Hola, siento haber tardado tanto en actualizar, y más tenendo la historia acabada... AnyT, es que odio eso de fanfiction, desde mi pc tengo siempre muchos problemas para subir, aparte de que nunca queda como una quiere, siempre hay que revisar los signis de puntuación, y con la de problemas que me da, muchas veces subo capítulo sin estar del todo corregido. Weno, la respuesta a quien llega, está pocas líneas más abajo, así que ¿para qué responder aquí? Mis historias las publico primero en el foro 7 almas (la dirección está en mi perfil, si es que el link va todavía) Y en cuanto a tu review sobre No me olvides... muchas gracias, ya hace tiempo que no escribo nada de esta historia... pero me he puesto a releerla y revisarla, con la intención de continuarla (y a poder ser, acabarla). Ojalá pronto pueda darte la buena noticia de que ya hay un capítulo más subido. Em, hoy pretendía subir más capítulos de Una última mirada, pero ya con los problemas que he tenido, por hoy ya casi será solo este... agradecería que la gente dejara algún review, para compensar el esfuerzo (no pido mucho, me contento con dos)


Una última mirada (cuarta parte)

Se le erizó el pelo en la nuca al escuchar la voz cansina de su rival. Nunca antes se había sentido tan vulnerable como entonces, medio desnudo en el claroscuro de una noche de verano, su cuerpo todavía temblando con el cosquilleo de emociones confusas por la pérdida de la inocencia. Y más incómodo se habría sentido de haber sabido que era objeto de la mirada escudriñadora y llena de deseo de aquellos ojos de mercurio ardiente, unos ojos idénticos a los que aparecieron en su sueño.

— Vigilancia constante — dijo Draco Malfoy, imitando al que fue su profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras en su cuarto curso. — ¿Acaso no aprendiste nada, Potter?

A Harry se le escapó la risa al recordar cierto incidente durante aquel año.

— Que quiero un hurón albino como massscota.

Un silencio más largo de lo estrictamente necesario; ¿fue un suspiro lo que escapó de los labios de su rival?

— No te rías... Harrylisco. Conozco tu secreto monstruoso.

Las palabras envenenadas del Slytherin le hicieron ver verde en su mundo de tinieblas. Se volvió a desatar su cólera; las oscuras aguas del lago, plácidas hasta entonces, se agitaron formando remolinos y olas que danzaban al ritmo vertiginoso en que los pensamientos asesinos se sucedían en su cabeza: "Desgarrar... Despedazar... Matar..." Se levantó y empezó a avanzar amenazadoramente hacia donde se hallaba el rubio. Aún sin verlo, sabía exactamente donde se encontraba, podía imaginar su sonrisa sarcástica, una sonrisa que deseaba arrancar de su rostro, hacerla desaparecer para siempre: "Matar... Es la hora de matar..."

— ¡Harry, no!

La metamorfimaga se había lanzado hacia él y ahora lo asía por el brazo con fuerza, intentando evitar lo inevitable. Intentar detener un duelo entre Harry y Draco era como intentar detener el sol en su camino, como detener el tiempo de un reloj de arena, o como detener la propia muerte.

— Oh, por lo menos no tienes mal gusto — Draco se divertía ante tan patética escena, ignorando el peligro. La piel blanca e inmaculada de la muchacha, el cabello plateado, acariciado por la luna, le resultaba gratamente... familiar. Casi como contemplarse frente a un espejo. — ¡Qué lástima que algunos Black se echaran a perder!

De no ser por la mano de Tonks que lo retenía firmemente, Harry habría saltado al cuello de su enemigo, lo habría estrangulado con sus propias manos hasta que lanzara su último suspiro. ¡Y pensar que toda la tarde había deseado encontrarse con Malfoy!

— Déjame acabar con el mortífago.

— ¿Eso es lo que piensas, Potter¿Qué soy un mortífago? — en su tono se mezclaba la incredulidad y el regocijo. — Si lo fuera, te habría matado aquí mismo…— "después de probar tus labios".

Harry se mordió la lengua para no revelarle que ni aun queriendo, no le podría haber hecho nada, que existía una profecía que, irónicamente, a la vez que le condenaba, le protegía. Solo Voldemort tenía el privilegio de acabar con su vida, si él no le vencía antes y acababa con esa pesadilla de una vez por todas. El Bien y el Mal se enfrentarían pronto en un combate donde no había lugar a gris; por lo menos no en ojos de mucha gente.

— He venido porque quería asegurarme de que estás preparado para la batalla final, para poner a prueba tus reflejos ante un ataque sorpresa… — "para contemplar la perfección de tu cuerpo." — Impresionante, Harry...

No le gustaba nada el tono empleado, ni el uso de su nombre, por primera vez que tenía recuerdo, ni esa pausa que se eternizaba... decididamente, no le gustaba nada. La mano de Tonks se cerró con más fuerza alrededor de su antebrazo izquierdo, las uñas se le clavaban en la piel; cinco lunas crecientes quedarían, rojas, como marca. Lo que daría por ver a Malfoy en ese instante, para averiguar qué cruzaba por su mente.

—... pero mejor te vistas de una vez, no sea que el Niño-que-vivió se nos vaya a resfriar.

En menos que canta un gallo, el chico se zafó de la zarpa de la joven mentora y amante, y con un simple movimiento de la varita, aparecida por arte de magia, se cubrió con las ropas y la túnica esparcidas aquí y allá. Los otros dos apenas salían de su asombro: no sabían de lo que Harry era capaz.

— ¿Asssussstado, Malfoy?.

— ¡Eso quisieras tú!.

Y sin el saludo de rigor, empezó el combate. Harry medio tropezaba con las piedras y raíces que no veía, aunque su rival no tenía mucha mejor visión, pues la luna se había escondido tras una enorme nube negra como la sombra de un dementor. Los hechizos que se lanzaban no eran juego de niños, casi rozaban las imperdonables, y de haber dado en el blanco, habrían dejado a la víctima en situación más que apurada. Ninguno de los dos quería realmente dañar al otro, pero el odio acumulado durante tantos años salió a flor de piel, y por un instante olvidaron que aquella no era una lucha a vida o muerte.

Tonks quería detener aquella locura cuanto antes, pero ninguno de los dos la escuchaba. Su intervención se limitaba a suavizar el efecto de los hechizos, o a desviar el curso, mientras buscaba desesperada alguna forma de detener el duelo. Una fuerte explosión tuvo el efecto deseado.

oºoºoºo

Desconcierto y gritos de pánico sucedieron a la fuerte detonación. Algunos chiquillos preguntaban qué había ocurrido, pero la mayoría no esperaban una respuesta: corrían en tropel hacia el retrato de la Señora Gorda, empujándose unos a otros, tropezando y pisando a los que caían. El momento que todos temían, había llegado.

En una de las habitaciones de la torre, dos jóvenes separaron sus labios y se miraron a los ojos.

— Han caído las defensas del castillo — anunció la muchacha, con una serenidad imperturbable, casi inhumana.

El pelirrojo la estrechó una vez más, mientras su mente de estratega ideaba un plan de acción. Una guerra era una partida de ajedrez, había que calcular cada movimiento, anticipar la jugada del enemigo, sacrificar piezas para ganar la partida; aunque las piezas fueran vidas humanas. Eso era algo que había aprendido durante el primer año en Hogwarts, en la última prueba antes de llegar a la Piedra Filosofal, y a Quirrell, con su indeseable inquilino oculto bajo el turbante púrpura. Mas en esa batalla estaba en juego no solo las vidas de los habitantes del colegio, sino la suerte del mundo mágico, y le resultaba más difícil tomar ninguna decisión, especialmente cuando las piezas eran otras vidas que no la suya únicamente.

— Hermione, tú llévate a los pequeños hasta las cocinas, de primero a cuarto. Los mayores saldremos a defender el castillo.

En sus ojos cristalinos había tanta determinación que la chica no pudo más que asentir con la cabeza, sin posibilidad de cuestionar la orden. Sabía que ella no quería quedarse en la retaguardia, mientras sus amigos y compañeros salían a luchar a primera línea de fuego, pero como delegada del colegio, era una figura de autoridad para los más pequeños, y un ejemplo a seguir. Debía inspirarles calma y confianza, o de lo contrario los niños echarían a correr en barahúnda, cada uno por su lado. Y ese era un riesgo que no podían correr. Tenían que apresurarse, ya se escuchaban gritos y correteos en la sala común.

Echó una última mirada a la habitación que compartía con sus compañeros, las cinco camas con dosel escarlata y un baúl de madera a los pies; las paredes cubiertas con pósteres de las jugadoras de quidditch favoritas, saludando y besando a la cámara, ajenas al drama que se desarrollaba a su alrededor; las mesillas de noche repletas de chocolatinas y caramelos, plumas y pergaminos, libros de quidditch y estrategias de defensa; los montones de ropa del día anterior tirada por el suelo; en un rincón, un par de gorros de lana y unos calcetines dispares, uno verde esmeralda y el otro a rayas grises y rojas.

Sintió un suave apretón en la mano, un sencillo gesto que transmitía todo lo que las palabras no bastaban para decir, un gesto de amor, esperanza y desesperación, confianza en el otro, un "adiós" y un "hasta luego", un "te quiero" y un "todo acabará bien", o un "sé fuerte por mí, aunque no volvamos a vernos nunca más". Los ojos se le humedecieron, pero no había tiempo para lágrimas, había que ser fuerte, no vacilar ante el enemigo, que explotaría la más mínima vacilación, el más mínimo error. Ya estaban perdiendo un tiempo precioso.

Con un último beso se despidieron, listos para entrar en campo de batalla.

oºoºoºo

El sublime arte de preparar pociones requiere grandes dosis de paciencia, muchos magos y brujas han fracasado por el mero hecho de no poseer esa cualidad, por impacientarse mirando el burbujeo del caldero hirviendo a fuego lento cuando el tiempo apremia. Cada cosa a su tiempo, y un tiempo para cada cosa.

— ¿Ya has echado la esencia de bergamota?.

La joven aprendiza asintió, su melena roja revoloteaba con la furia de miles serpientes de fuego.

— Bien, entonces solo falta añadir los crisantemos y las escamas de basilisco.

En breve tendrían el antídoto para poner fin a sus pesadillas.

oºoºoºo

Los oídos le silbaban, el eco de la explosión todavía le martilleaba los tímpanos, ahogando cualquier otro ruido. Se había quedado inmóvil, escuchando, como si en ese silbido pungente pudiera hallar la respuesta. Por unos segundos, por una eternidad, el mundo había desaparecido. Había quedado solo en la oscuridad, en un universo vacío, donde solo existía él y ese intenso dolor en los oídos... De repente lo acometió una extraña sensación, un burbujeo que nacía en la punta de sus pies y ascendía por sus extremidades, arriba, arriba como la espuma, en un cosquilleo hilarante que recorría su cuerpo, sus piernas, sus muslos, su vientre y allí donde la espalda pierde —apocada— su nombre, cruzaba el ecuador de la cintura y subía por el torso; y al llegar al pecho se dividía, y una parte de ese flujo circulaba por los brazos hacia las manos y moría en la yema de sus dedos, la otra seguía su ascenso por la garganta hacia la cabeza y salía por su boca en una sonora carcajada, y las orejas se le desatascaron con un plop, como quien descorcha una botella de champán, y su cerebro celebraba la llegada de esa corriente aliviadora sumergiéndose en el olvido momentáneo, embriagándose con el agua balsámica de la ignorancia. Alguien le había lanzado un hechizo para que saliera de su estado catatónico: Draco.

Cuando sus sentidos recuperaron la razón, sus mejillas se tintaron de rojo, avergonzadas de esa risa inapropiada. Porque había llegado la hora. Podía escuchar el tamborileo incesante de pequeñas detonaciones, la lluvia ácida de mortífagos y criaturas de la noche que se aparecían en los terrenos del colegio. Podía escuchar movimiento en el castillo, profesores y alumnos colocándose en posición, listos para resistir el ataque. Podía sentir la oscuridad cerrándose sobre ellos, una amenaza fría más peligrosa que las criaturas que salían del bosque. Podía oler el miedo, la incertidumbre, la esperanza y el desespero, la determinación. La expectación latente se hacía insoportable.

— Vamos, Potter. Que el Lord Oscuro te espera.

Draco Malfoy se alejaba. Harry vaciló, no sabía si se suponía que debía seguirle. Sus dudas se disiparon cuando Tonks, ya completamente vestida, le agarró por el brazo y lo condujo por los jardines de Hogwarts, siguiendo los pasos del Slytherin, hacia el campo de batalla, hacia un destino que no podía eludir.

Un ululo lúgubre, prolongado, marcó el inicio del fin. Los hechizos llovían por doquier, desde el baluarte del castillo hacia el campo abierto, pero, sobre todo, en los límites del Bosque Prohibido, cerca la cabaña del guardián de las llaves. De las sombras seguían apareciendo figuras encapuchadas, mensajeros de la Muerte, con sus rayos tan destructores como las hoces. Y los moradores del castillo luchaban con la fuerza de la desesperación, defendiéndose con uñas y dientes. No estaban solos: criaturas de la luz acudían en su ayuda, seres mágicos que no solían inmiscuirse en los asuntos humanos, venían para defender su territorio, perseverar su mundo. No podían mantenerse al margen por más tiempo, en esa guerra no se podía permanecer neutral.

En su mundo de tinieblas, Harry percibía las distorsiones en el aire provocadas por los encantamientos, ondas y burbujas que se propagaban y colisionaban como en un caldero hirviente, y en un par de ocasiones tuvo que detenerse en seco, agacharse o abalanzarse sobre Tonks para apartarla de la trayectoria de un maleficio presto a arrancarle la vida.

Cuando ya debían hallarse cerca de la cabaña, un grupo de alumnos se les unió. Se colocaron a su alrededor en una maniobra que reconoció enseguida, la habían ensayado una infinidad de veces durante las reuniones del Ejército de Dumbledore: le rodeaban para protegerle, actuando de escudos humanos. "Eso es idea de Ron", pensó el muchacho, entre orgulloso e indignado. Era extraño que todos aquellos jóvenes valerosos lo siguieran ciegamente, cuando él no podía confiar en sus propios ojos, y estuvieran dispuestos a sacrificarse con tal de que él sobreviviera. También era extraño que aceptaran la presencia de Malfoy sin cuestionarla, solo porque estaba en su compañía. En otras circunstancias se le habría antojado una locura, habría echado de menos la voz de la razón.

Una muchacha, "¡Ginny!", le había cogido la mano y había deslizado un pequeño frasco en forma de lágrima dentro de su puño.

— Toma — le susurró. — El antídoto para después de la batalla.

"Si es que existe un después." Pensó, agriamente, mientras se guardaba la botellita en el bolsillo. Antes de poder darle las gracias siquiera, ella ya había regresado a su posición.

Un grupo de mortífagos salió a su encuentro.

— Vaya, vaya — sonó una voz falsa de bebé. — ¡Si son Potter y sus amigos!. ¿Ya has aprendido a lanzar una maldición, pequeño?. ¿Ya sabes cómo disfrutar infligiendo dolor?.

Harry se giró, cerraba los puños con fuerza, de la rabia y el enojo que apenas contenía. Reconocía aquella voz como Bellatrix Lestrange, fiel vasalla de Voldemort y la causante de la muerte de su padrino.

— Sssí.

— ¡Crucio! —"¡Maldita perra! ..."

Alguien se interpuso en la trayectoria de esa imperdonable, que sin duda iba dirigida hacia él; a juzgar por los gritos desgarrados, apostaría por Zacharías Smith, el Hufflepuff que en un principio había discutido su liderazgo pero que se había convertido en uno de los más fervientes luchadores por la causa. Marcó el inicio del intercambio de hechizos entre ambos batallones.

— ¡Impedimenta! — "... ¡me la pagarás!"

— ¡Diffindo mens! — "¡Bien, Ron!"

— ¡Dembshëmevdejske! — "¿Qué diablos...?"

— ¡Mocomurigus! — "¡Esa es mi..."

— ¡Desangriocorpus! — "...Ginny!"

Sus oídos se volvían sordos con los gritos y los golpes de los cuerpos que caían a su alrededor, víctimas de ambos lados. La cabeza empezaba a darle vueltas a causa del hedor de muerte y destrucción. Apenas podía refrenar sus instintos animales, sus deseos de matar, desgarrar... "Sangre... ¡HUELO SANGRE!"

— ¡Crucio! — "¿eh?"

Se sorprendió no solo de que Neville lanzara un cruciatus, sino de que lograra lo que él no había conseguido dos años antes, que realmente tuviera efecto. No conocía esa faceta de su compañero, lo que eso implicaba. Ninguno de sus amigos tendría que encontrarse involucrado en esa lucha desesperada, en esa guerra que se había convertido en un asunto personal entre Voldemort y él. Eran demasiado jóvenes para morir.

De forma instintiva se llevó las manos hacia las gafas oscuras. ¿Qué sentido tenía, seguir en las tinieblas, impotente, cuando junto a él sus compañeros combatían y sacrificaban sus vidas en esa absurda batalla? Mas la metamorfimaga, que no se había separado de su lado en ningún momento, lo detuvo, en un gesto delicado pero firme:

— ¡Harry, amor, vete!. ¡Ahora!. ¡Recuerda cuál es tu misión!.

El chico habría protestado, pero no había tiempo. Como tampoco había tiempo para analizar el estremecimiento que sintió cuando otra mano, fría pero segura, se cerró sobre la suya y se lo llevó de allí, antes de que pudiera pronunciar un "te quiero." ¿O acaso esas palabras sí habían escapado de sus labios¿acaso no era imaginaria la respuesta inesperada que creyó escuchar, una letra arrastrada tras de otra: "yo también"?

— ¿Dónde me llevasss, Malfoy? — preguntó, mientras los dos se arrastraban hacia la entrada del bosque, eludiendo los hechizos que caían a su alrededor. Su corazón palpitaba acelerado ante la proximidad del otro chico, cuyo aliento jugaba contra el cabello de su nuca; no podía evitar estremecerse cada vez que le agarraba de la cintura para guiarle el camino.

— Ante el Lord Oscuro¿qué esperas?. Tengo tanto interés como tú a que acabes con él de una vez por todas.

No transcurrió mucho tiempo antes de que, finalmente, llegaran a su destino. Harry percibía la sombría presencia de su enemigo.

— ¡Serpensortia!.

Y entonces sintió un tirón en la punta de la nariz, como si una aspiradora lo absorbiera, y sus pies abandonaron el suelo, como si se hubiera lanzado de cabeza al vacío.

Harry Potter había desaparecido.

Continuará