable, y se encontraría con una sorpresa no muy grata cuando Harry le mirara a los ojos. El primer día fue el más duro, porque tuvo que aprender a realizar acciones tan básicas como orientarse y andar por un espacio conocido sin chocar con ningún obstáculo, reconocer objetos con el tacto, los ruidos más comunes... Acciones algo más complejas, como lavarse y vestirse, se habían convertido en toda una proeza, y ya no hablemos de la odisea para llegar al Gran Comedor a la hora del desayuno. Ese día aprendió que el orden era vital en su condición, pues no podía confiar en sus ojos para encontrar la túnica que tiraba a un rincón antes de ponerse el pijama, o más trágico todavía, para encontrar la varita si la dejaba en cualquier lugar. Tenía que ser muy consciente de donde guardaba las cosas, porque buscarlas a oscuras podían suponer horas de búsqueda infructuosa. Un tiempo que no tenía el lujo de perder. Aunque las clases normales se hubiesen suspendido, su nuevo horario apenas le dejaba respirar. Empleaba su tiempo en las sesiones en que profesores y amigos se esforzaban en enseñarle todo cuanto pudiera necesitar. Había aprendido a situar las personas en el espacio y calcular la distancia aun sin verlas, podía imaginar en gran parte la escena que se desarrollaba delante de él, incluso podía realizar algunos hechizos apuntando con la varita por pura intuición. Le sorprendió disfrutar enormemente con aquellas actividades que estimulaban su olfato, como cuando acompañó a la profesora Sprout al invernadero para ayudarla a cortar las mandrágoras que utilizarían en la preparación del antídoto para revivir a Snape, o las excursiones a hurtadillas a las cocinas, junto a su mejor amigo. Cerraba los párpados e inhalaba profundamente, dejando que los aromas invadieran su nariz. Olía los jazmines que habían florecido con toda su exuberancia, el frescor de las bergamotas, la sutileza de los lirios y las amapolas. En las cocinas, con los elfos domésticos atareados preparando pavo con salsa de frambuesa, pastel de jamón y queso, caldo de pollo con sémola, pollo asado con patatas fritas, y su postre favorito, tarta de chocolate, se le hacía la boca agua de anticipación.
— Es un gran placer para Dobby recibir la visita de Harry Potter y su amigo, señor — chilló una de las grotescas criaturas, con voz tan aguda que podría resquebrajar una copa de cristal. — ¿Qué desean tomar?
Harry apenas pudo contener la sonrisa al imaginar al elfo ataviado con calcetines dispares y los gorros y bufandas de lana que Hermione había tejido con la esperanza de liberar los elfos de Hogwarts.
— Una taza de chocolate bien calientita para cada uno... — "si puede ser". El elfo lo interrumpió, deshaciéndose en reverencias ante los dos muchachos.
— Sus deseos son órdenes, señor.
Y desapareció, para volver en escasos minutos con dos tazones de chocolate humeante, ese sabroso líquido reconfortante, capaz de devolverle toda la energía. "Justo lo que necesitaba", pensó, mientras disfrutaba del chocolate en silenciosa compañía.
Algunos entrenamientos le dejaban extenuado, como las simulaciones de duelo. Al principio solo él estaba armado con varita, y tenía que alcanzar a sus contrincantes confiando en su intuición. No tuvo demasiados problemas contra Ron, Hermione, Ginny o Neville, porque les conocía demasiado y podía predecir sus movimientos antes de que los realizaran. Un único contrincante supuso un auténtico reto, empezando por que se desplazaba con tal sigilo y rapidez que le costaba determinar su posición; cuando Harry lanzaba algún conjuro, era demasiado tarde, éste se perdía en la inmensidad de la sala. Tampoco ayudaba que su contrincante no le hubiera dirigido la palabra, ni un simple saludo; no sabía con quién se estaba enfrentando. "Mejor, en la realidad será así, cuando tenga que luchar contra los mortífagos. No les conoceré". Ese duelo se alargaba más de lo que había creído posible, esa persona, fuera quien fuera, esquivaba todos sus hechizos, se acercaba y volvía a alejarse con el vaivén de una ola crispada, y Harry se sentía como una botella de cristal perdida en la inmensidad azul del océano. Su frustración se mezclaba con la admiración, al fin un oponente digno. El cansancio empezaba a hacer mella, cada vez le costaba más seguir concentrándose, pero su orgullo le impedía pedir que cesara aquel juego del gato y el ratón; y más cuando aún no había reconocido a su contrincante. De pronto sintió que la varita escapaba de sus dedos con tal suavidad que habría jurado que se le había resbalado de no ser por la voz aterciopelada que susurró a su oído, arrastrando las palabras:
— Volveremos a enfrentarnos, Potter.
Los pelos de la nuca se le erizaron al reconocer al fin a su rival, Draco Malfoy. Tendría que haberlo imaginado antes, pero no creía posible que el Slytherin hubiera accedido a ayudar en su entrenamiento. ¿Por qué ninguno de los supervisores del duelo, Albus Dumbledore, o Nymphadora Tonks, la profesora de Defensa Contra las Artes Oscuras, no le había comentado nada? Tenía que reconocer que había sido una sesión muy fructífera, había puesto a prueba sus habilidades y había descubierto sus limitaciones; Malfoy siempre conseguía despertarle ese espíritu competitivo, ese afán de superación. Pensó que, si le hubieran avisado, seguramente se habría negado a entrenar con él, y habría perdido esa oportunidad única. Pero seguía sin comprender los motivos que impulsaban al otro muchacho, Malfoy seguía siendo un completo misterio.
Otras actividades no requerían tanto esfuerzo físico, pero no por ello no dejaban de ser agotadoras. Especialmente las sesiones con su amiga Hermione, que se empeñaba en que aprendiera a leer en alfabeto Braille. Tal vez en otras circunstancias habría accedido de buena gana, mas se le antojaba una gran pérdida de tiempo cuando, a escasos quilómetros, justo al otro lado del Bosque Prohibido, le esperaba un ejército de mortífagos y criaturas de la noche. La sombra de Lord Voldemort planeaba sobre ellos como un peligro inminente, ineludible. Por eso, a pesar de conocer sus buenas intenciones, no podía evitar discutir con la muchacha. No es que no le tuviera aprecio, al contrario, la quería con todo el corazón; pero cuando se le metía algo entre ceja y ceja, podía ser más temible que una esfinge en cólera.
— ¡Harry James Potter! — exclamaba, exasperada. — Aunque puedas hechizar los libros para que se vuelvan sonoros y te lean su contenido, aprender a leer con los dedos te ayudará a estimular el sentido del tacto.
— Hay otrasss formasss de essstimular el tacto — siseó, horrorizándose al comprobar que arrastraba las palabras como su enemigo. Se preguntó una vez más si el Sombrero Seleccionador no había estado en lo cierto al querer ponerlo en Slytherin, la casa de las serpientes.
— ¿Ah, sí? — los ojos marrones chispeaban peligrosamente.
Hermione se quedó atónita cuando su amigo, con una seguridad que no dejaba adivinar su falta de visión, se levantó de la silla y se le acercó, lentamente, con una mano tendida. Al notar el roce de unos dedos sobre su mejilla, contuvo la respiración, insegura del significado de aquel gesto. Su corazón se aceleraba por momentos, y sentía el sabor a hiel de la culpabilidad y la traición, traición a su otro amigo, a sus propios sentimientos. El contacto fue breve, delicado como el aleteo de una mariposa, y al final, mientras observaba como él se alejaba, andando sin vacilación alguna, se quedó pensando si no había sido fruto de su propia imaginación.
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Efectivamente, había otras formas de estimular el tacto; las sesiones con la profesora de Defensa Contra las Artes Oscuras eran una buena prueba de ello. La metamorfimaga había ideado unas clases de lo que ella llamaba "reconocimiento táctil". Consistía en que ella adoptaba los rasgos de una persona conocida, y Harry, solo con el tacto, tenía que adivinar de quién se trataba. Algunas personas eran extremadamente fáciles, con solo rozar la espesa barba ya supo que delante de él había una copia exacta de Albus Dumbledore. Sin parar de reír, retiró la mano con rapidez, como si la barba fuera puro fuego, y Tonks le acompañó en las risas, cambiando rápidamente de apariencia pues nunca se sentía cómoda con una cascada de pelo en la cara. Otras veces era extremadamente complicado, como cuando le dio por convertirse en uno de los mellizos Weasley; era imposible decantarse por uno de los dos. La única diferencia que él reconocía era la disposición de las pecas, pero eso era algo que ahora quedaba fuera de sus posibilidades. Otro estallido de risas cuando la joven confesó que ella tampoco estaba muy segura de cuál de los dos era.
Quizás no tenían ninguna utilidad, pero a diferencia con las sesiones con su amiga Hermione, aquí Harry se sentía más relajado, podía olvidarse, por unos minutos, de la responsabilidad que pesaba sobre sus hombros y divertirse como cualquier adolescente, que al fin y al cabo, eso es lo que era. Le venía bien, reír. Eso le hacía sentir más humano.
— A ver ¿y ahora quién soy?
Harry alargaba la mano hasta entrar en contacto con la piel, suave algunas veces, áspera otras. Lo primero era identificar exactamente de qué parte se trataba, para dirigir inmediatamente sus dedos hacia la nariz, y allí empezaba la exploración facial. Con el dedo índice y el del corazón determinaba la anchura y la prominencia de la nariz, y luego reseguía lentamente el contorno de los labios, memorizando cada curva y cada pliegue. Entonces, con el pulgar en la barbilla, extendía su mano por una mejilla, hasta alcanzar la oreja. A veces sus dedos se detenían un momento en el lóbulo, acariciándolo con suavidad, antes de enredarse entre los cabellos. Subía hasta la frente, donde medía su anchura, antes de reseguir las cejas y, finalmente, los párpados y los ojos. Este era el procedimiento habitual, aunque no siempre era necesario completarlo porque mucho antes ya se había formado idea de quién se trataba. A pesar de que solía tener buen ojo, como dirían, para reconocer a la gente, algunas veces, quizás por encontrarse todavía riendo de la anterior transformación, no atinaba. Eso le ocurrió cuando Tonks adoptó las facciones del profesor de pociones. No descubrió quién era hasta que tuvo los dedos enredados en el cabello grasiento, y mientras trataba de desengancharlos, se maldecía por no haber sabido reconocer antes la nariz ganchuda y haber acariciado el contorno de los labios de su profesor con la ternura de un amante. Tonks se reía a carcajada limpia ante la mueca de disgusto del muchacho, pero en la siguiente metamorfosis recompensó el mal trance que le había hecho pasar. Harry reconoció de inmediato la nariz larga de su mejor amigo, y, sin embargo, dedicó más tiempo que en otras ocasiones para acariciar cada milímetro de su piel, como si quisiera grabar a fuego en su memoria cada mínimo detalle de ese rostro que ya jamás volvería a ver. Las lágrimas resbalaban como perlas por sus mejillas en cuando hubo terminado la exploración, y con voz rota, apenas consiguió preguntar:
— ¿Puedesss convertirte en Hermione?
Y Tonks, con el corazón encogido, no podía negarle semejante petición y hacía todo cuanto podía para complacerle, aunque le dolía verle llorar.
— ¿Y en Ginny?
A pesar de que pasaban momentos divertidos, juntos, al final de cada sesión Tonks se transformaba en los mejores amigos del joven. Era una rutina, un acuerdo tácito entre ambos; no había necesidad de palabras. Harry acariciaba sus rostros con mano temblorosa, casi siempre al borde de las lágrimas. Esa necesidad vital de contacto, que no se atrevía a pedir a sus amigos en persona, tenía que recurrir a la metamorfimaga para cubrirla. No era solo cariño, lo que ansiaba, era el reconocimiento, la constatación que el mundo seguía igual que como él lo había conocido, cuando todavía podía mirar el cielo y buscar nubes en forma de hipogrifo. Quería tener el recuerdo de sus amigos bien presentes en su mente, para que pudieran acompañarlo durante sus sueños.
Una noche de luna creciente, Harry rompió la norma. Después de las transformaciones en Sinistra, Flitwick, Pomfrey, Vector y Hooch, la joven bruja ya había adoptado las facciones de su amigo pelirrojo, como de costumbre, cuando recibió una petición inesperada:
— Quiero conocer a la verdadera Tonksss.
Creyendo no haber escuchado bien, le hizo repetir sus palabras: no, no se había equivocado, Harry le pedía que fuera ella misma. Respiró hondamente, en su mente dibujó el rostro de una muchacha insegura y algo desmañada antes de concentrarse en el cambio. Facción angulosa, con pómulos altos y naricilla altiva; labios extremadamente finos y un cabello corto, sedoso. Los dedos del chico se movían con una lentitud mortífera, como la primera vez en que se convirtió en Ron. Pero algo era distinto, no era la caricia de alguien que necesita agarrarse desesperadamente a una realidad conocida; era la caricia de un joven lleno de pasión que quiere explorar y conocer a fondo su verdadero "yo".
— Imítame —le dijo, en un murmullo.
Otra regla que quebrantaban. Hasta entonces, solo Harry había tenido el privilegio de practicar el "reconocimiento táctil", ella solo dejaba que le acariciara el rostro durante las exploraciones faciales con esos dedos que prometían a su afortunada compañera deliciosas noches de ternura y amor. Sentía remordimientos por aprovecharse de las circunstancias de esa manera, de utilizar tan patética excusa para conseguir lo que tantas brujas y magos anhelaban: sentir el contacto suave de Harry en su propia piel. Por eso no ponía reparos en metamorfosearse en su gente cercana, sus amigos del alma, era lo menos que podía hacer por él ¿no? Pero esa noche el muchacho le pedía que ella también participara, que imitara sus gestos, que lo acariciara como hacía él. No solo eso, le pedía que fuera Tonks. Cerró los ojos y levantó la mano derecha, respirando agitadamente. Temblaba, no podía creer lo que estaba a punto de hacer. Pero por más que se repetía que el mozuelo solo tenía diecisiete años, una extraña fuerza la impelía a seguir. Cuando la yema de sus dedos entró en contacto con su rostro lampiño, sintió un escalofrío recorriéndole toda la espalda; hacía ya tiempo que no estaba en contacto íntimo con nadie, y ya no recordaba cuanto sentimiento, cuanto calor podía transmitir una simple caricia. Toda razón la abandonó en aquel instante, sus piernas se derretían como la escarcha, y tuvo que apoyarse con la mano libre en el hombro del chico para no caer. Apenas era consciente de cuán cerca sus cuerpos se hallaban, solo sentía el toque de Harry resiguiendo su rostro, y el temblor del chico bajo sus dedos, que se movían en acción refleja: la nariz, la silueta de los labios, las mejillas, el lóbulo de la oreja... Podía sentir el aliento cálido, nariz pegada a nariz, el roce de sus labios en una tentativa de beso.
— ¿De qué color tienesss el cabello? — preguntó él, haciéndole cosquillas con el simple movimiento de sus labios.
— Rubio plateado — susurró la bruja, al tiempo que sus dedos se disponían a quitar esas gafas negras que estorbaban en sus caricias.
En ese momento Harry saltó y se separó de ella, empujándola hacia atrás con fuerza. Sin decir nada se marchó, huyendo como si hubiera visto al mismísimo diablo. Tonks se quedó mirando la puerta por la que acababa de salir, preguntándose cómo se arruinó el momento
Continuará
