Notas: ¡Uf, qué agobio con fanfiction, que no dejaba subir ningún fic! Menos mal que ya funciona.
Ushiha Yuuna, gracias por el review; jajajaja, por alguna "perversa" razón, mi mente se imagina a Tonks clavadita a suprimo Draco (en versión femenina),pobre Harry...pero no es este el único motivo por el que el muchacho huye... Em,habría actualizado mucho antes si ffnet me lo hubiera permitido, la historia estáya terminada, consta de seis partes más epílogo (sumado con el prólogo, 8 capítulos). Un besín, wapa!
Una última mirada (tercera parte)
Una simple caricia, unos dedos de marfil que reseguían las suaves líneas de su rostro; unos labios finos y delicados que invitaban a ser besados bajo la noche estrellada, junto al haya que le había proporcionado paz y sosiego en más de una ocasión; unos ojos de plata líquida, dos espejos tras los que se escondía un mundo desconocido lleno de promesas pero también peligros, un camino que solo un verdadero Gryffindor se atrevería a seguir; una cascada de hilos de oro, suaves como la seda, donde sus dedos ansiaban perderse; un nombre de cinco letras que de pronto sonaba como la lluvia… y de pronto desapareció. Volvía a encontrarse solo, en la más completa oscuridad.
"Desgarrar... Despedazar... Matar..." Se arrastraba por túneles angostos, largos y sinuosos, trepando por las rocas y sorteando los obstáculos que salían en su camino, avanzando inexorablemente hacia la luz, verde fosforescente. En el suelo encharcado, esparcidos por aquí y allá, se hallaban los huesos de pequeños roedores, restos abandonados de un festín. El incesante goteo del agua subterránea le martilleaba los oídos, como palabras que se repetían en su mente: "Matar... Es la hora de matar..." Después de deslizarse durante una eternidad por las galerías excavadas en la roca, finalmente las paredes se ensancharon para dar paso a una sala enorme, con un techo muy alto que se perdía en el infinito. Una estatua colosal presidía la estancia, una figura ataviada con túnica, de rostro simiesco y una barba que le llegaba casi hasta los pies. Los ojos, dos globos verde esmeralda, proyectaban la extraña luz que lo había llamado. Salazar Slytherin, uno de los magos más poderosos de todos los tiempos. Su alma no había abandonado totalmente aquel lugar, todavía se respiraba en cada piedra, en cada columna, en cada molécula de aquel aire asfixiante.
"Sangre... ¡HUELO SANGRE!" Magnetizado por el intenso olor cobrizo, avanzó entre las columnas, decoradas con serpientes entrelazadas, hasta los pies de la estatua. Una figura envuelta en una túnica harapienta yacía en medio de una charca roja, sangre todavía caliente que escapaba de ese cuerpo a borbotones, robando un poco de vida con cada lágrima escarlata. Se deslizó hasta el borde de la charca y empezó a beber, embriagándose con ese líquido fuente de vida, sintiendo el calor fluir por su interior. Saciada su sed, un baño de sangre, el bautizo como criatura de la noche. Serpenteó hasta aquel cuerpo y se enroscó en un abrazo frío y posesivo, el abrazo del novio de la muerte. Una última mirada antes de la despedida definitiva: cabellos de fuego cayendo sobre un rostro lánguido, salpicado de pecas; la boca medio torcida, por donde fluía un riachuelo de sangre. Sus ojos eran completamente blancos.
Su propio grito lo despertó. Perlas de sudor gélido resbalaban por su frente, su cuerpo tiritaba. Abrió los párpados, y por una vez se alegró de la eterna oscuridad que le rodeaba. Había tenido una pesadilla.
Escuchó los pasos de unos pies descalzos, y podía imaginar una cabeza pelirroja asomándose entre las cortinas.
— ¿Te encuentras bien?
En la oscuridad, buscó a tientas hasta encontrar la mano de su mejor amigo y la estrechó con fuerza entre las suyas. Todavía temblaba, con la respiración agitada, pero la cercanía de Ron le ayudó a recuperar la calma.
— Gracias — dijo, ya más tranquilo. — ¿Qué haría yo sin ti?
El pelirrojo rió.
— ¿Ser el salvador del mundo?
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Con la mirada perdida hacia el firmamento, acariciaba distraídamente el plumaje de su nueva mascota, mientras apartaba de sí el recuerdo de otra caricia imaginaria, la caricia de unos dedos de buscador... El fin se acercaba, podía leerlo en las estrellas: una noche más, en el solsticio... Ahora solo cabía confiar que todo sucediera acorde el nuevo plan.
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A la hora de comer hubo una gran conmoción: Severus Snape había vuelto. Nada más cruzar las dos grandes puertas de madera, el comedor quedó sumido en el más profundo silencio, su mera presencia acalló todas las voces, todos los chismorreos que flotaban en el Gran Comedor se apagaron con su aparición. Todos los ojos seguían hipnotizados esa figura altiva que caminaba con solemnidad, la negra túnica revoloteando a su paso como las alas de una criatura de la noche. El sol del falso cielo se escondió detrás de una nube. Ese silencio sepulcral fue rasgado por una fuerte inhalación, y a partir de ese momento todo el mundo volvió a sus actividades previas, no sin dejar de cuchichear mil y una especulaciones sobre ese regreso inesperado. En días como aquellos, con la sombra de la guerra a la esquina, muchos lo consideraban un milagro. Tal vez había esperanza, después de todo.
El recién llegado giró la cabeza, sus labios se torcieron de repugnancia al ver la fuente de tan indigno sonido que había arruinado el efecto de su entrada. Con la cabeza agachada, la nariz prácticamente adherida al plato, un muchacho de pelo azabache olisqueaba la comida, cual fuera un vulgar perro callejero. "Como su padrino", pensó, sus ojos negros resplandeciendo de puro odio. "Ese chico no tiene modales, su amiga ya podría ayudarle a comer".
Harry era el único que parecía no prestar atención alguna a los rumores y comentarios de sus compañeros, concentrado como estaba en descubrir por qué de pronto ya no le apetecía tomar caldo de pollo. Sumergió el índice para comprobar la temperatura: en su punto justo, ni demasiado caliente, ni demasiado fría. "Los elfos se están volviendo descuidados¿cómo ha ido a parar un hilo aquí?" Y cuando ya iba a retirarlo, los granitos de sémola se arremolinaron a su alrededor, formando una extraña disposición que, o mucho se equivocaba, o nada debía al azar. Con la yema del dedo recorrió la superficie del plato de sopa de izquierda a derecha, cual fuera una hoja de un libro, intentando descifrar algún enigma oculto. Sin resultado. Frustrado, se llevó el índice a la boca y lo chupó para catar el caldo. Definitivamente, los alimentos debían estar escaseando, porque tenía un sabor distinto al habitual.
—... en espiral, hay que agitar la varita en espiral — su mejor amiga, sentada a su lado, aparentemente trataba de enseñar algún hechizo al pelirrojo, pero Harry supuso mejor y volvió a bañar el dedo en la sopa, moviéndolo en círculos. Las largas horas que había dedicado a aprender aquel abecedario para invidentes no habían sido en balde, bajo su tacto los granos diminutos iban formando letras, que a su turno componían palabras, palabras que hubiera preferido ignorar. Su curiosidad inicial se convirtió en desazón cuando poco a poco fue interpretando el mensaje: ella lo sabía todo. No a ciencia cierta, pero tenía una fuerte sospecha de la terrible verdad, y solo le pedía su confirmación.
El corazón se le rompió en pedazos cuando el moreno asintió suavemente, una lágrima escapando bajo las gafas opacas. Instintivamente le pasó una mano alrededor del cuello, como muestra de afecto y cariño, mientras la otra mano secaba esa perla que resbalaba por su mejilla. Quería mostrarle que no iba a abandonarle nunca, quería mostrarle que, ocurriera lo que ocurriera, siempre estaría a su lado. Sin embargo, ese gesto amistoso no consiguió sosegar al muchacho, sino todo lo contrario. Harry había llegado al punto del colapso, necesitaba liberarse de la opresión, de la responsabilidad, olvidar quién era, cuál era su destino. Necesitaba lo que no recordaba haber tenido, lo que le habían arrebatado el día que adquirió su famosa cicatriz: una madre que lo protegiera, que le susurrara y le cantara para ahuyentarle las penas, que lo envolviera en sus brazos llenos de amor. Aunque lo quisiera, ella nunca podría ocupar ese lugar; pero sí podía ofrecerle el consuelo de una amiga. Lo estrechó contra sí, colocándole la cabeza contra su pecho, y empezó a mecerle entre sus brazos y a acariciarle el cabello rebelde, mientras él se deshacía en un mar de lágrimas.
— ¿Puedo... acariciarte? — preguntó Harry entre sollozo y sollozo.
Y si esa pregunta la pilló por sorpresa, nunca dejó entreverlo. Cogió la mano de Harry y la acompañó hasta colocarla sobre su mejilla, luego cerró sus ojos de chocolate y dejó que los delicados dedos del muchacho recorrieran su rostro, con tanta suavidad que no sabía si eran caricias reales o imaginarias.
Ninguno de los dos se dio cuenta de que eran el centro de atención de todo el colegio; de que al otro extremo de la sala, con porte aristocrático y túnica impecable, cierto rubio les saludaba levantando la cuchara en señal de triunfo; de que en la mesa de profesores, sentada entre un semigigante y un enano, cierta metamorfimaga no dejaba de echarles miradas asesinas, mientras su cabello cambiaba del rojo frambuesa al verde esmeralda y luego al gris mercurio, todo ello al ritmo del aleteo de una snitch; de que no muy lejos, justo enfrente de ellos, cierto pelirrojo se levantó airado y abandonó la sala en un arrebato que solo presagiaba tempestad.
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Los entrenamientos se complicaron cuando quiso enfrentarse de igual a igual. A pesar de las protestas de sus amigos, Harry les pidió que utilizaran la varita, pues necesitaba prepararse en las condiciones más reales posibles. Como el director coincidía con él, no tuvieron más remedio que aceptar. Y así fue como se combatió en duelos de verdad, sin que le dieran ventaja por su condición. Tenía que confiar en su intuición para esquivar los hechizos de sus contrincantes y lanzar los suyos en la dirección adecuada, y aunque al principio era un blanco fácil, en poco tiempo aprendió a detectar las pequeñas alteraciones en el aire para determinar la trayectoria de un conjuro. Verle atacar y defenderse con tanto valor era un espectáculo digno de admiración, no en balde era el elegido para derrotar a Lord Voldemort.
Después de varias rondas, el ojiverde podía derrotar fácilmente a Seamus, Dean, Neville o Hermione, e incluso sabía cómo evitar el poderoso hechizo de los mocomurciélagos de Ginny. Pero aún no se había batido contra Draco Malfoy, y se sorprendió al descubrir que eso le inquietaba. ¿Acaso el Slytherin había abandonado el castillo y nadie le había dicho nada¿Acaso se había unido a los mortífagos? En su último encuentro, las acciones del rubio le habían intrigado, había llegado a creer que luchaba en su mismo bando; por lo menos no creía plausible que Albus Dumbledore le hubiera permitido participar en su entrenamiento si no confiara en él. Ahora volvían a asaltarle las dudas; aunque nunca lo confesaría, toda la tarde había estado deseando enfrentarse con su rival, esa era una de las razones que le habían inducido a pedir luchar de igual a igual.
Harry se acercó a Hermione, todavía sentada sobre las frías losas, las largas piernas convertidas en ristras de ajos después del último combate. Susurrando un "finite incantatem", la devolvió a su estado normal y le ofreció la mano para ayudarla a levantarse del suelo.
— Gracias — le sonrió la muchacha, olvidando por un momento que él no la veía. Sus manos permanecieron en contacto más tiempo del estrictamente necesario, hasta que ambos recordaron que no estaban solos, que no eran más que amigos, y que no querían cambiar esa realidad. — Será mejor que me vaya a buscar a Ron.
Le habría gustado acompañarla, mas conociendo el temperamento del pelirrojo, era preferible que no llegaran juntos, no dar una falsa impresión; cuando Ron estuviera más calmado, ya habría tiempo para explicaciones. Se quedó en el umbral de la puerta, concentrado escuchando los pasos de su mejor amiga que se alejaba rápidamente. Por un instante sintió deseos de seguirla, de retenerla junto a su lado. Pero sabía que no podía, no debía...
— Harry¿puedo hablar contigo? — una voz aniñada lo sacó de sus tribulaciones, una voz que pertenecía a una ladrona de rostros, alguien que, por falta de seguridad en su propia identidad, no se conformaba con una sola cara, sino que tenía que adoptar mil caras distintas. Nymphadora Tonks. ¿Cómo podía estar seguro de que el rostro anguloso que había palpado la otra noche era realmente el suyo¿Y por qué le había resultado vagamente familiar? Y el sueño... ¿cómo saber si era ella, o el deseo oscuro de su corazón? Draco…
No le apetecía nada charlar con la metamorfimaga, pero temiendo que, de todos modos, tarde o temprano iba a tener que afrontarla, ese era un momento tan bueno como cualquier otro.
— Mejor a fuera.
Se dejó guiar por el castillo, intentando recordar cada cuadro, cada estatua, cada gárgola de las salas y pasillos que cruzaban. Curiosamente, ahora podía "ver" con mayor detalle las pinturas a las que apenas había prestado atención cuando disponía de visión. Podía imaginar en el tercer tramo de la escalera principal, la niña del aro, con su vestidito de volantes atado con una cinta azul zafiro, su cabello de fuego contra el viento, su mirada tímida y su sonrojo en las mejillas... "¿Una Weasley¿Por qué no me he percatado antes?"; en la antesala del Gran Comedor, la bruja del rostro lleno de arrugas, amiga de la Señora Gorda, con una risita tonta y rodeada de cajas vacías de bombones de licor... "mmm, chocolate..."; en un rincón oscuro, el encantador de serpientes con su flauta mágica, túnica marfil y piel tostada por el sol, una anilla en la oreja y esa mirada cautiva, hipnótica... "deseo acabar pronto..."
Al cruzar la doble puerta, una ráfaga de aire cálido espetó contra su rostro, una mano invisible deseosa de desenredar esas greñas revoltosas que le daban ese aire irresistible, como si recién acabara de despertar. Anduvieron en silencio por los jardines de Hogwarts, Harry dibujándose en su mente el camino que serpenteaba por el prado, hasta llegar junto a la orilla del lago. Allí se detuvieron, bajo el haya. Podía escuchar el calamar bailando en las frías aguas del lago, el vaivén de las olas y las salpicaduras le traían recuerdos de grindylows con largos dedos enredándose entre sus piernas, en un intento de retenerlo bajo el agua para siempre, de sirenas y tritones cantando en una plaza de un pueblo submarino, de cuatro figuras atadas en una escultura de piedra cubierta de algas...
— Harry — la voz de Tonks lo hizo regresar al presente. — Imagino lo que estás pasando y... bueno, Severus ha ido a buscar crisantemos para el antídoto, el último ingrediente... ya verás, pronto serás tú mismo.
Escuchar ese nombre le dolió en los oídos, el profesor de pociones había tenido una idea muy absurda, para empezar, si no fuera porque era el único que podía devolverlo a su estado natural, casi habría preferido que no hubiera despertado del sueño eterno de las estatuas...
— Siento lo que ocurrió anoche — proseguía la chica, intentando captar su atención. — Me dejé llevar por la pasión del momento y... me olvidé...
— ¿Te olvidassste¿Sssabiendo lo peligrossso que era, te olvidassste? — siseó. En aquel momento, una ira irracional invadió al chico, sentía la sangre hervir por sus venas, las fosas nasales se le dilataban, hacía chascar la lengua al ritmo de su respiración agitada. Su cuerpo irradiaba magia descontrolada, mas ese pequeño detalle no parecía asustar a la metamorfimaga, que le tomó la mano entre las suyas y la llevó hacia su pecho, allí donde su corazón se desvivía por salir y saltar a su dueño.
— El amor nos vuelve ciegos... e incautos.
Y atrapó sus labios en un beso de pasión roja como el atardecer, sus manos se perdieron en ese cabello díscolo, deseando no encontrarse jamás. Pasaron segundos, una eternidad, antes de que el muchacho reaccionara; mas la rabia se diluyó con aquel beso, aquellos labios le hicieron olvidarse de todo y de todos, solo importaba Tonks, y el haya junto el lago, y el aroma de los jazmines que lo embriagaba y le hacía perder los sentidos... Y mientras respondía el beso, las manos, por puro hábito, buscaron el contacto de ese rostro tan conocido y desconocido a la vez, esa piel que tantas veces había acariciado, cada vez como si fuera la primera...
Un suspiro escapó de su boca, para quedar atrapado en la del muchacho, cuando unos dedos de fuego recorrieron su mejilla. No cabía de gozo, había arriesgado el todo por el todo al iniciar ese beso, y había ganado... Los labios de Harry danzaban al mismo ritmo que los suyos, deseosos de aprender, de catar nuevas sensaciones. Y ella, gustosa, le enseñó cuantos secretos conocía, la diferencia entre un beso de pasión y un beso de ternura, un beso de dominio y un beso de entrega. Y mientras los rayos caían y las sombras les arropaban en el anonimato, bajo las túnicas abandonadas sus cuerpos se buscaron, y se fundieron, como el chocolate...
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Sonreía, feliz. No se atrevía a mirar al chico que yacía entre sus brazos por miedo a que desapareciera en un sueño de una noche de verano. No había sido su mejor experiencia, pero estaba orgullosa de haber podido enseñar los trucos básicos del arte de amar a un discípulo tan aplicado. A Harry Potter, ni más ni menos... ni en sus mejores sueños lo había creído posible. Y allí estaban, bajo un haya junto al lago, en una de las noches mágicas, la más corta del año... y la más intensa. No lo podía creer, y menos a su edad, cuando ya era raro tener el privilegio de saborear el fruto prohibido de la inocencia.
El joven empezaba a despertar, una sonrisa refleja a la suya. En los cristales oscuros se reflejaba la luna creciente, que les guiñaba desde el cielo. Habría detenido el tiempo en este instante, un segundo para la eternidad...
De pronto el muchacho se abalanzó sobre ella y, del impulso, los cuerpos rodaron hasta la orilla. Ese gesto la pilló desprevenida, no entendía qué sucedía... hasta que vio un rayo violeta impactando allí donde se encontraban segundos antes.
— Vaya, vaya, Potter. ¿Así es cómo entrenas para enfrentarte al Señor Oscuro?
Continuará
