Una última mirada (séptima parte)
Sus ojos de azabache recorrieron la estancia, estudiando con especial interés el área de trabajo. Con las prisas, habían tenido que abandonar los potes y jarras sobre la mesa, el antiguo libro de pociones todavía abierto por la página 529. Sabía la fórmula del antídoto deshibridador de memoria, la lista de ingredientes, las instrucciones, los consejos y advertencias: "En un caldero con agua hirviendo, echar siete pares de ojos de tritón, 137 gramos de raíz de jengibre triturada, una pizca de polen de mandrágora adulta y cinco gotas de sangre de gata en celo." Aún recordaba el episodio con Minerva McGonagall cuando le había preguntado si podía extraerle sangre mientras ella tenía una fantasía sexual en su forma gatuna. La severa mujer se había quedado mirándole como si acabara de encontrarse un Crumple-Snorkack Astado. Había tenido que dejarle leer el libro, y argumentarle por qué prefería su sangre a la de otra gata, pongamos la señora Norris, para que la jefa de Gryffindor accediera a su petición; aunque de haber sabido que tendría que vestirse con el traje típico escocés, con falda a cuadros y sin nada debajo, para despertar la libido de su colega, quizás habría buscado otra alternativa. "Dejar hervir durante 2 horas y 17 minutos, removiendo la mezcla cada trece minutos, siete vueltas en sentido contrario a las agujas del reloj. Echar dos gotas de esencia de bergamota a la vez que se susurra el nombre mágico del híbrido (consultar el anexo en la página 863: "Nombres mágicos y las fases lunares.") Es importante asegurarse de que la esencia floral que se utilice para activar las cualidades metamórficas de la poción sea de bergamota o, en su defecto, de cualquier otro cítrico. El uso de una esencia errónea puede anular el efecto deseado, o alterarlo según las propiedades de la flor. Cuando la mezcla adquiere la consistencia espesa del jarabe, agregar 20 flores de crisantemo y una pluma, escama o pelo del ser que se quiere eliminar del híbrido. Se recomienda preparar el antídoto con un máximo de siete horas antes de su administración."
Por un instante imaginó que la joven aprendiza habría susurrado un nombre mágico erróneo, pero eso no explicaba el fuerte aroma que desprendía el pequeño frasco. Ginny debía haberse confundido de esencia floral. Cogió la jarra medio llena de un líquido ambarino y miró la etiqueta: con letra pulcra y refinada, en tinta verde, se leía "Esencia de bergamota". Tendría que haber dado más crédito a las habilidades de su ayudante, la joven Weasley había demostrado en numerosas ocasiones que tenía una destreza excepcional para elaborar pociones, de lo contrario nunca la habría aceptado como aprendiza. Ya depositaba la jarra sobre la mesa para examinar el siguiente frasco, cuando tuvo una corazonada y la volvió a acercar a su ganchuda nariz. El olor que le asaltó no era la suave fragancia cítrica de las bergamotas, era un aroma mucho más intenso y embriagador, casi sensual: jazmín. "Perfecto. Ahora tenemos a un medio basilisco con sus instintos sexuales totalmente desinhibidos". Un resoplido escapó por la nariz al imaginarse a su colega metamorfimaga junto con aquel... monstruo, aquella criatura horrenda que habían creado.
La pregunta era¿por qué había esencia de jazmín en la jarra donde se suponía que estaba la bergamota?. Aquella misma mañana había comprobado que tenían todos los ingredientes del antídoto a mano, excepto los crisantemos. Estaba seguro que aquella mañana el contenido de la jarra era esencia de bergamota. Alguien se había infiltrado en el laboratorio durante su ausencia ¿pero quién?. Escasas personas tenían acceso allí: Albus Dumbledore y los Jefes de las Casas, el conserje, los elfos domésticos, Ginny Weasley y quizá su amiga lunática; por más que le hubiera prohibido revelar la contraseña, casi seguro que había acabado confiándola a Luna Lovegood. Oh, desde luego que en alguna ocasión algún estudiante había logrado inmiscuirse en el laboratorio; los gemelos Weasley, por ejemplo, cuando intercambiaron las alas de mosca por las de doxy, que resultó con una poción estimulante fallida y siete alumnos a la enfermería, o el mismísimo Potter, en dos ocasiones: en su segundo curso, que le robó la piel de serpiente arbórea africana y el polvo de cuerno de bicornio, y en cuarto curso, las branquialgas. Probablemente también tenía que añadir a la lista a sus amigos, en particular a la Sabelotodo, y a algunos Slytherins, sus alumnos favoritos... De pronto las piezas empezaban a encajar.
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Al acercarse al vestíbulo distinguió el sonido sordo de unos pasos que se acercaban apresuradamente. Se escondió en las sombras, bajo la escalera principal. Justo a tiempo, la señora Pomfrey acababa de cruzar la doble puerta, el cuerpo diminuto del profesor Flitwick flotaba delante de ella, a un metro del suelo. Y cuando ya desaparecían por uno de los pasillos, dos brujas más entraron al castillo, la mayor de ellas cojeaba y tenía que apoyarse a la más joven para andar. Venían en absoluto silencio, apesadumbradas por los horrores que habían vivido aquella noche. Sus dedos, nerviosos, acariciaban las negras plumas de su ave, que dormía; la lentitud en el andar de aquellas dos mujeres conseguía exasperarle, el tiempo apremiaba. En un cuadro cercano, una figura de tez oscura con una anilla de oro en la oreja le guiñó un ojo. Sonrió: "Quiero encontrarme con Harry Potter a solas", deseó con todas sus fuerzas. El hombre del cuadro le dedicó una pícara sonrisa antes de llevarse un pequeño objeto de madera a sus labios, una flauta para hechizar serpientes, y desaparecer, probablemente para visitar alguno de sus otros cuadros esparcidos por el mundo.
No había transcurrido ni medio minuto que el joven Gryffindor apareció por el umbral de la doble puerta, solo, sin la molesta compañía de la metamorfimaga. Todo salía a pedir de boca. No hacía falta ser un genio para conseguir los sueños, solo había que encontrar uno, y saber formular los deseos. El muchacho caminaba con una resolución que asustaba, su pelo díscolo flotaba en todas direcciones, osando desafiar las leyes de la armonía. Sacudió la cabeza con desdén. Esa maraña pedía a gritos los cuidados de un estilista, o las caricias de un amante. Él mismo podría domar y peinar el cabello de Harry si dispusiera de más tiempo, pero ya se acercaba el alba.
— Hola, Harry — le saludó, arrastrando las palabras en ese acento aristocrático tan suyo, marca de familia. — Te estaba esperando, amor.
El otro chico se detuvo, con un estremecimiento involuntario. Le encantaba provocar esa clase de reacciones en su eterno rival. Esa o cualquier otra reacción; a decir verdad, no era ningún secreto, que Draco Malfoy disfrutaba provocando a Harry Potter.
— ¿Malfoy? — los ojos verdes fluorescente examinaban la sala sin encontrar a nadie.
— ¡Harry!. ¿Cómo se te ocurre deambular por aquí sin gafas?. Ya sé que mueres por verme, — "por ver mi cuerpo perfecto que tanto ansías acariciar" — pero tu conciencia no podría cargar con la culpa de mi muerte ¿verdad?. Anda, ponte las gafas y dime dónde quieres que te lleve...
"Déjame llevarte a mi alcoba, Harry, y juntos veremos el amanecer de un nuevo día, empezaremos una nueva vida. Seremos los más poderosos, Harry…"
"Llévame a tu cama, Draco, muéstrame la diferencia entre Venus y Marte, sacia mi curiosidad, mi deseo ardiente. Protégeme en tus brazos, dame tu calor. Juntos podemos ser felices, Draco…"
Sin embargo, ninguno de los dos se atrevió a confesar su deseo oscuro en voz alta, y el encantador de serpientes seguía desaparecido. El chico moreno se puso las gafas a desgana. No estaba para los juegos del Slytherin, se le notaba tenso. Y él se divertía, no podía negarlo; se le acercó con sigilo hasta acortar la distancia, hacerla casi inexistente. Las siguientes palabras fueron susurradas al oído, aunque no exactamente las que él hubiera deseado pronunciar.
— Venga, que te acompañaré a hacer una visita al culpable de todo este lío, estás deseando verle... — su mano libre rozó la mejilla imberbe del Gryffindor y se posó en el hombro. Sonrió al notar que se le erizaban los pelos en la nuca y se ruborizaba como una tímida muchacha. — Estará en su despacho, bebiendo un té, o un sorbete de limón.
— ¿Dumbledore?. ¿Te refieresss a Dumbledore? — preguntó, con voz extraña.
Le miró con ojos atónitos. Sabía que el muchacho no brillaba por su inteligencia, precisamente¿pero cómo podía ser tan denso?
— ¿Quién crees que ha planeado todo esto?. ¿Los enanitos-cupido de Lockhart?.
Como respuesta obtuvo un siseo que, con mucha imaginación, podía llegar a asemejarse al nombre del profesor de pociones. Se echó a reír a carcajada limpia, y más ante la visible tensión del moreno, que apretaba los puños con fuerza para resistir el deseo de girarse y echarle las manos al cuello, o darle un bofetón.
— ¿Qué te hace tanta gracia, Malfoy?.
Con grandes esfuerzos consiguió ahogar la risa.
— Draco.
— ¿Qué? — exclamó Harry, enojado, sin llegar a comprender el juego turbio del Slytherin.
— Llámame Draco… o si lo prefieres, llámame tu ángel de miel.
Volvió a reír ante la reacción causada por sus palabras, que consiguieron encender las mejillas del Gryffindor del color escarlata, haciendo honor a su casa. Tal vez todavía había esperanza, tal vez no era demasiado tarde para cambiar de mascota: un león en la cama era mucho mejor que cualquier ave, aunque fuera la gallina de los huevos de oro. "Llámame por mi nombre, Harry; una sola vez, y cambiarás nuestro destino. Te prometo que intentaré hacerte feliz."
— Aún no me hasss contessstado — "Draco", sus labios se negaban a pronunciar ese nombre que en sueños había repetido en lugar del de su chica. Si lo pronunciaba en vigilia, admitiría su más oscuro deseo. — ¿Qué te hace tanta gracia?.
— Tu inocencia. ¿De veras crees que Snape es el culpable?.
— Él me dio la poción.
— Cumpliendo órdenes, evidentemente. Piensa un poco. ¿Quién es que siempre ha decidido tu destino?. ¿Quién ha juzgado siempre qué era lo más conveniente para el mundo mágico?. ¿Quién dirige a los demás como piezas de ajedrez?. Eres la reina, Harry; valiosa para la batalla, sí, pero hay veces que debe ser sacrificada para ganar la partida.
Casi podía escuchar los engranajes del cerebro del otro muchacho tratando de asimilar el significado escondido de sus acusaciones. "Eres la reina, Harry", una línea brillante para un musical de Broadway... ¡qué lástima que su compañero de reparto no estuviera a la altura!. ¡Qué lástima que la coreografía no incluyera un baile lento donde ambos danzaran pegados al mismo compás!. ¿O sí?
— Pero Albusss... ¡él nunca lo haría!.
Enarcó la ceja, aunque el otro no pudiera advertir ese gesto.
— ¿Y cómo estás tan seguro? — inquirió. El silencio le animó a proseguir; por mucho que se divirtiera jugando con su mente, tenía que convencerle pronto. "O conseguir arrancarle mi nombre. Harry, llámame Draco…" — Snape puede tener parte de culpa también, tendría que haberte explicado los riesgos y los efectos de la poción antes de convertirte en medio basilisco. Pero ese plan no habría podido ponerse en práctica sin el consentimiento del director. ¡Por las serpientes de Salazar!. ¿Acaso crees que Albus Dumbledore iba a dejar que alguien convirtiera a su niño de oro en un monstruo, si no formara parte de alguno de sus planes maquiavélicos?. Ahora Snape estaría pudriéndose en una cela de Azkaban, y no tratando de encontrar un antídoto para curarte...
Hizo una pausa y estudió el efecto de sus palabras en su compañero, que se debatía entre creerle o seguir con sus primeras impresiones. Harry siempre había odiado a Snape, y ahora no parecía dispuesto a abandonar la idea de que él era el culpable, para adjudicar ese dudoso privilegio a su querido Dumbledore. Empezó a andar en dirección al despacho del viejo director, Harry simplemente se dejaba llevar.
— Acuérdate de lo rápido que Snape regresó a la vida, después de que lo petrificaras... ¿Sabes lo que significa eso, Harry? — el moreno se limitó a negar con la cabeza, mientras miles de ideas flotaban en su cabeza. — Pues que tenían mandrágoras adultas, a punto para cualquier eventualidad. No todos los años se plantan mandrágoras, deberías saberlo. Acuérdate de nuestro segundo curso... ¡Snape no podía decidir que ese año se volvieran a plantar mandrágoras!.
Siguieron andando unos pasos, cuando Harry se detuvo y olfateó el aire, intentando identificar el olor que desprendía el bulto que Draco llevaba bajo el brazo.
— ¿Cómo ssse llama tu lechuza…? — preguntó, mordiéndose el labio inferior para no dejar escapar un nombre: "Draco".
Aún no lo había pensado, pero los labios de amapola de Harry le inspiraron la respuesta:
— Coquelicot.
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Retortijones. De todas las posibles causas que podrían haber impedido su presencia en la última batalla, tenía que ser la más absurda, precisamente. Tal vez el caldo no le había sentado demasiado bien... Ni siquiera su edad respetable, más de siglo y medio, le había debilitado hasta el punto de considerar el traspaso del mando de la Orden del Fénix a alguien más joven y con más energía. Pero los retortijones le habían imposibilitado abandonar sus aposentos llegado el momento crucial. Solo podía confiar que todo hubiera salido según lo previsto. Confiaba en que tanto Harry como Snape hubieran podido desempeñar su papel.
Había sentido que la magia de Voldemort se desvanecía para siempre. Eso significaba que al fin había muerto. Harry lo había logrado, Tom Sorvolo Ryddle ya no volvería nunca más... ¿No era ese motivo de celebración? Muy pronto, en cuando corriera la noticia, todo el Mundo Mágico estaría de fiesta. Phineas Nigelus, que acababa de despertar de su sueño, le avisó de que había un par de alumnos ante la gárgola de piedra recitando el nombre de todos los dulces y golosinas que se les venía en su imaginación.
— Plátano frito con miel — susurró el anciano, mientras se acercaba hacia la ventana. El cielo se pintaba de un color claro que anunciaba que muy pronto amanecería. En la percha del rincón, su fiel pájaro de fuego empezó a removerse, inquieto. Se giró, consternado por el extraño comportamiento del fénix.
— ¿Qué sucede, Fawkes¿A ti también te aquejan los retortijones? — preguntó, con un atisbo de sonrisa. En ese momento alguien irrumpió en su despacho. Alguien visiblemente enfadado; percibía su magia a niveles muy elevados, casi fuera de control. Sin necesidad de girarse hacia la puerta, supo de quién se trataba.
— Ah, señor Potter. Llega a buena hora. Pronto saldrá el sol... ¿Le apetece tomar un té? Ah, pero no dejemos a su amigo fuera, esperando. Que pase, que pase también.
— ¿POR QUÉ?
Si Albus Dumbledore se había sorprendido ante la rabia que impregnaba esta simple pregunta, su semblante no dejó entreverlo. Seguía con la mirada fija en su mascota, que se movía de un lado a otro de la percha, dispuesto a atacar.
— Fawkes, es Harry — murmullaba el viejo director, tratando de tranquilizar al pájaro.
Quizás por el pequeño empellón de Draco en la espalda, quizás porque no le gustaba sentirse ignorado, Harry avanzó hacia su hasta entonces adorado director, que seguía dándole la espalda.
— ¿Por qué lo ha hecho? — insistió. — ¿Por qué me convirtió en monssstruo?.
No era fácil encararse a la ira del joven, ya habían vivido una situación similar apenas hacía un par de años. Como en aquella ocasión, inocentes habían muerto, y el chico no parecía entender que en una guerra había que hacer sacrificios personales para garantizar el bien de la mayoría.
— Harry... era necesario, y lo sabes. Era la única forma de vencer a Lord Voldemort.
— ¡Pero debería haber preguntado antesss!. ¡Tendría que haberme advertido que misss amigosss podían morir!.
Eso no se lo esperaba. ¿Qué había sucedido en la batalla¿Por qué nadie le había informado de nada?. Ni los profesores, ni los cuadros, ni Dobby... Ni siquiera la bola de cristal, que había rodado y se había caído del estante, rompiéndose a pedazos…
— Mestizo de sangre… — decía una figura de niebla, en tono repetitivo.
Parecía que con la caída de las defensas del castillo, todos los artilugios mágicos se habían vuelto locos, porque ahora el chivatoscopio se había puesto a zumbar.
— ¿Qué ha ocurrido, Harry?.
— ¿No lo sssabe?. ¡NO LO SSSABE!. RON HA MUERTO, Y GINNY TAMBIÉN.
— No te culpes por cosas que escapan de nuestras manos, Harry... —dijo, todavía sin mirarle.
— Oh, no. Sssi esss que no me culpo... ¡PORQUE LA CULPA LA TIENE USSSTED!.
Se echó atrás, sorprendido. Ese no era el Harry que conocía, nunca se atrevería a acusarle de ese modo. Aunque bien podía ser que el reptil impusiera su personalidad y le llevara a lanzar aquellas palabras envenenadas. Miró a través de la ventana, el primer rayo dorado acariciaba la cima de las montañas. Unas palabras llegaron arrastradas en un susurro:
— Harry, tranquilízate. Todavía podemos marchar, y olvidarnos de esta trágica noche…
— Oh, no, ahora no. Ya es demasssiado tarde, Draco. — ¿Draco Malfoy?. ¿Qué hacía Malfoy en compañía de Potter?. ¿O acaso eran solo las imaginaciones propias de un anciano? — ¡ALBUSSS!. ¡MÍRAME!.
Varias cosas sucedieron a la vez. Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore, Orden de Merlín primera clase, director de Hogwarts y jefe supremo del wizengamot, el mago que había derrotado a Grindelwald, se giró y sucumbió ante una mirada verde como el avada kedavra. Coquelicot, el gallo negro con el nombre francés, criado como materia primera del caldo, y propiedad de Draco Malfoy en los últimos días, con la llegada del amanecer se despertó y cantó. Harry James Potter, conocido como el Niño-Que-Vivió por haber sobrevivido a un ataque de Lord Voldemort a la tierna edad de un año, y por haberse enfrentado con él en diversas ocasiones, la última hacía escasas horas, escuchó un sonido mortal para sus oídos y cayó. Draco Lucius Malfoy, una de las mentes más brillantes y perversas que Hogwarts había conocido jamás, comparable quizá a la de Tom Sorvolo Ryddle, se avanzó para agarrar a su compañero en brazos, le cerró los párpados y sonrió amargamente. Empezaba el mandato de Lord Malfoy I, Señor de la Luz.
De las muchas bestias pavorosas y monstruos terribles que vagan por nuestra tierra, no hay ninguna más sorprendente ni más letal que el basilisco, conocido como el rey de las serpientes. Esta serpiente, que puede alcanzar un tamaño gigantesco y cuya vida dura varios siglos, nace de un huevo de gallina empollado por un sapo. Sus métodos de matar son de lo más extraordinario, pues además de sus colmillos mortalmente venenosos, el basilisco mata con la mirada, y todos cuantos fijaren su vista en el brillo de sus ojos han de sufrir instantánea muerte. Las arañas huyen del basilisco, pues es éste su mortal enemigo, y el basilisco huye sólo del canto del gallo, que para él es mortal.
(Rowling, J. K. Harry Potter y la cámara de los secretos. Barcelona: Salamandra, 2004, p.245)
Fin
